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Cultură

Me sometí a dos operaciones de cirugía estética y fueron una mierda

Quería tener una nariz bonita y acabé pareciéndome durante unos meses al hombre elefante. No lo volvería a hacer, me hubiera quedado con mi tocha de antes.

Fotograma de Cyrano de Bergerac (1950)

Operarse de cirugía estética se ha convertido en una moda más de nuestro tiempo. Ya lo decía el premio Nobel de Medicina brasileño Draúzio Varella: "El mundo invierte cinco veces más en silicona para la mujeres y en medicamentos de virilidad para los hombres que en la cura del Alzheimer, de aquí a algunos años tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven". Tengo amigas que se han operado los pechos o amigos que se han realizado un transplante capilar y que están muy contentos.

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Yo pasé por el quirófano para una rinoplastia. Para entendernos todos es una operación de nariz. Sufrí un golpe muy fuerte jugando un partido de fútbol a los 14 años: de un empujón me golpeé contra el poste de la portería. Como era viernes ese finde me quedaba a dormir en casa de un amigo después de entrenar y no volví a mi casa hasta el domingo por la noche. Llevaba la nariz bastante mal pero como no me dolía demasiado y era un kamikaze no acudí a ningún médico. ¿Pero tu eres tonto o qué? ¿Otra pelea?". "No, el fútbol". Le dije a mi madre que me había pasado el viernes en un entrenamiento con el equipo. No se si fue peor o mejor que haberle contado toda la verdad con pelos y señales.

Fuimos a la Seguridad Social. El médico, mientras me tocaba la tocha ponía caras extrañas, pidió unas diapositivas y se confirmó la tragedia. Al tardar tantos días en ir a la consulta y al empeorar el impacto recibido en el entrenamiento con el Street Fighter del recreo el hueso se había solidificado y la única solución era una cirugía. Pero había un problema. Hasta los dieciocho años no se considera médicamente que eres un adulto y que tus huesos están totalmente formados. Me esperaban cuatro añitos por delante donde mi nariz y yo seríamos dos extraños el uno para el otro. Cada año mi cuerpo cambiaba y ella también. Mi yo de perfil era el de un ser extraño que habitaba mi cuerpo, no me reconocía frente al espejo, ni en las fotos. Intentamos llevarnos lo mejor posible, pero no fue fácil.

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Cuatro años después

Cumplí la tan ansiada edad legal y en verano mis padres cumplieron su promesa y me llevaron a nuestra preciosa Seguridad Social donde me atendió el mismo médico. Entré, me miró a los ojos y me recordó pero no dijo nada. Miró las mismas diapositivas de hace cuatro años y me dijo que no veía necesidad de operar. Que igual respiraba mal por un problema pulmonar y que si me echaba dos veces al día suero en la nariz se me ablandaría la zona.

Mi salvación apareció en una consulta privada. No entré asustado. Tenía tantas ganas de despedirme de esa nariz que me seguía a todos lados que me daba igual todo lo que me dijeran. Solo quería que me operaran lo antes posible. El doctor era un tío que debía estar muy forrado. Operaba una semana en Boston y otra en Amsterdam, tenía la consulta llena de fotos con Monserrat Caballé, José Carreras y gente de la tele. Era simpático y muy directo: "¿Por qué te quieres operar? ¿Cómo te gustaría que fuera tu nariz?". Y bastantes preguntas de carácter muy psicológico. Pensé: "¿Esto es la consulta del psiquiatra o del cirujano plástico?". Años después entendería el porqué de tanta pregunta. "Pueden pasar tus padres. Miren su hijo podría ir al quirófano ahora mismo, está convencido de ello y su razonamiento es pausado y maduro teniendo 18 años. A mi consulta viene gente famosa y no famosa. Alguno que quiere que le ponga la nariz de David Beckham o mujeres que me piden la de Julia Roberts. Si escucho eso les explico que éste no es su lugar y les recomiendo otras clínicas. Mi manera de trabajar es tomarte tus medidas faciales y aplicar la divina proporción de Leonardo Da Vinci. El resultado será una nariz ni fea ni bonita sino la más proporcional con tu cara".

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Sonaba muy bien, aunque solo eran palabras.

Si me hubiera dicho que no me moviera porque me iba a estampar el martillo de Thor en la cara y me iba a operar ahí mismo también me hubiera parecido fenomenal. Una semana después estaba en una cama de la clínica muerto de frío. Me iban a anestesiar y a pasar a quirófano. Estaba tranquilo, mi última imagen fue como en las películas un grupo de gente vestida de blanco mirándome. Desperté, abrí los ojos y me llevaron a planta. Entró el doctor sonriente. "Bueno todo ha ido muy bien. Vas a llevar esa máscara protectora unas semanas. Sé que es verano y sé que es muy incomoda pero no te la toques y, por supuesto, no te la quites. No podrás respirar por la nariz porque tienes dentro hierros y gasas para que no se te hunda el caballete. Respira tranquilo por la boca, no te pongas nervioso, come poco y bebe mucho líquido. Ah, si pueden, quiten o tapen los espejos de casa. La impresión es muy fuerte los primeros días y le puede afectar".

