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VICE recomienda: grandes docus, libros y videojuegos según nuestros colaboradores

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Volverte a ver 

Documental
Directora: Carolina Corral Paredes
Amate Films 
2020, México 

 “En México, las familias buscan a sus desaparecidos para volverlos a ver, aunque haya que sacarlos de una fosa oculta”.

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 A las afueras del Panteón Municipal de Jojutla, Morelos, tres madres se cubren con trajes de protección blancos y cubrebocas. Una escena que, dada la coyuntura, se siente más común y cercana ahora que antes. Y que, sin embargo, desde hace mucho tiempo  ha estado ahí. Aunque no queramos verla. Aunque nos aterre. Aunque sea parte de una realidad presente en nuestro día a día en los últimos veinticinco años.

Volverte a ver es más que un documento audiovisual. Es acción, una declaración de intenciones. Su nombre lo deja claro. Lina, Angy y Edith, madres y familiares de unas de las más de 70 mil víctimas de desapariciones forzadas en México de 1964 a la fecha, se han entrenado en ciencias forenses a lo largo de los últimos cuatro años para vigilar y participar en las labores de exhumación que la Fiscalía de Morelos realiza en dos fosas clandestinas donde se encuentran enterradas más de 200 personas sin identidad conocida. Personas que salieron de casa con un rostro y un nombre, y que fueron puestas bajo tierra amordazadas sin una pizca de dignidad humana por autores que, al alejar el zoom, forman parte de un engranaje cuya identidad protagónica es el Estado y su relación con el crimen organizado. Sí, ahí otra cosa que sabemos y nos negamos a querer aceptar: el Estado mexicano desaparece y entierra personas.

El camino de las madres de Regresando a Casa —organización de familiares dedicada a buscar personas desaparecidas en México— ha sido documentado desde 2016 por Amate Films. En la mayoría de los casos la exhumación y resultados de pruebas de ADN se mantienen pendientes. Por eso, Volverte a ver no solo es una entrega más de la saga de documentales que retratan el escalofrío, la rabia, la impotencia y el dolor heredados por la guerra —y sus consecuencias sistemáticas— entre Estado y narcotráfico en México. Volverte a ver es una ventanita, pero también una puerta entreabierta. Nos toca abrirla.

Juan Carlos Ríos


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Realidades

Poesía reunida
Autora: Susy Shock
Editorial Muchas Nueces
2020, Argentina

Susy Shock, dos eses que, de tan cercanas, son un zumbido, y ese golpe sonoro del final, un choque entre la ce y la ka: una explosión. Susy nos autorizó a ser monstruos. Su poesía, por fin reunida por Muchas Nueces, viene a recordarnos que tenemos derecho a ser fenómenos, ni varones ni mujeres, ni XXY ni H20. Para ella está claro que “creemos y no importa qué somos, si alcanzamos a poder serlo”. Estos versos estampados en remeras, afiches y banderas son la descarga de una lengua colectiva que se encarna constantemente en su voz magnética. Susy Shock es mutante: un cuerpo que recorre la plaza del Congreso, una copla permanente, una cantora de verdades. “Estamos en catacumbas / desde hace siglos / con la soga al cuello / y en la mano izquierda una flor / salvándonos de los fuegos”, escribe Susy en una oda a sus compañeras travas. Con poemas dedicados a Lohana Berkins, a Marlene Wayar, a Naty Menstrual, entre otrxs, Susy transforma en himnos una comparsa de existencias contemporáneas y fundamentales de la anormalidad. “Que otros sean lo normal”, nos dice, y aliviana el peso de ser lo extraño. En Realidades, Susy Shock, emblema de la poesía trava, nos propone un mundo nuevo, el territorio monstruoso de los bordes, lejos del fracaso del binarismo. Con poemas inéditos y acompañado con obras del artista plástico argentino León Ferrari, este libro es, tal como enuncia Susy en el prólogo, “una furiosa necesidad de contarse (…) antes que ser leída y contada por esa hegemonía también dueña de los cánones”, pero es, sobre todo, el vuelo de un colibrí —el más magnífico— impreso en papel.

