Wall Street se fue a la guerra: asesinar personas en el extranjero es un negocio creciente en Estados Unidos

Ilustraciones por Matt Rota

En 2004 me encontré en una situación muy peculiar. Estaba en Burundi, un país muy pequeño en África, tomando Coca-Cola con el presidente, el embajador de Estados Unidos, una mujer que yo asumía que era de la CIA y con la hija de ocho años del presidente. Eran cerca de las nueve de la noche; estábamos viendo el noticiero local en la sala del palacio presidencial, sin cruzar una sola palabra. No había nada que decir. La vida del presidente estaba en peligro. Estados Unidos me había enviado para mantenerlo con vida y yo no estaba seguro de cómo hacerlo.

Diez años atrás, el genocidio de Ruanda se había esparcido por la región, dejando al país destrozado. Ahora, la inteligencia estadounidense creía que la nación estaba a las puertas de otro derramamiento de sangre. Yo debía mantener al presidente con vida y en el ojo público, sin que nadie se enterara de que se trataba de un programa de Estados Unidos, ni siquiera el personal de la embajada. Eso fue lo que hice. Curiosamente, yo no era miembro de la CIA o parte de alguna unidad encubierta del ejército americano, ni siquiera un empleado del gobierno. Estaba en el sector privado —un “contratista” para muchos, un “mercenario” para otros—, trabajando para una gran empresa militar privada (PMC, por sus siglas en inglés).

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Hoy en día se ha vuelto frecuente que la política exterior se maneje a través de corporaciones. Las superpotencias, como Estados Unidos, no pueden ganar ni sostener guerras sin tener contratistas en lugares como Irak y Afganistán, algo que no era así hace una generación. Tareas que eran exclusivas de la CIA o del Ejército, ahora se les asignan normalmente a firmas que están listadas en la bolsa de valores de Nueva York. El aspecto más perturbador de esta tendencia es la decisión de subcontratar el uso de la fuerza: paramilitares, civiles armados que patrullan las calles de Bagdad y Kabul bajo la orden de su empleador, los Estados Unidos de América. Estos pequeños ejércitos privados, de los cuales el más infame es el Blackwater USA, son organizados por compañías multinacionales que convierten el conflicto en una mercancía. Desde el 11 de septiembre, esta industria ha pasado de decenas de millones a decenas de miles de millones en contratos de guerra.

Cuando, en su discurso de despedida presidencial, Dwight Eisenhower le advirtió al mundo sobre la industria militar, es probable que no imaginara que algún día esa industria proveería gatilleros en las guerras que pelea Estados Unidos en el mundo. Desde la época de Eisenhower, Estados Unidos se ha vuelto más dependiente de Wall Street a la hora de declarar la guerra.

Cuando pensamos en este “complejo industrial-militar” pensamos en compañías como Lockheed Martin y Raytheon, que proveen productos como aviones de combate y barcos de guerra. La industria también proporciona servicios como contratistas y unidades paramilitares. Las PMC son diferentes a cualquier otra corporación multinacional en la medida que matan o entrenan a terceros para asesinar. Firmas como Blackwater, Triple Canopy y Dyn Corp Internacional llevan civiles armados a los campos de batalla y aumentan las fuerzas de seguridad para los clientes. Estos no son exactamente los soldados armados que uno vería en los centros comerciales norteamericanos, sino soldados reclutados de otros ejércitos alrededor del mundo para que lleven a cabo misiones militares para sus clientes.

A diferencia de otros actores armados no estatales, las PMC son criaturas de Wall Street, fácilmente distinguibles por sus raíces en el sistema financiero y el derecho internacional. Por ejemplo, se compran y se venden como cualquier otra corporación, a veces cotizan en la bolsa de valores y generan (al menos eso se espera) ganancias para los accionistas e inversionistas. DynCorp Internacional ofrece un amplio rango de servicios y en 2013 ganó más de tres mil millones de dólares en ingresos según su informe anual. En la última década, DynCorp y sus subsidiarias fueron adquiridas por Computer Sciences Corporation (CSC), que la fragmentaron y luego la vendieron a Veritas Capital Fund, una firma de capital privado. En 2006, la compañía salió a la bolsa de valores de Nueva York bajo el símbolo de DCP, y cuatro años después fue adquirida por otra firma de capital privado, Cerberus Capital Management, por 1,5 mil millones de dólares.

