La alerta antifascista contra VOX no ha servido ni servirá de nada

manifestación contra VOX

Tras los resultados de VOX en las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, Adelante Andalucía y Unidas Podemos proclamaron una “alerta antifascista” contra los 12 parlamentarios obtenidos por el partido de Abascal. Desde entonces hasta las elecciones generales, las referencias a VOX han oscilado entre el silencio y el ataque. Son exactamente los dos ingredientes que han llevado al populismo de derecha a grandes éxitos mundiales. Los 395 978 andaluces fueron una rebelión contra el silencio, y los 2 677 173 españoles son una rebelión contra el desprecio. No son tantos, pero si se insiste en estas dos líneas que los han traído aquí, acabarán por ser más.

Es fácil que mucha gente haya sentido en el ninguneo a VOX un ninguneo al electorado. Pero incluso la exclusión de debates era preferible a los diversos insultos: del secretario de Comunicación del PSOE, Luis Arroyo —”cuatro machotes metidos en una caverna”—, de Julio Llamazares en El País —correlacionando el voto a VOX con la falta de librerías—, del cómico Buenafuente —”se ha pedido el voto a los cerdos”—, de la cómica Elisa Beni —”es normal que tiren piedras a VOX”— e incluso Errejón, al que se le presupone vacunado contra este error, calificó a los asistentes al Vistalegre de VOX como “gente que va en Mercedes a misa”, ecos del desprecio al pueblo ejercido por Hilary Clinton al llamar deplorables a los votantes de Trump.

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Además, desde el caso estadounidense al brasileño, los intentos de minimizar al populismo de derechas ignorándolo o de demonizarlo maximizándolo, se han demostrado como estrategias claramente contraproducentes. Y lo son porque el poder que se les concede a estos partidos crece exponencialmente: tratarlos de bárbaros, fascistas, plaga bíblica o terremoto les concede inevitabilidad, poder destructivo y percepción de victoria a medio plazo. Los saca tanto del reino terrenal como del mundo de las ideas, en el que es posible —incluso fácil— vencerles. El caso paradigmático ha sido el de Ada Colau: primero intenta censurarlos cerrando el acceso a un espacio para su acto en Barcelona y negándose a mencionarlos por su nombre para, posteriormente, calificar a todos los asistentes como “rancios de extrema derecha”. Quien escoja callar, debería callarse del todo.

Hasta las elecciones generales, el silencio ha sido la estrategia más propia de la derecha hegemónica —recordamos a Casado y Rivera negándose a calificar a VOX de “ultraderecha” con vistas a pactar con ellos— y el insulto ha sido la estrategia útil a la izquierda hegemónica. Tras las elecciones ya están intercambiando las tácticas (Casado comienza a atacar a VOX, Sánchez busca anular su presencia). Quien no se encuentre encasillado en estas dos etiquetas, debe buscar un acercamiento distinto a la cuestión, que seguramente pase por profundizar en cultura democrática, y concebir una idea nacional capaz de acomodar también a esos millones de votantes de VOX en la vida democrática normal del país, como decía Pasolini “también es fascista considerar a un fascista como alguien irremediablemente fascista”, por mucho que moleste a los más fervientes opositores a VOX.

“La alarma antifascista ha sido positiva incluso para Ciudadanos, el gran beneficiado por ese alarmismo entre la derecha y ha sabido enmascarar su neoliberalismo progresista”

Por lo demás, es muy posible que el alarmismo ante este supuesto mal absoluto haya servido de cobertura para un mal relativo mayor: la confluencia del “VOX naranja” con el PSOE, el único beneficiado por el alarmismo antifascista, ya que ha sido percibido como la opción más grande, institucional y experimentada contra la extrema derecha.

Pedro Sánchez ha contado con el respaldo cercano de UP para generar una histeria en todo el espectro antifascista. Y si aquella postura de Podemos ha contribuido finalmente a un gobierno encabezado por el PSOE, sea con quien sea, lo cierto es que tampoco se puede decir que estemos ante un gran triunfo en pos del cambio y solo hace falta recordar la historia de los últimos 40 años del partido de la rosa para darse cuenta. Además, la alarma antifascista ha sido positiva incluso para Ciudadanos, el gran beneficiado por ese alarmismo entre la derecha, pues —al contrario que el PP— ha sabido enmascarar con “neoliberalismo progresista” —Nancy Fraser dixit— y feminismos liberales su seguidismo a VOX y se ha consolidado como una “alternativa moderada” a los supuestos excesos de izquierdas y (otras) derechas, amen de convertirse en un candidato muy posible como compañero de viaje de Sánchez —a pesar de lo que pedían las bases tras los resultados del 28A— lo que nos pondría ante una “victoria antifascista” comparable a la de cambiar Le Pen por Macron en Francia: una cantidad semejante de patriotería, pero con una mayor cantidad de neoliberalismo. Un escenario que si bien puede parecer lejano, puede no ser tan descabellado si en vez de un acuerdo de Gobierno pensamos en una continuidad en el apoyo parlamentario de Ciudadanos al PSOE, una probabilidad bastante real.

