Artículo publicado originalmente en el número Poder y Privilegio de la Revista VICE México.
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Un reciente miércoles por la mañana, unos 20 estudiantes de la Preparatoria Técnica de Queens entraron a un armario de suministros y sacaron lo que parecían ser, para alguien no familiarizado, maletines plateados. Se sentaron de nuevo en la mesa en forma de U del aula y abrieron lo que en realidad eran “kits avanzados de cables”, contenedores con cables y cortadores de alambre que emplearían durante su último año. Mientras tanto, su profesor, David Abreu, comenzó a hablarles sobre cómo es “la industria”: el término de la escuela vocacional para el tan sonado “mundo real”.
“Cuando salgan al mundo exterior, no hay ninguna razón por la que deban sentarse en el sillón, comiendo cereal y mirando dibujos animados o telenovelas”, dijo a los adolescentes, que en su mayoría eran hombres. “Hay toneladas de trabajo de construcción, y no hay suficiente gente. Están contratando a gente afuera de la ciudad de Nueva York. Están consiguiendo gente del medio oeste. Me encantan sus acentos, pero no tienen suficiente gente como ustedes”.
Preguntó a la clase si alguien podía nombrar el anuncio de demora más común en el sistema de metro de la ciudad de Nueva York. Una mano con uñas rosadas se levantó con rapidez.
“Lo sentiiimos”, dijo en burla una chica con el pelo rizado y jeans rotos, antes de sacar la lengua. El aula estalló en risa.
“Problemas de señal”, corrigió el maestro, egresado de Queens Tech. “No tienen suficientes técnicos para mantener las cosas funcionando correctamente. Ustedes son lo que necesitan”.
Abreu tenía un buen punto. Como señaló Brookings Institution en 2017, la participación en la educación técnica y profesional (CTE, por sus siglas en inglés) ha disminuido durante varias décadas. Esto se debe en parte a la falta de financiamiento y al hecho de que muchos estados implementaron requisitos académicos más estrictos. Sin embargo, la creencia progresiva de que todos deberían tener una educación universitaria también jugó un papel importante. El Centro Nacional de Estudios Educativos encontró que la cantidad de créditos CTE obtenidos por los estudiantes de preparatoria estadounidenses disminuyó en un 14 por ciento entre 1990 y 2009.
Pero los empleos siguen ahí. NPR informó en abril que la presión para asistir a una universidad y tener una licenciatura de cuatro años seguía siendo tan fuerte en la sociedad estadounidense que muchos empleos bien remunerados en la rama de los oficios y carreras técnicas estaban actualmente vacíos. Melissa Burg, directora de Queens Tech, insistió en que el Departamento de Educación de la Ciudad de Nueva York y algunos padres inteligentes se habían dado cuenta de esta dinámica, y cada vez más consideraban que una licenciatura era como el nuevo diploma de preparatoria.
“Creo que esos empleos [en la rama de los oficios] quedan vacantes porque la mano de obra calificada es menospreciada, a pesar de que ganan más dinero que yo”, explicó. “No sé si las personas no quieren trabajar tan duro físicamente como solían hacerlo, o si piensan en sus familias que han trabajado duro, o si esas familias les dicen: ‘No hagas lo que yo hice’”.
Mientras tanto, las cuotas y colegiaturas para residentes del estado de las licenciaturas de cuatro años en escuelas públicas han aumentado cada año a una tasa promedio de más del 3 por ciento por encima de la inflación en la última década, según datos de la organización College Board. Los expertos dicen que esto es en parte el resultado de una especie de competencia por ofrecer servicios, en que las escuelas utilizan costosos proyectos de construcción para atraer solicitantes. Ese costo, en combinación con factores como el aumento de la demanda y la falta de financiamiento estatal, se transfiere luego al cliente, en este caso al estudiante. La situación ha llevado a que el egresado promedio genere una deuda de casi 40,000 dólares.
