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El inmenso universo de ‘Elite: Dangerous’

Un videojuego del espacio que no necesita de invasiones alienígenas para ser grandioso, arriesgado y vivo.

Este artículo apareció originalmente en Waypoint, nuestra plataforma dedicada a los videojuegos.

Son las dos y media de la madrugada y sigo intentando hacerme muy rico.

Elite: Dangerous es inmenso. Todo lo que pueda deciros sobre la magnitud de este juego sería quedarse corto. Se ha dado forma a cada estrella de la galaxia, cada planeta y cada cinturón de asteroides. Recorrer grandes distancias en el juego es una tarea prácticamente irrealizable; ni siquiera los más potentes impulsores espaciales son suficientes para emprender un viaje de estas características. Sin embargo, la inmensa mayoría del espacio del juego está deshabitada, salvo por la ocasional visita de patrullas de osados viajeros que se aventuran más allá de lo conocido.

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No obstante, incluso las burbujas ocupadas por el ser humano tienen unas dimensiones colosales. Existen miles y miles de estaciones, puestos planetarios, zonas de carga y destinos turísticos, e impregnándolo todo está el elemento que dota de unidad a todo este universo: el mercado.

El mercado es como un ser vivo, siempre cambiante. Un brote en alguna colonia distante podría atraer a un buen número de comerciantes oportunistas hacia allí, con sus naves cargadas de medicamentos. Un sistema próspero podría ver su economía potenciada. Tal vez el estallido de una guerra civil provoque una espantada de los comerciantes en un planeta. Yo mismo he visto a un grupo de naves de comercio pesadas bloqueadas por flotas de combate que intentaban abordarlas.

Todas las capturas de pantalla de 'Elite: Dangerous' cortesía de Frontier Developments

"Zorgon Peterson, eco sierra hotel". La voz se reproduce distorsionada a través de mi comunicador de abordo. Me están saludando.

"Se está acercando a la estación. Por favor, solicite muelle de atraque y observe las regulaciones de velocidad en el área de entrada".

Ante mí, girando lentamente sobre sí mismo como si se tratara de un gigantesco dado de doce caras, se encuentra mi destino: El Fénix Ascendente. Luces blancas y azules titilan en sus flancos, y a medida que me acerco, los vehículos de seguridad que revolotean a su alrededor van adquiriendo formas más nítidas y definidas. No son más que motas recortadas contra la mastodóntica figura de la estación. Compruebo la rotación en un pequeño holograma de la estación reproducido en mi panel de mandos y ajusto el rumbo bajando el morro. Estoy a los mandos de una Zorgon Peterson Adder, una voluminosa nave mercante con un diseño de dudoso aerodinamismo y que parece mantenerse íntegra solamente gracias a una capa de pintura azul pálido. Tras bregar unos momentos con el mando. Durante la aproximación, brego con el mando. La nave emite varios quejidos y el panel de control vibra. Una voz distinta suena por el sistema de comunicación: una voz con acento británico que uno nunca espera oír en el espacio.

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"Eh, parece que hoy hay mucho tráfico en el área de entrada", señala. A medida que me acerco a la estación, puedo constatar sus palabras: en una de las caras del gigantesco dado diviso un diminuto punto azul; en realidad tiene el tamaño de un 747, pero la estación es tan colosal y mi nave tan insignificante que, pese a llevar varias horas de juego de Elite: Dangerous a mis espaldas, siempre tengo la impresión de estar intentando aterrizar un avión de papel sobre un sello postal. Ante mí se extiende una larga hilera de naves que entran y salen. Veo varios Vipers —las unidades de combate estándar del juego—, una Cobra Mark III, versátil nave de rango medio, y un par de naves comerciales. Deslizándose serenamente a través de la abertura mientras despide destellos blancos y azules, veo salir un Beluga, un crucero de pasajeros extremadamente lujoso. Reduzco la potencia de los impulsores y ajusto la velocidad a la rotación de la estación, que a esas alturas llena por completo la pantalla.

