Un día en uno de los cultos cristianos más grandes de Bogotá

–Buenas tardes, bienvenido, Iglesia.

Lo primero es hacerlo sentir a uno parte de algo.

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Faltaba media hora para que empezara el culto de las tres de la tarde y varios señores de logística, mientras me indicaban la entrada al recinto, me daban una revista para hojear y matar el tiempo de la fila. Me dijeron que el templo se llenaba rápido y que había que llegar antes. Que incluso, a veces, la cola le daba la vuelta a la cuadra y llegaba hasta el centro comercial Iserra 100. Eso es harto (es una distancia que ejemplifica lo que la iglesia representa) considerando que el templo queda justo en la calle 95 con avenida Suba. Mejor dicho: a veces se forman cinco cuadras de fila.

Hice caso y llegué temprano. Mientras esperaba, me puse a hojear la revista: se llamaba TuTiendaCristiana.com.

El Lugar de su Presencia es una iglesia pentecostal fundada por el pastor Andrés Corson, australiano de nacimiento pero colombiano de espíritu y acento. Junto con su esposa, Rocío Corson, son la cabeza de esta iglesia –una de las más grandes de Bogotá y del país-. Es la primera vez que vengo a un culto cristiano y siento que estoy entrando a terreno desconocido.

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El movimiento pentecostal (a veces denominado movimiento evangélico) es una de las muchas vertientes del protestantismo. Este último nace del descontento de algunos –o de la lujuria de otros, como es el caso de Enrique VIII, rey de Inglaterra que no tuvo problema en casarse seis veces a pesar de que el Papa se lo impedía-.

El protestantismo nace entonces por el descontento de unos con el manejo que los católicos le daban a la interpretación de La Biblia y a la burocracia papal. Lutero peleaba contra los excesos del clero en Roma y montó rancho aparte. Calvino igual. Pero para nuestro caso criollo, es en el siglo XX –con el proceso de urbanización y modernización que sufrió el país- en el que hubo una verdadera expansión de movimientos evangélicos en las ciudades.

En Colombia, el pentecostal es uno de los movimientos cristianos más fuertes. Según un estudio realizado por William M. Beltrán, sociólogo de la Universidad Nacional, los pentecostales comparten varias características en común: su culto emotivo basado en experiencias extáticas inducidas a través de la música; su oferta de milagros de salud física y prosperidad económica; su lucha contra los demonios (exorcismos y guerra espiritual), entre otros. El hecho de que haya gran afinidad entre pentecostalismo y catolicismo popular permite que el tránsito entre uno y otro sea más fácil. “Afinidades como la dimensión mágica y la importancia que ambos le otorgan a las expresiones emotivas, a los milagros y a la lucha contra los demonios”, dice Beltrán, e insiste en que no es tan inusual el hecho de que muchos católicos empiecen a asistir a cultos cristianos.

La constitución del 91 aceleró el proceso de expansión porque abrió el espectro a la libertad de creencias. Se trata de su famoso Artículo 19 que dice que se garantiza la libertad de cultos. Que dice que toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla en forma individual o colectiva. En el que dice que todas las confesiones religiosas son igualmente libres ante la ley. El catolicismo dejó de ser la religión oficial de un pueblo y se volvió la opción.

Pero además de los derechos religiosos que la constitución del 91 promulgó, hubo otro factor que explicó el auge de movimientos e iglesias cristianas en el panorama religioso del país. Según Beltrán, las iglesias –como todos los otros campos de la vida social- se insertaron en el juego del mercado y la competencia. Dice su estudio que “los ‘miembros’ constituyen una forma de capital homologable en otros campos”. En palabras más fáciles, un miembro nuevo significa no sólo un fiel en términos espirituales, sino mayor posicionamiento frente a otras iglesias, mayor audiencia en medios de comunicación, mayor poder económico y político.

Cada miembro nuevo equivale a un nuevo voto, a un nuevo diezmo y a mayor rating en los canales cristianos. Las iglesias funcionan como empresas en el mercado religioso. “Definimos las instituciones religiosas –dice Beltrán- como empresas en las que cada grupo en competencia se enfrenta a la presión por lograr ‘resultados’”. La vida religiosa también se transa. El capitalismo se corona omnipresente.

