“Recuerdo, mientras hacíamos la transición de la segunda a la tercera temporada, que pensé ‘Voy a hacer algo tan raro como pueda‘”, dice el compositor Jim Lang, hablando desde su casa al norte de San Francisco. “‘Voy a inyectar un poco del post-bebop del Art Ensemble of Chicago en esto’. Fue muy divertido trabajar con esa libertad“.
El programa del que está hablando no es un ejercicio avant-garde de Twin Peaks: The Return o Ibiza Weekender —como podrías pensar por la referencia al colectivo de jazz fundamental, discordante y complejo—, sino Hey Arnold!, la serie animada melancólica de Nickelodeon que relataba la vida sombría y a veces problemática de un grupo de prepubertos con extrañas proporciones que vivían en la ciudad ficticia Hillwood.
Videos by VICE
No sabemos si Lang logró convencer a alguien en su audiencia de pagar por álbumes como Les Stances a Sophie, Non-Cognitive Aspects of the City o A Jackson in Your House. Lo que sí sabemos es que, durante el transcurso de cinco temporadas de televisión y dos películas —la segunda, Hey Arnold!: The Jungle Movie, fue muy bien recibida en 2017 —, introdujo de manera sutil a una generación de niños confundidos al jazz como una idea, el jazz como una textura, el jazz como algo que existe y puede escucharse, sentirse y abrazarse, incluso si todo lo que haces es balancear tu cuerpo a un metro del sofá, comer dulces y tratar de ignorar la sensación extraña que te produce ver a Helga Pataki en pantalla, como si tu estómago diera saltos mortales.
Las caricaturas que vemos cuando somos niños nos siguen tanto en la adolescencia como en la adultez, como gigantes benévolos de un paisaje interior y esto sucede, porque llegan en un punto de nuestras vidas en que nuestra inocencia es igual que nuestra capacidad de hacer ósmosis. El niño es una esponja. Eventualmente, la esponja se encuentra infundida de hormonas, mientras la pubertad lanza una bola de boliche de obsidiana por el corredor del ser y todo se va al carajo. Pero antes de eso, y después del envolvente infantilismo de la propia infancia, existe un punto precioso donde el mundo de la estimulación es todo lo que hay. Y es en ese precioso instante que las caricaturas importan.
Como forma artística, las caricaturas, desde Fantasia hasta Family Guy, se revelan en lo ilusorio. Es irreal obviamente —los gallos no pueden hablar, los gatos no pueden soportar múltiples golpes en la cabeza con una sartén y los ciudadanos de Springfield no son amarillos—, pero también es el resultado de una cantidad inconmensurable de trabajo humano. Al ofrecer un espacio que mezcla la realidad y lo irreal con tanta fluidez, las caricaturas son casi ilimitadas en su espectro. Pueden ser adultas y cotidianas ( King of the Hill), optimistas en niveles cursis ( The Jetsons) o dolorosamente tristes al evocar el amor y la pérdida, como sentirían los dinosaurios ( The Land Before Time).
“Los personajes de ese programa experimentaban cosas incómodas”, dice Lang, sobre el programa gracias al cual creó su nombre. “Tenían momentos tristes. No vivían en un mundo perfecto”. Eso podría explicar por qué el tema de Hey Arnold! es ahora, 20 años después de la transmisión original, casi un objeto proustiano, infundiendo una sensación tanto de calma —casi a un estado embriónico antes de las responsabilidades y las aplicaciones del banco— como de inquietud, en recuerdo de la extraña vida del personaje principal. Una vida compartida con un abuelo sin dientes y dos bolas en la barbilla; una vida ocupada en evitar a los bullies; una vida más extrañamente promedio en su rectitud inexacta de lo que quisiéramos admitir.
Pero, ¿cómo es que Lang consiguió el trabajo como compositor de Hey Arnold!? El antiguo miembro de Pointer Sisters, colaborador de Todd Rundgren, arreglista y compositor tuvo que cambiar la vida de los escenarios por la vida en televisión a mediados de los 80. Después de acordar con su esposa que pasar la mayor parte de su vida laboral en tours no iba a generar una relación marital duradera y sana, el hombre de 66 años tuvo que buscar nuevos horizontes musicales.