Inés Ripari


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Ya no estoy aquí

Película
Director: Fernando Frías
Panorama Global
2019, México

Ulises Samperio baila cumbias hipnotizantes con sus amigos, hasta que no. Por un malentendido con un cartel, que lo tacha de soplón, tiene que migrar. Un Ulises que se va para no volver a su Ítaca, casi que su Comala. 

Ya no estoy aquí  tiene el ojo preciso para retratar la belleza fotográfica de algunos espacios marginales de Monterrey sin idealizarlos ni convertirlos en mexican curious. Un asentamiento irregular se vuelve arraigo y pertenencia. La profundidad de los personajes alcanza para hacernos ver una realidad surcada por la migración tanto como por la guerra del narcotráfico que dejó —y sigue dejando— sin posibilidades de inventar la vida de toda una generación de jóvenes. La identidad se convierte para ellxs en lo que sostiene: los Terkos hacen una comunidad que se identifica con códigos y saludos en los bailes y también en las estaciones de radio. La fiesta y la música les dan algo de lo que asirse. La onda Kolombia, en la que se intervienen ritmos colombianos para alentarlos y “que duren más”, que se prolongue el goce, se integra con pasos de baile y outfits cholos: lo único que se tiene seguro es el cuerpo y cómo quieren que ese cuerpo sea mirado.

Seleccionada para participar en los Óscares, esta película  habla de unos ninis (jóvenes que ni estudian ni trabajan, así se les ha llamado ya desde hace varios años) que son el problema de una sociedad que no sabe cómo acogerlos y mucho menos guiarlos en su proceso de autodescubrimiento. Entre ellxs se cortan el pelo, se ponen apodos y se rolan música y ropa. La contracultura es darle la espalda a la familia y precisamente a ese sistema que los rechaza. ¿Qué es primero? ¿la apariencia o la marginación?

[SPOILER] Ulises tiene que migrar a Nueva York, dormir en la calle o escondido por su amiga Lin, con un poco de suerte. Pero él está demasiado lejos, demasiado perdido. Lleva la frontera dentro. Su sueño no es americano, su sueño es Terko. Se corta el pelo a manera de renuncia íntima: puede volver pero no para encontrar lo que dejó. Hacerse adulto es reconocer que la guerra se lo llevó todo, que lo que ahora recorre su lugar en el mundo son patrullas, él desde arriba las wacha

Yolanda Segura


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Un día a la vez (One Day at a Time)

Serie
Productor: Norman Lear
2017

 Quiero empezar este texto diciendo: maldito Netflix, te hacía falta espacio para seguir poniendo secuelas de comedias sobre adolescentes blancas, ¿no? Y por eso cancelaste en el año más feo de nuestra vida nuevas temporadas de Un día a la vez (One day at time), la versión latina y LGTB de una vieja comedia gringa de la que, por supuesto, no voy a hablar aquí. 

¿Por qué recomiendo una serie que ha sido cancelada? Porque fue la primera serie que vi en la que introdujeron el género no binario al mundo latino sin que dejara de ser uno de esos shows de familias americanas que tanto me entretenían. Pero con un toque de sabor. Sobre todo, cuando tienes en acción a tres generaciones de mujeres latinas: desde la abuela migrante, pasando por la hija enfermera y exmilitar hasta la nieta lesbiana activista. 

En Un día a la vez se habla abiertamente de género, de religión, de relaciones y de las tradiciones que se esperan de una familia latina en Estados Unidos (¡hello estereotipos!). Tradiciones como la misa con parientes tan lejanos que te preguntas si de verdad comparten algo de ADN, o los malditos “quinces”. Amo a Elena, la nieta, sobre todo cuando tiene dudas sobre su identidad, cuando intenta asimilar esas tradiciones quitándoles la parte misógina y se da cuenta de que pueden llegar a ser bonitas. En otras series de este tipo en Netflix se muestra un desarrollo de la chica adolescente, pero pocas veces uno como el de Elena, a  la que vemos crecer dentro de una familia diversa, con su lado conservador y su lado algo “revolucionario” y liberal. 