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–Cuando uno llega, uno siente que su vida va a cambiar –me dice Javier.

Nos comemos cada uno una hamburguesa doble carne –papas y gaseosa en un restaurante del centro de la ciudad mientras él me explica los detalles de la Iglesia y me cuenta su experiencia durante los años que estuvo adentro. La abandonó por razones que no quiso publicar.

–Ellos tienen una misión y una visión clara que todo el mundo conoce: somos una Iglesia que hace sonreír a Dios.

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En la revista había de todo para escoger: un especial para bodas, entrevistas con un rockstar cristiano, consejos para defender la fe (tú fe) y una breve guía para votar bien en las elecciones que se avecinan. Esta última sección llamó poderosamente mi atención. La idea de que religión y política son hermanas muy cercanas es algo que está en la cabeza de uno cuando se trata de iglesias cristianas. Abrí la revista en la sección indicada: “5 claves para votar bien”. Esperaba que me indicaran explícitamente el candidato por el cual debía votar como un buen cristiano. Al contrario, me encontré simplemente con un llamado a votar de manera unida, sin especificar candidato o partido. Un llamado ambiguo.

Decía la revista: “Si todos los cristianos asumiéramos nuestra responsabilidad de votar, estaríamos en condiciones de sumar 600 mil votos, que nos convertirían en una fuerza mayoritaria para elegir un gobernante”. Renglón seguido indicaba las cinco claves: votar por personas 1) temerosas de Dios, 2) capacitadas para gobernar, 3) de palabra, 4) con valores morales, 5) que aporten soluciones. Tampoco bautizaban al ungido: cualquier político lagarto podría amañar su campaña para que se acoplara a las exigencias cristianas. Le nombro el milagro pero no el santo, tampoco abuse.

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–Yo nunca –dice Javier mientras yo me antojo de una papa suya que cayó del lado de mi bandeja- le oí al pastor decir por quién debíamos votar o no. Recuerdo una vez, cuando se estaba lanzando Mockus, que él nos dijo: “cómo vamos a elegir a alguien que dice no creer en Dios”. Dijo eso pero sin mencionarlo a él directamente. Fue lo único que le oí comentar de política.

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El Lugar de Su Presencia es una de las iglesias cristianas más populares y concurridas de Bogotá. En su auditorio principal caben 3.000 personas. Cada culto llena el auditorio y son nueve cultos por semana.

Los niños menores de 12 años no pueden entrar al auditorio principal, porque para ellos está Su Presencia Kids y Su Presencia Babies, lugares donde conocen a Dios de maneras didácticas: guarderías donde el héroe se llama Súper Dios, el mejor amigo de todos.

Según la encuesta sobre composición teológica, hecha por la Universidad de San Buenaventura, en Bogotá, alrededor del 76% de los habitantes se reconocen como católicos y el 13% como cristianos. De ese primer grupo, el 48% asiste a la iglesia o al templo más de una vez por semana. El 88% de los cristianos, en cambio, asiste más de una vez. Cuando les preguntan si sólo van al templo en ocasiones especiales, el 15% de los católicos responden que sí; de los cristianos sólo el 3% lo hace.

Empiezo a pensar que, a pesar de ser un número pequeño, ese 13% de cristianos en Bogotá actúa de manera más extrovertida que la gran mayoría de católicos. Muchos católicos van a la iglesia los domingos y escuchan con aburrición el sermón del padre. Un templo cristiano invita a vivir de manera más fervorosa la vida religiosa.

Ser cristiano es una forma de vida. Al menos lo es en el templo.

