Casi la mitad de la población de Sudáfrica, negra en su mayoría, vive en condiciones de pobreza extrema con un salario de dos dólares al día. Esta historia se compara con la del Apartheid, lo cual hace de este país una referencia común en conversaciones sobre la línea divisora entre la población blanca y la población negra en países africanos en vías de desarrollo. Aunque algunas personas tienen una forma muy particular de participar en este debate: participan en recorridos pagados a través de comunidades marginales.
Las empresas ofrecen estos recorridos con nombres diferentes —como “Recorridos municipales”, “Recorridos tóxicos”, “La verdadera experiencia sudafricana”— pero a final de cuentas, en el fondo, se trata del mismo servicio. Una guía lleva a los grupos a los municipios y los pueblos que sufren de pobreza extrema, contaminación industrial o ambas. Después, el guía explica cómo es que las cosas empeoraron tanto e invita a los turistas a interactuar con los miembros de la comunidad. Horas después, el recorrido llega a su fin y los participantes regresan a sus departamentos, hoteles o casas.
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“Borra la forma intrínseca en que la pobreza y la marginalización están formadas y deja al descubierto todos los aspectos de nuestra vida”, menciona Bisisiwe Deyi, una prominente activista social y de género originaria de Sudáfrica, en un artículo de opinión donde critica esta clase de recorridos que fue publicado en el blog Africa Is a Country.
Sin embargo, Gillian Chutte, una de las fundadoras de Media for Justice, un grupo de difusión y medios sudafricano que ofrece un recorrido más orientado a la concientización llamado “recorrido por la justicia social”, defiende su práctica. “No obtenemos ganancias con esta labor”, me aseguró, refiriéndose únicamente a los recorridos de su organización. “Todo el dinero recaudado se utiliza para ayudar a la comunidad, y para la gasolina”.
El propósito de estos recorridos es noble pero no deja de ser un privilegio inherente el hecho de poder pagar para observar el estilo de vida de una clase socioeconómica más baja. La “verdadera” experiencia sudafricana, argumentan los opositores, no se logra por medio de una visita rápida de pueblo en pueblo sino a través de toda una vida dentro de un sistema donde la opresión, el miedo y la pobreza te abruman a cada momento. Quizá es más fácil observar esta realidad cuando eres ajeno a ella. A fin de cuentas, aún hay gente que sigue pagando por estos recorridos y gracias a eso van a seguir existiendo por mucho más tiempo.