En el corazón de la zona radiactiva de exclusión de Chernóbil hay una granja experimental en la que, desde hace años, un grupo de científicos ha estado cultivando cereales. Centeno, para ser exactos. Estos investigadores, liderados por el profesor Jim Smith, de la Universidad de Portsmouth, quieren demostrar que es posible elaborar productos consumibles a partir de ingredientes contaminados. Ahora han anunciado su primera creación un vodka artesanal, llamado Atomik y embotellado por la recién fundada Chernobyl Spirit Company.
“Nuestra idea era usar el cereal para elaborar un licor”, señaló el profesor Smith en una entrevista para la BBC. “Es la única botella que existe. Me tiemblan las manos al cogerla”.
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El concepto de un vodka destilado en la zona de exclusión de Chernóbil parece salido del diagrama de Venn de un turista macabro: una mezcla seductora de fetichismo morboso y de emociones fuertes. Sin embargo, Smith insiste en que su producto “no es más radiactivo que cualquier otro vodka”. Y ahí está la gracia.
“Cualquier químico sabe que, al destilar algo, las impurezas se quedan en el producto residual”, explicó. “Usamos centeno ligeramente contaminado y agua del acuífero de Chernóbil y lo destilamos. Pedimos a nuestros amigos de la Universidad de Southampton, que tienen un laboratorio de radioanálisis fantástico, que comprobaran si el vodka contenía radiactividad. Y no encontraron nada. Todos los valores estaban por debajo del límite de detección”.
“Yo creo que ahora, después de 30 años, más importante que la radiactividad es potenciar el desarrollo económico”
El doctor Gennady Laptev, científico residente en el Instituto Hidrometeorológico de Ucrania, en Kiev, y miembro fundador de la Chernobyl Spirit Company, explicó en la entrevista que este vodka demuestra que puede sacarse provecho a la tierra cercana al reactor para actividades agrícolas.
“No hace falta abandonar totalmente la tierra”, dijo. “Podemos usarla de formas diversas y obtener algún producto que no tenga rastro alguno de radiactividad”.
Aunque por el momento solo existe una botella, Smith y su equipo quieren producir unas 500 este año y quizá venderlas al creciente número de turistas que visitan la zona de exclusión. Los investigadores planean ceder la mayor parte del dinero que obtengan a las comunidades de la zona, que han sufrido enormes dificultades económicas y sociales para salir adelante desde que ocurriera el desastre.
“El problema para la mayoría de los que viven allí es que no se alimentan adecuadamente, no disponen de servicios de salud, no tienen trabajo y nadie invierte en la zona”, explica Smith. “Yo creo que ahora, después de 30 años, más importante que la radiactividad es potenciar el desarrollo económico”.
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Este artículo se publicó originalmente en VICE ASIA.