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La Iglesia era más bien un enorme auditorio –que de garaje no tenía nada-. No había cruces ni cirios ni imágenes de viacrucis. En cambio, pantallas, cámaras y muchos parlantes. Cuando entré los de logística me acomodaron en una silla específica. No es como que uno se pueda sentar donde quiera, mucho menos quedarse de pie: si usted no alcanzó a coger uno de los 3.000 puestos que tienen disponibles, espérese al siguiente culto. En una misa católica, al contrario, con tantos creyentes migrando para otros cultos, los curas no pueden darse el lujo de cerrar sus puertas: hay que dejar que entren todos. En un culto cristiano no hay necesidad de embutir a todo el mundo en la misma sesión: los fieles ya están asegurados, por eso se llaman así.

En las pantallas proyectaban comerciales en los que hablaban músicos, sonaban canciones, promocionaban conciertos o lanzamientos de libros. Eran los cortos antes de la función donde proyectaban las más recientes novedades del mundo cristiano.. Por ejemplo, un comercial en el que dos actores salían haciendo de Matrix, disfrazados de Trinity y Neo –sí, colombianos agringados, con chistes criollos pero en el atuendo de Hollywood- le pidieron a los espectadores que apagaran sus celulares durante la prédica. Yo hice caso.

Esos mismos actores fueron los que después salieron al escenario, no en las pantallas, sino sobre tarima. Nos presentaron –disfrazados de rusos, no sé por qué- una pequeña obra sobre el amor que Dios nos tiene, el amor que debíamos tener con los demás y con nosotros mismos.

“Dios te ama. Dile al de al lado que tú lo amas también”.

Yo ya estaba dando el giro de 90 grados para decirle al señor de al lado que lo amaba, pero, a medio camino, no vi que el señor me correspondiera con su movimiento. Me detuve y aborté lo que por poco termina siendo una escena ridícula. Aparentemente, este es una acto que se practica únicamente con la gente cercana, nunca con extraños.

Se acabó el montaje. Las luces se apagaron. Salieron los músicos. La gente salió disparada de su silla. Empezó la alabanza.

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–Según La Biblia –me cuenta Javier mientras unta una papa en el montón de salsa verde de ajo que nos sirvieron- nosotros fuimos creados para adorar. Y por eso son tan rigurosos con el tema de la música: no cualquiera puede subir al escenario y tocar y cantar.

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He asistido a varios recitales, festivales y demás encuentros musicales, pero juro que nunca antes había visto un despliegue musical de este calibre. Juro que nunca había sentido a tanta gente saltando al unísono de una canción. Ni siquiera con el Puto de Molotov en Rock al Parque del 2014. No les hacían falta los subtítulos proyectados en las pantallas: cantaban a grito herido todas las canciones de memoria. Los viejos de tercera edad, al lado mío, se movían cual quinceañero en prom. Saltaban. Aplaudían. Cantaban. Agitaban las manos hacia lo alto. Yo también aplaudía: no quería pasar por grosero o antipático. Pero la energía no me dio para aguantar media hora de canto y brinco. Por eso agradecí cuando la música se volvió más suave y aproveché para descansar mientras los demás, ojos cerrados, murmuraban su oración y pedían o agradecían por lo suyo.

He asistido a varios recitales, festivales y demás encuentros musicales, pero juro que nunca antes había visto un despliegue musical de este calibre. Juro que nunca había sentido a tanta gente saltando al unísono de una canción. Ni siquiera con el Puto de Molotov en Rock al Parque del 2014.

La alabanza fue algo alucinante. Una experiencia colectiva que nada tenía que ver con el aburrido “osana, osana en el cielo” o el “alabaré, alabaré a mi señor·. Estos tipos se tomaron la molestia de preparar una cosa bien montada: un despliegue de luces, sonidos e imágenes que sólo se ven en conciertos de muy alta producción.

De pronto no hay que escatimar en gastos cuando se trata de música, de pronto Dios le entra más fácil a la gente por los sonidos y los aplausos. De pronto hay que ampliar el repertorio y dejar de cantar monótonas canciones que no atraen a nadie y empezar a explorar nuevos géneros que se sintonizan con el público: el rock, el reggae o la electrónica –a falta de pepas, sóllese con la música del Señor, la mejor droga al alcance de su Iglesia-.

