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Los tatuajes que salvaron a estas mujeres de la esclavitud sexual en la Segunda Guerra Mundial

Tattooed women Malaka VICE Indonesia

Artículo publicado originalmente por VICE Asia.

Mariana Hoar recuerda el miedo de vivir bajo la ocupación japonesa—y el dolor.

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“Cuando los japoneses llegaron, ya nos habíamos tatuado para que ellos asumieran que teníamos esposos”, me dijo, señalando a las líneas desvanecidas, pero todavía ornamentadas que yacen debajo de su piel arrugada por el sol. “Esto significa que estamos casadas. Era para que nos dejaran en paz… Teníamos miedo”.

Mariana golpeó su piel con las puntas de sus dedos, imitando el movimiento de una aguja para tatuajes tradicional. “Pinchazo, pinchazo, pinchazo. Sangre”.

“¿Dolió?” Pregunté.

“Dolió muchísimo”, dijo Mariana.

Estábamos en la aldea Umatoos, una comunidad modesta donde las casas con techos viejos de paja se alzan junto a edificios modernos en el distrito de Malaka Occidental en la parte indonesia de la Isla Timor. En un país lleno de lugares remotos, Malaka es lo más remoto que hay. El distrito rural bordea la diminuta nación de Timor Oriental, un país de 1,25 millones de habitantes que una vez fue parte de Indonesia. Malaka es más cercano a Australia que la capital indonesia, Yakarta, y habíamos cruzado desde Batugade, en Timor Oriental, para conocer a las mujeres de la aldea de Mariana.

Las mujeres de Malaka ocupan un lugar especial en la historia indonesia que hoy en día se encuentra prácticamente olvidado. Durante la Segunda Guerra Mundial cuando Indonesia —y gran parte del Sudeste Asiático— estaba bajo la ocupación japonesa, mujeres como Mariana fueron capaces de resistir las duras realidades de la vida bajo la ocupación con una tradición conyugal completamente local. Las mujeres en la cultura de Malaka solían tatuarse a sí mismas cuando se casaban, llenando con tinta redes de intrincados diseños bajo su piel para marcarse a sí mismas como “tomadas”.

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Mariana Hoar. Todas las fotos por los autores.

“En las grandes ciudades, los tatuajes simbolizan delincuencia —que alguien es un matón o un criminal— pero aquí, los tatuajes son nuestro legado. Es una parte de nuestra cultura que está adherida a una persona”, explicó Daniel Bria Suri, un líder de tribu. “Esta tradición es heredada, retrata la filosofía de una tribu. Algunos simbolizan las casas tradicionales. Algunos simbolizan la naturaleza”.

Cuando las tropas japonesas llegaron a Malaka, y trajeron consigo una campaña brutal de esclavitud sexual forzada conocida como jugun lanfu, o mujeres de consuelo, Mariana y sus amigas se pusieron bajo la aguja para marcarse a sí mismas como casadas a pesar de seguir solteras. Las salvaba de los burdeles del Ejército Imperial Japonés y de un sistema que llevó a un mínimo de 20.000 y hasta 410.000 mujeres a una industria bélica despiadada que aún hoy todavía cicatriza a muchas naciones asiáticas.

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Las mujeres de Malaka muestran sus manos tatuadas. Estas seis mujeres están entre las últimas sobrevivientes restantes de la tradición. Todas las fotos por los autores.

“Los tatuajes se convirtieron en el arma suprema para que las mujeres se enfrentaran a los soldados japoneses”, me dijo Daniel. “Con tatuajes en sus cuerpos, los japoneses las dejaban en paz”.

La práctica de robar mujeres en territorios ocupados para la esclavitud sexual fue convertida presuntamente en una práctica habitual con el objetivo de prevenir otro incidente internacional como lo que había pasado en 1937 cuando las fuerzas japonesas violaron y masacraron a las personas de Nankín, China, mientras estaba bajo asedio. Los periódicos alrededor del mundo contaban historias de soldados japoneses que apuñalaban indiscriminadamente en el vientre a mujeres embarazadas, violando a otras 20.000, y asesinando alrededor de 200.000 a 300.000 en una ola de matanzas indiscriminadas que duró seis semanas.

Entonces los líderes militares japoneses decidieron que permitir a los soldados tomar a las mujeres de consuelo prevendría una masacre futura, y la condena internacional que viene con ello, confiando en un cálculo cruel de que millones de violaciones silenciosas eran mejor que decenas de miles de unas muy públicas.

Las fuerzas japonesas tuvieron control de Indonesia desde marzo de 1942 hasta septiembre de 1945, cuando la guerra terminó. La ocupación tiene un papel complicado en la historia indonesia que está sumamente entrelazado con la historia de independencia de la nación, y hace que las historias todavía sean bastante difíciles de desenredar. Cuando los soldados japoneses llegaron por primera vez a Indonesia, esta se encontraba bajo control colonial holandés. Con la retirada de los holandeses, los japoneses fueron vistos en un inicio como libertadores de una nación oprimida.

Pero luego las realidades bélicas se pusieron en marcha. Algunos de los ancianos que todavía están en ciudades como Yakarta son entusiastas al decir que los tres años bajo los japoneses fueron peor que 300 bajo los holandeses. Pero la historia es mucho más compleja que eso. Fueron los japoneses quienes ayudaron a expandir el apasionado sentimiento nacionalista indonesio durante esos años de ocupación, incluso dando una plataforma temprana al hombre que luego se convirtió en el padre fundador de la nación: Sukarno.

