El retrato presidencial de Trump de Jim Carrey merece estar en el Smithsonian

Jim Carrey, actor y aspirante a dibujante político, acaba de agregar otra pieza a su colección. Probablemente, es su mejor trabajo hasta ahora, un dibujo del presidente Trump semi desnudo disfrutando de lo que parecen ser dos bolas de helado de chocolate. “Tú gritas. Yo grito. ¿Algún día dejaremos de gritar?” (2018) es una maravilla, una expresión honesta, una artesanía, una pieza invaluable de arte moderno. En resumen, merece estar en el maldito Smithsonian.

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Y ese es exactamente el hogar que el artista le concibió, al solicitarle a la National Portrait Gallery que convirtiera la obra maestra en el retrato presidencial oficial de Trump. Y con razón: tan sólo con mirar la textura afelpada de la túnica azul de Trump, la tensión en su mandíbula y los garabatos en forma de gusano de su pelo en el pecho, es natural imaginar que la pieza se cuelgue al lado del retrato de Barack Obama hecho por Kehinde Wiley, o el de Michelle de Amy Sherald. Hay que tener en cuenta cómo el dedo índice de Trump acaricia cautelosamente su pezón color camarón, el trabajo de Carrey es básicamente un ganador.

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Algunos dirán que la carrera de Carrey es demasiado efímera como para merecer el honor de elaborar el retrato oficial del presidente, una crítica justa. Pero mi respuesta sería: ¡ve cómo ha evolucionado! Ha llegado muy lejos desde sus humildes comienzos como amateur, cuando ni siquiera se podía reconocer a quién demonios estaba dibujando.

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O aunque se pudiera, parecían neandertales.

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También se ha vuelto más sutil, en lugar de pintar al presidente cogiéndose a una actriz, o retratar a los hijos de Trump corneados por un elefante, ha tonificado su lascivia, optando por algo simple y sin adornos en lugar de algo mucho más obsceno.

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Contemplemos una vez más los ojos azules de Trump, medio cerrados y llorosos de placer, el peso de su misterioso peluquín y los colores poco ortodoxos y vívidos con el que Carrey lo representa. Admiremos los audaces trazos de lo que parecen ser marcadores rosa y naranja brillantes, la cálida y roja lengua y la atención al detalle en la sombra proyectada por el tazón de helado.

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Es glorioso. Es innovador. Es perfecto. Es, en una palabra, arte. Si eso no merece estar en la Smithsonian, no sé qué más podría.


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