Me pasé una semana comunicándome solamente con el teléfono fijo de casa

chico hablando por teléfono tumbado

De repente te suena el teléfono. Se ilumina la pantalla con un número que no tienes guardado en la agenda, que además empieza por 91. Es un teléfono fijo. Y no quieres cogerlo. De primeras piensas que seguramente no sea más que Jazztel y no quieres que te den la brasa con una nueva oferta de ADSL, sin embargo, tú y yo sabemos que esto no explicaría el escalofrío que te ha recorrido por dentro al ver ese prefijo.

Porque, por una fracción de segundo, has llegado a pensar que hay algo turbio, oscuro, algo que pulula por las centralitas españolas y por el cableado telefónico, que está intentando ponerse en contacto contigo. Finalmente te puede la curiosidad y descuelgas. Resulta que es tu abuela la que llamaba, que ha hecho croquetas y que si quieres pasarte a por un táper.

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Precisamente tu abuela pertenece al pequeño grupo de personas que sigue utilizando el teléfono fijo en su día a día. Aunque todos nosotros todavía nos sabemos de carrerilla algún número fijo: de nuestros abuelos, de casa de nuestros padres, del niño al que le pedías los deberes de pequeño… llamar con el fijo de casa se ha convertido en algo anecdótico. Por este motivo, un 24% de los hogares españoles han dejado de tenerlo, según las encuestas de este año. Y es que poco es lo que hoy en día no puedes hacer con un smartphone. Para empezar, y a diferencia de un teléfono fijo, puedes sacarlo de casa.

Antes de el teléfono fijo sufriese el mismo destino que los tamagochis y el burofax, quise hacer la prueba. ¿Cómo sería entonces estar una semana entera comunicándome exclusivamente con el fijo de casa? ¿Me pasaría las horas tirado en la cama hablando y juguetando con el cable del teléfono? Esto fue lo que pasó:

DOMINGO

cajón con trastos y un teléfono móvil

Lo primero fue mandar mensajes informando a mis allegados de que esta semana, si querían hablar conmigo, tendrían que llamarme al teléfono fijo de casa. También les pedí que me pasasen sus números porque, como me habían inculcado mis padres, de fijo a fijo sale mucho más barato. A pesar de ello, tan solo una parte de mis amigos, aquellos que vivían con sus padres, tenían contratada una línea de teléfono fijo. Acto seguido apagué el móvil y le quite la tarjeta SIM para guardarlo en un cajón y no volver a cogerlo en una semana. Me tiré en la cama, sin poder enrollarme en cable en los dedos porque mi teléfono es inalámbrico, esperando a que alguien me llamase. Ya empezaba a sentir la fantasía de los 90.

“‘Si es importante, volverán a llamar’. Así aprendí otra de las convenciones del teléfono fijo”

Por fin a las 9 sonó el teléfono. Lo cogió mi madre pero, como no se escuchaba nada al otro lado de la línea, colgó. Me dio un vuelco el corazón. Después de la tarde entera esperando, me iba a quedar sin la única comunicación del día. Tampoco podía devolver la llamada porque, al parecer, en nuestra tarifa no entra algo tan sencillo como que aparezca el número de la llamada entrante.

Entonces mi madre sentenció “Si es importante, volverán a llamar”. Así aprendí otra de las convenciones del teléfono fijo. No sería importante porque no volvió a sonar. Un poco decepcionado a la distancia con mis amigos, que no comprendían mi situación de aislamiento social, terminé llamando a mis abuelos.

LUNES

chico en un tren

El lunes se cumplió lo que más temía que fuese a pasar: llegar a la universidad y descubrir allí que se había cancelado la clase. En principio, tengo Fonética y Fonología de 9 a 11, así que, con bastante poca voluntad, me tengo que despertar a las 6:45. Vivo en Aranjuez, un pueblo al sur de la Comunidad de Madrid, casi en Castilla. Para llegar a la universidad tengo que coger un tren, bajarme en Atocha y coger otro hasta Cantoblanco, donde está la Universidad Autónoma de Madrid: una hora y media en total. Hora y media que podría haber pasado durmiendo porque al llegar me encuentro la clase vacía. Vaya tú por dios, la profesora se ha puesto enferma y, como no tengo el móvil, no he podido enterarme por el grupo de whatsApp de clase.

aula vacía

Las veces que me he sentido abrumado por la cantidad de estímulos que recibimos a través del móvil esto era lo que siempre me echaba para atrás a la hora de apagar el móvil y pasar una temporada sin él. Sea por temas académicos o profesionales, nos vemos obligados a estar conectados y localizables durante todo el día.

