
Andrés no es del barrio de Jamaica como el resto. Él es de Oaxaca, de un pueblo chico del Istmo de Tehuantepec. De los casi 30 años que ha vivido en el DF, unos 17 los ha pasado en la colonia Anáhuac, y los últimos ocho yendo todos los días, casi sin descanso, al Club Center.En el barrio lo quieren porque es tranquilo. No mata ni a una mosca, dicen. En cambio el barrio, sí. Andrés lo sabe. Es un barrio peligroso.Varios de los vecinos que se están poniendo los tacos, que se están secando el sudor, que están bebiendo el vasito de cerveza después del partido, han pisado alguna de las cárceles de la ciudad. Algunos sí cometieron delitos, otros sólo tuvieron mala suerte. Andrés es uno de ellos.Hace cuatro años, a las ocho de la noche, cuando iba del Club Center a su casa chocó, en Vértiz y Eje 3 Sur, su Wingstar blanca contra un Derby verde botella. Dos personas —el padre y la abuela—murieron en el lugar; una más —la madre— un mes después. Dos adolescentes —los hijos— se fueron al hospital; él, al Reclusorio Norte.“Yo no siento culpa porque fue un accidente y el daño que le hice sin querer a esa familia ya lo pagué en la cárcel, pero yo no debí estar encerrado. Fue injusto”.Fuera o no criminal, la figura legal de prisión preventiva lo obligó a vivir su proceso encerrado.

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