Acabemos ya con las videollamadas, por favor

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A estas alturas empezar un artículo explicando que estamos en cuarentena es un poco absurdo. ¿Qué llevamos ya, 12 o 13 días encerrados? Todo depende de en qué día empezaste a contar o de si te dan igual las multas por ir a echar un polvo. Sea como sea, llevamos ya unos cuantos días en casa. Y en contra de lo que nuestro rollo de “fua que guay cancelar planes para quedarme en casa haciendo Netflix&Chill” o la cantidad de horas viendo Gran Hermano y sucedáneos, nadie nos había preparado para esto.

No me refiero a nivel logístico como Estado, sino que en nuestra vida nadie nos ha enseñado a parar y no hacer nada. No sabemos estar solos. O lo que es peor, no sabemos estar con nosotros mismos. Por culpa de esto y de vivir en una supuesta meritocracia en la cual siempre tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos, nos hemos apresurado a adaptar los hábitos de nuestra vida anteriores a esta nueva realidad que se parece bastante a un reality. Los vagos de toda la vida ahora les pone el fitness.

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Los profes, a los que se les hacía bola el proyector, ahora dan clases por directos de Instagram. Y hemos pasado de desear que se cerraran las puertas del ascensor cuando veíamos entrar a algún vecino por la puerta, a poner notitas tipo “Hola somos los del 4º B, si alguien necesita ayuda para hacer la compra o pasear al perro aquí estamos :)”. Nos hemos adaptado como hemos podido y nuestra vida se rige entre el absurdo y el desquicie total. Hasta aquí todo bien, tampoco nos podemos exigir mucho más.

El problema es que hay cosas que hemos gestionado un poco peor. Y no me refiero ni a lo del papel de higiénico, ni a las raves en los balcones, ni tan siquiera a la cantidad indecente de festivales en streaming que se hacen a diario. Bueno, eso último también es un poco preocupante, pero ya abriremos ese melón en otro momento. Lo que estamos gestionando mal, lo que realmente está empezando a ser cosa de locos y se nos está yendo de las manos, son las malditas videollamadas.

Por lo visto no teníamos suficiente con Whatsapp y sus notas de voz, Instagram, Twitter, el chat de Wallapop, el correo del curro y el personal y hablar con toda la gente con la que estamos confinados: AHORA NECESITAMOS MÁS. Hemos desenfundado la peor de las armas. No solo queremos oír la voz del otro sino también verlo -o más bien intuirlo en una nebulosa de píxeles y filtros a tiempo real.

“La segunda jornada de confinamiento había más fotos de grupo con nuestros amigos que en todo el tiempo que llevamos en Instagram”

Sí yo esto también lo estoy llevando regular y hago videollamadas, pero hay que admitir que estamos desatados. Analicemos con perspectiva toda esta movida. Antes de que el Estado y Carmen Lomana nos pidieran amablemente que nos quedáramos en nuestra casa para frenar una pandemia, podíamos pasarnos semanas, incluso meses, sin ver a nuestros colegas y no pasaba nada. ¿Durante los meses de verano? Ni respondemos al Whatsapp ¿En exámenes? No tenemos tiempo. ¿Esos días de horas extras no remuneradas? Amigos, no conozco. Y todo bien.

No nos veíamos cada día y seguíamos de una pieza. Pero ahora no. Ahora es una necesidad. Cada día, a todas horas. La segunda jornada de confinamiento había más fotos de grupo con nuestros amigos -cada uno en su cuadradito, en su casa- que en todo el tiempo que llevamos en Instagram.

Quizás, digo yo, no necesitamos estar hablando con nuestros colegas 24/7. Eh, solo quizás. No sé, puede ser que haya gente que sí. Pero vamos, creo yo que todos hemos pasado tranquilamente un fin de semana en pijama, sin lavarnos los dientes, ni dirigir la palabra a nadie. Y ahora en cambio, cada día alguien te escribe la temida frase: ¿hacemos una videollamada?

O peor, te llaman directamente. Así, sin pensar, ¡a lo loco! Y tú te unes, con toda tu buena fe, y acabas metido en una especie de orgía de la comunicación audiovisual con 8 personas más de las cuales solo conoces a 3. Pero tranquilo, si logras sortear estos canto de sirenas, siempre te queda ver los 8-10 stories donde la gente sigue reinventando las fotos grupales porque madre-mía-que-locos-estamos-seguro-que-nadie-ha-pensado-en-hacer-un-pantallazo-del-chat.

“Ahora no son solo para hablar cuando tienes algo que contar. Para nada. Eso ha pasado a mejor vida. Ahora en las videollamadas se hacen COSAS”

Ahora supongamos que aceptamos como “normal” hacer videollamadas cada día. Vale. Estamos en una situación excepcional, ¡estamos salvando al mundo en chándal joder! Nos merecemos alguna licencia de vez en cuando. Ahora bien, la auténtica muestra de que esto se está yendo de madre es para qué usamos las videollamadas. Porqué ahora no son solo para hablar cuando tienes algo que contar. Para nada. Eso ha pasado a mejor vida. Ahora en las videollamadas se hacen COSAS.