No hay nada en todas las citadas consecuencias de la “alerta antifascista” que interese estratégicamente al espacio del cambio. No debería ser una buena noticia que el miedo a la xenofobia de VOX aúpe al PSOE de los CIES, al Ciudadanos de los inmigrantes sin tarjeta sanitaria o cierta xenofobia latente en algunos partidos independentistas; ni que el miedo al neoaznarismo de VOX aúpe al neoaznarismo de Ciudadanos, el neozapaterismo del PSOE o al neopujolismo independentista.

Se dice que el fin del eje izquierda-derecha llegó cuando la izquierda hegemónica abandonó a —o fue abandonada por— los trabajadores y la derecha hegemónica hizo lo propio con las ideas conservadoras y nacionales. Surgió un nuevo eje que contraponía la defensa de las soberanías al mercantilismo global, y otro que enfrentaba la democracia popular al dictado elitista. Estos nuevos ejes vendrían a finiquitar el turnismo político instaurado en Occidente, por lo que se los ha intentado contrarrestar con el eje que observaba Esteban Hernández: el de un gran bloque centrado y liberal contra un enemigo extremista y reaccionario. Este nuevo eje lograría, por temor a los reaccionarios, atraer a las opciones transformadoras hacia el bando inmovilista.

“No basta disputarse la idea de orden con el Partido Popular, la alianza de civilizaciones y el feminismo con el PSOE o el desarrollo y la innovación con Ciudadanos, sino también disputarle a VOX desde una perspectiva social y progresista la defensa de aquello que VOX dice que ha venido a rescatar”

En la noche electoral, Ortega Smith prometió que los diputados de VOX serían “la resistencia”, haciendo patente que piensan jugar la carta de presentarse como “oposición legítima” al consenso democrático actual. Su fuerza está en volver a plantear debates en temas que ya se consideraban zanjados y sus resultados aceptados (feminismo, inmigración, memoria histórica…), defendidos por un supuesto consenso entre PP, PSOE y Ciudadanos. Un “consenso caduco” a ojos de los de Abascal al que, supuestamente, también da su apoyo Podemos. Así, al estilo del primer Pablo Iglesias, ellos intentan diferenciarse de la casta, aunque en este caso sin necesidad de ofrecer políticas realmente distintas, proponiendo las típicas respuestas neoliberales y, en este caso, con una buena dosis de ideología reaccionaria.

Si el miedo a un posible auge de los reaccionarios lleva a Podemos a apoyar acríticamente al extremo centro que tiene la mayoría en el Congreso, estará adoptando una perdedora postura defensiva, presentándose solamente como escudero del régimen y barniz morado del aparato, absorbiendo todos los golpes del descontento ciudadano sin haber disfrutado ninguna de las ventajas del poder político. Lo lógico sería, por el contrario, señalar a VOX como la verdadera continuidad de la columna vertebral del sistema y a sí mismos como una opción transformadora. Podemos tiene que rebatir a VOX para rebatir también los defectos de los consensos del Partido Popular, el PSOE y Ciudadanos.

Para ello no basta disputarse la idea de orden con el Partido Popular, la alianza de civilizaciones y el feminismo con el PSOE o el desarrollo y la innovación con Ciudadanos, sino también disputarle a VOX desde una perspectiva social y progresista la defensa de aquello que VOX dice que ha venido a rescatar: la idea de la patria, de la familia, de nuestra historia… Valores que no son suyos ni pueden secuestrarlos para representar a un pasado rancio y apolillado. Desactivar su discurso, exponer que no son más que la enésima manifestación el inmovilismo es la única forma de no caer en el papel de retaguardia del sistema y de posicionarse como la vanguardia del cambio.

No se tiene que tratar solo de una alarma antifascista, sino de una alarma contra las políticas de los grandes bancos, la austeridad, las divisiones entre buenos y malos españoles, la falta de soberanía… Una alarma que suene también contra el resto de partidos que, con una imagen más moderada, progresista incluso, han comerciado con nuestras vidas con tal de mantenerse o llegar al poder. La única forma de detener al nacionalismo excluyente con los no privilegiados es una patria inclusiva en la que quepamos todos.

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