Ver a un auditorio lleno, con 3.000 personas –en su mayoría jóvenes- saltando al unísono, es algo desconcertante. La gente elevaba sus brazos, algunos cantaban de memoria las canciones, otros solamente lloraban mientras la música sonaba. No es que la gente estuviera poseída por una fuerza extraña. O de pronto sí. Si esa fuerza extraña es simplemente la energía colectiva vibrando en una misma frecuencia. Gente reunida alrededor de lo mismo. El éxtasis que se siente en un concierto donde todo el mundo se sabe las canciones y estalla de júbilo cuando los músicos abren la boca.

A mi sólo me dieron ganas de cantar.

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–No ir al culto es como no bañarse, hace falta.

–¿Por qué?

–Uno está enamorado –literalmente enamorado- de Dios en la Iglesia

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La música terminó y hubo medio tiempo de descanso. Las luces se prendieron y logística apareció nuevamente a ofrecernos sobres para el diezmo y papeles para apuntar. La prédica, al parecer, se suele transcribir en hojas: quizás por el hábito de poner en palabras propias las palabras del pastor de turno. Se trata de comprender y de recordar lo que el pastor dice, supongo…o de transcribir mecánicamente como notario mientras se gasta papel. Una de dos.

En las pantallas nos recordaban que había que marcar los sobres con el nombre y el monto que se iba a dar (un formalismo para evitar temas de captación ilegal). No es que sea tacaño, pero sólo tenía para lo del bus de vuelta y no pude diezmar. Nadie me miró mal. Nadie se quejó. La gente le pasaba los baldes llenos de sobres –a su vez llenos de plata- a los de logística: ellos se encartaban con cinco o seis baldes cada uno y los apilaban en una esquina de la tarima.

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–Usted diezma si quiere, –dice Javier- nadie va a estar pendiente como diciendo “bueno, ¿ya diezmó?”.

Para el sociólogo Beltrán, los diezmos hacen parte de algo que se llama teología de la prosperidad: “en la medida en que el creyente done (ofrendas y diezmos) a su congregación garantiza la bendición divina. La prosperidad no aparece entonces como producto del trabajo duro, el ahorro y la reinversión sistemática, sino que se busca a través de un camino mágico ‘si doy más Dios me bendecirá más’”.

En entrevista con Felipe Zuleta Lleras, quien ha manifestado ir con gozo a El Lugar de su Presencia semanalmente, el pastor Corson dice “nosotros no obligamos para nada, lo que pasa es que la gente lo hace por que es un principio bíblico. Deciden hacer. Obviamente se enseña. A usted quiere que le vaya bien en la vida, la Biblia dice eso. En un versículo Dios dice ‘Probadme en esto. Traigan sus diezmos a las arcas del templo y se abrirán las ventanas de los cielos y derramaré bendiciones hasta que sobreabunde’. La Biblia nos muestra que los diezmos son para la Iglesia. El principio es: si ustedes dan ustedes van a recibir”.

Hay que enseñar en vez de obligar.

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De pronto apareció un personaje que se coló de a poco en la tarima, micrófono en mano y gafas rectangulares: el esperado pastor se asomó por fin. Era el tiempo del discurso, el tiempo de la prédica. Ya había estado bueno de música y de sinergia colectiva, ahora había que sentarse y escuchar. El pastor nos invitó a tomar asiento y yo no pude estar más agradecido con su gesto pues, contrario a la mayoría de asistentes, tenía las piernas encalambradas y los brazos cansados de aplaudir.

Yo me esperaba una mezcla entre Warren Sánchez y el reverendo Alegría, mis referentes más cercanos a un pastor cristiano. Ni lo uno ni lo otro.

Era el tiempo del discurso, el tiempo de la prédica. Ya había estado bueno de música y de sinergia colectiva, ahora había que sentarse y escuchar.

Una vez empezó, entendí de qué iba la vaina. Si la música es esencial para traer un publico nuevo y joven, la importancia de un buen comunicador que transmita algo de emoción también es determinante. El pastor tenía labia y carisma. Era capaz de convencer, de echarse un chiste sin sonar acartonado, de hablarle al fiel como a uno más, como a un amigo, de tú a tú. Si a mí me ofrecen dos opciones, y en una hay un tipo que aburre y que arrulla con su voz, y en la otra hay alguien que le mete entusiasmo y picante al asunto, prefiero quedarme con el segundo.

