Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
En 2006, el neurocientífico Adrian Owen y sus colegas informaron sobre el caso de una mujer en estado vegetativo a la que se le pidió que se imaginara jugando tenis. Su cerebro mostraba un patrón de actividad casi idéntico al de una persona sana. “No estaba en estado vegetal para nada”, escribió Owen en su libro Into the Grey Zone: A Neuroscientist Explore the Border Between Life and Death. “Nos estaba respondiendo y hacía todo lo que le pedíamos”.
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Desde finales de los 90, Owen ha estado buscando signos de conciencia en personas que parecen no tener ninguno. Sus pacientes tienen trastornos de la conciencia, que resultan de lesiones cerebrales traumáticas u otros incidentes que cortan el oxígeno del cerebro. Los trastornos de la conciencia son diferentes a los comas; en estados vegetativos o de mínima consciencia una persona está despierta, pero no consciente. Sus ojos pueden estar abiertos, ocasionalmente se mueven y tienen una presencia misteriosa.
Owen y otros han publicado trabajos que dicen que entre el 15 y el 17 por ciento de los pacientes con trastornos de la conciencia puede producir respuestas cerebrales, como la mujer que se imaginó jugando tenis. Existe un avance en el establecimiento y la aplicación de mejores pautas para diagnosticar los trastornos de la conciencia, pero ahora hay un problema mayor: aunque los médicos mejoren en el diagnóstico de estos estados, no se conocen muchas formas de tratarlos.
Un documento publicado la semana pasada en The Neuroscience of Consciousness examina una propuesta diferente que se realizó en abril: darles a los pacientes con trastornos de la conciencia psilocibina, el ingrediente activo de los hongos alucinógenos, para ver si la conciencia podría restaurarse de alguna manera.
Andrew Peterson, profesor asistente en el Instituto de Filosofía y Políticas Públicas de la Universidad George Mason, dice que su reacción instintiva cuando supo de esta propuesta fue: “¿Estás drogado?” (chiste intencional). Pero después, pensó que valdría la pena considerarlo.
En el nuevo estudio, Peterson y su coautor, el neurocientífico Enzo Tagliazucchi, aplicaron a la idea un modelo ético llamado Value-Validity Framework —una forma de evaluar si los resultados de una prueba valen la pena según la carga que supone para los pacientes—. Su artículo no es un aval ni un menosprecio del concepto, dice. Al contrario, Peterson espera que sea una guía para cualquiera que quiera realizar una investigación sobre la conciencia.
La idea de darles psilocibina a pacientes con trastornos de la conciencia se basa en teorías sobre la complejidad y la conciencia del cerebro. La complejidad del cerebro es el nivel en el que las diferentes regiones del cerebro se comunican entre sí, y los estados más bajos de conciencia están asociados con una menor complejidad.
Los psicodélicos parecen aumentar los niveles de complejidad más de lo normal, dice Gregory Scott, neurólogo del Imperial College de Londres y autor del artículo de abril. Existen múltiples ejemplos de la relación entre la complejidad del cerebro y la conciencia, y evidencia de una mayor complejidad del cerebro en personas sanas que reciben psilocibina, pero el vínculo entre la psilocibina y las mejoras en la conciencia aún no está resuelto. Es por eso que Scott y su coautor, Robin Carhart-Harris, jefe del Grupo de Investigación Psicodélica en el Imperial College, propusieron tal prueba.
“La forma simple de formularlo es que los trastornos de la conciencia tienen baja complejidad, y estas drogas parecen aumentar la complejidad”, dice Scott. “Veamos qué hacen estas drogas en los trastornos de la conciencia. ¿Podrán aumentar la complejidad y, en consecuencia, aumentar los niveles de conciencia?”.
A través de una prueba, pudieron medir el valor terapéutico de la psilocibina y también aprender algo sobre la conciencia, dice Scott. La psilocibina interactúa con un tipo particular de receptor de serotonina y aumenta la actividad de las neuronas con muchos de esos receptores. Esas neuronas se concentran en partes del cerebro que han sido implicadas en la conciencia, y ver cómo responden podría guiar nuestra comprensión de qué tan cruciales son estas áreas.
Scott y Carhart-Harris sugirieron comenzar poco a poco, primero en sujetos sanos, que estén sedados o durmiendo, para ver cómo la psilocibina afecta la conciencia y la complejidad en esos estados. Si esos resultados son prometedores, y el diseño del estudio demuestra ser seguro, solo entonces pasarían a pacientes que tienen alguna forma de trastornos de la conciencia.
Todavía no existe tal prueba, y hacer cualquier tipo de investigación en personas con trastornos de la conciencia es éticamente complicado. No pueden dar su consentimiento o decir si lo que se está haciendo les está haciendo daño. La psilocibina recibió la designación de “Terapia innovadora” por la FDA para pruebas en depresión resistente a tratamientos, pero los pacientes con trastornos de la conciencia son completamente diferentes: muchas veces tienen el cerebro lesionado y enfermedades de comorbilidad. El hecho de que se haya considerado seguro para las personas deprimidas no significa que aplique también para las personas con trastornos de la consciencia.
Una de las preocupaciones éticas es la paradoja de la autoconciencia. Si bien el objetivo final es restaurar la conciencia, ¿qué sucede si al hacerlo, haces que alguien sea más consciente de su situación, su lesión, su calidad de vida y termines infligiendo dolor emocional o físico?
También está la posibilidad de ocasionarles un “mal viaje”. Tagliazucchi dice que con ayuda, las personas pueden manejar cualquier situación de ansiedad que pueda surgir. Pero como los pacientes con trastornos de la conciencia no pueden comunicarse, el “mal viaje” podría ocurrirle “a un individuo completamente aislado, y esta es una situación a la que nunca nos hemos enfrentado en nuestra investigación con participantes sanos”.
Estos resultados son preocupantes, pero el propósito del nuevo artículo de Peterson y Tagliazucchi es considerar la ética como lo haríamos con cualquier otra intervención. ¿Los psicodélicos plantean problemas éticos únicos? “No necesariamente”, dice Peterson. “Los psicodélicos solo son un tipo de medicamento nuevo que podría (o no) ser eficaz para este propósito clínico”. (Ambos señalan que ya se están probando medidas más invasivas como la estimulación cerebral profunda en estos pacientes, ¿eso es ético?)
El hecho de que una población necesite opciones con urgencia no significa que los investigadores tengan que ensayar cualquier cosa, dice Owen. Pero cree que la indecisión sobre los psicodélicos no debería impedir que las personas lo consideren, y que vale la pena realizar un ensayo cuidadosamente diseñado y seguro. Después de todo, cuando comenzó a estudiar la conciencia en pacientes vegetativos, la gente pensó que era una pérdida de tiempo y recursos. “Si hubiéramos sucumbido a esas reacciones ‘instintivas’, nunca hubieran ocurrido 20 años de ciencia extremadamente valiosa”, dice.
Scott siente que no hacer nada no es la opción más ética, especialmente a medida que aumenta el número de personas que terminan en estos estados. Las personas que sufren lesiones cerebrales traumáticas o ataques cardíacos durante los cuales sus cerebros se ven privados de oxígeno tienen más probabilidades de sobrevivir si hay una mejora en la medicina.
“Que nos digan que no podemos hacer nada por asuntos éticos, que deberíamos dejarlos en paz, hace que un grupo de personas quede descuidado porque nadie está pensando en cómo ayudarlos. Cuando lo miras desde ese punto de vista, es una situación bastante terrible, solo que de una manera diferente”.
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