¿Por qué a Valladolid le llamamos Fachadolid?

“Valladolid es Fachadolid”. Así empezaba el artículo del número 246 de Interviú sobre los ultras vallisoletanos que minaría para siempre la fama de la ciudad. Han pasado más de treinta años desde entonces, e incluso es la izquierda la que gobierna Valladolid hoy en día, pero todavía resulta imposible presentarse en cualquier parte de España como vecino de la ciudad del Pisuerga sin que alguien le explique a uno que no es de Valladolid, sino de “Fachadolid”.

La chica de la portada del Interviú de esa semana de 1981 era la vedette Jenny Llada, que amadrinaba, entre otros asuntos, un reportaje sobre las travestis de París y la profecía de Tarradellas sobre la organización territorial de España, “Las autonomías acabarán con el Estado”. También el pegadizo y fatal apodo que habría de acompañar a la ciudad castellana durante las décadas venideras: “Fachadolid”, una mancha que ni con ciclos de cine peruano en la Seminci o concejales de Podemos se le va ya.

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“A medida que dejamos la autopista de Madrid y nos aproximamos a Valladolid , relataba el periodista de Interviú, va cambiando el paisaje y, como un elemento más de éste, aparecen las pintadas ultras, que dan la bienvenida al Caudillo Blas o nos anuncian que estamos en España y no en Castilla. A la entrada de la ciudad no hay ese útil letrerito, caso de Palencia, en el que se nos anuncie: Peligro, Fachas sueltos” .

Unos días antes, la tarde del día de reyes, tres jóvenes de ultraderecha habían atentado contra El largo adiós, un café cercano a la catedral de clientela más bien progre. La revista Interviú aprovechó el suceso para plasmar la violencia ultra que sufría Valladolid tres años después de la entrada en vigor de la Constitución, y de esta manera la ciudad de Miguel Delibes quedó ya con ese sambenito y comprobó el enorme poder de un nombre con gancho antes incluso de que el “naming” se pusiera de moda.

VALLADOLID, ¿NIDO DE FACHAS?

Pero cabe preguntarse si Valladolid era realmente más “facha” que el resto de ciudades y había, por tanto, méritos para que se ganara su infame apodo.

Según el periodista de Interviú, lo que convertía a Valladolid en un caso especialmente lamentable, y que merecía que en su artículo la describiera como “nido de fachas”, era que los agresores solían ser chicos muy jóvenes.

En el atentado contra El largo adiós, por ejemplo, participaron tres de edades comprendidas entre los 16 y los 24 años: Luis Alfonso Esteban Rebollo, que portaba una barra de hierro; Francisco José García, con una pistola, y Alfonso Milans del Bosch, sobrino del teniente general que unas semanas después participaría en el 23-F, y que aportó un cóctel molotov.

Los condenados por el ataque a El largo adiós

Los hechos, según la sentencia de la Audiencia Nacional, que les condenó a los tres, sucedieron de la siguiente manera: después de llegar al café, García Ruiz rompió las cristaleras con la barra de hierro y Milans del Bosch arrojó al interior el cóctel molotov, aunque se olvidó de encender la mecha y no llegó a estallar. Esteban Rebollo, por su parte, realizó varios disparos hacia el interior del local. Dos de los tiros alcanzaron a Jorge Simón, estudiante de Derecho: una bala le hundió el craneo y la otra se le incrustó en la quinta vértebra, provocándole una paraplejia irreversible: Valladolid es desde entonces “Fachadolid”.

No obstante, en opinión de Enrique Berzal de la Rosa, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valladolid y colaborador de El Norte de Castilla, la ciudad no merecía en absoluto el apelativo de “facha”. Recuerda el historiador que, si en las elecciones de junio de 1977 la Alianza Nacional 18 de julio a duras penas obtuvo el 2% de los votos –lo que situaba a la extrema derecha vallisoletana en la cuarta posición a nivel nacional tras Guadalajara, Albacete y Toledo–, en marzo de 1979 la Unión Nacional consiguió en Valladolid un 3,7 %, siendo por tanto la séptima capital por detrás de Toledo, Guadalajara, Madrid, Ciudad Real, Santander y Burgos. Tal fue el batacazo que Unión Nacional rehusó presentar candidatura a la alcaldía de Valladolid en las elecciones municipales del mes siguiente, las primeras en democracia, que en la capital dieron la victoria al Partido Socialista.

Precisamente el fracaso de la extrema derecha en las urnas, dice Enrique Berzal, fue lo que precipitó que Fuerza Nueva adoptase lo que algunos han calificado como “estrategia de la tensión”, consistente en provocar que los círculos militares involucionistas se embarcasen en un intento de golpe de Estado a través de acciones dirigidas a desestabilizar la vida política del país y dar una sensación de inseguridad a la ciudadanía. Estas acciones violentas, unidas al protagonismo de Valladolid en la sublevación del 18 de julio de 1936 y al reportaje de Interviú, explican la popularización del término “Fachadolid”.

