El delincuente londinense que se gastó un millón en droga y ahora es educador social

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El delincuente londinense que se gastó un millón en droga y ahora es educador social

Así es como un hombre pasa de ser un criminal drogadicto a ser un prestigioso educador social.

Paul Hannaford. Todas las fotos por por Chris Bethell.

La semana pasada hablé con cuatro miembros de una antigua banda delictiva de Londres para comprobar si sus experiencias coincidían con el retrato que nos ofrecen los medios de las bandas de la ciudad. Pese a que todos eran personajes interesantes, la historia de uno de ellos me impresionó especialmente porque iba más allá de su implicación en estos grupos.

Tras pasar una época enganchado a la heroína y ser expulsado de la banda que lideraba, Paul Hannaford finalmente logró dejar la droga y decidió abandonar también su vida de delincuente. El único problema era que no tenía estudios ni forma de ganarse la vida. Pero siendo como era un hombre de recursos, sacó partido de su pasado y se ofreció a dar charlas remuneradas en escuelas y clubes, presentándose como ejemplo de lo mucho que te pueden joder las drogas.

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La sinceridad de Paul en sus charlas lo distinguían de los típicos oradores –policías y trabajadores de ONG- y pronto empezó a celebrar hasta cinco sesiones al día; abrir los ojos de los chicos a los horrores de las drogas duras se había convertido en su trabajo. Me impresionó no solo el hecho de cómo había logrado darle la vuelta a la situación en su favor, sino que estuviera dispuesto a compartir información que la mayoría de los exadictos preferirían mantener en secreto.

Desde luego, si de niño hubiera escuchado la historia de su vida, me habría apartado por completo de las drogas duras sin dudarlo. Ese fin de semana volví a quedar con él para que me explicara más cosas, especialmente referentes a su papel como educador sobre drogas.

VICE: ¿Cómo empezaste a dar estas charlas?

Paul Hannaford: Uno de mis amigos daba charlas a los chicos y pensé que también yo podría hacerlo. Me presenté en un centro cívico, hablé con 10 chavales y les encantó. Al día siguiente fueron al colegio y se lo comentaron a su profesor, quien contactó con el consejo, el consejo contactó conmigo y celebramos una asamblea. Ahí empezó todo. A día de hoy ya he hablado con un cuarto de millón de niños, algunos de solo seis años.

Supongo que cuando te diriges a grupos de tan corta edad moderas un poco el contenido, ¿no?

Por supuesto. Cuando voy a escuelas primarias no les cuento la parte en que me corté las venas o cuando me embadurné de mierda. No lo entenderían.

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¿Te cubriste con mierda?

Sí, no me llevaba bien con la policía. Me cabreé cuando me enchironaron y me peleaba con ellos. Una vez intenté darle un puñetazo a un sargento y los otros policías me metieron de cabeza en una celda. Pensé, «Aquí me van a dar una paliza; vamos a igualar un poco las cosas». Así que me desnudé, cagué en el suelo, cogí mis propias heces y me las unté por todo el cuerpo. Cuando volvieron para darme, corrí hacia ellos. Al final acabaron rogándome que me lavara y que saliera de allí.

Otra vez, estaba saliendo de Debenhams cuando la policía me arrestó y me llevó a la comisaría. Yo estaba muy cabreado por que me hubieran enchironado y además tenía el mono de heroína y crack, así que pensé, «Vale, me voy a escapar». Pulsé el timbre de la celda y cuando vino el guardia, le dije, «¿Puedo ducharme y afeitarme?». «Vale. Vuelvo en un momento», me dijo. Una hora después, abrió la puerta de la celda y me dijo, «Ven conmigo». Lo seguí a la ducha y allí me dio una pastilla de jabón, una toalla y una cuchilla. «Date prisa», dijo, «dúchate y aféitate y de vuelta a la celda». Cogí la cuchilla, la rompí, me desnudé y varios minutos después me corté las muñecas delante de él. «Arregla esto», le dije. Me salía la sangre a borbotones. La policía me llevó al hospital, donde me operaron. Cuando desperté, no había policías en la habitación, que era lo que yo estaba esperando. Me escabullí del hospital esa misma noche y escapé.

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Entonces, ¿tu plan funcionó?

Funcionó, pero tuve que mutilarme y casi muero intentado salir para meterme un pico.

Supongo que no se puede considerar una victoria, viéndolo de esa forma. ¿De qué otros incidentes les hablas a los chicos?

