Navajas y prostíbulos: lo que aprendí una noche con los taxistas de Barcelona

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Navajas y prostíbulos: lo que aprendí una noche con los taxistas de Barcelona

"Intento ser selectivo con la clase de personas que recojo, aunque tampoco sirve de mucho. Puede ir con traje y corbata y llevar una pistola".

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Amarillo y negro. Personas deambulando por el paseo de la Vila Olímpica, paquistaníes que invitan a "cerveza/beer" y policías que acaban con el "botellón" de unos chavales que intentan escabullirse sin éxito. Una despedida de soltera animada por las insaciables ganas de fiesta de unas turistas inglesas, otros que entran y salen de probar su suerte en el casino y unos luminosos verdes en los que se puede leer "Libre". Ya son las cero horas pasadas y los taxistas de Barcelona esperan a nuevos clientes en la parada que hay entre las torres Mapfre, justo al lado de la zona de discotecas en frente de la playa de Barcelona, para continuar con el servicio de este viernes.

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Artur Petrosyan lleva cuatro años en el sector, garantiza que, aunque no es frecuente, hay quien no ha querido pagar la carrera a más de uno de sus compañeros. "A otro, incluso, le sacaron una navaja y le robaron todo el dinero que llevaba encima", detalla. Hace un silencio y mientras reposa sus brazos sobre el volante, admite que, por este tipo de cosas, intentan ser más selectivos con la clase de personas que recogen, aunque reconoce que "tampoco sirve de mucho. Nunca se sabe, puede ir con traje y corbata y llevar una pistola".

Eluis Berruz en su taxi

Eluis Berruz está en pie, apoyado sobre la puerta de su taxi al tiempo que analiza minuciosamente lo que sucede a su alrededor. Después de siete años en las calles, asegura que la noche suele ser más tranquila de lo que parece, aunque a veces "se puede ver de todo". Comenta que en algunas ocasiones, cuando los clientes van más bebidos, pueden ponerse agresivos o faltar al respeto, pero en su opinión "se ha de dejar pasar, no llevarlo a más. Y si ellos continúan, que se bajen del coche". Considera perfecta la ocasión para citar el single del exnovio de Marujita Díaz: "como dice la canción de Dinio, la noche confunde".

Josep CC espera sin prisa en la cola de taxis que da la vuelta entera a la rotonda que forma la parada. Después de ocho años recorriendo las calles de Barcelona, subraya que este trabajo no es demasiado peligroso. Sin embargo, hubo un día en el que sí temió por su vida: "Llevaba a dos chicos en los asientos traseros y vi como uno de ellos le daba un cuchillo al otro. ¡Los tuve de corbata todo el trayecto! Pero al final quedó en nada, llegamos a su destino y bajaron", recuerda a carcajadas. Por otro lado, me explica que hay una práctica muy común en el sector desde hace años, "le llamamos hacer un puticlub", y —como su nombre indica— se trata de recibir comisiones de los prostíbulos por llevarles clientes.

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Óscar Cano lleva 18 años siendo taxista

Óscar Cano, que es el más veterano de entre ellos —lleva 18 años en la vía— profundiza en el tema. Enciende la luz y rebusca en la guantera entre decenas de papeles algo que aún no ha mencionado. Allí está; enseña un flyer del club de alterne 'Hot Night Palace', en el que se especifica el dinero que los taxistas reciben en función de lo que el usuario paga por la entrada. Por 20 euros; 50 de comisión, si gasta 30; cobran 70, cuando es 40; ellos reciben 100, por 50; 120 y si es 70; 150. Reconoce que aunque no es legal casi todos lo hacen, ya que en una jornada suelen ganar 80 euros brutos y en este caso, en un solo trayecto, pueden llegar a hacer casi el doble.

Guarda el resto de papeles y mientras se mira en el espejo para ponerse bien la gorra, añade que, además, hay un negocio paralelo a esta actividad. "Normalmente un matrimonio, que en la mayoría de los casos uno de ellos está en el paro, coge el coche y salen a captar posibles interesados. El hombre conduce y la mujer se dedica a "pinchar", como ellos lo llaman, a un "guiri" que quiera ir a un club de alterne. Después le acompañan hasta allí y se llevan su pellizco", describe.

De hecho, Cano comenta que, actualmente, entre varios taxistas de la ciudad tienen censadas aproximadamente las matrículas de 2.500 vehículos que realizan esta práctica. Recuerda que esto empezó cuatro años atrás, pero cada vez es más frecuente y "ahora ya es un desmadre". Además, enfatiza en que la gran suma de dinero que se obtiene en pocas horas provoca que se promueva la prostitución, ya que puede haber alguien que no tenga intención de ir a un prostíbulo pero que sea vea incitado por los conductores. Incluso, hay clubs como el "Pussy Cat" o "VillaLola" en los que la comisiones que constan en el flyer solo son válidas con clientes de ciertas nacionalidades, aquellos que consideran que pueden gastar más.

Brian Palacio en su taxi

La historia de Brian Palacio es mucho más breve. Solo lleva un año trabajando en el sector pero ya ha calado cómo es el ambiente nocturno de la ciudad, que "tiene sus cosas divertidas". Subraya que "a pesar de que la mayoría de personas van borrachas, no suelen comportar muchos problemas si llevas bolsas de plástico encima para poder actuar si alguien vomita". Palacio hace una pausa y observa a su alrededor para asegurarse que no se le escapa ningún cliente. Cuando cree que lo tiene todo controlado, explica que "a veces algunas prostitutas te intentan llevar a su terreno". Les pueden pedir que les acompañen a un destino cercano y una vez allí intentan intercambiar los roles, con la intención de dejar de ser ella la clienta para convertirle a él en el suyo. Dos chicos levantan la mano a lo lejos mientras se dirigen hacia él. Cierra la puerta a toda prisa, enciende el motor y suben al coche. Su jornada continúa.

Por su parte, Josep CC continúa a la espera. Aunque está a punto de salir de la parada, aún tiene algo de tiempo. Aprovecha para hablar de otra faceta de los taxis en la que, cuando los usuarios quieren hablar de su vida personal, los conductores pasan a ser psicólogos y el vehículo se convierte en un confesionario. Un mundo aparte dentro de una burbuja que se mueve entre las líneas de Barcelona, una zona de confort fruto de la conversación con un desconocido a quien incluso se le podría explicar lo incontable.