Este artículo aparece en “El número del poder y el privilegio” de nuestra revista. Subscríbete aquí.
Yuri estaba sujetando un fusil de asalto AK-47 y yo iba perfectamente engalanado con un chaleco táctico y pasamontañas la primera vez que nos conocimos. Estábamos metidos en un furgón blindado tipo Brink en la primera línea de fuego, dispuesto para aplacar las balas y bombas de las carreteras, cuando empezaron los bombardeos.
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Era el verano de 2016 en la Promzona, primera línea de fuego en Donbáss (Ucrania), región que sigue siendo el lugar más violento de la guerra que se está combatiendo en el este del país. La guerra en el Donbáss enfrenta al ejército ucraniano con los separatistas ucranianos que cuentan con el apoyo del Kremlin aunque se sospecha que se trata directamente del ejército ruso. La Promzona es una zona industrial cerca de las refinerías de petróleo y es como el típico escenario de guerra que se construiría en Hollywood: casas recién abandonadas pero todavía con trazos de la vida humana que las habitó, así como aceras y calzadas con restos de mortero. Perros callejeros husmeando entre los juguetes de los niños y montones de ropa abandonada así como personas que se negaron a abandonar sus hogares, incluso en el momento más álgido de la guerra, vagabundeando en busca de comida.
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Por aquel entonces, Yuri (quien ha pedido ser identificado únicamente por su nombre de pila) era miembro de las fuerzas especiales ucranianas y estaba sentado inmóvil en el furgón blindado, permanecía imperturbable mientras esperábamos a que terminaran de sonar los silbidos de las balas y la artillería que de vez en cuando estallaba cerca. Llevaba mucho tiempo aquí, en este furgón. “Esta es la banda sonora de Ucrania” decía encogiéndose de hombros, observando el ruido del exterior con sus ojos. Tendría que seguir luchando durante seis meses más. Cuando el periodo de Yuri en la guerra terminó, regresó a casa. Había terminado el trabajo. Y empezaba uno nuevo: tendría que reintegrarse como civil y ganarse la vida.
Aún inestable tras la revuelta política de 2014 que expulsó al gobierno ucraniano proruso, Ucrania, donde viven 45 millones de personas, tenía 8 millones de habitantes de entre 14 y 29 años, la mayoría de ellos vivieron la guerra. Occidente parece haberse olvidado de la guerra en Donbass, donde combatieron casi 350.000 soldados según cálculos del gobierno, dejando más de 10.000 muertos. Muchos soldados eran millennials que acabaron en la guerra y ahora tienen pocas perspectivas de futuro en un país donde abunda la corrupción post-soviética, una economía desigual y la falta de oportunidades laborales.
“Muchos soldados eran millennials que acabaron en la guerra y ahora tienen pocas perspectivas de futuro en un país donde abunda la corrupción”
Se trata de uno de los países más grandes y marginados de la Europa del este, así que los jóvenes ucranianos están en una encrucijada. Según un estudio sociológico entre los millennials ucranianos que llevaron a cabo en 2017 la Fundación Friedrich Ebert y el New Europe Center (un grupo de expertos proeuropeístas afincados en Kiev) la principal preocupación de los jóvenes es la seguridad económica. Sólo el 1% de los encuestados decía ganar suficiente dinero como para vivir cómodamente mientras el resto las pasaba canutas para poder pagar las facturas, encontrar un trabajo bien remunerado y de esa manera ser independientes.
Tal y como me dijo Matthew Rojansky, experto en Ucrania que trabaja en el Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson: “los millennials llegan con todo tipo de mochilas emocionales, también vienen veteranos de guerra. Ellos, y otros a los que la guerra ha afectado de forma indirecta o directa, han sufrido y seguirán sufriendo muchos de los problemas asociados a la guerra: trastorno por estrés post-traumático, desplazamientos, pérdida de contacto con sus familias y comunidades… Estas cosas complican sin ningún tipo de duda sus perspectivas en todos los sentidos, incluyendo sus ambiciones laborales”.
