“Alguna vez has visto un fantasma?”, pregunté al guardia. Con toda tranquilidad respondió: “Todos los días” y acto seguido señaló el banco donde estaba sentado y añadió: “Algunas veces el niño fantasma se sienta conmigo”.
Si Disneyland y Stranger Things tuvieran un hijo, el resultado sería Taman Festival: un parque temático balinés abandonado que la naturaleza ha ido cubriendo poco a poco desde que cerró en el 2000. Con un volcán falso, un foso de cocodrilos y la primera montaña rusa invertida del mundo, el parque costó alrededor de cien millones de dólares y se suponía que cambiaría el turismo balinés para siempre.
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Por desgracia, no fue así. Ahora, las lianas cubren los decrépitos edificios, el foso se ha secado y la capilla de bodas está llena de grafitis.
Tenía curiosidad por saber qué pasó para que un lugar así acabara abandonado, de modo que pregunté a un amigo de la zona y me contó la historia. Mi amigo ha querido que su nombre no aparezca, pero puesto que ha trabajado como guía turístico balinés durante gran parte de sus 50 y tantos años y conoce prácticamente toda la isla, me indicó cómo llegar al lugar y me recomendó que volviera a casa antes de que cayera la noche.
“El ambiente se vuelve más místico después de la puesta del sol”, me dijo seriamente.
El parque se encuentra en la costa este de Bali, cerca de la playa de Padang Galak en Sanur. Llegamos empapados de sudor y el guardia nos saludó extendiendo la mano. Sin pensármelo dos veces, le entregué un fajo de billetes húmedo por valor de 25 000 rupias indonesias (unos 1.75 dólares americanos). Nos dijo que había gente que intentaba evitar pagar el precio de entrada, pero que él conocía todos los secretos del parque y siempre pillaba a cualquiera que tratase de colarse. Nos lo creímos.
Al entrar, lo primero que vimos fue el tamaño desmesurado del parque. Taman Festival era enorme, pero estaba completamente destartalado. Había montañas de cristales por los suelos y una nube de mosquitos cubría todo el parque; los rayos de sol pasaban por los techos caídos y el sonido de las olas que rompían ofrecían una banda sonora de fondo curiosamente serena para el lugar.
¿Pero qué ocurrió? El Taman Festival abrió sus puertas en octubre de 1997 sin llamar demasiado la atención. Según aquellos que fueron testigos de los buenos, pero breves, tiempos del parque, era precioso a la par que innovador. Algunas atracciones todavía se estaban construyendo cuando se abrió, como un arsenal de láseres para iluminar el cielo de la noche. No obstante, el parque estaba mejor financiado que todos los de la isla. Pero el momento no fue oportuno.
Justo unos meses antes, en julio, el Gobierno tailandés había hecho que se desplomara la moneda nacional inadvertidamente, produciendo una reacción en cadena que arruinó a toda la economía del sudeste asiático. La conocida como crisis financiera asiática también afectó a la rupia indonesia, en un momento en el que las tensiones políticas habían socavado el turismo.
Como resultado, el parque se quedó muy por debajo de los 1200 visitantes al día que habían pronosticado y recibía tan sólo unos 200 los fines de semana. Consiguió sobrevivir a duras penas durante seis meses, hasta que, el viernes 13 de marzo de 1998, un rayo alcanzó la adorada máquina de láseres de 5 millones de dólares. El seguro no cubrió todos los gastos y el parque tuvo que cerrar sus puertas oficialmente en el 2000.
Hoy, el parque sigue abandonado después de 20 años. El foso de cocodrilos parecía más un campo de fútbol descuidado, un oasis de naturaleza salvaje dentro de los muros de cemento. La jungla se había tragado gran parte de las estructuras, que parecían haber sobrevivido un apocalipsis.
No obstante, el guardia del parque cuida del terreno desde hace cinco años, a pesar de que no trabajaba allí cuando abrió. “Limpio todos los días desde las 4 de la mañana hasta las 8”, me dijo al tiempo que señalaba una antigua hoja plastificada con los precios de entrada.
Más tarde, mi amigo me contó que cada pueblo tiene la responsabilidad de cuidar su tierra. Según entendí, es un puesto de servicio comunitario, que el guardia se toma muy en serio.
Aunque la mayoría de los lugareños no suelen visitar el lugar, el guardia y otros pocos siguen dejando ofrendas todos los días. Estas ofrendas, llamadas canang sari, sirven para complacer a los dioses y apaciguar a los muertos. Mientras que el parque poco a poco se va deteriorando, los pequeños altares se mantienen bien cuidados.
Al poco tiempo, el guardia nos empezó a contar historias de turistas cuyas cámaras fotográficas dejaron de funcionar cuando llegaron al parque. Luego hizo una pausa, mirando a algo que yo no podía ver. Entonces sonrió y volvió a mirarme.
“He hablado con ella. Me ha dicho que eres de fiar”, dijo, señalando a un supuesto fantasma con el que acaba de hablar.
No parece que haya intención de derribar lo que queda del Taman Festival, puesto que, tal y como me explicó mi amigo guía, es muy caro y complicado: “Es mucho más sencillo dejarlo ahí”.
Si visitas Bali y tienes 1.75 dólares de sobra para el guardia, no dudes en visitar este tétrico parque. Pasarás una buena tarde y además le ayudarás a conservar su puesto de trabajo.