Cosas que hacíamos en nuestra vida real pero a través de un ordenador. Está esta gente que ha descubierto que es bebedora social y no le apetece sentir el síndrome de abstinencia haciendo un macrobotellón de 10 personas por Skype. No te engañes, la verdad es que estás bebiendo solo en tu habitación mientras miras una pantalla. No me parece mal, eh. Siempre a favor de una buena fiesta, o una fiesta a secas, pero hay que decir las cosas como son: estamos haciendo botellón con nuestro portátil.

Luego está ese grupo que transita los 30, tienen trabajo, cultura, parecen de fiar. Son respetables pero ahora piensan que les gusta el deporte. Lo descubrieron todos juntos el mismo día en que nos confinaron. 7 años sin ponerse zapatillas y ahora, que tienen excusa para no ir al gym, se han convertido en la mismísima Patry Jordán. Skype para hacer cardio, yoga y crossfit. Esa gente tiene agujetas desde el día uno. Y como no tienen suficiente con sufrir y ver a sus colegas retorcerse en posiciones de dudosa naturaleza, encima lo suben a Instagram. No amiga, no quiero ver a tu colega pareciendo una cucaracha patas arriba. Se que queremos seguir creando contenido para nuestras redes, pero no a cualquier precio. Sobre todo no a ese precio.

Después están los que por miedo a tener poco que decir o haberse dicho ya tantas cosas por chat, comparten pantalla y ven alguna película, serie o vídeo de YouTube que no pasa los estándares de calidad de la mitad de la población. Pero ahí están, creando comunidad. Viendo Mi extraña adicción: la mujer que solo comía patatas con queso. El equivalente con glamour es jugar al bingo o al basta. Tampoco mejora, ¿realmente necesitábamos compartir este momento de nuestras vidas? ¿Hemos tocado fondo ya? Probablemente la respuesta a estas dos preguntas sea un sonoro “sí”.

“No amiga, no quiero ver a tu colega pareciendo una cucaracha patas arriba”

Y luego está esa peña relajada que queda para no hacer nada. Son como los que comparten pantalla pero versión ameba. La misma energía de una sala de espera. Todos con el móvil, la Switch o lo que sea. En silencio, delante del ordenador. De vez en cuando alguien suelta algo tipo, ¿habéis visto esto? Ya ves. Que parguela. Y silencio de nuevo. Y así una horita hasta que alguien dice que se va a dormir pero seguramente solo quiera ponerse en una pose más ridícula. Incluso demasiado ridícula para un Skype entre allegados.

Pero quizás lo más preocupante sea la gente teletrabajando con auténtico síndrome de Estocolmo. Esa gente que se pasa el año quejándose de ver cada día las mismas caras, la misma oficina, ahora busca cualquier excusa para hacer una videollamada. Un grito desesperado de “os echo de menos” laboral. Mira Antonio, no hace falta que te vea en bata recién levantado, pero sí que hayas tardado 20 minutos en explicarme lo podrías resumir en un mail de dos líneas.

Pero lo peor llega cuando es recíproco. 6 personas en sus respectivas casas, con la cámara encendida, viendo como los otros aporrean con intensidad el teclado para demostrar que están currando y no en Twitter poniendo mierdas. Y encima los muy dementes también se hacen foto y para internet en plan T-O-D-A-Y-S-O-F-F-I-C-E. Maldita sea, disfrutad de no verle la cara a vuestro jefe.

Ahora, pasados unos días de la explosión inicial, y viendo que esto va para largo, tengo miedo de cómo puede evolucionar. Estamos descubriendo nuestras peores caras. Y lo digo literalmente. Por lo general el chándal-pijama no es nuestra mejor carta de presentación. Con un poco de suerte será algo pasajero. Lo de las videollamadas digo. Se nos acabarán los temas de conversación, nos habremos contracturado de tanto gym virtual y en el Mercadona ya no quedará alcohol. Pero a saber la de burradas que se nos ocurrirán entonces.

“A ver cuando hacemos una videollamada” es el nuevo “a ver cuando quedamos”. Yo de verdad que os quiero, pero necesito espacio. Creedme, no soy la única. Quizás nos venga bien aprender a estar un poco solos. O lograr relacionarnos de una manera medio decente con las personas con la que estamos confinados. No os voy a mentir. Yo lo seguiré haciendo y espero que vosotros también sigáis llamando a vuestros colegas y abuelas. Pero moderación, que ya nos veo a todos totalmente idos y aquí no hay premio de final como en Gran Hermano.

Sigue a Eva en @evasefe.