A sus 34 años, Yuri resume a la perfección esa lucha: ya ha sido padre y trata de salir adelante rezando porque su país no sea totalmente invadido.
Yuri creció idolatrando el servicio militar (tanto su padre como si abuelo fueron soldados del ejército rojo) y se matriculó en la Universidad Nacional de la Fuerza Aérea ucraniana antes de ser nombrado oficial en 2006. Abandonó el ejército cinco años después pero cuando las protestas se iniciaron en 2014, el presidente corrupto de Ucrania, Viktor Yanukovych (quien huyó a Rusia) hizo un llamamiento para que las tropas protegieran el país de los separatistas del este apoyados por los Rusos.
Yuri no dudó ni un segundo, aunque esta decisión provocó un enfrentamiento entre él y sus padres, quienes viven en Crimea y son firmes partidarios de Rusia. Yuri me cuenta que están distanciados desde que empezó a combatir el régimen de Putin. Finalmente la guerra tuvo su efecto (puesto que él formaba parte de las fuerzas especiales, parte del expediente militar de Yuri es secreto) al terminar su contrato a finales de 2016, regresó a Kiev con su mujer y su retoño recién nacido.
“Todo está claro en la guerra. En la vida civil, todo es mucho más difícil pues tus enemigos están escondidos y no puedes confiar en tus amigos”
Yuri me escribió que cuando estás en la primera línea de frente, “recibes órdenes, tienes hermanos en los que puedes confiar al 100% pero también tienes tus enemigos. Todo está claro. En la vida civil, todo es mucho más difícil pues tus enemigos están escondidos y no puedes confiar en tus amigos”.
No es la primera vez que un veterano de guerra verbaliza esta sensación: definir la complejidad de la vida moderna frente a lo primitivo y casi tribal de la guerra, que puede sacar lo mejor y lo peor de los seres humanos. El bien común es lo que desean muchos exsoldados y los veteranos de guerra con los que hablé durante mi época de periodista de guerra, mencionan mucho la necesidad de contar con un objetivo en la vida tras salir de la zona de conflicto.
Desde la guerra de Vietnam, el discurso dominante ha definido al veterano de guerra como una víctima. Pero aunque encontrar apoyo y camaradería de combate es una lucha constante de los que regresan de la guerra, muchos veteranos de guerra aspiran a mucho más que recoger su diploma de veterano. En el caso de Yuri, dejó su primer trabajo como civil de analista de marketing porque le resultaba demasiado mundano e insignificante si lo comparaba con su experiencia como soldado. Además, se sentía distinto.
“Noté que sufría varios síntomas de trastorno de estrés postraumático al regresar: insomnio, ataques de rabia e ira, falta de apetito y depresión”. A diferencia de algunos veteranos de guerra, Yuri sabía que necesitaba ayuda profesional y desde entonces recibe la ayuda gratuita de una terapeuta que trabaja en un grupo de apoyo a veteranos: “La terapeuta me ayudó a combatir mis males y ahora me siento mucho mejor”.
Aun así, la guerra siempre estará presente para él y otros veteranos, especialmente para los compañeros que le han contado a Yuri que en sus nuevos trabajos notaban una distancia enorme entre ellos y sus compañeros de trabajo. Según Yuri, “Muchos veteranos tienen problemas con sus superiores en el trabajo, quienes bien no entiende lo que pasa dentro de la cabeza de un veterano o prefieren no tenerlos en plantilla porque tal vez son peligrosos”.
Oleksandr Tretyakov, presidente de la comisión del parlamento ucraniano encargada de los veteranos de guerra, afirma que se han suicidado más de mil veteranos de la guerra en Dónbass desde 2014, aunque probablemente la cifra de suicidios será mayor dado lo difícil que es contabilizar un suicidio. Según las cifras del gobierno, la guerra ha provocado más veteranos ucranianos con estrés potraumático que la guerra de ruso-afgana de los 80, en la que combatieron muchos ucranianos. Mientras tanto, el apoyo del estado Ucraniano a la salud mental es mínima y el estigma social que rodea al trastorno por estrés postraumático hace que muchos veteranos no busquen ayuda.