Eso lo escuché. La verdad es que si hubiera sabido lo que venía por delante no me hubiera operado. Llegamos a casa. Los dos primeros días aún podía ver. Al tercero tenía tan hinchados los párpados por la operación que se me cayeron y adiós luz. Fenomenal. De la tensión me dio una ciática en el nervio de la espalda y tampoco podía andar. Me tiraba los días en la cama con una manta eléctrica para el dolor. Sin poder ver, respirando solo por la boca y sin ningún tipo de compañía externa, porque no quería que me viera nadie en ese estado tan patético. Por la noches sufría pesadillas imaginándome que iba a quedar desfigurado, que me iba a ahogar por no poder respirar o que nunca volvería a ver.

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Así que lo poco que comía durante el día, lo vomitaba por la noche de los nervios.

Mis padres no sabían ni qué hacer ya. Un día les dije que me molestaba mucho el pelo con tanto calor, que me lo raparan. Mis decisiones no tenían mucho sentido. En realidad estaba cagado de miedo por la decisión que había tomado de operarme. Y lo que semanas atrás veía clarísimo ahora era un océano de dudas. No me atrevía a mirarme al espejo pero como somos animales curiosos, cuando pude volver a ver quité la sabana que cubría el espejo grande del pasillo y me encontré ante el hijo de el hombre elefante. La imagen aún no se me ha borrado de la mente, fue realmente impactante. Pasó el puto verano y yo encerrado en mi torre como los leprosos de la Edad Media pero mi nariz seguía igual. Debía salir siempre de casa con gorra porque no te puede dar el sol en la piel. Las pocas veces que salía parecía una especie de famosillo estúpido.

Empieza el curso y con él llega la décima consulta con el doctor. "Hay algo que no me gusta en lo que estoy viendo, perdóname pero voy a tener que volver a operarte. No te preocupes esta vez no será con anestesia general si no local. Mañana mismo lo hacemos". Y ahí estaba yo en quirófano con la cabeza casi tocando el suelo y mis pies totalmente boca arriba rodeado de todo tipo de cacharros afilados. Esperando a que entrara mi verdugo y comenzara la tortura. Me pinchó con una enorme jeringuilla con la anestesia dentro de la nariz varias veces. No podéis imaginar lo que duele. Los pinchazos del dentista son pellizquitos de amor comparado con esto. "Bueno vamos a esperar a que actúe", y se marchó dejándome ahí colgado como un rodaballo. Solo veía los tobillos de las enfermeras y escuchaba sus conversaciones. Hacía mucho frío y me estaba mareando. "Este tío no viene. A ver si se me va a ir el efecto de esto y la vamos a liar".

Entra el doctor. A ver. Me toca la cara. "Esto ya está". Joder que si estaba, la zona estaba dormida. Literalmente me podía dejar caer un yunke en la cara que doy fe que la tenía bien anestesiada. Un bonito hierro en forma de gancho parecido al del dentista estaba rascando cosas en mi nariz y sacando trocitos de hueso. "Bueno, no muevas mucho el cuello ahora por favor y no pienses en nada·. Vi que se acercaba una lima similar a las que usa un carpintero para pulir la madera. "¿No quieres también una llave allen?" pensé. Qué bien, me sentía como un mueble del IKEA.

El tío empezó a limar los huesos de la nariz con todas sus fuerzas. Parecía que me iba a estallar la cabeza mientras no paraba de escupir sangre por la boca y la nariz como si fuera una fuente. "Relájate y no pienses en nada". Pero cómo no voy a pensar en nada si parece que están arrancando una Harley Davison encima de mi cabeza. Cerré los ojos y creo que en algún momento dejaron de practicar el medievo con mi nariz. Ya ni sentía ni padecía. Estaba tan mareado que todo me daba igual. Me podía haber quitado los dos riñones también que ni me hubiera dado cuenta. Ya está. A casita.

Un mes después

"No me gusta lo que veo. Se puede pulir más. Lo vamos a dejar mucho mejor no te preocupes. Te cito y en dos días de nuevo a quirófano". Volvíamos mi madre y yo a casa. La miré, me miró y ambos entendimos con nuestras miradas que era la última vez que visitaríamos la isla del doctor Moreau. No me quería convertir en su coballa, no quería superar el récord de operaciones de Michael Jackson ni quería tener la nariz de Brad Pitt. Solo quería no volver jamás a esa clínica.