Pues la misa del domingo de La 2 tampoco está tan mal, Pablo
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Marca España

Pues la misa del domingo de La 2 tampoco está tan mal, Pablo

Si lo analizamos fríamente, es un espacio alejado de las inercias más detestables de la televisión contemporánea.

Así son los tiempos en los que vivimos: un tipo —un político de izquierdas— comenta que no tiene sentido que en un canal de televisión pública se retransmita la misa del domingo, sobre todo, por ser, precisamente, una cadena pública —ese "pagado por todos" tan eterno y jovial— de un país laico y aconfesional. Es entonces cuando la afirmación indigna a ciertas capas de la política y de la ciudadanía que, con la ayuda de ciertos personajes públicos, se moviliza para lograr que el programa obtenga una audiencia inaudita. El debate continúa y los medios se posicionan en una especie de batalla sin sentido.

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Es en medio de toda esta reyerta que me doy cuenta de que nunca he visto este programa; nunca he visto la eucaristía de La 2, es más, nunca he visto una misa.

Los motivos de mi pequeña falta de fe son evidentes. "Domingo", "10:30 AM" y "vigilia" no son términos demasiado compatibles. Normalmente utilizo la mañana de los domingos —y a veces todo el día— para que mi cuerpo descanse después de la escandalosa ingesta de alcohol del sábado por la noche; a veces, si mi cerebro sigue vivo, también me animo a recorrer los destartalados pero bellos pasillos del Mercat de Sant Antoni de Barcelona para remover una y otra vez entre los mismos discos de cada domingo, esperando pescar alguna joya puntual como lo fue hace años ese Before and After Science de Brian Eno. Pero está claro que nunca he dedicado el despertar del domingo a la misa de La 2.

Aun así, este domingo 18 de marzo hice una excepción debido a todo el debate que he mencionado en el primer párrafo. Este domingo pasado decidí ver la mediática misa de La 2 para intentar entender de qué está hablando toda esa gente que la criminaliza o la defiende, para destapar el horror o la preciosidad de esta liturgia milenaria. La misa mañanera de La 2 se retransmite a las 10:30 bajo el yugo de un programa llamado El Día del Señor, siendo "el día" el domingo y "el señor", creo, Dios Jesucristo.

Debo admitir que empecé afrontando este reto con cierta superioridad moral, con la distancia irónica del que cree que estas ceremonias religiosas son un proyecto arcaico e incluso kitsch.

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Creo que es necesario que haga un apunte: que conste que quiero mantenerme alejado de todo tipo de valoración sobre si se debe o no retransmitir esta misa a través de una cadena pública. No entiendo de Dios ni de no-Dios, simplemente quiero analizar estéticamente el programa, intentar justificarlo por sus propios valores estéticos dentro del marco de una propuesta audiovisual. Deduzco que cada una de las facciones que se encuentran en este debate —los que defienden su presencia y los que se sienten ofendida por ella— tendrán sus motivos convincentes para justificar su pertinente teoría y considero que no tengo el conocimiento suficiente para posicionarme. En un principio diría que "les jodan" y que se carguen este programa pero ya, pero, por otra parte, es innegable la presencia histórica de esta religión en el seno de esta nuestra sociedad y, queramos o no, forma parte de lo que fue, es y será España —al fin y al cabo, como dice Wikipedia: "según la memoria de actividades de la Iglesia de 2012, en España hay 34.496.250 bautizados, que cubrirían el 73% de la población"—.

La misa —mi primera misa— empieza con una bonita canción de música pop en formato acústico. Tres guitarras y varias voces femeninas componen la modesta orquesta. La canción es pegadiza, pero de ese pegadizo que, por simple y agradable, genera un rechazo absoluto. De todos modos se intuye cierta bondad en la ejecución y uno se siente mal al pensar que, simplemente, este tema es un gran montón de mierda.

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Los planos generales me permiten tener una visión clara del espacio interior y me sorprende ver que la Parroquia Sta. Teresa Benedicta de la Cruz de Madrid está completamente abarrotada. Pienso en todas esas personas que los sábados por la noche no se emborrachan o que los domingos por la mañana no prefieren quedarse en la cama haciendo paseos por Instagram. Gente real que se presenta ahora ante mis ojos, gente que creía que no existía pero que ahí está, esperando un breve contacto con Dios. Esa peña existe y son varios, muchos.

Esta revelación me hace pensar que está claro que vivo en una burbuja existencial, que yo y mis amigos no formamos parte de la sociedad española real, no somos ellos, no somos la mayoría. Pasa lo mismo que con el resultado de las elecciones pasadas, está claro que somos una minoría y la España de verdad está ahora aquí en esta parroquia y vota lo que vota y nosotros no somos nada, absolutamente nada.

La misa empieza con un clásico "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" y me enorgullece conocer y tener memorizadas estas primeras palabras de la ceremonia. Un orgullo extraño porque, básicamente, la Iglesia y Cristo me importan bien poco, una especie de guilty pleasure —término odioso que espero sepan perdonarme— religioso.

De repente, el micro parece no funcionar correctamente y un tipo —¿un sacerdote?— espeta "bienvenidos todos a esta celebración, si es que se oye". Me parece precioso que existan este tipo de problemas técnicos en: 1) RTVE y 2) en la casa del Señor. Este error, de algún modo, me tranquiliza, pues denota que incluso la mística sucumbe a los pequeños fracasos terrenales.

