Esta nota es presentada por Nivea for Men
I
El restaurante El Figonero está el número 429-C de la calle de Campeche, en la colonia Condesa.
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Ofrece platos a la carta (filete de salmón, arrachera, molcajete a la parrilla, shawarma) y, por 75 pesos mexicanos, un menú de comida de tres tiempos que incluye postre y agua del día.
Los viernes, todas las cervezas están al dos por uno.
Sus servicios están disponibles de lunes a sábado desde el desayuno.
Hacia ese restaurante caminaba el Maestro Jonathan desde su estación en el 127 de la calle de Atlixco.
Cerca, unas cuadras. Si tomamos en cuenta la dimensión de la galaxia, lo minúsculo de nuestro planeta, prácticamente no tenía que moverse para llegar silenciar la punzada del hambre.
Era temprano, la calma previa al frenesí protagonizado por el personal de oficinas que toma la banqueta en grupos de cuatro: hileras de implacable formación horizontal capaces de asfixiar cualquier posibilidad de rebase para el peatón que, pasos atrás, no encontrará otro método para avanzar que meter los pies al arrollo.
El horizonte de aquella tarde no tenía cervezas porque era martes.
Martes antes de las dos de la tarde.
Martes a las 13 horas con 14 minutos y 40 segundos.
Martes 19 de septiembre de 2017.
El día que vino otra vez el monstruo sin cara por nosotros.
“Todavía no se recupera”, dice Jonathan cuando habla de la rutina del negocio, de la dinámica de la colonia.
Muchas mudanzas, edificios enteros. No sólo habitacionales. También oficinas.
A lo mejor después del Mundial. A lo mejor después de las elecciones. Se mantiene optimista desde su posición de trabajo: el segundo sillón rojo, contando desde el extremo izquierdo en el área del local que da hacia la calle de Campeche.
II
La peluquería Excelsior es uno de los emblemas de la colonia Condesa.
Changarro de abolengo. Pago en efectivo. Proceso, El Universal o TV Notas en lo que dura el espectáculo. Extensión de la casa de los vecinos donde se queda prendida la radio AM en sintonía de música romántica y los profesionales del recorte no necesitan mirar el rostro de la clientela para saludarles por nombre: con la pura voz basta. Buenos días, buenas tardes, buenas noches y ellos no separan la vista del rasurado en turno.
Sobre el vecindario —fundado en 1902—, la guía turística de la Ciudad de México editada por la publicación londinense Wallpaper apunta: “Alguna vez habitado por migrantes europeos y una hacendosa clase media, la Condesa es ahora un barrio de moda con avenidas arboladas bares chic y cantinas vivarachas. Su diseño es art déco, fue construida alrededor de una vieja pista de carreras que todavía puede verse en el contorno del Parque México”.
En la esquina de Campeche y Atlixco, a unos metros de la estación de Ecobici 073, el piso blanco de la planta baja ha recibido, por vía de la gravedad, rizos, canas, barbas, matas y melenas generacionales desde 1962, y desde 1967 es propiedad de Faustino y Casto Álvarez, oriundos de Villa Victoria, Estado de México.
—¿Quién tiene el récord de más cortes en una jornada?—
—No pus Don Faus. Como cuarenta o cincuenta. ¿Cuántos cortes hizo en un día?—
—¿Qué?—
—Que cuántos cortes es la marca.—
—Deja voy para allá, porque no oigo.—
—De los cortes, los más que hizo cuando era joven.—
—Ah, cincuenta. Fue un sábado de siete de la mañana a diez de la noche. No me moví ni para comer ni para cenar. Pero ese dinero ya me lo gasté—, Don Faustino ríe.
A sus 25 años, la marca de Jonathan va en 18.
Empezó a trabajar aquí como ayudante cuando tenía nueve.
III
El texto clásico del sociólogo estadounidense George Ritzer, La McDonaldización de la sociedad, habla sobre la idea de “predecibilidad”: “la seguridad de que los productos y los servicios serán los mismos en todos los momentos y locales.”
Los emisores del mensaje, en este caso los negocios, chicos o grandes, establecen un guión a partir del cual se relacionan con su clientela. “Este comportamiento basado en guiones, ayuda a crear interacciones altamente predecibles entre los trabajadores y los consumidores”.
Cierta dosis de “predecibilidad” es deseable, explica Ritzer, pues necesitamos que los mismos locales estén abiertos a la misma hora, en el mismo lugar, con la misma oferta en días y horas pactados (una obviedad, podría pensarse, pero acá en la San Miguel Chapultepec había un café que a veces abría, a veces no, a veces ofrecía desayunos, a veces no. Ya mejor lo cerraron).
La danza de Excelsior ofrece esa seguridad de lo predecible. Es una receta maestra, una masa madre que acepta pocas variables: se llega sin cita, no hay bolsas de té en los ojos ni gotas de menta en las narices a la hora del servicio. Si J Balvin se ha hecho un estilo nuevo, aquí nadie se ha enterado.
El Maestro Jonathan ejecuta la coreografía con un flujo que no se interrumpe.
Primer acto: el corte. No estrella la podadora automática contra el cráneo ni ejerce demasiada presión; se ayuda con las tijeras cuando detecta mechones rijosos. Delinea. Sacude. Revisa.
Segundo acto: la barba. Retira los excesos, ejecuta una versión preliminar. Lleva la toalla al calentador metálico que continúa los designios de la calle y resguarda la esquina de Atlixco y Campeche; señala que allí dentro también hay un cruce de caminos. Tapa la cara, humedece el cuello. Abre los poros. Retoca el diseño previo. Culmina el trabajo con la precisión del entintador de historietas. La navaja está tan afilada que la piel apenas alcanza a percibirla.
Así, con el instrumento pegado a la garganta, uno no quiere recibir mensajes, ni llamadas, ni sobresaltos, ni notificaciones de ninguna índole.
El pulso del Maestro es tu único refugio, la única barrera que te mantiene en el mundo de los vivos.
Tú único remedio es entonar la plegaria del lugar que has memorizado luego de tantas visitas y tantos minutos de espera frente al mismo muro (cada tanto la inflación obliga a modificar el mantra):
Corte de pelo: 160
A navaja: 190
Niños: 160
Rasurado: 160
Bigote 60
Tercer acto: la friega con alcohol. Para confirmar que estás vivo. Uno debe ser respetuoso de la puesta en escena y repetir el parlamento asignado. A una queja en voz baja ha de seguir: “nomás le faltó hielo y Coca-Cola”.
IV
Jonathan se mantiene optimista del porvenir. Dice que muchas rentas de la zona siguen elevadas aún después de la desbandada. ¿Quién las podrá pagar?
En la contra esquina de Excelsior acaba de cerrar una taquería y, desde las primeras semanas del año, su lugar lo ocupa un restaurante de mariscos.
—Un cliente ya fue, dice que bien, pero muy lentos—.
Por aquí andará mañana con el pulso y el instrumental listos para derrotar su propia marca.
Alcanzará algún día los míticos cincuenta cortes.
Acá andará el ejemplar arrugado de la TV Notas y el Proceso y las otras publicaciones que están guardadas en el cajón.
Acá andará siempre un niño en uniforme, aunque sea la mañana del domingo.
Acá andará, bajo la tierra, esperando, el monstruo sin cara.
Quién sabe cuándo se le ocurra aparecer. Puede ser media hora. Pueden ser treinta años. Cualquiera de las dos son un suspiro si tomamos en cuenta la dimensión del universo, de la galaxia, lo minúsculo de nuestro planeta, nuestro vecindario, la esquina donde sabemos con exactitud cómo nos dejan el pelo.