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–El pastor Corson –me dice Javier mientras yo me las ingenio para echarle mano a la papa- es una de las personas que yo más admiro en esa Iglesia. Probablemente en el mundo. Es una persona supremamente noble. El sólo quiere transmitir amor.

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La prédica es la parte hardcore del evento: el espíritu de la Iglesia se manifiesta en las palabras del pastor, sus directrices y su visión de mundo salen a flote. Por suerte para mí, el tema del día era homosexualismo, infidelidad y sexo prematrimonial. Digo ‘por suerte’ porque estos son los temas que siempre encienden debate cuando de religión se trata. Por suerte para mí, tuve la oportunidad de oír de primera mano lo que el pastor Corson tenía que decir sobre estos temas, sin matices ni tapujos. Sin suaves respuestas de reina de belleza.

La tesis del pastor era la siguiente: no hay que aceptar de lleno lo que este mundo nos ofrece. En sus palabras: “Todo lo que este mundo promueve es contrario a la voluntad de Dios”. Algo así como que el mundo es todo lo que incita al pecado, a los vicios. El mundo es enfermedad, tristeza y soledad. Y al mundo se le opone la palabra de Dios, puesta por escrito en La Biblia. La forma de salir de la tristeza, de la enfermedad, del suicidio, y de todos los vicios y pecados es siguiendo al pie de la letra el manual de instrucciones que Dios –el creador- puso por escrito en La Biblia.

El enemigo –decía el pastor- ha trabajado largos años, como una constante gotera, para cambiar nuestra manera de pensar. El enemigo obra en el mundo y el mundo nos ofrece cosas que no son de Dios sino del maligno.

La lógica era la siguiente: Dios es nuestro creador y nos puso en el mundo para amarlo, pero el mundo no obedece a su voluntad sino a la del demonio que ha trabajado durante años para cambiar la manera en que pensamos. Por eso debemos atenernos al manual de instrucciones que nos dice cómo debemos actuar, para que nos vaya bien y no nos vaya mal (la aparente redundancia es del pastor, no mía). Algo así como la batalla entre el mundo y la palabra de Dios, en donde el cristiano debe optar –lógicamente- por la segunda. Fue un enredo metafísico difícil de seguir.

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–¿Cómo es el tema del pecado dentro de la Iglesia?

–Mire: no sé quién era, si era el pastor o quién. Pero recuerdo que decía: “yo prefiero que todos nos muramos y que no haya ningún cielo ni nada en absoluto, a que yo peque todo lo que quiera y muera y me vaya al infierno”.

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–El mundo –decía el pastor- quiere hacernos creer que el homosexual nació así y que así lo hizo Dios.

No hay que hacerle caso al mundo, hay que hacerle caso a La Biblia. Y por lo que sabemos, la Biblia no habla de homosexuales. (Mucho menos de personas transexuales, intersexuales, etc, etc, etc). Dios los creó hombre y mujer. De ahí en adelante nos figuró a todos los demás ser como Adán y Eva: pecadores avergonzados de su cuerpo; machos y hembras.

Tiene sentido que la diferencia de cristianos con católicos esté en el tema de la tradición. Los primeros leen el texto como si no hubieran pasado, ya, ocho mil años desde que lo escribieron. Los segundos, a pesar de todo, lo leen con la historia de por medio. No en vano el papa Francisco causa polémica cada vez que se pronuncia en público sobre temas de actualidad. Pero los cristianos vuelven a ella, al libro-manual, como el indicado para resolver los problemas del mundo de hoy.

¿Y qué pasa si el manual se desactualiza?

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–El pastor –me dice Javier- es súper encantador al respecto, el dice: “nosotros amamos a los homosexuales pero odiamos su pecado”.

(Por fin consigo coger la papa sin que se dé cuenta).

–Es incluyente. Yo jamás he visto a El Lugar de Su Presencia como algo agresivo, o sea en la Iglesia siempre sonríen.

