Artículo publicado por VICE México.
De American Pie conocía sólo el nombre. La consideraba un material que todo adolescente debía ver para poder se parte de un círculo juvenil en el que las conversaciones se nutrieran de aportes textuales o recreaciones escénicas de esta producción. También la tenía asociada como una película de contenido sexual, bastante atractivo para mí en ese momento. Recuerdo vagamente que había una escena de alguien masturbando un pastel que llegó a mi mente como cortesía de un amigo, esto era importante porque en una escuela católica —como en la que iba—, si no nos hablaban de sexualidad, menos nos hablarían de cómo estimular sexualmente a alguien: American Pie era como un referente académico, popular y, según yo, medio trunco, que podía iniciarte en las finas artes de los placeres sexuales, pero a pesar de tener estos datos, nunca pude verla. Siempre se interpuso algo.
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Antes de verla leí algunas cosas interesantes: se estrenó en 1999 —hace casi dos décadas— y se produjo con un presupuesto de 11 millones de dólares —cerca de 647,058 tartas de manzana—, se distribuyó a través de Universal Pictures —los mismos que promovieron Rápido y Furioso, Parque Jurásico e E.T— y fue editada por Priscilla Nedd-Friendly —misma editora de Stuart Little 2 y La Propuesta—; el resto de la película corrió a cargo de seis hombres repartidos en escritura, producción y dirección: los hermanos Weitz, Craig Perry, Warren Zide, Chris Moore y Adam Herz.
Este mes, el 9 de julio, American Pie cumplió 19 años, por eso decidí verla, y una vez que desempolvé el esqueleto wikipédico de la película, me di a la tarea de buscarla, verla por primera vez y hacer una bitácora con lo más impertinente, esto debido a los comentarios aislados que escuché sobre ella en una conversación donde no la bajaban de misógina, inapropiada y poco inteligente, pero eso sí, muy popular.
American Pie está llena de ideas falsas, pero hay dos que me llamaron mucho la atención: la idealización de la virginidad, y la relación ilusoria-codependiente que construyeron entre el sexo y el amor. Personalmente perdí mi virginidad en el baño de un cuarto de hotel en Acapulco —a esa edad precisamente—, borracho y con una amiga. No nos dijimos “te amo” ni empezamos una relación después de coger, nos gano la curiosidad como a muchos otros. Así, sin más. También tuve una novia que encajaba perfecto en el personaje de Victoria, y que nunca logró convertirme en el Kevin que quería que fuera. Esos mismos Kevin y Victoria que consensuan sus cogidas a punta de te amos y falsas expectativas. Luego tuve una Jessica a la que amé mucho.
Vayamos a la película: comienza con una fiesta en la que nuestros cinco protagonistas hombres están completamente seguros de que tendrán sexo con alguien —cabe destacar que todas las relaciones son heterosexuales—, esto debido a que en esa fiesta iban a haber colegialas y alcohol. Y colegialas y alcohol, según la cultura pop, quiere decir sexo casual. (?)
Jim es un imbécil, lo detesté desde el principio por todos los aspectos que caracterizan su personaje; en mi secundaria había muchísimos de estos. No pude evitar relacionarme con Michelle, yo también estaba en una orquesta. Ahora entiendo tanto bullying.
Posteriormente, en la película, hablan de algo que me remontó a esos años de hormonas y excitación adolescente: las bases. Las bases se diseñaron para sintetizar aspectos generales del sexo y encasillarlo en tres niveles de interacción sexual: besos, masturbación y sexo. Ahí fue cuando recordé la escena de la tarta de manzana dedeada.
Hasta esta parte de la película sentí extraños muchos diálogos, pero donde comenzó la incomodidad a fondo fue en la fiesta de Steve Stifler, un pésimo retrato de Don Juan que legitimaba su popularidad a través de poner su casa para hacer pedas. Stiflers también había muchos en mi secundaria. De los fastidios de Stifler que pude destacar en esa primera fiesta, resalto algunos: le da una nalgada a una de las invitadas; le arrebata un trago a otra chica para dárselo a Nadia y decirle: “regreso más tarde” en modo Casanova; se refiere como “perras” a dos chicas y a lo largo de su aparición, sólo celebra la presencia de los hombres invitados, personajes que están ahí para, en sus palabras, “estudiar a las mujeres invitadas” a los “buenos ejemplares”.