Cuando Netflix canceló la serie el año pasado después de dos temporadas, la rescató POP en Estados Unidos, pero ahora la han enterrado para siempre. Yo perdí el acceso fácil a mi comedia de las tardes. Y ese momento en el que me tiraba a mi cama cantando la salsa de la intro y me reía con chistes que estaban hechos para mí. En plena pandemia, teniendo covid y deseando la muerte, mi padre y yo logramos encontrar con esfuerzo una temporada que había desechado Netflix en una web pirata. Nos reímos como de costumbre y cantamos la intro tosiendo.

Coco Wiener


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Neon City Riders 

Videojuego
Mecha Studios
2020, México

 Si algo nos ha dejado claro 2020, es que la soñada distopía postapocalíptica de un futuro cyberpunk quizás no está tan lejos. Calles vacías, laboratorios al poder, nuevos órdenes sociales, tecnología en expansión. ¿Te suena? Además de ello, 2020 también puede marcarse en almanaques como un turning point para la industria del gaming y, especialmente, para los trabajos indie, donde juegos como Among Us o Fall Guys se han cimentado en el mercado casual haciéndole frente a videojuegos AAA de presupuestos exagerados y recepciones fallidas —guiño guiño Cyberpunk 2077.

Con ambas situaciones en mente, vayamos a 2075, donde un vigilante enmascarado llamado Rick nos introduce a un mundo bidimensional decadente lleno de luces neón y estética chibi, en el que la contaminación ha mutado a los habitantes y los ha dotado  de poderes, lo que ha traído consigo un reordenamiento social que dividió a la metrópoli en cinco grandes territorios, cada uno con una pandilla y un jefe dominante. De esa premisa parten la historia y el gameplay de Neon City Riders, RPG que desarrolló a lo largo de los últimos tres años Mecha Studios, de Xalapa, Veracruz, tras conseguir fondos en una iniciativa de Kickstarter, y que lanzaron  al público general en marzo pasado para PS4, Nintendo Switch, Xbox One y Steam.

Neon City Riders es un juego del que puedes esperar poco y recibir mucho. Eso sí, cuenta con  tantas dimensiones que entre más clavadito seas más lo vas a disfrutar. Tiene sus complicaciones y fallas técnicas menores, pero gran parte de  su valor reside en  la belleza de su simpleza —que hoy en día ya es decir mucho— y en sus guiños visuales y de jugabilidad a arcades y videojuegos clásicos. Camina por el sendero de la nostalgia aportando un comentario actual. Ah, y los jefes están muy perros. Si quieres acabar el año con un jueguito que te haga entrar un rato en la efectiva fórmula de juego indie de historia madura + gameplay hardcore, date Neon City Riders.

Juan Carlos Ríos


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Manifiesta

Medio
Colombia, 2020

2020 fue un año sofocante y atroz para las mujeres en Colombia. La pandemia y los confinamientos obligatorios descubrieron el velo de viejas violencias, enquistadas en nuestra criminal y rancia cultura patriarcal. A octubre pasado, el Observatorio Feminicidios Colombia de la Red Feminista Antimilitarista registró 508 feminicidios en el país y, mes a mes, nuevas noticias de nuevos casos de agresiones misóginas colmaron nuestra rabia. Siguen frescas en nuestra memoria la violación de una niña embera por parte de siete soldados del Ejército Nacional, el intento de feminicidio de Ángela Ferro a punta de hachazos a manos de su pareja o el asesinato de Sofía Cadavid, una bebé de dieciocho meses, por parte de su padre una semana antes de Navidad.

Hastiadas de esa malla opresiva y naturalizada de violencias, y como un asedio directo a la mirada masculina que aún domina en los medios masivos cuando cubren asuntos de género, un grupo de mujeres jóvenes —liderado por la periodista bogotana Nathalia Guerrero— dio a luz en septiembre a Manifiesta, un medio digital feminista que se ha propuesto narrar, de forma descentralizada e interseccional, “las realidades de las mujeres colombianas”.

