La isla de las tentaciones

Ojalá Mónica Naranjo gestionara los dramas de mi vida como lo hace en 'La isla de las tentaciones'

Mónica Naranjo es la clase de persona que deberíamos tener ante cualquier drama en nuestra vida
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Del éxito descomunal de La isla de las tentaciones podemos extraer tres certezas. La primera es que cada vez más personas están enganchadas al reality del año. Los datos no engañan. Cada programa que pasa bate su propio récord de audiencia, llegando a un 26,9% del share de pantalla el pasado 4 de febrero cuando por fin Christofer se armó de valor, miró a las imágenes y a Fani directamente y nos demostró que una retirada a tiempo también puede ser una de las mayores victorias.

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La segunda es que por mucho que nos discutamos y analicemos los programas, no vamos a sacar de ahí ni una sola persona que sepa gestionar de una manera saludable sus emociones. Y no solo lo digo por Andrea y lo de hacer un poco lo que le apetece (y por apetecer me refiero a demostrar que aguanta todos los asaltos que hagan falta y no precisamente con su novio), también por el lloriqueo y los poemas al aire de José para que su amada no lo olvide.

Inciso para José: A ver chico, que tenemos una edad y esto es Mediaset y no una película noventera de Disney Channel.

Pero la certeza de las certezas, la certeza más firme del programa, es que Mónica Naranjo es la dueña y señora de esa isla y de todos sus dramas. Y no lo digo en sentido terrenal. Mónica Naranjo ha trascendido el papel de presentadora para convertirse en un ente superior que todo lo ve, lo sabe y lo siente. Es como si ella misma fuera la isla. No hace falta ir muy lejos para darnos cuenta que eso mismo nos lo dice el propio programa. Las primeras imágenes del show empezaban con Mónica con un vestido largo, como si de una ninfa-amazona se tratara —y no me refiero como en esa portada un poco cutrera que sacó para su álbum Tarantula de 2008, sino en plan de alto standing— que con la mitad de las piernas dentro del agua se posa al lado de una isla para contarnos de qué va el show. ¡Y como lo cuenta la tía! En cada palabra deja caer pistitas de cómo se desencadenará nuestro drama ibérico favorito.

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En este reality a logrado alcanzar su máximo esplendor, su forma más sublime. Ahora no solo todos respetamos a Mónica, sino que queremos que ella administre con la misma maestría nuestros pequeños dramas diarios. Si podemos decir esto es porque aunque nuestra querida Mónica ya lleva mucho ruedo, nunca se había reinventado de una manera tan elegante. Su música ya era un icono para la cultura gay y overdramatic de este país, su renacer llegó en la primera edición de OT de esta nueva hornada donde nos regaló su cara más estricta. Luego se puso picantona e hizo Mónica y el Sexo mostrándonos la vida sexual de personalidades de la farándula nacional, algo tremendamente incómodo que nadie había pedido.

Pero ahora no le hace falta excederse. Ahora es la templanza, la sabiduría. Con cualquiera de sus gestos logra levantar una escena entera. Si no fuera por ella, nada de este show tiraría adelante y solo serían chicos llorando en un rincón y tías intentándose tirarse a todo aquel que les rodea.

Analicémoslo en orden. Cuando los chicos llegaron a la isla ella les abrió camino como si de la guardiana de las puertas del paraíso se tratara. Ella sabía donde estaba todo, quien iría con quién y cómo lograr poner nerviosetes a los chavales para que acabaran pecando. Y no lo hace con frases agresivas o inquisitivas como los solía hacer en OT (como su ya mítico “con 18 años me fui a México, sola, y no lloré Aitana, no lloré”) sino que ahora es comprensiva y usa las palabras exactas para lograrlo (aunque todo sea dicho, menuda maravilla hubiera sido que hubiera dejado caer una perlita de no lloré Álex, no lloré en mitad de una hoguera). Ahora, con una sola mirada, Mónica Naranjo es la perfecta curator del drama. Ella ya sabe lo que te ha pasado, lo que ha hecho el otro y, sobre todo, sabe que te va a dejar en la mierda. Es la persona a la que todos respetan.