Para los estudiantes de Queens Tech, como para muchos jóvenes de Estados Unidos —que se gradúan y se sumergen en lo que los medios y expertos les dicen que es una economía maravillosa—, la vida adulta ya no se trata de cuánto dinero puedes ganar cuando sales por la puerta. Se trata de por qué hoyo tendrás que arrastrarte para salir tablas. Quizás por eso hay una renovada energía alrededor de la CTE: Burg dijo que en los casi diez años que ha sido directora —un periodo de tiempo que se relaciona con la última crisis financiera— vio un aumento constante en las solicitudes. Brookings también notó un interés renovado en todo el país.
Clive Belfield, profesor de economía del Queens College, dijo que algunos jóvenes podrían tener miedo de entrar a ciertas industrias de cuello azul debido a la uberización y el out-sourcing que han venido observando con los años.
Sin embargo, señaló que los oficios corren menor riesgo en Nueva York que en cualquier otro lugar de Estados Unidos, porque los sindicatos siguen siendo una fuerza protectora, y sugirió que trabajar para la Autoridad Metropolitana de Transporte podría estar entre las opciones más seguras de todas. Por definición, esos trabajos no pueden comisionarse a China.
En general, continuó, un interés renovado en los oficios podría representar una corrección natural del mercado, teniendo en cuenta el alto costo de la universidad y que un título parece cada vez más inútil. Pero en un mundo que presta una atención desproporcionada a los estudiantes de la Ivy League y sus proyectos, incluso los jóvenes de 17 años más pragmáticos podrían no dejar pasar la oportunidad de cursar una licenciatura de cuatro años.
“Cuando eres tan joven y estás viviendo en un mundo que está obsesionado con Harvard, es difícil pensar, ‘este trabajo no es muy glamoroso, pero podré mantenerlo”, dijo Belfield.
La decisión de asumir un estigma o una deuda —que conlleva su propio estigma— no es ideal, y Mauricio Bustamante se enfrentó a ello en su último año. Ahora de 20 años, tuvo el envidiable privilegio de que le ofrecieran un empleo sindical con la MTA y el pago completo de colegiaturas en una escuela al norte del estado en 2015. Aunque los egresados de la preparatoria tenían ingresos semanales promedio de 718 dólares en 2017, según la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos, el trabajo de aprendiz pagaba 22 dólares por hora al inicio, o 880 dólares por semana. Eso parecía una cantidad enorme para el chico de 17 años que creció en Woodside, Queens. Por otra parte, la posibilidad de ser la primera persona de su familia en asistir a la universidad era innegablemente atractiva. También está el hecho de que el egresado promedio de la universidad ganaba un salario inicial de 50,516 dólares por año en 2017, o 971 dólares por semana, según la Asociación Nacional de Universidades y Empleadores (NACE, por sus siglas en inglés). Ese número fue aún mayor (1,271 dólares) para los ingenieros.
Tanto Bustamante como su madre cambiaron varias veces de opinión sobre qué hacer.
“Y cuando estaba a punto de rechazar mi oferta en la escuela, ella cambió de opinión y dijo: ‘tienes que asistir’”, me contó Bustamante. “La verdad terminé haciéndolo por ella”.
Bustamante, un ex alumno de Abreu que ahora es un estudiante del tercer año en la Universidad de St. Lawrence, donde se especializa en matemáticas y economía, al final pensó que valía la pena tratar de conseguir un empleo analizando cifras para una organización sin fines de lucro, o calculando riesgos en una compañía de seguros. Pero cuando pregunté a los estudiantes que estaban terminando una instalación eléctrica en su alma mater, estaban menos concentrados en el problema de la universidad versus el empleo que en decidir si trabajar bajo tierra o en un ambiente de oficina más tradicional.