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La misa continúa con una velada referencia a los incidentes de estos últimos días. El sacerdote agradece la labor que está haciendo RTVE al retransmitir los cultos, pues permite brindar la misa a todas aquellas personas que no puedan asistir físicamente, ya sea porque están postrados en el sillón de su casa o porque se encuentran ingresados en un hospital. "Gracias, pues, a Televisión Española" y prosigue, "os saludamos a todos vosotros, enfermos". Y ese "enfermos" retumba en mi cabeza, es como si se estuviera refiriendo a todos aquellos que somos ajenos a las prácticas católicas, es como si dijera "os saludo, enfermos ateos, que estáis todos completamente locos, joder".

La misa se revela como algo suave, es como una invitación a quedarse. Es puro algodón estético. La relación entre planos no es violenta, los cortes entre plano y contraplano no son secos y mayormente se utilizan encadenados entre imágenes, haciendo que cada cambio sea sutil y no nos despierte de este ensueño en el que imagen y sonido nos ha desterrado. Los movimientos de cámara son también suaves, como buscando una celeridad divina. La propia narrativa de la misa no juega a grandes giros narrativos, ni cliffhangers, siendo más bien como un trance continuo, una experiencia cercana al Gerry de Gus Van Sant que a un programa de televisión al uso, pendiente de la audiencia y los cortes publicitarios. Es, en definitiva, la imagen como experiencia. Intento no dejarme llevar y me distancio.

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Es entonces cuando me descubro sentado delante de un ordenador en un cyber regentado por paquistaníes. Sí, estoy viendo la misa en un locutorio. En casa no tengo ni internet ni televisión y no estoy orgulloso de ello, lo hago porque prefiero gastarme el dinero en otras cosas pero me gustaría disponer de estos servicios en mi hogar. Es curioso que, mientras a través de mis cascos suenan cánticos cristianos, fuera, en el espacio del locutorio, está sonando como otro culto de otra religión ancestral (¿Islam?). Entonces ambos salmos se entremezcla en una especie de conexión infinita entre religiones, una confusión celestial en el seno del costumbrismo. Los cánticos parecen los mismos, se compenetran con exactitud quirúrgica, y no dudo en que, realmente, en el fondo se traten de exactamente lo mismo.

Absorto en el momento de confluencia, una voz extraña me devuelve a la realidad. Es el comentarista de la misa. Recuerdo entonces que el programa ha empezado con algunos comentarios de este locutor pero que luego se ha callado durante un buen rato. Digamos que es un locutor sutil, lo opuesto de lo que encontramos en los partidos de fútbol, que parece que quieran arrebatar el protagonismo a la imagen. Esta voz de la misa no comenta lo que dice el párroco, ni lo que cantan los niños, ni las distintas fases del culto. Es una voz en off que "deja hacer", muy respetuosa, tanto que incluso te olvidas de ella durante sus eternos silencios. Creo que en la hora que dura todo el tinglado solo llega a hablar en tres ocasiones, un total de tres minutos de dicción, como mucho. Este uso inusual me recuerda de nuevo que este programa sigue otro tipo de lógicas audiovisuales. No es normal que un presentador esté todo el rato callado ni que, de repente, sin avisar, empiece a hablar, como queriendo generando un sobresalto en el telespectador. Pero no, curiosamente, el timbre y la cadencia del narrador no consigue violentar, se muestra familiar y pese a sus escasas interrupciones, no estorba ni resulta ajeno.

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Todos estos elementos —imagen, sonido, narrador— hacen que entremos como dentro de una especie de ficción. Esto no está pasando ahora en Madrid, no es una retransmisión, es como una película. Son solamente las tímidas miradas a cámara de algunos de los presentes los que nos recuerdan que esta gente no son actores y que esto es, simplemente, real.

Porque si algo tiene este espacio es una realización exquisita. He llegado a contar varias cámaras: una fija para los asistentes feligreses; otra para los primeros planos y planos medios de los sacerdotes; otra para los planos generales de todos los clérigos y la parte frontal de la parroquia y, finalmente, una cámara con grúa que recorre libremente toda la estancia, retratando a feligreses y eclesiásticos con fina soltura.

El montaje en directo, como he comentado, es muy cuidadoso, utiliza fundidos exquisitos y repletos de significado, entremezclando el cáliz con el pantocrátor que corona la parroquia. Esto no quita que se lleguen a momentos de auténtica locura visual, como esos planos incongruentes del techo de la iglesia que, en un principio, no tienen ningún tipo de sentido —¿acaso buscan lo celestial?— pero que resultan inquietantes y maravillosos. En definitiva, este programa disfruta de una dirección y realización completamente libre e, incluso, vanguardista en la escena televisiva actual.

El asunto dura una hora pero se me hace corto. Son las 11:30 de la mañana y aún me queda todo el día por delante. Es maravilloso levantarse así. Asumo con cierta impertinente tristeza que durante esta misa no haya sucedido ningún momento memorable ni destacable, que nadie se haya metido con los homosexuales o que no haya surgido ninguna indecencia similar. En fin, ¿quién soy yo para querer que surja el escándalo?

Mientras aparecen los títulos de crédito deduzco que, en definitiva, se trata de un espacio televisivo único. Es un programa que no sigue los cánones del lenguaje audiovisual ni, mucho menos, de las lógicas de las audiencias. Es un programa calmado, relajante, sin cliffhangers ni publicidad (bueno, digamos que hacen publicidad de Dios) pero no contiene pausas publicitarias y, por lo general, es un espacio que experimenta formalmente y campa libremente por las laderas de la TDT, sin presión y sin miedo.

Fuera de todo dilema, fuera de todo contenido religioso, fuera de Dios y de España, es excepcional ver un espacio televisivo de estas características, la antítesis de la televisión actual de realities y de la búsqueda enfermiza de la audiencia.