Música

Slowdive es una burbuja de felicidad

Todas las fotos por Carlos Molina

Estar más cerca de los veinte que de los treinta significa que, si te enganchaste con Slowdive, seguramente lo hiciste cuando la banda ya no era tal. Siempre ha pasado y seguirá pasando, como los niños que hoy anhelan que Gerard Way y compañía algún día vuelvan a pisar un escenario como My Chemical Romance. O los que sueñan con un anuncio sobre algún nuevo disco de Pavement. O los más creyentes, que rezan para que un reencuentro de The Smiths sea más que un shitposting en tu red social favorita.

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Corría 2014 cuando una extraña actividad en Twitter despertó las alarmas: la banda británica presentaba movimiento en la plataforma de microblogging, y un posible regreso parecía más real que todas las reproducciones que los clásicos de shoegaze tienen en YouTube. Y así fue. Rachel Goswell y compañía desembarcaron en España para un paso por el Primavera Sound, y aún así, en esta lejana y pequeña porción de tierra llamada Chile, parecía imposible llegar a soñar con que los responsables de ‘Alison’ bajaran tanto en el mapa.

Pasaron dos años de silencio, en los que a veces olvidamos que habían regresado y en otros momentos rogamos por más noticias, pero en enero de este año, por fin llegó la noticia: Just For a Day, Souvlaki, y Pygmalion estaban listos para recibir a otro hermano. “Esta es una canción que nace del trabajo de la banda tras sus shows de reunión”, dice un comunicado de prensa que anuncia ‘Star Roving’, el primer track de Slowdive en 22 años. Más de la mitad de mi vida, y la de otros fanáticos más cerca de los veinte que de los 30. Un poco de brit, un poco de progresión, y Neil Halstead dando sus tonos vocales para decorar esta bruma de ensueño que significa la banda.

Ya no había posibilidad de despertar y que todo fuese un creepypasta: habían videos, había canción, y había disco. Pero antes de siquiera tener la fecha oficial de ese nuevo trabajo, apareció la bomba: Slowdive debutaría en Chile en una versión hermana de Primavera Fauna, uno de los festivales que más se ha preocupado por curar talento en su cartel de artistas, práctica que, en mi opinión, otras versiones locales de eventos masivos han ido olvidando con el tiempo a costa de cantidad en lugar de calidad.

Y de pronto fue sábado. El álbum homónimo de los europeos ya tiene casi diez días legales y unas cuantas semanas filtrado. Espacio Riesco, un foro ubicado en la parte más empresarial de la capital chilena, recibe la peregrinación que significa entrar a este mundo que de lunes a viernes se llena de almuerzos desabridos y corbatas incómodas. Pero el pasado fin de semana, el lugar se convirtió en la nave elegida para recibir la patada trasera que significa el ver a una leyenda.

Se olía ansiedad. Se notaba en las caras de los usuarios de las poleras negras de la banda, esos que horas atrás bailaron con The Radio Dept o aplastaron su cerebro con This Will Destroy You. 9:45 pm del 13 de mayo de 2017 y el regreso de Slowdive es verdad. No es producto de las cervezas de más, ni del constante sahumerio marihuanero que tuvo el galpón de Otoño Fauna. Es real y sin que nos demos cuenta ‘Crazy For You’ y ‘Catch The Breeze’ son canciones que ya no sólo podemos contar como escuchadas en Spotify.

Rachel Goswell es la madre del espacio. Su voz llena todo el lugar, mientras las luces reflectan en las piedrecillas que decoran su vestido azul, un azul profundo, como el mar tranquilo, como ella cantando, como Slowdive tocando. Neil luce una polera de Spaceman 3. Los fanáticos repiten una y otra vez como nunca pensaron que iban a escuchar tal o cuál canción en directo, sin una pantalla o unos audífonos de por medio. Emocionado el barbón viejo que ocupaba más espacio del necesario, también el drogado que con suerte se mantenía en pie, el rubio con demasiada piscola en el cuerpo, el joven en silla de ruedas, la colorina de la mochila Kanken, la de gafas, y la bajita que sufría por no poder ver entre tantas cabezas a esa agrupación que, por fin, respiraba este smog que indica el principio del frío en Santiago.

Suena ‘Star Roving’, ‘Souvlaki Space Station’, ‘Alison’, ‘Sugar for the Pill’, ‘When the Sun Hits’. Es una nebulosa de sentimientos compartidos imposibles de juzgar: algunos lloran, otros aplauden más de la cuenta —si es que eso es posible con Slowdive—, otros gritan, otros le prometen amor a los integrantes. De pronto la banda se despide y la burbuja revienta. Recién en ese momento, después de más de una hora de esas melodías bonitas, despierto del sueño y el vacío se toma el pecho del recinto. Queremos más. Queremos más para siempre.

Las palmas de los cientos de llorones se coordinan, los ojos dejan de mirar zapatillas y miran expectantes un escenario que se pelea entre el correspondiente encore o el miedo de que nunca más vuelvan a aparecer. Vuelven, nos regalan dos canciones más, ’40 Days’ termina todo, y es hora de aprender a vivir de nuevo. “Siento el corazón contento”, escucho. Yo también. Y el cerebro en paz, y la panza cálida. Ya no tengo que soñar con ver a Slowdive, ni darle play a algún disco sin pretensión, sólo pensando que es una gran obra que ya es parte de la historia del pasado, de esa que ni siquiera me corresponde tanto etariamente.

Todos necesitamos segundas oportunidades. Rachel y Neil le dieron una segunda pasada a su proyecto de secundaria que tantas penas y alegrías les trajo, y el universo y las acciones de quienes lo integran me regalaron a mí, y a otros tantos fanáticos más cerca de los veinte que de los treinta, y a los treintones, cuarentones y cincuentones durísimos en el tiempo, la primera oportunidad para ponernos a soñar con la segunda. Ahora, tendremos que aprender a vivir otro otoño sin querer que los músicos te abracen una jornada casual de sábado por la tarde.

A Bárbara Carvacho le gusta que le dediquen canciones. Dedícale una por Twitter – @barbcarvacho