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Música

Aguaceros, trenzas y realidad virtual: un día en el Sonar de día

Oscar Broc fue al Sónar de Día y esta es su crónica del ambiente que se encontró.

Todas las fotos por el autor

Y las gentes del Sónar de Día descubrieron la lluvia. Hubo minutos de desconcierto. Toda una vida sometidos a la canícula barcelonesa de junio, acostumbrados a ir en bolas, entregados por completo al sofoco… Y cae la tormenta padre. Y resulta que moja.

Durante los 15 minutos de Ragnarök acuífero, reinó una delirante confusión en el césped: clubbers corriendo despavoridos como gallinas decapitadas; trappers desorientados buscando asueto en las carpas, chocando entre ellos como canicas en un Titanic que se va a pique.

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Chanclas extraviadas. Gorros volando. Chubasqueros a la fuga. Si alguien hubiera puesto por megafonía un sample de Pedro Piqueras berreando lo de "frío, viento, nieve, ¡apocalíptico!" más de uno se habría metido debajo de un foodtruck en pleno ataque de pánico.

En la pista del Village, la piel de los enajenados que bailaban bajo la tormenta, curtida durante tres días de insomnio y farmacia, repelía los goterones y mantenía a los kamikazes más secos que la mojama. O eso creían ellos. Peña abriendo la boca y bebiendo del cielo. Algún que otro flipado new age, empapándose a conciencia, sintiendo el poder de la madre Tierra con trap de fondo… Admitámoslo, el chaparrón fue divertido.

Algo raro y líquido estaba ocurriendo allí, y muchos se bloquearon ante tan exótica variable. Hacía eones que a nadie se le mojaba el culo en el Sónar de Día. Y lo digo en el sentido más literal: los más incautos (o ebrios) se sentaban en el césped sin considerar que la alfombra verde había chupado toda el agua. Se multiplicaron de forma exponencial los traseros mojados con manchurrón tibio en forma de pizza.

Muchos maldecían el chapapote nalgar, pero ya era demasiado tarde: estaban condenados a arrastrar esa mácula en el ano durante lo que quedaba de festival, y no parecían entusiasmados ante la idea de andar con las criadillas en salmuera.

Cuando volvió a salir el sol, la franja del fondo, bañada por los últimos rayos de la tarde, se llenó de lagartos technoides en remojo. Los damnificados se secaban como lomos de bacalao. Algunos se ajustaban una prenda improvisada en el festival para protegerse los pies del aguacero: hablo de bolsas de plástico en lugar de calcetines. El ser humano plantándole cara una naturaleza hostil, adaptándose al zarpazo de Dios.

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La borrasca generó escenas inusuales en el Sónar de Día. ¿La más llamativa? Gente vestida. Años y años de turgencias, depilaciones brasileñas, shorts microscópicos, chulazos sin camiseta, tetas y escrotos… Y en esta edición, todas esas imágenes se perdieron como píldoras en la lluvia.

Rebecas, pantalones, hoodies, ¡demasiada ropa! Eso sí: el baile de disfraces quedó asegurado. Menos carne supone más postureo, y con el frescor, los modelitos se extremaron. Florecieron los looks híbridos, imitadores de Anohni, hombres con minifalda, conatos drag cyborg y una de las anomalías pachangueras que más me fascinan de Sónar: grupos de amigos disfrazados.

Un alemán embutido en un traje de dinosaurio de espuma, inglesas vestidas de Minnie Mouse, manadas de fiesteros con la misma camiseta, como si estuvieran en una despedida de soltero… A eso me refiero.

Por cierto, ¿qué ha pasado esta edición con las trenzas hip-hop, estilo Million Dollar Baby? Me refiero a unas trenzas urbanas de boxeadora/ bailarina de trap/ chica de la calle que lucían infinidad de chicas. Cada año se pone de moda algún peinado o complemento, y las robustas trenzas de Hillary Swank fueron el gag capilar recurrente.