Sin embargo y para mi sorpresa, no fui el único que no se enteró, pues acabamos juntándonos un buen grupo de angry estudiantes de Filología Hispánica en la cafetería. Según parecía la profesora había avisado de que no iba a ir poco antes de las 9 y muchos ya estaban de camino cuando lo vieron en el grupo. Así que, bueno, como suele pasar, leer o dejar de leer el grupo de clase tampoco es tan transcendente.

MARTES

teléfono fijo

Para que no me volviese a pasar lo del día anterior, me concedí poder revisar el correo de la universidad. Después de tres días sin recibir ninguna notificación ni scrollear por ningún feed, me descubrí recargando inconscientemente el correo, una y otra vez, para sentir la emoción de tener un nuevo mensaje. No importaba que fuese la agenda semana de eventos de la facultad, mi cerebro necesitaba algún sucedáneo de interacción social.

Puede que parezca que somos una generación especialmente adicta al móvil pero realmente hemos coincidido con el periodo de mayor desarrollo de mecanismos diseñados para ello, para engancharnos. Si tenemos en cuenta el continuo bombardeo de notificaciones por parte de las aplicaciones, el scroll infinito, las recomendaciones automáticas o la reproducción sin pausa resulta completamente lógico que pasemos tanto tiempo con el móvil. Porque cuantas más horas estamos dentro de una aplicación, más publicidad consumimos, más datos dejamos, y en definitiva, más dinero gana la empresa.

libro abierto

Puesto que no iba poder utilizar el móvil en lo que quedaba de semana, decidí aprovechar para leer los trayectos en tren, como realmente me dije que haría cuando empecé a estudiar en una universidad a 1 hora y media de mi casa.

A lo largo del día, me di cuenta de que sin móvil administraba mi tiempo mejor. Aun así, no dejaba de echar de menos poder compartir en cualquier momento que si un meme de Antonio Garza o un nude oportuno nada más salir de la ducha.

MIÉRCOLES

chico tumbado selfie

El miércoles caí en que la mayor complicación de no utilizar más que el teléfono fijo iba a ser encontrarme con la gente con la que había quedado. La noche anterior había llamado mi novio a casa para decirme que me había conseguido una entrada para escucharle al día siguiente en el Auditorio Nacional. (Aclaración, él es flautista, de la travesera, no de la del cole) Iba a tocar en una orquesta de primer flauta, un papel bastante protagonista. El concierto empezaba a las 19:30, así que quedamos a las 19:00 para que me diese la entrada y que él pudiese pasar pronto para calentar con calma antes de empezar. Ser puntual era kind of important.

“El problema de no llevar el móvil encima, es que una vez que sales de casa no puedes avisar de ningún cambio de planes. El libre albedrío queda anulado”

Cuando se aproximó la hora me preparé para ir al concierto. Lo que hubiese sido un mensaje, tuvo que ser otra llamada para confirmar la hora y el sitio, y con el tiempo justo, por fin, salí de casa. El problema de no llevar el móvil encima, es que una vez que sales de casa no puedes avisar de ningún cambio de planes. El libre albedrío queda anulado. Y dieron las 6:55 y ahí estaba yo, a solo dos paradas del Auditorio Nacional pero con siete minutos de espera por delante hasta que llegase el próximo metro. Ansioso perdido, no podía avisarle para que me dejase la entrada en taquilla y fuese pasando. Con móvil o sin él, creo debería empezar a contar con este tipo de cosas y salir antes de casa. Al final llegué y aquí tenéis la prueba:

orquesta

JUEVES

Ya estaba un poco harto de dejar de ser localizable una vez que salía de casa. Había quedado por teléfono con una amiga en la universidad, pero no aparecía. Así que la pobre, como no podía avisarme, le dio el recado a varias personas de la facultad que me fueron abordando durante la mañana para decirme que no la esperase porque estaba en casa, con gripe. HOW PURE. En cualquier caso, sin móvil, sin internet y viendo como todo el mundo estaba a un paso de la tuberculosis, me sentía más en el s. XIX que en los 90.

chico hablando por teléfono

Al llegar a casa por la tarde, en lugar de de utilizar el correo electrónico, cogí el fijo. Tenía que llamar a Laura, la editora de VICE, para comentarle un par de ideas sobre futuros artículos. Si ya me ponía nervioso cuando tenía que contestar a sus correos terminados en “Merci ;)”, imaginaos hablando por teléfono.