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Luego de la prédica vino la parte del perdón: borrar la culpa y el pecado con la vuelta a Jesús. No todo podían ser malas noticias. La embarraste, te metiste con esa mujer estando casado y has traído impureza a tu cuerpo y a tu matrimonio. Pero si pides perdón y cortas de raíz toda relación, recuerdo y pensamiento con esa mujer recibirás el perdón de Dios. Vuelve al camino del bien. Viviste en pecado por mucho tiempo pero ya no más. El pastor nos recordó que todavía había esperanza.

–Hay esperanza para los pecadores, Jesús murió para perdonar nuestros pecados y anular sus consecuencias.

Luego del rígido discurso, de cargarnos con culpas y pecados, apareció una luz. No todo podían ser embarradas y castigos. Lo que el cristianismo tiene para dar, lo que quizás muchos ven en él para ofrecer, es la posibilidad de una segunda (o tercera y cuarta) oportunidad. Es la posibilidad de sanar, siempre con la condición de rectificar el camino. Una política de garrote y zanahoria. Eres pecador y eso te ha traído desgracia, pero vuelve a Dios que te ama y serás perdonado y la gracia recaerá sobre ti. El castigo no podía ser eterno. Y eso es la salvación: no estar condenados a las mierdas de este mundo. Arrepiéntete, inicia una nueva vida. De ser posible, dentro de la Iglesia. Dentro de esta Iglesia.

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–Eso es lo atrayente del lugar: todo el mundo se ve feliz. ¿Por qué rayos toda ésta gente está tan feliz? Yo quiero tener de eso. ¿No le gustaría ser una persona feliz como ellos?

Le digo que sí mientras observo mi bandeja sin papas. La suya todavía tiene algunas.

–Además, toda la gente que llega viene de problemas: “no, mi abuela murió; mi papá es drogadicto” y ese tipo de cosas. Para la gente es más atrayente. Les ofrecen un método para ser feliz. Pero también hay gente que llega y dice guau esta muy chévere, que cool.

Beltrán afirma que los nuevos movimientos religiosos constituyen un recurso social para enfrentar las experiencias de anomia, crisis de identidad y pérdida de sentido. En otras palabras, la Iglesia sirve como terreno firme al cual se puede agarrar el que se encuentra en momentos de crisis.

Pero además, creo que también se trata de un sentido de comunidad bastante fuerte. En un país en el que el reconocimiento social es importante, pertenecer a la Iglesia implica hacer parte de la comunidad, implica estar en algo junto a otros que lo reconocen a uno también.

“Los nuevos grupos religiosos –dice Beltrán- crean y fortalecen los lazos comunitarios. Amplían redes sociales en las que se puede encontrar amigos y buscar pareja, espacios sociales que otorgan compañía y afecto”.

Se trata de hacer parte.

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Antes de que finalizara el evento, el pastor nos pidió a los que habíamos venido por primera vez a la Iglesia que nos quedáramos de pie. Yo me senté. Unas cincuenta personas, regadas por todo el auditorio, se quedaron paradas. Él les dio las gracias y los puso en oración. A ellos y a sus problemas (cualesquiera que fueran). Algunos, de pie, miraban al escenario; otros se mantenían con los ojos cerrados; y unos cuantos lloraban sobre el hombro de la persona junto. El momento fue emotivo.

Finalmente invitó a los nuevos a que salieran de primero, a tomarse un café con el staff de la Iglesia para que resolvieran dudas y preguntaran todo lo que quisieran.

La gente salió mientras yo me quedé sentado con la gran mayoría.

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–Ver a la gente enamorada de Dios, o como lo quiera ver –alienada, descerebrada- para mí es emocionante. Pero cuando los hieren eso sí no, ¿para qué los metieron entonces?

–¿Me regala una papa?

–Sí. Cójalas todas si quiere.

La oferta es variada, hay para todos los gustos. ¿Pero quién dijo que entre las distintas ofertas del mercado no se podía encontrar la felicidad también?