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Maria Bita. Todas las fotos por los autores.

Después, la inversión japonesa ayudó a una joven Indonesia a crecer en lo que es ahora el puesto número 16 de las economías más grandes en el mundo y la más grande en el Sudeste Asiático. Esta compleja historia ha dejado períodos enteros de la ocupación japonesa blanqueados de los libros de historia, incluyendo el problema de las mujeres de consuelo. Mientras que los países a lo largo de la región, como Filipinas, Corea del Sur, y China, siguen lidiando con las cicatrices de una política tan profundamente perjudicial, el gobierno indonesio ha, en su mayoría, ignorado el problema por completo, explicó Winarta, un director en el Instituto Independiente de Ayuda Legal (ILAI), que ayudó a auxiliar a sobrevivientes y a verificar sus historias mientras preparaba una demanda en su nombre exigiendo reparaciones que no fueron contestadas por el gobierno indonesio.

“Indonesia siempre ha intentado encubrir la historia de las jugun ianfu”, dijo Winarta. “Indonesia no reconoce que las jugun ianfu existieron. Pero nosotros comprobamos que sí lo hicieron. Sabemos de la situación política y económica durante el Nuevo Orden [del general Suharto], y lo mucho que dependíamos de nuestras relaciones económicas con Japón. Mantener relaciones con Japón ha ganado prioridad sobre resolver el caso de las jugun ianfu porque temen que podría causar un distanciamiento”.

En Malaka, el recuerdo de lo que hicieron mujeres como Mariana también está al borde de la muerte. Hoy, solo unas pocas mujeres que tienen los tatuajes siguen vivas. Las mujeres jóvenes en Malaka ya no quieren llenar su piel de tinta para casarse. Parte de la razón es el avance inevitable hacia la modernización que ocurrió en Indonesia desde que se independizó. Las culturas indígenas a lo largo de la nación están desapareciendo lentamente, perdiendo terreno ante una identidad nacional más amplia que se transmite a través de algunas de las tradiciones arraigadas de los pueblos locales.

“Las niñas hoy en día no quieren tatuarse como estas abuelas”, me dijo Daniel. “Prefieren usar un anillo o una cadena [para mostrar que están casadas]”.

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Maria Theresia Hoar. Todas las fotos por los autores

Pero existe otra razón, posiblemente más grande, por la que los tatuajes están desapareciendo en Malaka hoy en día—el dolor. Maria Theresia Hoar me dijo que los tatuajes eran algo que las mujeres tenían que aguantar, no disfrutar, con el objetivo de respetar las tradiciones de la aldea.

“Dolía”, me dijo. “Ni siquiera lo preguntes. Dolía demasiado, pero quería casarme, entonces tenía que aguantar”.

“Nos amábamos”, agregó su amiga Maria Bita. “Queríamos casarnos. Así que dábamos nuestras piernas para que fueran tatuadas”.

Es una idea que discutimos mucho aquí en las oficinas de VICE Indonesia—el concepto de que la tradición es algo que debe ser preservado y también algo que conlleva un gran costo. El mismo equipo con el que estuve en Malaka ha explorado, en años recientes, cómo una tradición de precios elevados está manteniendo a las mujeres solteras, y por más tiempo en Sumba, cómo las ceremonias de bodas extravagantes están llevando a los pueblos indígenas a buscar trabajo afuera de sus comunidades en Toraja, y cómo incluso los festivales de circuncisión pueden poner una carga financiera excesiva para una familia.

Una y otra vez, nos enfrentamos con la realidad de los tipos de sacrificio que se requieren para mantener una tradición que, en la mayoría de los casos, parece estar escapándose ¿Vale la pena preservar todas las tradiciones? Honestamente no lo sé. Pero después de pasar tiempo con las mujeres de Malaka, no puedo evitar sino reconocer cómo la presión y el peso de mantener la tradición usualmente recae sobre los hombros de las mujeres.

Hoy, las mujeres de Malaka ya no se tatúan. Pero tampoco están en peligro de ser secuestradas y obligadas a trabajar en un burdel. Mientras nos preparábamos para dejar la aldea, las palabras de Dominga Kehi, una joven que decidió no tatuarse, se quedaron en mi cabeza.

“Ellas eran tan fuertes, soportando el dolor mientras tatuaban sus cuerpos enteros”, me dijo Dominga. “Sangraban mucho. En ese entonces, nuestras abuelas entendían que los tatuajes eran una forma de resistir a los japoneses. Pero hoy, las personas encontraron formas menos dolorosas de mostrar que están tomadas”.

¿Existe una mejor yuxtaposición que esa? Comencé esta historia con los recuerdos del dolor de Mariana porque era algo que sobresalía en muchas de las mentes de las mujeres. Eso porque en ese entonces, en los tiempos antiguos, en los tiempos probablemente más oscuros, mujeres como Mariana estaban ensilladas con una tradición, y con una realidad cotidiana que dolía.

Y hoy, en un país sin ejércitos invasores ni burdeles militares, un país con democracia y teléfonos inteligentes, ese tipo de dolor ya no es algo que las mujeres tienen que simplemente aceptar. No es como si actualmente viviéramos en un mundo sin dolor, pero sí vivimos en un país donde, al menos para la mayoría de nosotros, lo que causa más dolor no saca sangre.