Las fusiones y adquisiciones son muy comunes en la industria militar privada. Después de los tiroteos de 2007 en Bagdad, Blackwater se rebautizó como Xe y luego nuevamente como Academi. A principios de 2014, Academi fue adquirida por Constellis Group, un grupo empresarial que se alimenta de capital privado y que también incluye a su antiguo rival Triple Canopy. La compañía militar privada ArmorGroup Internacional estaba listada en la bolsa de valores de Londres en 2008 y después fue adquirida por G4S, una de las firmas de seguridad más grandes del mundo, con operaciones en más de 120 países. Estas firmas se comportan como cualquier otra compañía que esté incluida en la bolsa de valores o que sea propiedad de una empresa de capital privado, solo que van a la guerra.

La labor de las empresas que van a la guerra ha incrementado a través de las décadas. Durante la Segunda Guerra Mundial, los contratistas solamente representaban el 10% de la fuerza militar, comparado con el 50% de la guerra en Irak, una proporción de 1:1 entre contratistas privados y el personal militar. En tiempos recientes, el número de contratistas que apoyan las operaciones en Irak y Afganistán ha alcanzado proporciones históricas: en 2010, Estados Unidos desplegó 175.000 tropas y 207.000 contratistas en zonas de guerra.

Durante la última década, las muertes de contratistas en guerras correspondieron al 25% del total de muertes estadounidenses. En 2003, representaban solo el 4%. Entre 2004 y 2007, esa cifra incrementó hasta el 27%, y de 2008 a 2010 representaron el 40% de la tasa de mortalidad.

En 2010 murieron más contratistas que personal militar. Fue la primera vez en la historia que las muertes corporativas superaron las pérdidas militares. Solo en los primeros dos trimestres de 2010, las muertes de contratistas representaron más de la mitad —53%— de todas las muertes.

El tamaño del mercado que mueve esta industria sigue siendo desconocido; las estimaciones de los expertos comienzan en 20 mil millones de dólares. Lo que sí se sabe es que, de 1999 a 2008, las obligaciones contractuales del Departamento de Defensa de Estados Unidos —tanto por razones de seguridad y otras que no se relacionan con la seguridad— incrementaron de 165 mil millones a 414 mil millones de dólares.

En 2010, el Departamento de Defensa obligó a que se hicieran contratos de 366 mil millones de dólares (54% del total de las obligaciones de esta cartera), una cantidad siete veces más grande que todo el presupuesto de defensa del Reino Unido. Por otra parte, esta suma solamente implica las obligaciones contractuales del Departamento de Defensa y no incluye los contratos hechos por otras agencias gubernamentales, como el Departamento de Estado o la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, a través de sus “asociados de ejecución”.

La labor de los contratistas en tiempos de guerra también está cambiando. La gran mayoría de ellos en Irak y otros lugares está desarmada y provee apoyo logístico no letal, realizando tareas de construcción, mantenimiento y deberes administrativos. Sin embargo, es nueva y muy controversial la presencia de contratistas armados. Para muchos, la decisión de conseguir “letalidad” a través de la contratación en tierras extranjeras de civiles armados, especialmente entrenados para matar personas, huele a mercenarismo.

En 2010, los contratistas armados representaban el 12% (11.610 personas) del total de los contratistas en Irak y el 13% (14.439 personas) en Afganistán. Pero el tamaño no cuenta cuando se trata de contratistas armados. Aunque sean menos en número en comparación con sus colegas desarmados, sus acciones resuenan de forma excesivamente fuerte, debido a que la naturaleza de su trabajo es asesinar personas. Cuando un grupo de miembros de Blackwater masacró a 17 civiles inocentes en Nisour Square en Bagdad el 16 de septiembre de 2007, ocasionó una tormenta de sentimientos antiestadounidenses que debilitó la estrategia contrainsurgente de “ganarse los corazones y las mentes” de los iraquíes, y generó tanto rencor internacional que la secretaria de Estado, Condolezza Rice, tuvo que rendir cuentas públicamente por la matanza y poner en marcha una investigación oficial.

A pesar del caos, los contratistas de Blackwater quedaron libres, pues son inmunes a la ley iraquí, según la Orden 17 de la Autoridad Provisional de la Coalición. Muchos estaban enfurecidos, incluyendo el primer ministro de este país, Nouri al Maliki, quien declaró que “no se puede aceptar que una compañía de seguridad pueda llevar a cabo matanzas. Estamos lidiando con serios desafíos en cuanto a la soberanía de Irak”.

Esta tendencia parece demostrar que cada vez es más frecuente que Estados Unidos dependa de estas corporaciones para poder ir a la guerra. A menos de que Estados Unidos decida retirar significativamente su participación militar en el extranjero o restablezca el servicio militar, la privatización de la guerra continuará siendo una tendencia.

