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Fotos

Los campos de guerra de las manifestaciones en Chile

Hablamos con Eduardo Pavez Goye sobre sus fotografías, la violencia y el anarquismo.

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Eduardo Pavez Goye es un fotógrafo documental especializado en protestas. Pero también hace fotos de bodas, es dramaturgo, director de teatro, realizador audiovisual y frontman de Tenemos Explosivos, una banda de hardcore. Ha escrito teleseries para el canal nacional de Chile y para el canal católico; ha montado en Berlín y ha ganado demasiados premios gracias a sus obras y documentales. Es anarquista, vegano y va a clases de boxeo. Tiene algo así como 30 años, un blog con tips para jóvenes que se van a vivir solos, y recorre la ciudad en skateboard. Bebe Coca-Cola y fuma fuerte.

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Hace unas semanas la lluvia acabó y una de las plazas públicas de Santiago se llenó de abuelos retozando y palomas merodeando cerca de sus nietos. Me encuentro, grabadora mediante, con uno de los personajes mas enigmáticos y trabajadores de estas latitudes transandinas; difícilmente alguien conoce su nombre, no obstante, muchos disfrutan de las cosas que hace. Esta es una muestra de sus fotografías analógicas de los enfrentamientos entre los Carabineros y el movimiento estudiantil chileno que estalló en agosto de 2011 y continúa hasta hoy.

VICE: ¿Cómo aparecieron las fotos analógicas y de protesta en tu vida?
Eduardo Pavez Goye: Durante mi infancia aprendí, gracias a mi padre, a registrar las cosas pero con los años olvidé este pasatiempo. Luego, por el año 2005, me compré una cámara digital y pensé que sería buena idea ir a sacar fotos por Argentina. No tenía ninguna explicación lógica, pero lo hice. Como no supe sacarle más provecho, la dejé guardada en el armario. Pasó un año, encontré novia y un día esa chica —que ahora es mi mujer— me dijo: “¿Por qué no aprendes?” Me empezó a mostrar fotos increíbles de sus compañeros de carrera y pensé: Si este chaval hace esas fotos con mi misma cámara ¿por qué no voy a poder yo?Bueno, y me obsesioné. Cada vez es más desafiante, técnicamente. Ahora ha llegado el punto en que cuando voy a las manifestaciones, llevo un rollo o dos, como máximo; a veces voy con cámaras que no tienen fotómetro, entonces tengo que llevarlo colgando para medir la luz. Si viene corriendo un paco [Carabineros, policía chilena] tengo que conseguir correr, enfocar, comprobar la luz y ponerle el slide negro al mismo tiempo antes de que me mojen con la manguera. Me gusta la adrenalina que se genera en estas situaciones; cuando existe el peligro real de poder ser golpeado y tener que calcular todas estas cosas.

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Imagino que en las manifestaciones ves más cosas de las que has podido documentar…
He visto cosas duras: a una niña que no tenía nada que ver con la protesta, un paco la agarró y la golpeó. O una señora que se desmayó a mi lado y otro paco le tiró gas lacrimógeno encima; ella se quedó en coma en el hospital, ¿entiendes? Vi a un chaval que estaba tirando piedras y el paco llegó con la pistola de balas de pintura y le disparó en el ojo; ví cómo le saltaba la sangre. Busqué un trozo de papel y se lo pasé por la cara, era lo único que podía hacer. Hay pacos a los que te encaras y te dicen: “A ver, ¿dónde está la foto?”… O sea, yo no voy a sacarle una foto al pobre chaval. Yo prefiero ir a ayudarlo, dejarlo bien y después me preocupo de la foto. La idea de que la fotografía es una denuncia automática también es peligrosa, porque te obliga a estar en tercera persona, como si tú no estuvieses ahí. Para mí, ir a sacar fotos en una protesta es algo súper egoísta.

Me interesa la experiencia de estar en un pequeño campo de guerra pseudo controlado donde ocurren cosas que a veces se saben y a veces no; es una experiencia personal. Es sólo acción en medio de un gran baile. Un amigo lo explicaba muy bien, decía que la protesta es un vals gigante, como en un matrimonio. Uno conoce la estructura: viene la música, los novios bailan, vienen los padrinos y la familia… en ese momento puede ocurrir cualquier descalabro; se pueden tropezar, se te puede caer la cámara. En la marcha pasa lo mismo: tú sabes que los chavalesestán aquí, llegan los pacos, los mojaran, éstos van a tirarles piedras y tienes que ir a esconderte a tal parte o irte con los jóvenes —porque si te vas con los pacos, te apedrearán—. Ya sabes cómo funciona el baile y tienes que ir vestido para la ocasión. No puedes ir de colores, no puedes ir completamente de negro. Hay que encontrar la forma de andar, la forma de moverse y la forma de hablar. Si hablas de una forma y no de otra con los manifestantes, puedes quedar como un soplón. También hay que saber leer al paco que tienes al lado. Si ves a uno con escudo y cara de loco, no te acerques; pero si hay uno más tranquilo, ese te va a dejar pasar. Incluso te va a decir: “Cuidado, joven”. Yo siempre trato de hacerme el despistado. Si pasan los pacos hago como que no estoy preparado, como que estoy confundido y mientras pasan, me voy corriendo para otra parte. Y con la técnica de hacerme el despistado —que lo hago muy bien— me ha tocado escuchar cosas como: “Oye, márcate al de rojo”, refiriéndose a un joven con sudadera roja que está parado en la esquina fumándose un cigarro. Esa vez me tocó darme la vuelta corriendo y llegar a la esquina para decirle: “Cámbiate la sudadera porque te van a pillar”. Entonces ya se las arreglan: la cambian con un amigo y la guardan en la mochila. Enseñar los códigos a los chavales jóvenes que están empezando también es entretenido. Comunicarles lo que no se dice, lo que nadie te enseña. Es como transmitir el código secreto del baile.

