Villanos: Luis Figo, la estrella más odiada

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¡Ya estamos de vuelta con más Villanos! Esta vez nos centramos en una de las figuras más controvertidas de nuestro fútbol. Uno de los jugadores más queridos y más odiados de la Liga. Nadie ha olvidado esos clásicos llenos de tensión en los que 100 000 personas pitaban a Luis Figo sin descanso.

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Del ‘blancos, llorones’ a la cabeza de cochinillo

La figura de Luis Figo siempre estará ligada a su historia con los dos grandes rivales del fútbol español: el FC Barcelona y el Real Madrid. El jugador portugués nacido en Lisboa fue un peón más en la interminable lucha entre blancos y blaugranas, pero lo suyo fue mucho más que una traición.

Después de despuntar en el Sporting de Lisboa, Figo fichó casi sin quererlo por el Barça. Johan Cruyff luchó por el interior derecho, ganando la batalla a la Juventus de Turín y el Parma. En Barcelona vivió cinco años a los que siempre se ha referido como “una etapa fantástica que me ayudó a crecer como jugador. Disfruté mucho. No reniego de mi pasado. Me permitió ser lo que fui como profesional”.

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A pesar de ganar dos ligas, dos copas del Rey y una Supercopa de España, Figo vivió años convulsos en la Ciudad Condal al lidiar con tres entrenadores de estilo muy diferente. Cruyff, su valedor, lo quiso para calmar a una afición decaída tras sus desencuentros con Laudrup. Figo tenía que ser la nueva figura del Barça. Y lo fue.

Rápidamente se convirtió en un ídolo para los culé. El equipo no jugaba el mejor fútbol ni ganaba todo a lo que aspiraba, pero Figo lo daba todo en el campo y se postulaba como el capitán de un barco bajo la tormenta. Y una frase lo metió en todos los hogares catalanes. Fue el día que celebraron el doblete de Liga y Copa en 1998, cuando, refiriéndose al eterno rival gritó: “Blancos, llorones, felicita a los campeones“. Barcelona tenía un nuevo héroe.

Figo jugó su mejor fútbol en el Camp Nou, allí vivió su plenitud física y tuvo de su lado a una afición que, de la mano del luso, atravesaba como podía el desierto de la época Gaspar. Parecía un futbolista feliz.

Todo cambió, sin embargo, el verano del año 2000. El Real Madrid y el Barcelona celebraban elecciones. Conocimos a Florentino Pérez, un empresario con las ideas claras y que orquestó su campaña alrededor del fichaje de Figo. Florentino ganó las elecciones y el portugués fue presentado en Madrid una semana después. La familia no traiciona, o eso debió pensar la afición culé. Y nunca se lo perdonaron. Se había ido Figo, el que no se arrodillaba, el que era imposible de parar en la banda, el capitán que llegó a lo más alto de la jerarquía a base de sufrimiento y sudor.

Luis Figo marcando ante el Chelsea en los cuartos de final de la Champions del año 2000 que acabaría ganando el Real Madrid. Imagen vía Reuters

Se borraron los éxitos que había ayudado a conseguir, esa apoteósica celebración en la Plaça Sant Jaume, y los galones que había aceptado al ser capitán cuando Pep Guardiola sufría lesión tras lesión. En Barcelona solo había un objetivo. Darle la bienvenida en su regreso al Camp Nou. El clásico esperaba el traidor.

El día llegó y el Camp Nou rugió más fiera que nunca. Muchos de los 100 000 espectadores sacaron un pañuelo para recibir a Luis Figo. Ese mismo año ganó la liga y el Balón de Oro. La vida le iba bien en la capital y al año siguiente ganó el único título que le faltaba a nivel de clubes: la Liga de Campeones, la tan querida novena Champions.

El odio irracional seguía creciendo y su tercera temporada en el club blanco fue y es la más recordada para los aficionados culés. Volvía a “su casa” y el clásico en el Camp Nou es de esos partidos que el portugués tiene grabado en la memoria. El encuentro acabó 0-0.

Fue la noche del cochinillo, la botella de whisky y la de los córners interminables.

Del Madrid al Inter por la puerta de atrás

La carrera deportiva del luso, sin embargo, empezaba a acabarse. Su presencia en el Madrid de los ‘galácticos’ se iba difuminando.

La temporada 03/04 fue el principio del fin. Los madridistas optaban a ganarlo todo y se quedaron en blanco. La derrota más dura fue ante la Juve de Pavel Nedvěd, David Trezeguet y Alessandro Del Piero. Figo falló un penalti decisivo que provocó caer en las semifinales de Champions.