Ser cristiano es, sobre todo, un estilo de vida. (Como ser vegano es una forma de vida, como ser deportista es una forma de vida).

Yo me como las papas que me regala Javier.

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Una vez nos dieron el aval, salimos en orden del gran auditorio: como cuando se sale de un concierto o de un partido de fútbol. Mientras salía, me entraron las ganas y la curiosidad de saber qué le iban a decir a los nuevos –a los iniciados-. Me antojé del café y le pregunté a uno de los de logística –chaleco reflectivo, sombrero expedición y walkie talkie al cinto- a dónde me podía dirigir.

–¿Vienes por primera vez? –me dijo con antojo.

–Sí.

–En la puerta del fondo, cruzando la calle, el muchacho de chaleco te indica.

Crucé la calle y el muchacho de chaleco me llevó al salón en donde ya todos estaban reunidos. El testimonio de Jenny estaba por terminar y sólo decía que ahora amaba a su esposo y amaba a Dios sobre todo lo demás. Que entrar a la Iglesia le había cambiado la vida. El staff la miró con ternura y simpatía. Jenny debía estar por los veinte.

Cuando acabó, la gente aplaudió y el encargado de la reunión nos agradeció por estar ahí. Le pidió a todos los que hubieran venido de otras ciudades, o de otras iglesias (cristianas) que se pasaran al salón de junto. Me imaginé que tenían que anotar la competencia a la que le estaban quitando seguidores. A los que nos quedamos –locales que no venimos de ninguna otra iglesia, que apenas comenzamos la peregrinación cristiana- nos dieron atención personalizada.

Se acercó una mujer que me saludó y me pidió mis datos. Firmé en una hoja, mi cédula y nombre y di teléfono y celular. La mujer me preguntó que si tenía alguna intención por la cual ella debía orar. Le dije que no. Ella me dijo que si entonces podía orar por mí. Yo le dije que sí, que claro, que no había problema. Una oradita nunca viene mal. Ella me pidió que cerrara los ojos.

–¿Cómo así, aquí mismo? ¿Ya?

–Sí, aquí.

Me resigné, cerré los ojos y empezó a orar con voz suave por mí y a agradecerle a Dios que me hubiera enviado a esa iglesia (y no a otra) y le pidió a Dios que me iluminara durante esa semana (para que volviera otra vez, imagino). No sé que efecto tuvo la oración en mí pero por si acaso me despidió y me dijo que esperaba que volviera.

–No te demores. No lo pienses tanto. Acá te estamos esperando.

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Si sus padres –o abuelos- eran los que iban al 20 de Julio y a las novenas domingueras, la generación de ahora prefiere asistir a este lugar que se sintoniza con la gente joven. Ya no sale uno a tomarse el agua aromática y a comprar la medalla del Divino Niño, sino que se sienta en el Coffe Jesus a tomarse un latte precio Starbucks, mientras el esposo compra el último libro que el pastor recomendó. La religión –como todo lo demás- también se sofistica.

Pero sigo confundido. Una Iglesia que al parecer está conectada con los jóvenes, una Iglesia que es exitosa en pleno siglo XXI –de celulares e internet- maneja todavía, de fondo, un discurso de antaño. De pronto ahí su secreto: cascarón moderno que guarda un discurso godo al interior. Si el pastor Corson tuviera un proyecto político –y no estoy tan seguro de que así sea- probablemente sería mucho mas exitoso que el de algunos miembros del Partido Conservador. Es mas fácil convencer a la gente con música electrónica que con cantos en latín. El Procurador debería tomar nota de esto.

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Salimos del restaurante y le doy las gracias a Javier. Nos quedamos hablando hasta que me pregunta que si pienso seguir yendo a la Iglesia.

–¿Y qué piensa hacer? ¿Va a seguir yendo a la Iglesia?

Yo le digo que no creo –al tiempo que me limpio la boca llena de grasa.

–¿Pero no cree que de pronto la Iglesia le puede ofrecer muchas cosas?

Le digo que no. Como quien le dice no gracias al tipo que le ofrece el volante y pasa a comprar zapatos en el local de la competencia.