El lado oscuro de Playa Daiquirí

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El lado oscuro de Playa Daiquirí

Estábamos a unos 80 kilómetros al noroeste de la Bahía de Guantánamo, conduciendo a través de laderas enzarzadas a lo largo de un camino rural sinuoso. José, mi conductor para todo el día, no tenía idea de cómo llegar a donde íbamos. Ya había pedido...

Estábamos a unos 80 kilómetros al noroeste de la Bahía de Guantánamo, conduciendo a través de laderas enzarzadas a lo largo de un camino rural sinuoso. José, mi conductor para todo el día, no tenía idea de cómo llegar a donde íbamos. Ya había pedido direcciones nueve veces. Le seguía llamando "Playa Bacardí".

"Playa Daiquirí" , lo corregía yo desde el asiento del copiloto.

Ninguna de las personas con las que habíamos hablado sabía dónde estaba Playa Daiquirí. A José no le importaba. Tenía veintitrés años con una esposa e hijos; siempre y cuando se le pagara, a José con su destartalado Lada rojo le encantaría llevarme a cualquier lugar de Cuba.

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José nunca antes había oído hablar de Playa Daiquirí. Pero cuando nos encontramos en la parada de taxis, fuera del aeropuerto de Holguín unas horas antes, y le dije hacia donde me dirigía, me aseguró que podía llevarme ahí –por 115 convertibles para todo el día– si es que en verdad existía.

Playa Daiquirí es real, le aseguré, inseguro.

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Tendría que seguir ahí, ¿no? Después de todo, es el lugar de nacimiento del famoso cóctel. Un daiquirí clásico es una cosa aparentemente simple: un aparejo de ron blanco, un poco de jugo de limón, media cucharadita de azúcar y hielo picado, todo sacudido junto vigorosamente hasta quedar mezclado en un escarchado espumoso. El nombre

Daiquirí

, originalmente una palabra indígena taína, es también un lugar, y yo me dirigía allí, a la fuente, para averiguar qué pasa actualmente en Playa Daiquirí.

Estábamos muy lejos de La Habana o de Cayo Coco. Los turistas no suelen desviarse hacia el interior del país, y mucho menos a la parte inferior en forma de cola de ballena. El camino desde Holguín a la costa sur te lleva a lo profundo de Cuba, el corazón de lo que ellos llaman la patria. "¡Morir por la patria es vivir!" Pregonan los anuncios. "¡Patria o Muerte!" En lugar de gnomos de jardín, la gente aquí tienen gnomos guerrilleros barbudos, de tez oscura, luchadores por la libertad a la altura de nuestras rodillas, puños rectos permanentemente alzados en solidaridad desafiante.

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Casa con gnomos

José conducía lentamente para evitar todos los baches y el estiércol. Al lado de la carretera, las vacas huesudas pastaban en la hierba desconsolada debajo de los árboles de mango llenos de fruta. Una vieja limusina ZIL rusa nos rebasó, llevando hombres de caras planas en uniforme. Había anuncios de "Viva Fidel" por todas partes, así como pancartas instando a los residentes a no perder la fe en "su" revolución. La revolución, ahora en su quincuagésimo sexto año, empezó aquí mismo en las exuberantes montañas de la Sierra Maestra que nos rodea. ¿Qué pasaría ahora que parece aproximarse una distensión con Estados Unidos?

Costeamos hacia un campo con miles de mariposas zigzagueando en el aire. "¡Mariposas!", exclamó José, encima del reggaeton CubanFlow que escuchaba en la radio del coche. Los cubanos se enorgullecen de su ingenio, y José parecía convencido de que el control de volumen podría activar el AC descompuesto del coche, como si el aire musical que salía de las bocinas tuviera un efecto de ventilación y de enfriamiento. Entre más sudoroso se ponía el día, más altos eran los decibeles. Ahora, poco después del mediodía en un día de verano, se sentía derretiblemente caliente, y correspondientemente ruidoso. Esta es la parte más cálida de la isla –el campo alrededor de Santiago de Cuba es implacablemente tropical. La gente pasea por la calle con sombrillas en la mano. Un brillo de moho cubre todo. La humedad se licua lentamente en las páginas del cuaderno de un reportero, volviéndolas pulpa húmeda.

