Virginia Wolf, defendió la necesidad de independencia de las mujeres en su ensayo “Una habitación propia”: «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción». Esa frase fue un alegato a la independencia económica de todas nosotras, sabiendo que, en este sistema, es una manera de ser menos vulnerables y más autónomas.
Quedan apenas unos días para una huelga que será exitosa una vez más. La huelga feminista del 8 de marzo volverá a llenar las calles de reivindicación y de lucha. Se pedirán entre otras cosas, el fin de las violencias machistas, cotidianas e invisibilizadas; la igualdad de salario; el fin de la pobreza de las más vulnerables; una justicia que no nos deje de lado como en el caso de La Manada y otros… Nuestras peticiones son amplías y por ello, volvemos a salir para volver a hacer historia.
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Y es que, hay más de “mil motivos” para apoyarla. “Porque queremos empleo, trabajo nos sobra”. “Porque queremos una educación sexual feminista”. “Porque la calle y la noche, también son nuestras”. Estas son algunas de las peticiones que la Comisión 8M, organizadora central de la huelga, recoge en su manifiesto. Así que el próximo 8-M se repetirá el paro feminista —huelga de consumo, cuidados, educativa y laboral— y se invadirán las calles de todo el país con manifestaciones.
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La violencia machista será uno de los cuatro ejes fundamentales sobre los que girará la huelga, la manifestación y los actos previos paralelos. El sistema judicial sigue sin creer nuestra palabra y gran parte de la sociedad ha normalizado la violencia contra la mujer.
Ser mujer es la principal causa de violencia en nuestra sociedad. Esa precariedad y esa discriminación por una razón de género es aún más grave cuando se trata de colectivos como el de diversidad funcional.
Tal y como se recoge en este estudio de violencia de género hacia las mujeres con discapacidad, la incidencia del maltrato y el abuso hacia las mujeres con discapacidad, supera ampliamente la de sin discapacidad —y no es que estos datos sean mínimos—. Los datos disponibles, aunque escasos, también muestran que hay una mayor tasa de violencia en general contra las mujeres con discapacidad que contra los hombres con discapacidad.
Las mujeres con diversidad funcional nos encontramos ante una doble discriminación: por ser mujeres y por nuestra condición. Dentro de este tipo de violencias sufridas, hablaríamos de dos tipos: la activa (abuso físico, abuso emocional, violencia sexual y abuso económico) y la pasiva (abandono físico y abandono emocional).
Las mujeres con discapacidad contamos con mayores cotas de desempleo, salarios inferiores, menor acceso a los servicios de salud, mayores carencias educativas, escaso o nulo acceso a programas y servicios dirigidos a mujeres y un mayor riesgo de sufrir abuso sexual y físico, por citar tan sólo algunas.
Casi una de cada tres mujeres con discapacidad asegura que ha sufrido o sufre algún tipo de violencia física, psicológica o sexual por parte de su pareja o expareja, más del doble que las mujeres sin discapacidad según un informe de la Fundación CERMI Mujeres.
Este mismo informe cuenta que en todos los casos las mujeres con discapacidad que han sufrido violencia “tienen una peor percepción de su estado de salud a posteriori que las mujeres sin discapacidad”.
Según otros estudios como el de Human Rights Watch realizados en Europa, América del Norte y Australia, más de la mitad de las mujeres con discapacidad habrían sufrido abusos físicos, en comparación con la tercera parte de las mujeres sin discapacidad.
En el ámbito de la pareja y la sexualidad, como no se suele responder en gran medida a patrones establecidos, difícilmente se les reconoce su propia sexualidad, aunque esto puede ocurrir en otros colectivos no considerados como normativos. En el caso de querer tener descendencia, mientras que en las mujeres sin discapacidad se les presiona para que tengan hijos y cumplir su rol de madre en la sociedad patriarcal, en el caso de las mujeres con son animadas a no tenerlos.
De hecho, una de las mayores violencias invisibilizadas que se sufren son las esterilizaciones forzadas y abortos coercitivos que se siguen realizando en nuestro país. En concreto el año 2016 se dictaron 140 sentencias referentes a la esterilización de personas con discapacidad, que previamente habían sido incapacitadas. Este tipo de sometimientos, aunque son legales en España, desobedecen las recomendaciones del Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos de Personas con Discapacidad. Se trata de la vulneración de del derecho de las mujeres a decidir libremente el número de hijos que quieren tener y se salta la Convención para la Eliminación de Todas Formas de Discriminación a la Mujer. Y es que esta práctica “constituye un delito, según la definición del Consejo de Europa sobre prevención contra la violencia contra las mujeres y domestica.
Además de todo ello, entre un 60 y un 80% de las mujeres psiquiatrizadas, según distintos estudios, han sufrido violencias machistas, según explica el colectivo InsPiradas especializado en salud mental desde una perspectiva de género.
Todo este tipo de violencias se sufren desde las Instituciones, la misma sociedad y las personas más cercanas, ya que los maltratadores son, en muchas ocasiones, los propios cuidadores, lo que hace muy difícil salir de la situación de maltrato.
Insisto también, como ya he apuntado en varias ocasiones, que tenemos un problema en el feminismo cuando no contamos como debiéramos con los colectivos más desfavorecidos. Es importante saber que necesitamos una perspectiva de género feminista que no olvide a un colectivo que no suele poseer las herramientas adecuadas para su empoderamiento, a pesar de haber cada vez más colectivos de mujeres diversas que caminan hacia conseguir la igualdad real y ser escuchadas por muy invisibles que sean. Empieza la cuenta atrás…
Sigue a Anita Botwin en @AnitaBotwin.
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