Después de estar en tensión durante los tres pitidos de la comunicación, me saltó el contestador. Un poco más tarde, me llamó ella. Mientras hablábamos me comentó que “hacía años que no tenía varias llamadas perdidas de un fijo que no fuese de mis padres”. Por teléfono todo resultaba algo más cercano y, sobretodo, no tenía que interpretar lo que fuese que significase el ;).

VIERNES

ordenador portátil teléfono y café

Todos los planes para el fin de semana tenía que hacerlos a golpe de fijo. A media tarde llamó mi novio casa. Me sorprendía la facilidad con la que le daba coba a mi madre cuando cogía ella el teléfono, pero la verdad es que él es mucho más niño de los noventa que yo. Al final me convenció para que fuese con él y con una amiga a echar la tarde al Prado. Me dormí la siesta reglamentaria, me tomé un café y ya estaba listo para ver toda la pintura sacra que hiciese falta. Justo antes de salir de casa volví a llamarle para confirmar, algo a lo que ya me estaba acostumbrando.

Habíamos quedado por la cola del museo, que ellos iban a ir haciendo mientras yo venía desde Aranjuez. La cosa es que “por la cola” y “cuando llegase” no era ni un lugar ni una hora concreta. Así que después de llegar, me pasé un cuarto de hora recorriéndome la fila desde el principio hasta el final sin conseguir encontrarles por ninguna parte. Por fin, doblando una esquina, les vi. También estaban buscándome. Se dieron la vuelta y me vieron haciendo el típico gesto con los brazos de “coño, así que estabas ahí”.

SÁBADO

chico hablando por teléfono

Último día de teléfono fijo. Sentía que tenía que ponerme un reto, algo realmente memorable con que acabar la semana. Algo que Yung Beef probablemente habría hecho en su adolescencia. Tenía que ir a pillar a mi camello utilizando solamente el fijo de casa. Además, quería exprimir las posibilidades del teléfono al máximo así que probé a hacer una llamada simultánea con dos amigos de toda la vida para comentarles el plan, cada uno en una línea. Pero después de trastear un rato con el fijo, desistí: mi Panasonic negro y plateado no daba para tanto. Después de varias llamadas normales, quedamos en que yo llevaba los petas, hacíamos unas pizzas y nos veíamos un RuPaul.

“A lo largo de la semana, había notado que, de primeras, a la gente le suele dar canguelo que la llamen desde un fijo”

Antes de salir de casa, llamé al susodicho camello para quedar con él y la verdad es que no se sorprendió mucho de que le llamase desde el teléfono de casa. A lo largo de la semana, había notado que, de primeras, a la gente le suele dar canguelo que la llamen desde un fijo, pero el tío lo cogió con toda la naturalidad. Le expliqué que no iba a llevar el móvil encima y me dijo que no me preocupara que estaría allí a la hora. Y así fue. Me sentí bastante mal sabiendo que mi camello había sido más puntual de lo que yo fui el miércoles con el concierto.

pizza

CONCLUSIONES

En definitiva, no sé si el teléfono fijo acabará por desaparecer, pero tengo que admitir que tiene algo bastante especial. No voy a renunciar a las ventajas de llevar el móvil encima y, en general, la narrativa de que “en el pasado todo era mejor” me da un poco de pereza. Creo que rechazar los avances tecnológicos de nuestra época es un error. Sería más sensato que, sin dejar de someterlos a un análisis crítico, los aprovechemos en nuestro beneficio, ya sea “nuestro beneficio” encontrarnos en una calle llena de gente o vernos por enésima vez la misma recopilación de vines. Con todo eso, sí que creo que hay algo especial en escuchar el fijo sonar y bajar corriendo las escaleras para cogerlo. Durante toda la semana, me ha hecho mucha ilusión descolgar y descubrir que al otro lado de la línea había alguien que estaba poniendo esfuerzo en contactar contigo. Ya fuese mi novio, mis abuelos, mis amigos, o quien sabe, puede que a partir de ahora también mi camello.

Sigue a Dani en @pastadipizza.

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