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Bartender en El Floridita Bar en la Havana, Cuba, haciendo daiquirís

"Ya estamos más cerca, creo", gritó José, subiéndole más a la música.

Me gustaría detenernos por un daiquirí. En su clásico de 1948, The Fine Art of Mixing Drinks, David A. Embury lo clasifica como uno de los seis cócteles básicos. El daiquirí, escribió, "es un cóctel difícil de mejorar. Es seco, pero suave. El tiempo de reacción es corto".

Un daiquirí de acción rápida, seco, pero suave –y helado– habría sido una mejora a las botellas de agua tibias que traje para el paseo. Si se hace bien, un daiquirí tradicional es infinitamente superior al slurpee-slushee con alta fructosa de fresa o plátano artificial con el que la mayoría de la gente está familiarizada en la actualidad. Sin embargo, una cosa que todos los daiquiris tienen en común, ya sea de mala calidad o de lujo, es la temperatura. Un daiquiri es, literalmente, y por definición, fresco. "Debe estar enfermamente congelado, si no, no es bueno", resumió Basi Woon, en su texto de 1928: When It's Cocktail Time in Cuba.

Un daiquiri se puede hacer igual de bien con una batidora o con un agitador, con la condición de que sigas las instrucciones de Embury de "sacudirlo como si estuvieras sufriendo un ataque súper agudo de fiebre intermitente y el baile de San Vito combinado". Hacerlo correctamente debe dar lugar a una capa superior escarchada con un cuerpo líquido que Ernest Hemingway (un conocedor libertino de daiquirí) comparó con el agua del profundo océano. "Este daiquirí congelado, muy bien agitado, se ve como el mar en donde las olas caen lejos de la proa de un barco cuando hace treinta nudos", como señaló en Islands in the Stream.

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Daiquiris en El Floridita Bar.

Cuando Hemingway vivió en Cuba, bebía daiquirís en el bar El Floridita de La Habana. Le gustaban sin azúcar y de gran tamaño: 118 ml de ron blanco metidos en una licuadora con hielo picado, jugo de limón, jugo de pomelo, y seis gotas de licor de cereza marrasquino. En una ocasión se bebió 16 Papa Dobles en una sola sesión. El Floridita, conocido como La Catedral del Daiquirí o La Cuna del Daiquirí todavía existe, aunque ahora es una trampa turística que parece más un museo de cera que un bar real en el que quieras pasar el rato. Sin embargo, aunque la estatua de bronce de Hemingway se vea lamentable, hacen daqs más o menos decentes, y todavía vale la pena visitarlo, por lo menos por su atractivo histórico, si no es por las bebidas o la atmósfera falsa.

Como te dirán los bartenders de El Floridita, hay dos mitos principales de creación detrás del cóctel y ambos se remontan a Playa Daiquirí. Una de las historias implica a un ingeniero minero italiano llamado Pagliuchi (o Pagliucci) que estaba visitando a un ingeniero en minas norteamericano llamado Jennings S. Cox en las minas de hierro de Daiquirí a finales de 1800. Cox mezcló una bebida que sus mineros hicieron de nuevo cada mañana en el bar Venus en Santiago –un cóctel que bautizaron como daiquirí. La receta original de Cox ha sobrevivido, e incluye el jugo de seis limones, seis cucharaditas de azúcar, 177 ml de Bacardí Carta Blanca, dos pequeñas tazas de agua mineral, y un montón de hielo picado, todos agitados juntos en una coctelera. (La fórmula manuscrita se puede ver aquí).

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El camino a la Playa Daiquirí no está en buenas condiciones.

La autopista nos llevó a José y a mí por vastos campos de caña de azúcar, pastores con sus rebaños y agricultores azotando bueyes para arar la tierra. En algún lugar, en el camino hacia la provincia de Guantánamo, un signo para Playa Daiquirí nos sacó de la carretera de dos carriles y terminamos en un camino más pequeño. El carruaje tirado por caballos parecía ser el medio preferido de transporte en estas partes. Las montañas de la Sierra Maestre se alzaban por encima de nosotros. En un momento dado, unos mastodontes verdes gigantes aparecieron en el horizonte, resultaron ser las estatuas de un parque temático llamado Valle de la Pre Historia.