Una muestra

Mención especial para el chico que llevaba una camiseta con la portada del Unknown Pleasures de Joy Division y la frase "Rocío Jurado: Como Una Ola". Y bravo por el desfile desmesurado de gorros absurdos con forma de animales, turbantes, sombreros de paja y otros utensilios para cubrirse la cabeza. Todos sacaron sus mejores boinas, trappers, clubbers, ravers, hipsters y yayos. Muchos yayos.

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En el Sónar de Día hay una atmosfera de prejubilación clubber que se intensifica cada año: esta edición el incremento de señores mayores ha sido asombroso. El grueso de los puretas de Sónar de Día, el perfil más emergente esta edición, se compone de personas de cuarenta y tantos y cincuenta y pocos, cuya mente ha quedado atrapada en una rave de Monegros del 97. Mientras su cuerpo se pliega a las exigencias del paso del tiempo, su cerebro flota en una sesión perpetua de Marco Carola.

Me topé con varios grupos de señoras fiesteras que adaptaban un look raver rabiosamente 90s a la actualidad; una mezcla de estilos a medio camino entre Bebe, Martirio y la cantante de Die Antwoord. Panzas, calvas, gafas de farmacia para leer de cerca la programación. Tos. Reuma. Nunca se había visto tanta madurez en un recinto de música electrónica.

Si esto sigue así, habrá que poner mesas con dominós, botellas de Soberano y un escenario con DJs de la tercera edad, como Sven Väth, Francesco Farfa y cosas así. De hecho, a este ritmo, en un par o tres de años, los retoños ya habrán cambiado la voz y sus padres podrán ir al Sónar con ellos a pegarse la fiesta.

Otra cosa, ¿de dónde salieron tantos niños en el Sónar de Día? Hay una explicación clara: dejar a tus hijos con los yayos un par de ediciones cuela, pero los viejos no van a claudicar cada año, ya saben de qué va la película. Seguro que muchos de los renacuajos que andaban por ahí, protegidos con auriculares aislantes, estaban en el festival no tanto por la molonidad de sus padres como por la negativa de sus abuelos.

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Eso sí, a pesar del salto generacional entre swaggers y papis, es indudable que en el Sónar existe un punto de encuentro para ambos universos. Cuando se trata de sacar el móvil, grabar un concierto entero con el dichoso aparato, perderte el show y jodérselo al que tienes detrás, todos, viejos y jóvenes, somos iguales. Inhibidores de smartphones en festivales ya, por favor.

Hablando de aparatejos, En el Sónar +D -un paraíso para el nerd, un orgasmo tecnológico de mamotretos imposibles, cajas de ritmos, ordenadores, mesas de mezclas y phasers de Star Trek- se produjo uno de los metaguiños más curiosos del festival. Realidad virtual dentro de la realidad virtual del Sónar de Día. Un sueño dentro de un sueño ¡Inception mix!

En el sector Realities +D, los visitantes más curiosos y sosegados se movían torpemente con unas gafas alienígenas encajadas en el rostro, como sonámbulos palpando el vacío. Tuvo su gracia observar a un señor panzudo y entrado en años desplazarse desorientado con las lupas futuristas y los cables, ayudado por uno de los técnicos: era una hilarante mezcla de cyborg postapocalíptico y peñista del Avilés.

Después de Matrix, con la certeza de que la senectud no está reñida con la música electrónica, la sensación de salir de una guardería techno y la sonrisa de habérmelo pasado jodidamente bien, decidí abandonar el Sónar de Día cuando ya era de noche, dejando atrás a tipos bailando completamente solos que parecían comunicarse con con alguna conciencia interdimensional, parejas abrazadas durmiendo en el césped y cuerpos rotos en los sofás blancos del stand de una marca.

Después de arrancarme las bolsas de plástico de los pies, quitarme la pulsera a mordiscos y parar a un taxi, me golpeó el fogonazo: se me había olvidado jugar una partida al futbolín de seis metros de largo de la Zona Pro. Mierda.

Queda pendiente para el año que viene