Vecinos de la ciudad preguntados por VICE recuerdan algunos de estos episodios de violencia ultra, sobre todo uno que se repetía cada fin de semana, cuando los fachas irrumpían en las discotecas y amenazan con una paliza a todo aquel que no entonara el “Cara al sol”. También el atentado contra la sede del Movimiento Comunista en diciembre de 1979, que se cobró la vida de un matrimonio de ancianos, y el de las oficinas del PSOE, en 1981, que ocasionó daños por valor de siete millones de pesetas. Estos actos violentos, dice Enrique Berzal, parece ser que contaban con la excesiva tolerancia de las autoridades policiales, en especial del jefe superior de Policía, Eutiquiano de Prado, por lo que la situación empezó a mejorar con la llegada a Valladolid de su sustituto, Carlos Enrique Gómez de Ramón, que venía de combatir a la extrema derecha en Córdoba. El rosario de detenciones que siguió a su nombramiento desactivó cualquier intento de crear una trama civil de ultraderechistas en vísperas del golpe de Estado del 23-F, asegura Enrique.

EL NAMING: CONDENA Y SOLUCIÓN PARA VALLADOLID

Sin embargo Valladolid, treinta y cinco años después del atentado contra El largo adiós, sigue siendo conocida por muchos como “Fachadolid”. Tal es así que un vecino de la ciudad confiesa a VICE que, cuando en sus viajes por ciertas zonas de España le preguntan de dónde es, suele contestar que “de Castilla y León” o, más genéricamente todavía, que “de Castilla”, no tanto por vergüenza como por evitar que se nombre el hiriente mote. Tal vez también sea por por eso que haya muchos vallisoletanos que prefieran ser de “Pucela”, el otro nombre con el que se conoce a la ciudad. Pero ¿cómo es posible que un titular de 1981 haya sobrevivido todos estos años?

Ignasi Fontvila, profesor de naming y director de la agencia NameWorks , opina que el problema de Valladolid tal vez sea que no ha gestionado su marca en ningún otro sentido relevante. La marca de una ciudad, dice Ignasi, “se construye básicamente a través de la reputación de ese lugar asociada a determinados eventos o ideas, como sucede por ejemplo en Sitges con el cine de terror”. Y Valladolid, que podría haber apostado más enérgicamente por su patrimonio histórico, o por potenciar su Seminci, no parece haberse empleado a fondo para quitarse de encima la fama de “facha”.

“El nombre que utilizamos genera siempre un conjunto de significados que deberían ser positivos”, dice Ignasi Fontvila. “Es lo que tratan de hacer las empresas a través de sus expertos en branding. Y los ayuntamientos mediante sus departamentos de promoción turística y cultural. Por lo que un mal comportamiento de esa persona o compañía puede acarrear graves consecuencias. Como Henry Ford, cuya simpatía por Hitler puso a su empresa en un brete durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, o Hugo Boss, proveedor de los uniformes del ejército nazi”.

Valladolid, muy al contrario que dichas compañías, se durmió en los laureles y a día de hoy no ha logrado construir una reputación más potente que la que le cayó encima con el reportaje de Interviú.

De ahí por ejemplo la casposa familia vallisoletana de los sketchs del programa vasco “Vaya semanita”. Me refiero al señor Pérez, siempre tras sus oscuras gafas fachas, y a su señora, tocada con una mantilla igualmente negra; un matrimonio enfrentado a otro de Hernani en el que se hacían presentes todos los tópicos existentes sobre “Fachadolid”. Tampoco ayudaron las continuas meteduras de pata del que fue alcalde de Valladolid durante veinte años, Javier León de la Riva, que hizo de la ciudad la página de un guión de South Park.

Desde el año pasado, sin embargo, es un alcalde socialista el que dirige el Ayuntamiento vallisoletano con el apoyo de coaliciones de izquierda. Muerta la Bruja mala del Este, hay cierta esperanza: en las últimas fiestas de San Lorenzo, las fiestas de la ciudad, el grupo “La Banda del Capitán Canalla” humilló a una periodista de la cadena de televisión municipal y el alcalde les recriminó públicamente su comportamiento. En junio, el pleno del Ayuntamiento se proclamó ciudad por la diversidad sexual.

Pero lo cierto es que aún es pronto para valorar los esfuerzos del actual consistorio para enterrar definitivamente el titular de Interviú, que lleva vivo más de tres décadas. Si no lo consigue, Valladolid seguira siendo lo mismo que Lepe. La Lepe de los chistes de fachas: “Fachadolid”.