"Por favor, proceda a la zona de aterrizaje 31", me indica la voz. Acelero nuevamente, cruzo el acceso y la parpadeante luz del interior de la estación me da la bienvenida. Despliego el tren de aterrizaje y la Adder protesta una vez más. El sistema de megafonía lanza reiterados mensajes para recordar a los usuarios los actos que constituyen infracciones en la estación. Poso mi nave suavemente sobre la plataforma de aterrizaje con una sensación de alivio. Dejo el mando y me froto los ojos. La sala está a oscuras.

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La estación Fénix Ascendente pertenece al sistema Chi Eridani, una región en la que hay varios planetas fértiles y con abundancia de agua, ideales para la pesca. Aquí puede comprarse la pasta de Chi Eridani, una especie de paté de pescado y uno de los bienes más preciados del juego. En la Fénix, la pasta puede comprarse por un precio extremadamente reducido. Al parecer, en este sistema están hartos de verla, pero la interfaz de comercio me dice que puedo comprarla a 600 créditos y venderla por una media galáctica de cerca de 8.000.

No tengo ni idea de qué aspecto tendrán doce toneladas de paté, pero lo que sí sé es que a mi nave no parece gustarle demasiado, a juzgar por los chasquidos que emite mientras se eleva de la plataforma, rozando ligeramente una torre de comunicaciones con el fuselaje.

El plan del paté se basa en un principio muy simple: el valor de los bienes infrecuentes se incrementa a medida que te alejas del sistema que los produce. Abro el mapa y me sumerjo en el mar de estrellas queme muestra. Imaginemos por un momento el mapa tridimensional de una ciudad. Puedes alejar la imagen para ver sus edificios desde la altura o acercar la cámara hasta el nivel del suelo y recorrer las calles. Sería abrumador, ¿no? De lejos, la ciudad parecería demasiado abstracta, y de cerca nos sentiríamos sobrepasados por el nivel de detalle.

Elite: Dangerous ha mapeado la galaxia entera de esta forma, y echar un vistazo a su inmensidad produce vértigo. Una vez abrí el mapa en realidad virtual por accidente y casi me caigo de la silla.

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En el HUD establezco una ruta hacia una estrella lo suficientemente lejana e inicio los preparativos para efectuar un salto hiperespacial. El proceso lleva su tiempo, ahora que tengo las bodegas cargadas de paté. El motor comienza a rugir y el termómetro del panel muestra un rápido aumento de la temperatura. La cabina se llena de humo, saltan varias chispas y…

La cuenta atrás termina y todo a mi alrededor se difumina en una explosión de color. Ante mí pasan fugaces formas verdes, rojas y doradas. Por un momento me siento abrumado por la quietud que lo invade todo. Oigo el traqueteo de los componentes de la nave surcando el vacío a velocidad superlumínica, pero reparo en la ausencia del sonido de los motores.

Pienso en los pilotos del exterior de la burbuja que, durante las últimas semanas, han visto bruscamente interrumpido su viaje hiperespacial por parte de criaturas que no eran humanas. Justo cuando los nervios empiezan a apoderarse de mí, se produce un estallido que anuncia mi llegada al nuevo sistema, cuyo sol aparece en todo su esplendor delante de la nave. Mientras los motores se recargan, efectúo los cálculos para el próximo salto.

Gran parte del negocio de compra-venta de Elite: Dangerous resulta monótono. Las rutas comerciales más largas consisten en una concatenación de saltos hiperespaciales. El paté en la bodega acusa los cambios de velocidad. Uno de los sistemas que atravieso posee dos soles gemelos que brillan con cegadora intensidad. En otro, mi sistema de comunicaciones intercepta la conversación de una nave nupcial cercana que surca la negrura del espacio. Quizá les apetezca tomar unos canapés a base de pasta de Chi Eridani para acompañar el champán.