Después de eso, ya al año siguiente ya en el banquillo del Bernabéu,vio como hasta tres entrenadores intentaban salir del pozo. Vanderlei Luxemburgo lo intentó, pero se llevó por delante al portugués. Figo no jugó el último clásico de la temporada y no se lo pensó dos veces antes de irse al Inter de Milán.

Otra salida en falso. Otro movimiento que desentona con el futbolista que fue. Del Barça de marchó por dinero y buscando reconocimiento deportivo, del Madrid lo medio echaron porque ya no valía para un equipo de ‘galácticos’. Nunca llegó a despedirse del Camp Nou y éste le recibió como si del mismo Judas se tratara. Tampoco lo hizo del Bernabéu, aunque allí siempre será recordado como el jugador alrededor del cual se formó un equipo sin precedentes.

Luis Figo falla un penalti ante Gianluca Buffon que sería determinante para la eliminación del Real Madrid en las semifinales de la Champions de 2003. Imagen vía Reuters

En Milán, y ya con 32 años, fue el protegido de la afición. Encadenó cuatro scudettos consecutivos y una de las mejores épocas del equipo ‘nezurro’. Zlatan Ibraimovihc, Hernán Crespo, Patrick Vieira o Marco Materazzi, fueron miembros de un Inter que ahora parece perdido en la papelera de la historia. Allí Figo no era el centro de la atención mediática, el joven Zlatan ya hacía de las suyas y el portugués pudo dedicarse a disfrutar de sus últimos cuatro años como profesional.

A Inter llegó para “poder jugar algo”, según sus propias palabras y se marchó como una estrella, con su cuarta scudetto debajo del brazo y entre ovaciones y abrazos de sus compañeros y de los rivales.

Siempre con la miel en los labios

Si Figo ha tenido un oasis de tranquilidad este ha sido en la selección nacional. Debutó en el 89 con la sub-17 aunque el primer y único triunfo le llegó con la sub-20 de Carlos Queiroz al adjudicarse el Mundial del 1991 en Portugal.

Paulo Bento, Dimas, Luis Figo y Joao Pinto celebran un gol de Nuno Gomes contra Inglaterra en la Eurocopa del año 2000, donde llegaron a semifinales. Imagen vía Reuters

‘La generación de oro’ marcó una época dorada en el fútbol portugués aún sin conseguir ganar ningún título con la selección absoluta. Figo, Joao Pinto y Rui Costa eran los más destacados de esa camada de jugadores que empezaron a hacer historia en el Mundial sub-20. Pero cuando esa generación, ayudada por Víctor Baia o Nuno Gomes, se clasificó para la Eurocopa de Inglaterra 1996, se encontraron de cara con la realidad. A pesar de superar la fase de grupos, en cuartos de final se enfrentaron a la Chequia de un joven Pavel Nedvěd —futuro enemigo de Figo en la Liga de Campeones— que los echó del torneo.

La mejor generación de futbolistas del país no había respondido a las expectativas y volvieron a casa con mal sabor de boca. En la Euro del 2000 mostraron de lo que eran capaces y solo un penalti transformado por Zinedine Zidane en la prórroga los apartó de la tan ansiada final. Pero dos años después volvieron a fracasar. En el Mundial de Corea y Japón cayeron en la primera fase y varios jugadores de la ‘generación dorada’ abandonaron la selección. Luis Figo no.

Luis Figo en la final de la Eurocopa de 2004 ante Grecia. Su mejor y última gran opción de ganar algún título con su selección. Imagen vía Reuters

En 2004 llegó a la selección un jugador que al cabo de los años llevaría a Portugal a ganar una Eurocopa —la de 2016— y Figo quería jugar con él. Cristiano Ronaldo disputó su primera competición europea jugando en casa y llegó a la final. Se enfrentaban a Grecia, un equipo que ya les había ganado en el partido inaugural. Sin embargo, todas las apuestas se decantaban por los anfitriones. Pero el fútbol es fútbol y Figo se marchó del estadio que lo vio nacer con la enésima decepción tras asediar la portería griega durante casi toda la segunda parte.

Rui Costa abandonó la selección y Figo estuvo a punto, pero algo le hizo quedarse hasta el Mundial de Alemania. Llegaron hasta semifinales pero allí se enfrentaron de nuevo a su gran verdugo, la Francia de Zidane que los volvió a apalear del torneo con otro penalti. Misma historia, mismo final. Y Figo dejó definitivamente la selección, sin haber ganado más que un título sub-20 y acariciar el éxito varias veces con la punta de los dedos.

El equipo nacional fue su refugio cuando las cosas no le iban bien en el Barcelona o en el Madrid, y a pesar de no contar con ningún título en su palmarés, en Portugal será recordado como uno de los miembros más destacados de la que quizás —a nivel de juego— ha sido la mejor generación de futbolistas lusos.

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