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Las hogueras son casi como un ritual del neoromántico. Se sienta delante de los concursantes vestida como si fuera una especie de emperatriz tropical —mientras que ellos están en completa tensión preparados para que les rompan el corazón y el ego en mil pedazos— y les enseña LAS IMÁGENES. Sin maldad. Totalmente neutra. No sabes si los odia, los quiere o los quiere ver arder. Pero lo que queda claro es que ella debe estar ahí para que la jauría no se descontrole.

Ella no se regodea. Ella no entró chillando "ESTEFANIAAA" o mirando a Ismael en plan "jeje que nochecita ha pasado tu parienta". Es verdad que ella les pone las imágenes, pero también les mira con ternura y les pregunta "¿Y como te hace sentir eso?". Claro que sí, Mónica. Una de cal y otra de arena, no van a ser todo palizas visuales. Les da esa palmadita en la espalda que necesita. Pero lo mejor es que una vez han respondido, ella afirma sin decir nada más. Tampoco se va a encargar de ser su paño de lágrimas. ¡Hombre ya! Que ella es la isla, la sabiduría ¿recordáis? No va a estar ahí en como si fuese el colega que te aguanta la chapa que ya sabemos desde el principio que está mal.

Ella viene con FACTS y si te gustan bien y sino también porque es lo que hay. Y esa es la clase de persona que deberíamos tener ante cualquier drama en nuestra vida. Sin florituras. Ayudándonos a ver la realidad, y como dice ella, a conocernos mejor.

Porque no nos engañemos, sería bastante útil que, después de pasar una semana enrollandote con un chaval viniera Mónica y nos pusiera "más imágenes". Así nos enteraríamos a tiempo que se lleva echando unas risillas a nuestra costa todo ese tiempo y ahorrarnos seguir haciendo el payaso hasta que nos hiciera ghosting o nos lo encontráramos con la lengua en la campanilla de otra en nuestro antro de confianza. Además luego ella vendría, con su voz aterciopelada, y nos preguntaría "¿cómo te hace sentir?", tú le dirías que mal, como si hubieras metido la cabeza en un water de discoteca y hubieras tirado de la cadena. Pero oye, por lo menos alguien se habría preocupado por ti.

Pero la cosa no queda aquí en la isla de la exmonogamia. No, no. Para nada mis queridos amigos. Cuando Mónica se huele tranquilidad en las villas, se pone uno se esos looks de amazona empoderada y se dirige a inyectar unas pequeñas dosis de drama. Que si ahora os toca eliminar a alguien, que si ahora podrías cambiar a un soltero o que si ahora cita en bikini. Pero la mejor de todas estas inyecciones de drama es la hoguera de la confrontación. Y es que a ella le gusta obligar a la gente a hablar mientras que los mira con una cara entre preocupada y cómplice. Pero todo siempre a su ritmo. Esperó hasta la mitad del show para juntar a Fani y Christofer cuando lo podría haber hecho muchos litros de lágrimas de Christofer antes. Porque ella hace las cosas bien. Las cuece a fuego lento. Espera a que la liada esté en el punto perfecto para dejarla estallar en su máximo de audiencia. Ella lleva los ritmos del programa como nadie. Los chavales de la isla son sus títeres y están encantados de serlo.

Mónica es carne de reality. Pero no cualquier carne, más bien un secreto ibérico de esos caros que solo se permiten tus padres por Navidad. Mónica Naranjo se ha coronado como la emperatriz de La isla de las tentaciones y no podríamos haber pedido a alguien mejor para llevar esta corona. Ahora solo debemos esperar a ver dónde llevan a este programa que cada día está más presente en nuestras vidas sus sutiles inyecciones de dramatismo bien dosificado.