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¿Las manifestaciones en las que has estado son tan “creativas y de colores” como las que nos venden en la televisión?
Yo creo que las manifestaciones son súper violentas. La primera parte quizá es súper creativa y bonita, con cánticos, monos de Piñera, monos de Bachelet, gente haciendo obras de arte… Es típico que después la marcha se detenga frente a un escenario y que empiece un show en el que siempre está Nano Stern [risas] y todos cantan felices. Pero después viene la parte del baile que es la más extensa: cuando los pacos o los chavales empiezan a sembrar el caos. Creo que la manifestación se da en un contexto de mucha rabia que está disfrazada de alegría, porque si no te disfrazas las demandas rabiosas no las puedes vender a los medios. Los pacos necesitan la rabia de los estudiantes y los estudiantes necesitan la rabia de los pacos para funcionar.

¿Qué piensas de la consigna: “Los niñatos que van a las marchas no entienden nada”?
Quienes opinan así están totalmente desconectados con la juventud. Si tú vas a un concierto, ves chavales que son vegan, que tienen ONGs, que hacen jardines infantiles anarquistas, chavales de 15 años que organizan conciertos de 1,500 personas… yo a los 15 años no hacia eso ni en broma. Son jóvenes que leen mucho, que se prestan libros, que están vendiendo vinilos, panfletos… no sé, tienen amigos en Europa y se mandan fanzines en griego, los traducen y se los pasan entre ellos. Hay un movimiento social que está oculto, porque sucede sólo en unos círculos que nadie conoce. […] Cuando los chavales que están tirando piedras me ven, me dicen: ¡Tenemos explosivos! Sé que ese tío me da a entender a mí y a las otras bandas que tienen un discurso armado. Yo les digo: “Pero loco, ¿por qué vas a hacer eso?” Y el loco me responde: “¡La opresión del sistema de no sé qué! ¡Y la plusvalía del trabajador! ¡Y el encuentro de las fuerzas de no sé qué!” “Ya, vale. Tira la piedra” respondo. ¿Qué voy a hacer? Uno no puede desechar la vía de la violencia, porque es una vía totalmente válida. Como dice Gabriel Salazar [historiador chileno]: la violencia se desata cuando se desconoce la ley. Entonces si una entidad gubernamental está desconociendo la ley, ya está aplicando violencia sobre ti. […] Si uno condena la violencia, lo mínimo que puede hacer es condenarla toda. Eliminemos lo violento, pero eliminémoslo de verdad; seamos serios. Si eliminamos una marcha violenta, eliminemos el sistema de endeudamiento, el robo del cobre en Chile, eliminemos Hidroaysén, la contaminación en las comunidades indígenas. Si no la eliminamos, entonces no nos quejemos.

¿Entonces cómo se pueden cambiar las cosas si no es avalando la violencia?
Ahora, hay otras alternativas —que son un poco más mainstream— para provocar cambios sociales. Cosas que se vuelven moda y que es cojonudo que se vuelvan moda. Por ejemplo, el veganismo se volvió moda: vegan friendly, blablabla, el chai latte con soya y todo eso. Y es una tontería, pero es bueno que exista, porque en este caso hay conciencia sobre el otro, sobre el animal. En la marcha es lo mismo, está de moda ir a la marcha y estar en contra. Además las generaciones actuales están hartas de ver a sus viejos cagados de miedo. Para estas generaciones la moda del miedo ya pasó, ahora está la moda de ser súper malos y enfrentarse a la autoridad. Para ellos apareció el anarquismo y la rebeldía social, y ese es su verdadero mantra: la disconformidad, la desobediencia absoluta. Es como que la sociedad les dice: “No puedes ocupar el colegio” ¿Ah no puedo? ¡Tag! Y lo ocupan. Son una generación de acción.

¿Podrías decirnos cómo se puede seguir siendo anarquista en este país?
Mira, el sistema está diseñado para que de alguna manera tú no puedas escapar. Entonces autoproclamarte anarquista y tener cuenta en un banco suena a que eres un idiota. Es delicado el asunto.

Yo me pongo el rótulo de anarquista como provocación para armar conversaciones; pero si fuera realmente anarquista me asaltarían un montón de preguntas: Ah, ¿eres anarquista?, entonces ¿por qué no vives en una comunidad? Supongamos que voy a una comunidad, entonces hay que pagar el suelo de esa comunidad, hay que pagarle el suelo al Estado; entonces ya no soy anarquista, porque tengo que avalar al Estado para tener ese suelo. Entonces, ¿cómo ser realmente anarquista? Para mí la coherencia política no pasa por tener un rótulo y hacer todo lo que le correspondería a ese estereotipo […] Lo difícil es cómo coño vivir dentro de este sistema y encontrar algo que te permita actuar en coherencia con lo que eres. Creo que el anarquismo, el veganismo, el do it yourself de los conciertos o el orden de comunidades, se ven mucho más interesantes cuando están dentro de un sistema; juntas son un pequeño microorganismo, un algo que tiene más importancia que tú o que yo.