Este texto es patrocinado por Nivea for Men
Odio la Plaza Inn. Siempre me va a recordar una fallida pinta, cuando iba primero de secundaria. Dejé empeñadas con el policía que resguardaba el Pingüin Fun una cadenita y una medalla de oro, regalos de mi madre y que, sobra decir, tenían un fuerte valor sentimental. Lo peor es que ni siquiera fue para resolver un problema grave o comprar algo de primera necesidad. No, lo hice a cambio de una modesta cantidad de dinero que fue directo a maquinitas de videojuegos de las que devoran monedas. Un rato de diversión a cambio de una vida de culpa. Plaza Inn me recuerda que soy mal estudiante, mal hijo, insensible, irresponsable y ludópata. ¿Se necesitan más razones para odiar un centro comercial? Además, esa vez, las autoridades escolares sin mucho esfuerzo descubrieron mi huida durante horario de clases. Fue un fracaso absoluto, de esos que duelen, de los que uno desearía borrar del disco duro.
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Sin embargo, son tiempos de perdonar. Eso dice el candidato que puntea en las encuestas. Propongo una amnistía para Plaza Inn. Dejaré de pensar que es infame. Superaré el malviaje que me provoca. No me queda de otra, pues he encontrado, en el local 212 del nivel “Paseo”, una barbería de la que me quiero volver cliente frecuente. Una barbería tradicional. Una barbería de las de siempre, afortunadamente muy diferente a las modernas que tan populares se han vuelto en estos tiempos, en las que te atienden tipos que apenas tienen veinticinco años pero con suficiente pelo facial como para hacerse pasar por integrantes de ZZ Top. Tampoco te ofrecen una innecesario whisky en cuanto te sientas (mi alcoholismo no llega a tal grado de querer beber mientras me cortan el pelo) y no hay molesta música moderna sonando a volumen impertinente. Y, quizá lo mas importante, no cuenta con área de tatuaje. De aquí soy. Tampoco es un salón de belleza tipo los de la colonia Roma, con modelos probándose tintes de colores exóticos, señoras con ropa de yoga que se depilan los brazos y youtubers que se aclaran las mechas. No tengo nada contra este tipo de establecimientos, donde el estilista puede presumir su doctorado en cortes modernos conseguido en Londres –es más, he acudido a ellos en muchas ocasiones. Solo que, a esta altura de mi vida, evito tales niveles de sofisticación y esos precios de escándalo por un sencillo corte de caballero.
Llegué aquí por sugerencia del editor que me comisionó este texto. Fue suficiente que mencionara que era donde le sacaban punta a Gabriel García Márquez para tentarme. Recordé que hace algunos años alguien me indicó cual era la tienda del centro de nuestra ciudad donde el Nobel colombiano compraba sus casimires. Resultó ser una recomendación fantástica. Entonces me quedó claro que el Gabo era, además de un reconocido periodista y narrador, y quizá el más taquillero de los hispanoparlantes, un absoluto bon vivant. Por eso elegí Da Pietro. Aunque queda lejos de mi casa y de mi trabajo. Aunque implica adentrarme en las entrañas de la miserable Plaza Inn y enfrentar el recuerdo del incidente aquel que durante años me ha afligido. Da Pietro, nos informa su hogar en Internet, se fundó en 1984 y se describe como “una peluquería a la antigua para atender a caballeros con barba”. Es un templo de madera, con elegantes y mullidos sillones rojos (“uno de los pocos refugios masculinos que quedan en la ciudad de México”, dice su página). La fundó el italiano Pietro Morittu, barbero durante 42 años: “Se inició como chicharito en la peluquería de su padrino y a los 17 años comenzó su preparación durante tres años en la academia, para posteriormente establecer en 1972, su primera Barbería da Pietro en Florencia, Italia”. Don Pietro ya falleció. Ahora despacha su hija, Antonella, que además del local, heredó la vocación y la técnica de su padre.
A pesar de que no hay hordas de greñudos esperando, lo recomendable llegar con reservación. El tiempo de tolerancia es de 15 minutos. Yo pedí la última cita, la de las 19:30. Para esa no hay prórroga. El que no sea puntual tendrá que volver otro día.
Me despacha Luis. Me hace la pregunta que a algunos nos cuesta un montón trabajo responder: “¿Cómo lo va a querer?” Corto de los lados y con un poco de copete, le contesto tras un breve pero muy incomodo silencio. Nada del otro mundo.
Mientras el peluquero empieza a hacer su trabajo, intento sacarle plática. Dice que tiene 26 años ejerciendo este oficio. Aprendió obligado por la mamá de su novia, cuando tenía 15 años, que lo puso a trabajar en la barbería de su marido, quien, según esto, atendía, entre otras personas, a la legendaria “Tigresa”, Irma Serrano. “Pero si no tenía barba”, le digo. Y me explica que se rapaba la cabeza para usar pelucas. Lo que uno aprende. Su suegro también atendía a Javier Solís. De inmediato le pregunto si hay celebridades que sean asiduos de Da Pietro. Luis hace una pausa. Parece que está decidiendo si confía en mi. Pero después de unos segundos en los que sólo se escucha el sonido de la rasuradora eléctrica y una televisión sintonizada en Ritmosón, me la suelta: Manlio Fabio Beltrones. ¡Ay cabrón! Estoy compartiendo tijera con el PRI personificado, con el hombre que ha sido presidente de las cámaras de diputados y de senadores, el primero en entrevistar a Mario Aburto a los pocos minutos de haber asesinado a Colosio. Espero que no se me vaya a pegar nada. También me cuenta que otro de sus parroquianos es Armando Manzanero. Él va más seguido. No me quiere contar si dejan buena propina, pero su sonrisa basta para asumir que si. Después, visitando barberiadapietro.com.mx, encuentro fotografías que me confirman lo que me cuenta. Además de Beltrones y del maestro Manzanero, hay fotos de otras celebridades que son parte de su clientela. Desafortunadamente no logro identificarlos. ¿Serán otros políticos? ¿Veteranos actores de telenovelas? ¿Hombres de negocios?
La oferta de servicios es amplia. Todo lo que un caballero puede requerir.
Pelo
Barba
Bigote
Depilación de orejas (que me urge)
Tratamiento capilar
Aseo de calzado
Luis también me cuenta que uno de los peinados en auge es el que el llama “el del hipster”. Acerca su teléfono para mostrármelo: rasurado a los lados, abultado al centro. Poco parecido al mío, pero mas drástico (¿o me quiso decir hipster?). En su página de Facebook también sugieren el “man bun” para estos calores. O sea que la moda no los pasó de largo. Tarde pero llegó. Como yo a Da Pietro. Luis acaba y me queda claro que es un maestro de su ocupación. Hace mucho no me cortaban tan bien el pelo. En mes y medio me tendrá de vuelta.