Haw Wunna Zaw, un joven de 16 años de padres inmigrantes se postuló a aproximadamente el mismo número de preparatorias vocacionales y tradicionales. Su madre era candidata a un doctorado y su padre había asistido a la escuela militar en Birmania y, cuando nos conocimos, Haw dijo que esperaba trabajar para la MTA después de graduarse mientras tomaba clases nocturnas en la universidad. Agregó que no recibió ninguna presión de sus padres para elegir la universidad en lugar de irse directamente a un trabajo, algo que atribuyó al hecho de que, de donde vienen, existe una inmensa presión para ir a la universidad después de la preparatoria. Solo querían que él fuera feliz.
Aun así, parecía entender que los empleos en los oficios habían perdido fuerza en la sociedad estadounidense. Ahora que la afiliación sindical ha disminuido, la clientela habitual se ha disuelto y las compañías de tecnología han afectado a las industrias, reparar escaleras eléctricas es menos sexy que nunca.
“Si eres médico, la gente te admira y tienes la gloria”, me dijo. “Si trabajas en construcción, es posible que te paguen lo mismo que a un médico, pero no luces tan bien”.
Mientras tanto, Brigitte Barcos, la joven de 17 años que sacó la lengua en clase, se postuló junto con su mejor amiga a Queens Tech, donde ambas planeaban estudiar cosmetología juntas. La amiga no entró y a Barcos no le gustó el camino que estaba tomando. Luego descubrió una inesperada pasión por el funcionamiento de los circuitos y decidió estudiar ingeniería eléctrica. Para ella, eso no significa necesariamente ir a la universidad y un título que podría ayudarla a convertirse en supervisora de otras personas que se ensucian las manos, en lugar de ensuciarse las suyas. Además, no había aceptado del todo la idea de que la universidad era un camino hacia la solvencia financiera.
La vida adulta ya no se trata de cuánto dinero puedes ganar cuando sales por la puerta. Se trata de por qué hoyo tendrás que arrastrarte para salir tablas.
“Siento que todos creen que tienes que ir a la universidad para obtener más dinero y eso es una mentira”, me dijo. “Se gasta más dinero en ir a la universidad de lo que se obtiene”.
El único problema, explicó Barcos, fue que sus padres no creían que los oficios como la instalación eléctrica eran apropiados para las mujeres. Esa mentalidad es algo con lo que Abreu dijo que ha tenido que lidiar con los años, aunque también había visto a padres inmigrantes alentar a sus hijas con promedio de 95 que decidieron que querían ayudar a arreglar el deteriorado sistema de tránsito.
Lo más común, me dijo Abreu, era la inquebrantable convicción de que la universidad era la única respuesta, algo en lo que no estaba de acuerdo con su madre hace unas décadas. En un momento dado, se había inscrito en una universidad tradicional sólo para abandonarla luego de recibir una oferta para regresar y volverse aprendiz en Queens Tech como parte de otro programa vocacional que ofrecía la escuela. Su madre pensó que había cometido un gran error, hasta que vio su primer cheque.
Entonces, cuando orienta a estudiantes que están comprometidos a buscar trabajos “en la industria” pero se enfrentan a padres reacios, el dinero es a menudo la mayor prerrogativa para negociar. De hecho, dijo, sus alumnos no se detienen ante nada para obtener trabajos bien remunerados. Esto se debe en parte al hecho de que Queens Tech solía estar rodeada de sindicatos, y los estudiantes pueden ver las filas increíblemente largas de personas que esperan la oportunidad de postularse. Con las certificaciones que obtienen como parte de su plan de estudios de la preparatoria, pueden adquirir lo que equivale a un pase automático para los empleos que miles de personas están desesperadas de obtener. Eso cambia tu forma de pensar.
Después de que terminó la clase, Abreu me contó acerca de un grupo de exalumnos que estaban decididos a convertirse en pintores de puentes, una profesión que paga alrededor de 95 dólares por hora y, por lo tanto, sigue siendo altamente competitiva, incluso para los mejores candidatos.
“Les dije: ‘Saben por qué pagan tanto dinero, ¿verdad?’”, recordó. “Es un trabajo peligroso. Pero allí estaban en la fila, la medianoche anterior, acurrucados en el frío, esperando poder postularse”.