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Todo se vuelve borroso y de repente mi entorno se reduce a una serie de sonidos. Oigo el gimoteo de mi motor de hiperespacio y el aviso de aumento de temperatura. la actividad frenética de los ventiladores de refrigeración tras los paneles de mando provocan que estos vibren intensamente. Capto también leves sonidos procedentes del radar anunciándome la presencia de naves cercanas. Una estrella púrpura. Una estrella roja.

A continuación, oigo otro sonido, como el de una ventana abierta que golpeara contra el marco, y toda mi nave se estremece. "ADVERTENCIA: INTERCEPCIÓN", me indica el ordenador de a bordo. En Elite existen dos fases de velocidad cuando no estás viajando en el hiperespacio. O bien viajas a velocidad de "supercrucero", un modo de viaje rápido utilizado principalmente para circunnavegar soles o cruzar sistemas, o bien te desplazas en vuelo natural. La intercepción es un método especialmente desagradable de hacer que una nave pase de una velocidad a la otra y suele ser señal inequívoca de algo: piratas.

Hay una versión de la historia en la que entro en combate con los piratas, les lanzo torpedos desde los compartimentos frontales de mi Adder y los destruyo tras un intenso intercambio de disparos láser. Existe otra versión en la que los piratas consiguen desactivar mis defensas y lo último que veo es el cristal de la cabina resquebrajarse y hacerse añicos. Pero ninguna de estas versiones llega a ocurrir. Lo que sucede es que agarro con fuerza el mando de la nave e intento mantenerme en el vector de escape que me permitirá evitar el encuentro.

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Contengo la respiración durante cuarenta, cincuenta segundos, hasta que logro evadirme.

Llego a un nuevo sistema en el que echo un vistazo a las posibilidades que tengo de sacar provecho de la venta de mi cargamento. Aquí su precio es 200 créditos más alto. Vuelvo a comprobarlo un rato más tarde. 500 créditos. Escucho el episodio de un podcast y me preparo un té. 600 créditos. El mundo que me rodea se reduce al tamaño de la pantalla de mi ordenador, y esa pantalla se concentra la galaxia entera.

Una expansión más o menos reciente permitía a los jugadores aterrizar en los planetas de Elite, pero por razones técnicas el acceso está restringido a planetas desérticos, yermos o rocosos. La posibilidad de aterrizar en planetas rebosantes de vida o con atmósferas respirables todavía es un sueño, debido a los requerimientos técnicos que ello exige. Esta es la razón por la que todos los encuentros con otras formas de vida en Elite se producen en las inmensas estaciones espaciales o en bases planetarias solitarias con atmósferas nada amables.

La impresión general es la de encontrarse en un universo frío en el que el único calor procede de las luces de los controles de una nave y de los soles que pueblan la galaxia. O en las lecturas del radar que revelan el paso silencioso de un crucero Beluga.

Finalmente, logro vender el paté y sacar un buen margen de beneficio. Pronto consigo también vender la Adder y adquirir otra nave que me permita llevar más carga. Su manejo es mucho más sensible y, acostumbrado a la rudeza de la Adder, me veo obligado a compensar constantemente para evitar los virajes bruscos.

El comercio en Elite se ha simplificado y hecho más atractivo gracias a una serie de herramientas de usuario que pueden añadirse a la API del juego. La Elite Dangerous Database muestra tu posición en la galaxia y cuánto dinero y cargamento posees, y te sugiere las rutas más rentables. El problema es que en esta aplicación no se actualizan los precios del mercado automáticamente.

Esa es la razón por la que tengo una pequeña ventana abierta en segundo plano mientras juego. Cada vez que aterrizo en una base solitaria o me adentro en una estación, la herramienta actualiza las bases de datos de los precios de esa zona. Hay jugadores que se sirven de esta información para elaborar rutas cada vez más eficaces.

No deja de ser una forma de exploración. Con cada salto, voy dejando un rastro de migas de pan tras de mí. El precio del paté de pescado. Del oro. De las armas no letales. De la medicina y los cereales, el té y el cobre.

El mercado siempre está vivo.

Traducción por Mario Abad.