Como enuncia su manifiesto inaugural: “Somos feministas antes que periodistas. Y estamos cansadas”.

En sus apenas tres meses al aire, Manifiesta ha entrado a habitar con fiereza el ecosistema de medios independientes colombianos con especiales en video como “Pandémicas revelan”, en el que arrojaron luz sobre los impactos diferenciados que tuvo la cuarentena sobre las mujeres, con análisis mensuales de los registros de feminicidios en su serie #LibresNoMuertas o a través de su agudo cubrimiento del estallido feminista nacional del pasado #25N. Todo ensamblado desde reporterías rigurosas, en las que las mujeres son a la vez fuentes y protagonistas, que se traducen en piezas digitales incisivas y de alto impacto.

En un país misógino y ultraconservador, su línea editorial nace de una urgencia vital: “Combatir esos escenarios opresivos que vivimos las mujeres en nuestra sociedad a través de la información, la pedagogía, las experiencias y las narrativas mediáticas digitales”. En un 2020 en el que les dimos sepultura a varios medios de comunicación, y en tiempos de discusiones sordas y feminicidios impunes, es estimulante y esperanzador que emerjan nuevas plataformas de conversación que, desde una radical perspectiva de género, ofrezcan insumos para pensar críticamente la actualidad y construir un futuro más justo.

“Estamos ansiosas por empezar a imaginarnos entre todas un mundo nuevo. Estamos ansiosas por revelar, y rebelar, junto a ustedes”, concluye su manifiesto. Y sí. Para un continente peligroso para las mujeres y un oficio plagado de certezas cómplices: más periodismo incómodo, políticamente comprometido y abiertamente feminista.

Felipe Sánchez Villarreal


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La canción sin fin

Sebastián Furman
Productora: Futurock
2020, Argentina

El universo de los podcast cada hora se hace más infinito. Por eso, durante este 2020, año en el que pasamos una inusual cantidad de tiempo en nuestras casas, encontrar algo que nos conmoviera y emocionara y que al mismo tiempo nos alejara de las pantallas fue como cruzarse con un unicornio. 

A mí Charly García me gustaba, pero no tanto. No soy argentina ni estudié música y su obra me parecía tan inabarcable que había decidido conformarme con tararear sus hits. Entonces llegué al podcast del que toda Argentina habló de agosto a septiembre: La canción sin fin, un análisis del docente, pianista y compositor Sebastián Furman sobre los tres primeros discos solistas de Charly García: Yendo de la cama al living, Clics modernos y Piano Bar

Nunca había escuchado un podcast de música y no me interesaba particularmente, pero ante la insistencia de tanta gente le di un chance. Prendí el parlante, puse play y comencé a lavar los platos. A los diez minutos tuve que renunciar a toda tarea y sentarme en el balcón a escuchar con total atención y entrega. Algo maravilloso del podcast, producido por la emisora Futurock, es que combina el análisis teórico de la música con el contexto histórico en el que fue escrita y además aporta un montón de datos increíbles sobre la composición y algunas curiosidades sobre Charly. Pero eso algo que tienen muchos —imagino que la mayoría— de los podcasts sobre música. Lo que hace distinto este es que Sebastián Furman habla de lo que estamos escuchando con un conocimiento, un amor y una fascinación que resultan contagiosos. Sus intervenciones nunca pisan las canciones y explica con cuidado por qué las cosas suenan como suenan y por qué lo que hizo Charly es extraordinario.

El podcast, con sus seis episodios, resulta como si alguien te llevara de la mano con delicadeza hacia un viaje sonoro sin precedentes. Es la clase de cosas que apenas terminas quieres que todo el mundo conozca inmediatamente. 

¿Lo mejor? Después de oírlo me hice fan de Charly y escuché discos suyos por primera vez este 2020, único milagro imprescindible en este año de mierda.  

María del Mar Ramón