“La mayoría de los veteranos que se han suicidado tenía menos de 30 años, estaban desempleados y se habían pegado un tiro. Además, uno de cada tres veteranos del conflicto actual entre Rusia y Ucrania había tenido que ir al psicólogo”
También, los veteranos en zonas rurales fuera de ciudades como Kiev o Járkov (donde el nivel de vida es más alto) se enfrentan a dificultades añadidas para encontrar ayuda psicológica como, por ejemplo, el coste del desplazamiento hasta la consulta. La corriente actual de pensamiento sobre soldados con este tipo de trastorno señala que los soldados sufren una sensación de culpa y flashbacks.
Como contaba el periodista Sebastian Junger en su libro Tribe [Tribu] sobre la reintegración de los veteranos de guerra en la sociedad occidental, la mayoría de los veteranos con este tipo de estrés postraumático lo superan: en la mayoría de casos, en poco tiempo. Más allá de las ayudas del gobierno, lo que los soldados necesitan es que la sociedad entienda por lo que han pasado y les ayuden a recuperar la ilusión.
Según Junger, “Los veteranos de hoy en día regresan a casa para darse cuenta de que, aunque estaban dispuestos a morir por su patria no saben muy bien cómo vivir para ella”.
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En Ucrania, han surgido distintas organizaciones de civiles para llevar a cabo los trabajos de atención a la salud salud mental y apoyo que los veteranos necesitan. Probatymy (que en ucraniano significa “Hermanos de guerra”) es una organización comunitaria de Kiev formada por psicólogos y otro tipo de trabajadores de la salud mental y sociales que viajan por todo el país dando apoyo a los veteranos que tratan de superar el trauma.
Algunos antiguos soldados incluso se han aliado para cubrir la falta de oportunidades laborales y aportar la camaradería de la línea de frente a través de empresas dirigidas por veteranos que trabajan ayudando a los soldados retornados para que encuentren trabajo. Por ejemplo, una pizzería muy famosa en Kiev, Pizza Veterano, forma parte de este programa ya que en ella solo trabajan veteranos.
En 2017 parecía que el país empezaba a tomarse más en serio todos los traumas de los veteranos. La indignación pública hizo que el Ministerio de Sanidad se viera obligado a investigar los suicidios: la mayoría de las víctimas tenía menos de 30 años, estaban desempleados y se habían pegado un tiro. Además, uno de cada tres veteranos del conflicto actual entre Rusia y Ucrania había tenido que ir al psicólogo. Y en febrero de este año, el partido del actual presidente de Ucrania Petro Poroshenko anunció sus planes para crear un ministerio especial para los veteranos en algún momento de 2019, ministerio equivalente al Departamento de Asuntos de los Veteranos de los Estados Unidos (conocido como VA).
“Mi futuro está en este país y, si es necesario, volveré a combatir por nuestra independencia”
No hay mucha información de este proyecto ni de cómo ayudará a los veteranos a encontrar trabajo cuando regresen de la guerra. Tal y como señala Rojansky, del Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson “Cuanto más avance Ucrania en sus reformas en términos de sanidad, bienestar social y políticas anticorrupción, Ucrania será un lugar mejor y más acogedor para que los millennials puedan reconstruir sus vidas y es que cuando un soldado se siente acogido y tiene su puesto en la sociedad contribuyendo a la misma, entonces, se sentirá bien”.
La vida de Yuri cambió cuando sintió la llamada del periodismo y es que quería sentirse más útil para su país. Actualmente es el subdirector de la revista The Ukraininan Week, un semanario ilustrado sobre política, economía y arte. Él se encarga de la sección de política y ejército. Asegura que no puede predecir la futuro aunque haya superado el estrés postraumático. “Como periodista, sin embargo, me esfuerzo todo lo que puedo para conseguir un futuro mejor para Ucrania”.
De momento, Yuri permanece en reserva como antiguo soldado, tiene sus armas y equipo listo si le llaman para defender Ucrania por tercera vez. “Mi futuro está en este país y, si es necesario, volveré a combatir por nuestra independencia”.
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