En esa fiesta su fragilidad masculina los traiciona, de ahí surge “la unión”, porque la unión hace la fuerza y quizás esa sería la única forma en que podrían perpetrar la tradición ilusoria de lograr experimentar una relación sexual antes de graduarse. En palabras del mentiroso de Sherman —que también había varios en mi secundaria—, deben lograr convertirse en robots sexuales. Ahí comienza la misión de hacer todo lo posible por conseguir que todos los miembros del grupo se acuesten con una mujer a contrarreloj.
Chris Ostreicher, hasta ese momento, seguía siendo un imbécil. Minutos antes le había dicho a una chica en su auto, literalmente: “Chúpamela, muñeca”. Esa misma chica, es, quizás, el detonante del cambio de actitud de Chris, después de orientarlo un poco. En ese momento todo cambia. El gancho sentimental de la película, el héroe de la humanidad, el aparentemente ex-macho, la nueva cara de los príncipes de Disney ha llegado: Chris Ostreicher.
La participación de Chris en el coro también da mucho que cortar: Stifler, por ejemplo, le sugiere que “vuelva a encontrar sus bolas”, porque en la película y en mi secundaria, el coro es para mujeres y hombres homosexuales y personas sin testículos. No perdamos de nuestra mente que Chris entró al coro porque lo imaginó como: “una fuente virgen de mujeres”.
La aparición del padre de Jim es simpática, es un buen pedazo de comedia, aunque también tiene sus debilidades: la heteronorma del padre se distingue a leguas, y no para de estereotipar a la mujer, tanto estéticamente, como corporalmente, en este caso: el pubis y los senos. A pesar de que la participación del padre no es la mejor y coerciona las decisiones de su hijo, es importante tomar en cuenta que durante esa época, hablar de sexo se limitaba a óvulos y espermas en libros de biología.
Y minutos después de esto es la escena cumbre, la que no esperaba: Jim se coge la tarta que su madre cocinó.
Para este momento, se comienza a distinguir que los cambios ficticios en el comportamiento de Chris con la intención de penetrar a una mujer, comienzan a convertirse en rasgos de su propia personalidad: Chris ya es bueno.
Después de esto, cuando no creía que podía convertirse en algo peor, el imbécil de Jim graba a Nadia en su cuarto, primero masturbándose y luego junto a ella, todo esto para satisfacer las necesidades voyeuristas de él y sus amigos. El giro gringo: se lo envió por error a todos los alumnos de la escuela. Aquí hay dos cosas que me preocupan, además del abuso protagonizado por Jim, la poca importancia narrativa que le dan a Nadia después de hacer público el video y, en términos prácticos, que se haya normalizado esta práctica, porque, por ejemplo, todos conocemos a alguien que después de ver una serie de narcotráfico en LATAM termina hablando con acento sudamericano. Y cuántos no conocemos a personas que difunden fotos y videos de mujeres sin su consentimiento. Como escuché por ahí: “Las series se desprenden de la realidad y la realidad de las series.” Y en este caso es una película ultra popular.
Además de los enlistados arriba, hay cientos de ejemplos más que hacen que American Pie entre en mi estante de películas homofóbicas, machistas, misóginas y segregacionistas. Es aterrador que tanta gente la haya visto sin ponerle atención a las consecuencias, y no se trata de jugarle al santo, pero a los 13 años, ver una película que normaliza el abuso sexual, convierte en objeto a las mujeres, se escribe con la pluma más grande de la heteronorma, pisotea la homosexualidad, pone a competir la virginidad y fomenta el tráfico de porno ilegal, es, sin duda, una de las peores películas para verse como adolescente y mil veces menos útil que otro tipo de producciones como Kids (1997) de Larry Clark.
Y sobre el cierre de la película, más gringo que los hot-dogs y los “¿quieres ser mi novia?”, sólo tengo algo que decir:
Coger es sucio: hay sudor, telas mojadas, secreciones, a veces sangre y gritos. Para coger no hay que amarse y coger por amor es un acuerdo moderno que se ha fortalecido, como hemos visto, en la televisión y la cultura popular. Derribemos nuestras fronteras personales y hagamos de nuestro culo un papalote responsable.
Me hubiera gustado conocer más Jessicas y Chrises —cambiados— en mi secundaria, si los había, pero en menor densidad. También habría preferido que en mi secundaria no hubieran echado a la calle a la niña puta que dejó que su novio le tomara una fotografía en su cuarto, y que después compartió con todo el colegio, igualito que el imbécil de Jim, Kevin, Finch y Stifler. También me hubiera sentido mejor si no le hubieran pedido al niño joto de mi primaria que se fuera a otra escuela. Y creo que lo que más disfrutaría sería que las decenas de conocidos que tengo, hasta la fecha, lograran renunciar a parecerse a los ilustres personajes de American Pie.
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