La carretera estaba llena de lápidas y testimonios ornamentales dedicados a los revolucionarios caídos que lucharon junto a Fidel Castro y al Che Guevara en la década de 1950. Estos monumentos de piedra blanca se encuentran en la hierba alta que las ovejas pérdidas y los caballos mastican en el calor del mediodía. Cada pocos minutos nos encontramos con carteles pegados con eslóganes chovinistas o pinturas de los líderes comunistas de antes y de ahora.

La revolución no fue fácil (aunque fue televisada: después de que Fidel tomó el control, dio un discurso de siete horas de duración en televisión nacional). El Movimiento del 26 de Julio se puso originalmente en marcha con un fallido golpe de Estado en 1953, cuando Fidel tenía apenas 26 años de edad. Los combatientes lo intentaron otra vez desde 1956 hasta 1958. Aprovechando el inicio de las huelgas de los trabajadores, tomaron el control de Santiago de Cuba, y luego de todo el país. Por la primera semana de enero de 1959, Fidel se había convertido en el jefe, y las cosas han permanecido esencialmente así desde entonces. Las personas en el poder hoy en día son los mismos comandantes que expropiaron, y luego nacionalizaron todas las empresas no cubanas después de la revolución.

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En 1959, los estadounidenses que habían convertido a Cuba en su escapada tropical se vieron obligados a salir (incluyendo a Hemingway, que se suicidó un año y medio más tarde). La Declaración de La Habana de Fidel condenó "la explotación del hombre por el hombre y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista". Hay algo profundamente romántico, inspirador e idealista de su visión –a pesar de que la realidad de su logro terminó por convertirse en una inmensa pesadilla autocrática.

Mientras nos acercábamos a Playa Daiquirí, me pregunté si el mundo volvería a ver a alguien del tamaño de Fidel de nuevo, y si la explotación de los seres humanos y de los países subdesarrollados volverá a ser sustituido por algo mejor, más justo, más bueno. A Fidel le encantaba hablar de lo que podría ser – y no es que su Cuba estuviera cerca de llegar a eso. Aún así, hubo un contagio de su modo de ver, de pensar y de hablar. Como escribió Gabriel García Márquez: "Es inspiración: El estado irresistible y deslumbrante de la gracia, que es negada sólo por aquellos que no han tenido la gloria de vivirla". Márquez le preguntó a Castro qué era lo que más quería hacer en este mundo: "Sólo pasar el rato en alguna esquina", respondió. Eso es lo que Cuba es hoy en día: no es una utopía, sino un lugar donde siempre hay gente en las calles, pasando el rato, hablando, sobreviviendo. ¿Qué efecto tendrán los esfuerzos de acercamiento de Obama?

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Pensamientos de mariposa revoloteaban por mi mente mientras llegábamos a una intersección en la carretera. "¿Qué camino?", preguntó José. Me encogí de hombros y le sugerí que fuéramos primero por la izquierda. Unos minutos más tarde, la carretera se convirtió en un camino de arena y luego terminó por completo al lado de un pequeño edificio tranquilo. El cartel afuera decía que era un instituto terapéutico. José abrió la puerta para preguntar por el camino hacia la playa. Un asistente salió y dijo que definitivamente teníamos que volver para el otro lado, aunque a los coches ya no se les permite bajar a la playa. Podríamos caminar hacía ahí, dijo, pero que deberíamos preguntar en el otro extremo de la carretera.

"¿Qué clase de instituto terapéutico es éste?" pregunté, antes de irnos.

Es, dijo el asistente, un centro de rehabilitación para adictos a la heroína y para alcohólicos.

"¿Para cubanos o extranjeros?"

"Principalmente para los turistas", respondió, "que viajan aquí para tratar su adicción. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te gustaría hacer check in?"

Negué con la cabeza y me reí, un poco aprensivo, aún procesando el hecho de que había encontrado una clínica de rehabilitación en el extremo de la carretera hacia Playa Daiquirí. Regresamos al coche, y regresamos el camino por el que habíamos llegado, tomando el otro lado cuando regresamos a la intersección. Esa calle también terminó poco después, frente a una valla que decía "Zona Militar". Estaban allí unas losas monolíticas de hormigón grandes con forma irregular que no parecían cumplir una función aparente. José me dijo que me quedara en el coche, porque el ejército podría no tomar amablemente las preguntas periodísticas. Se acercó a la valla, y muy pronto un soldado salió a hablar con él.