Pues les cuento cómo era. El primer año que estuve enganchado a la heroína perdí casi tres kilos. En dos años empecé a inyectarme, primero con agujas pequeñas. Me destrocé todas las venas de la mano, así que seguí con las de los brazos, el cuello, el pene, los dedos de los pies… por todas partes. Luego empecé a fumar crack. La cocaína en crack está lavada con amoniaco o con bicarbonato de soda. Cuando eso te llega al torrente sanguíneo, al cabo de un tiempo las venas se te endurecen mucho. Se me rompieron varias agujas dentro de las venas pero no fui al hospital hasta varias semanas después. Cuando por fin fui para que me las quitaran, el médico me dijo que tenía una infección. Después de aquello, pasé a las agujas más largas. Mira, te las enseño. Las llevo en la bolsa.

[A continuación, Paul sacó varias jeringas y las soltó sobre la mesa del Starbucks en el que estábamos.]

Había empezado con estas agujas pequeñas, pero me quedé sin venas. El médico me dijo, «El único sitio que te queda por pinchar es la arteria femoral». La arteria femoral está en la parte interna de la pierna, pasa por la ingle y va directa al corazón. La mejor forma de acceder a ella es por la ingle, pero esa aguja era muy pequeña, así que tuve que empezar a usar una de estas [coge la aguja más larga que he visto en mi vida]. En aquella época me gastaba unas 400 libras [570 euros].

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Usas mucho material gráfico en tus charlas, como fotos de la herida que tienes en la pierna llena de gusanos. ¿Cuál es la historia de esa herida?

Se supone que solo puedes usar las agujar una vez y luego debes tirarlas, pero yo usaba la misma 50 veces. Con los últimos diez pinchazos la punta estaba tan desgastada que tenía que hacer fuerza para llegar a la arteria. Cuando sacaba la aguja, salía sangre y membranas por el orificio. Al final tenía la pierna llena de coágulos de sangre hinchados como globos. Cuando eres adicto al crack y la heroína, te rascas mucho, así que se me formó una pequeña costra del tamaño de una uña. Para que algo se cure hace falta que fluya la sangre, pero como yo tenía tantos coágulos en la zona, la costra pasó de ser pequeña a ser un agujero que llegaba hasta el hueso y que se extendió desde la rodilla al tobillo.

Incluso nueve años después de dejar de consumir droga, a Paul todavía le sangra la pierna con frecuencia.

Suena horrible.

Sí, se me puso tan mal que no podía ni caminar. A pesar de todo, yo seguía necesitando 400 libras cada siete días. Hace muchos años, cuando era el líder de una banda, escondí un revólver en la parte trasera de un local de comida rápida. Lo recuperé y comprobé que aún funcionaba. Entonces me dediqué a robar a camellos. Los traficantes de las islas occidentales a los que robaba no eran unos mindundis. Me dejaron bien claro que si me pillaban, me torturarían y luego me matarían.

Una de las bolsas que robé una vez estaba llena de heroína pura. Me inyecté una sobredosis y sufrí un infarto. Me desperté en el hospital horas más tarde. Un médico me dijo, «Has estado clínicamente muerto durante dos minutos. Te hemos vuelto a poner en marcha el corazón». «¿Dónde está mi ropa? Me marcho», respondí. «No, no te vas a ninguna parte. Si te vas, morirás. Tienes septicemia y neumonía», me dijo. Le aparté de un empujón y me marché, porque había dejado la bolsa que había robado en un antro de adictos al crack y sabía que era cuestión de dos o tres días que alguien lo encontrara y lo vendiera o lo consumiera. Para llegar allí tenía que pasar por delante de la comisaría, donde me buscaban. Entonces pensé, «O voy a buscar la droga y muero o entro en comisaría y vivo».

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Me arrastré hasta la comisaría, fui al mostrador y me puse a llorar. Me arrestaron y me llevaron de vuelta al hospital, donde me pusieron gusanos en el agujero para limpiarlo de tejido muerto. Después, contacté con una clínica de rehabilitación de Somerset y empecé a recuperarme lentamente. Pronto hará nueve años que no tomo alcohol ni drogas.

¿Dirías que el subidón que te da ayudar a los niños a ir por el buen camino ha sustituido al subidón que obtenías con las drogas?

Sí. Me considero afortunado de estar vivo y poder dar estas charlas. Una vez, un médico me dijo que las probabilidades de sobrevivir a siete puñaladas, dos sobredosis y a un gasto de un millón de libras en crack son de una entre un millón.

¿Cómo fue lo de los apuñalamientos?

Por las bandas y por deber dinero a los camellos. A veces la pelea era solo por 50 libras. Te apuñalaban en el culo o en la pierna. Una vez casi me cortan un dedo cuando me dieron una puñalada en la mano derecha… Tengo agujeros por todas partes. Esa es la vida que te espera cuando te mezclas mucho con bandas y eres un heroinómano. Habrá violencia y traiciones. Por eso mi deber es asegurarme de que esos niños no acaben como yo.

Gracias, Paul. Buena suerte con tus charlas.

Traducción por Mario Abad.