Un amigo de Lang estaba produciendo lo que llaman “visitor videos” [videos para visitantes] para varias ciudades pequeñas de Estados Unidos. Estas presentaciones locales se realizaban en cuartos de hotel, son esquemas de información para que los empresarios frustrados aguanten mientras esperan a que llamen a la puerta. “Pregunté qué hacían por la música en esos eventos y dijo: ‘Ah, usamos bibliotecas de música’. Pagaban unos cientos de dólares por cada video. Entonces dije que yo lo haría por 150.”
Esto lo llevó a trabajar en los soundtracks promocionales para General Motors, lo cual a su vez lo condujo a establecer contacto con el animador Craig Bartlett. Bartlett crearía Hey Arnold!, pero en esa época tenía preocupaciones más apremiantes. “Craig estaba encerrado en una bodega en Osaka tratando de programar robots industriales para hacerlos bailar”. Esto, explica Lang, no era por razones meramente recreativas, ya que Bartlett se encontraba recluido en las profundidades de Japón por mandato del gigante de electrónicos Toshiba.
Sin embargo, algunos años después terminó editando la querida serie animada Rugrats. Inmediatamente después, presentó la idea de Hey Arnold! a Nickelodeon en 1993 y se ordenó el primer piloto para el año siguiente. Entonces, Bartlett contactó a su colaborador musical y le pidió ayuda. Con el piloto hecho, el programa fue puesto en marcha, se envió a producción y se estrenó ocho meses después. “Eso”, dice Jim Lang con una sonrisa en los labios, “fue muy fortuito”.
Lo que no fue fortuito es que dos décadas luego de que el programa fuera transmitido, los lectores de Noisey con cierta edad serán capaces de tararear el tema con jazz vivaz de la serie. Las trompetas ondulantes, la percusión aleatoria y los gritos ocasionales de “HEY…ARNOLD”, son tan fáciles de escuchar como comer un sándwich de jamón sin costra u oler vómito en una alberca de pelotas. De hecho, toneladas de composiciones incidentales que Lang escribió para el programa son, en su propia manera sutil, un curso rápido y digerible de jazz. Es evidente después de hablar con él que su interés en la forma, y más importante querer interesar a otra generación de jóvenes maleables, surge de su propia infancia.
“Había muchos discos de jazz en la casa, aún cuando mi padre no los ponía muy seguido”, me cuenta. Un encuentro accidental con Rhapsody in Blue de George Gershwin de 1924, la cual quizá recuerdes por la película de Woody Allen Manhattan, fue el principio de un amor de por vida.
La sensación de posibilidad es importante cuando estás considerando cómo un medio como la televisión puede explotar otros espacios culturales. Por supuesto, el jazz no es fácil de vender para muchos adultos, no digamos niños que están más acostumbrados a Dave Benson Philips que a Dave Brubeck. “Algunos aficionados al jazz son muy orgullosos, porque sienten que tienen un mejor entendimiento de los aspectos más extremos y oscuros de la forma”, dice. “Es lo que llamamos jazzholes”.
A pesar de no considerarse como un músico de jazz —”los jazzistas son dedicados y estudiosos, practican tremendamente y saben mucho sobre su oficio, mientras que yo sólo soy un autodidacta que apenas toca”—, es innegable que su soundtrack funciona, inspirado por personas como Wes Montgomery, Oliver Nelson y Astrud Gilberto, ha hecho que el jazz sea accesible a millones de espectadores.
Más que eso, era el soundtrack perfecto para un programa de televisión que se atrevió a tratar a su joven audiencia de manera honesta, seria y con respeto. “Para mí, fue una oportunidad de escribir música muy emocional y aquellos momentos resuenan con la gente de tiempo en tiempo”, dice Lang. “Hicimos un especial de Navidad en el que el señor Hyunh, uno de los inquilinos de la casa de huéspedes, encuentra a su hija perdida, de quien se separó cuando evacuaron Saigón. Son temas muy profundos y oscuros para un programa de caricaturas infantil, ¿no?”.
Daniel el Travieso, no lo era.
Puedes encontrar a Josh en Twitter.