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Piñas ya jo a la venta en el camino.

Había pruebas (como pilas de rocas) de que ésta había sido una región minera alguna vez, y resultó que las grandes formaciones cercanas solían ser la base de un puente de hormigón que permitía que un ferrocarril conectara la mina a Santiago. Mientras José y el funcionario charlaban, me senté allí, escuchando el sonido de los grillos que sonaban tan fuerte como camiones. Ya ni siquiera hacía calor; era ecuatorial. Estábamos en el lado equivocado del Trópico de Cáncer. Vi hacia la mina, e imaginé a unos mineros con tifoidea cansados y ​​sudando en fosas de malaria, deseando tomar un daiquirí frío, o por lo menos saltar al océano justo en la cresta.

José regresó al auto y me informó que no había manera de seguir adelante. "Playa Daiquiri ahora es un lugar de vacaciones para el personal militar", explicó.

"¿Un qué?"

"Un área de descanso para los miembros de las fuerzas armadas de Cuba", continuó. "Un hotel para soldados cubanos, para que puedan ir a descansar y recuperarse".

Uno de los caminos nos llevó a un centro de rehabilitación y el otro a un R&R resort militar. Le pregunté si podíamos al menos bajar a la playa. José negó con la cabeza. "Le pregunté," contestó. "Está fuera del alcance de los turistas y de la población civil. A nadie se le permite, excepto a los militares. Y definitivamente nada de extranjeros".

Regresamos por donde habíamos venido, y regresamos sobre la carretera principal. Ante mi insistencia, encontramos una forma de circular por otro camino hacia el océano. Unos minutos más tarde, llegamos a un estacionamiento adjunto a otra playa, que supuse era la playa junto a Playa Daiquirí. ¿Quién sabe? Podría también ser parte de Playa Daiquirí. José señaló un letrero que decía que la bahía se llamaba "La Bahía de Cochinos no circuncidados." "¿No sólo la Bahía de Cochinos?", le pregunté, como la famosa bahía de la crisis de los misiles. No, esa está camino hasta la costa, dijo José, cerca de La Habana. En el momento justo, un enorme cerdo negro peludo pasó por el camino delante de nuestro coche estacionado. "Debe estar circuncidado," dijo José, con una carcajada.

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La playa se veía prácticamente desierta, con excepción de un par de chicos sentados a la sombra de un árbol. Era sofocante. Yo estaba suspirando por un daiquiri, pero no había nada parecido a un refrigerador, y mucho menos una caja de hielo, en algún lugar cercano. Tal vez si cambia el régimen, habrá Casetas DAQ por todo el lugar. Algunas personas probablemente piensen que eso sería algo bueno. Por ahora, dados los muchos vertederos de todo incluido que cubren la costa cubana, es un alivio saber que todavía hay lugares salvajes por descubrir.

Un anciano con harapos se acercó y me preguntó si teníamos hambre. "¿Quieren comer algo de pescado?", preguntó. José negó con la cabeza. Yo lo consideré, mientras veía hacía el océano. ¿Es pescado recién capturado? No parecía haber electricidad en ningún lugar por aquí, así que no podría haber sido refrigerado. "¿Podemos ver el pescado primero?", pregunté. El hombre asintió con la cabeza. "Pero tenemos que ir a mi casa para verlo", estipuló. "Está a unos pocos kilómetros de distancia". Nos negamos; la idea de conducir en este calor en busca de pescado sin refrigerar se sentía como algo demasiado aventurero.

Salí hacia las olas, respirando el aire marino salobre, contento de saber donde estábamos, esto era, si no la Playa Daiquirí, entonces al menos una playa vecina que debe ser casi idéntica a ella. Puse mi mano sobre mi frente para proteger mis ojos del sol y miré hacia las montañas de la Sierra Maestra, en busca de una señal de lo que había desatado la revolución. Hojas de palma susurraron en el azul del verano.

"¿Nos vamos?", preguntó José, preguntándose cuánto más necesitábamos soportar en esta búsqueda de Playa Daiquirí. "Sí, vámonos", accedí, dándole palmaditas en la espalda. Mientras nos dirigíamos de nuevo al coche, nuestros zapatos se llenaron de arena. No podía esperar a llegar a Santiago, para ver si podía encontrar la barra de Venus, y finalmente pedir un daiquirí adecuado.