La mayoría de las PMC en Estados Unidos están compuestas por ciudadanos estadounidenses, sin embargo, como todas las empresas multinacionales, las compañías tienen oficinas en varios países. Si un gobierno como el de Estados Unidos o el Reino Unido les impusiera regulaciones estrictas, se mudarían a otro territorio. Dubái es un centro muy apetecido por su cercanía con mercados como los de Medio Oriente y África y por su amistosa legislación.

Al igual que las compañías mercenarias de la Edad Media, las personas que ocupan las filas de las corporaciones militares privadas son en su mayoría del ámbito internacional. En Irak, solamente el 26% de los contratistas en 2010 eran ciudadanos norteamericanos. En Afganistán la cifra era 14% para el mismo año.

En otras palabras, la mayoría de los empleados de las PMC no son estadounidenses. ¿A dónde irán estos no americanos una vez las PMC abandonen Afganistán? Muchos de ellos probablemente crearán sus propias PMC más pequeñas en sus lugares de origen, o buscarán nuevas PMC en otras zonas de guerra. Hoy en día, las PMC están surgiendo en Rusia, Uganda y otros lugares. Y son mucho menos exigentes en cuanto a quién le trabajan y cómo lo hacen.

La decisión de Estados Unidos de acudir al sector militar privado — a Wall Street por extensión— para hacer la guerra creó la figura del mercenario moderno. La mitad de la estructura de la fuerza militar norteamericana en Irak y Afganistán consistía en contratistas, y es muy poco probable que la superpotencia hubiera podido mantener dos guerras simultáneas durante tantos años sin su ayuda. En su momento fue una solución política muy conveniente para el liderazgo del país, ya que una retirada prematura de Irak o de Afganistán se hubiera parecido a la derrota de la época de Vietnam y un reclutamiento nacional era impensable.

Sin embargo, esta solución tuvo su costo. En el proceso, Estados Unidos generó un precedente en las relaciones internacionales: el uso legítimo de la fuerza militar privada o mercenarismo.

Esto, lentamente, ha desencadenado un nuevo tipo de conflicto armado en el mundo —la guerra contractual—, en el que cualquier país que tenga los recursos para pagar este tipo de soluciones bélicas puede utilizarlos. Los mercenarios eran la manera en la que la Europa medieval solía ir a la guerra, y los mercenarios hacen la guerra: pueden incluso provocar la demanda de sus servicios a través del chantaje y el hostigamiento. Esta tendencia está apareciendo lenta, pero seguramente. Un mundo de guerras privadas significa más guerra.

Es dudoso saber si esta industria puede ser regulada. En su momento, el senador Obama propuso una ley para hacerlo, pero luego la ignoró como presidente. La realidad es que estas compañías son menos costosas que las alternativas del sector público, tanto económica como políticamente. La Casa Blanca puede enviar contratistas en lugar de tropas para luchar en contra del Estado Islámico en Irak, porque no se ven como tropas militares. Esta industria proporciona una negación creíble y un encubrimiento político para sus clientes. Cualquier intento de regular estas compañías simplemente va a hacer que se trasladen de lugar. Más bien, seguirán existiendo como lo hacen hoy en día: en un grisáceo vacío normativo.

El futuro de la industria militar privada es promisorio. Hay cuatro tendencias que se refuerzan mutuamente: la resiliencia, la globalización, la indigenización y la bifurcación. La industria perdurará después de que Estados Unidos se retire de Afganistán, y buscará nuevos clientes. De hecho, ya lo está haciendo, globalizándose a través de nuevos clientes y compañías que aparecen alrededor del mundo. Mientras la industria se vuelve global, al mismo tiempo se está indigenizando o “volviéndose nativa”. Los señores de la guerra y muchos otros han adoptado el modelo de ejército privado para ganarse la vida, y los clientes internacionales, entre ellos Estados Unidos, lo están comprando. Finalmente, la industria está comenzando a bifurcarse entre un mercado regulado por compañías militares y un libre mercado lleno de mercenarios. Estas tendencias se irán expandiendo con el tiempo. Cualquiera que sea la trayectoria que gane el mercado en los años que vienen será importante, porque va a influir en el futuro de la guerra y la paz.

Sean McFate es autor del libro ‘The Modern Mercenary: Private Armies and What They Mean for World Order’ (Oxford University Press), que será lanzado próximamente y del cual salió este artículo.