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Cultură

La mujer que despertó en el futuro

Naomi Jacobs era una madre soltera de 32 años de Manchester cuando se fue a dormir el 30 de abril de 2008. Despertó creyendo que tenía 15 años y que había despertado en el futuro. Ahora publica "Forgotten Girl", una biografía en la que relata su...

Naomi Jacobs era una madre soltera de 32 años de Manchester cuando se fue a dormir el 30 de abril de 2008. Vivía en un pequeño piso con su hijo de diez años Leo y su gata Sophia. En ese momento estaba desempleada y había vuelto a la universidad para sacarse el título en Psicología. Cuando despertó a la mañana siguiente, no recordaba nada de esto. Despertó creyendo que tenía 15 años y que había despertado en el futuro.

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Le costó años averiguar qué le pasó aquella noche, pero finalmente los médicos le dieron el diagnóstico: amnesia global transitoria. Este trastorno solo afecta a unas cinco de cada 100.000 personas al año y se manifiesta con una pérdida repentina de la memoria. A diferencia de otras formas de amnesia, las personas con esta dolencia son capaces de recordar quiénes son y cómo hacer algunas cosas (Naomi recordaba el número de su documento de identidad y cómo conducir), pero pierden los recuerdos cualitativos. Esos recuerdos regresan después de un tiempo, pero no antes de sufrir una traumática experiencia en la que sienten desorientados y como si hubieran viajado en el tiempo.

Para Naomi, la experiencia no solo fue desconcertante, sino que sirvió como catalizador para cambiar su vida. Ahora, siete años después, ha escrito una biografía llamada Forgotten Girl (Chica olvidada), en la que relata su experiencia. El libro habla de una mujer que olvidó su vida adulta por completo, redescubrió la persona en la que se había convertido y aprendió a perdonarse a sí misma.

VICE: Dime qué pasó cuando despertaste aquella mañana de 2008.
Naomi Jacobs: Esa mañana ya me había despertado y vi a mi hijo Leo irse a la escuela. Luego me volví a dormir. No había dormido muy bien. Había tenido un virus estomacal, amigdalitis y acababa de cortar con mi novio, así que mi patrón de sueño estaba bastante alterado.

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Al despertar nuevamente, lo primero que vi fueron las cortinas frente a mí. No las reconocí y cuando miré hacia abajo tampoco reconocí la cama o el cuarto en el que estaba. Salté de la cama. Durante unos minutos pensé que seguía soñando. No fue hasta que corrí al baño y me vi en el espejo que vi que había envejecido. En ese momento no sabía que habían sido 17 años, pero sí veía que era mucho mayor de 15 años. Entonces me di cuenta de que no estaba soñando.

¿Qué te pasaba por la cabeza en ese momento?
Terror. Shock total. Luego miedo. No sabía dónde estaba, en qué época estaba, de quién era esa habitación, en qué ciudad estaba…

En el libro explicas que recordabas un número de teléfono y sabías por intuición a quién debías llamar.
Al principio ni siquiera sabía si era un número telefónico, pero mientras recorría toda la casa presa del pánico, cada vez que miraba ese extraño teléfono —era muy distinto a los inalámbricos de 1992—, el número me venía a la memoria. Al final sentí que no tenía otra opción que marcarlo.

Era el número de mi amiga Katie. Sabía que la persona a la que estaba llamando era Katie, pero cuando una mujer contestó, de inmediato supe que no la conocía. No reconocí su voz. Me eché a llorar, completamente angustiada, y le dije que no sabía qué me estaba pasando o dónde estaba.

¿Cómo reaccionó a lo que le dijiste?
Al principio se rió porque pensó que estaba bromeando. Pero en cuanto se dio cuenta de que estaba realmente perturbada, reaccionó y dijo: "Llegaré en unos minutos". Cuando vino por mí, la vi por primera vez y supe que no la conocía, pero cuando me dijo que había llamado a mi hermana pensé: "Bueno, conoce a mi hermana, así que puedo confiar en ella".

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Las dos me hicieron todo tipo de preguntas. La cabeza me dolía mucho y me daba vueltas. Estaba convencida de todo iría bien. Pensé: Me iré a dormir y despertaré de nuevo en 1992. Estuve repitiéndomelo durante las primeras 24 horas para poder sobrellevar el trauma de lo que estaba sucediendo.

Pero no volviste a 1992.
Exacto. Cuando desperté al día siguiente y seguía sin ser una niña de 15, pensé: "Esto podría ser permanente". Mi hermana insistía en que viera a un médico, pero me negué.

¿Por qué no querías ir a ver un médico?
Yo solo pensaba: Todo va bien. Mañana ni siquiera estaré aquí. ¡Volveré a 1992! Pasaron cuatro días hasta que fui a ver un médico sustituto, porque mi médico de cabecera estaba de vacaciones.

No me ayudó en nada. Sólo me dijo que todo estaba en mi mente, que me fuera a casa, me tomara una pastilla para dormir y una taza de té y que todo estaría bien al día siguiente. Eso fue traumático de por sí.

Qué horror.
Cuando al fin vi a mi médico, se puso furioso por la forma en que me habían tratado. Pero me costó mucho, mucho tiempo darme cuenta de lo que me había pasado, ya que era todo muy extraño. Durante los siguientes cinco años tuve que ver a muchos médicos y psiquiatras —la pérdida de la memoria era algo psicológico y no orgánico o causado por un golpe en la cabeza— para saber qué me pasaba y obtener un diagnóstico.

¿Les llevó cinco años saber qué te había pasado?
Sí. Cuando pasó, yo estaba estudiando Psicología. Supongo que fue una feliz coincidencia. Estaba estudiando para mis exámenes y había sacado de la biblioteca un montón de libros sobre el cerebro y la conducta. Cuando tuve el episodio de amnesia, y al darme cuenta de que podría durar más de lo que pensaba ,empecé a documentarme sobre qué podría tener. Finalmente encontramos la respuesta en los libros de psicología. Cuando leí "amnesia global transitoria" dije: "Creo que tengo eso", ya que recordaba algunos teléfonos y cómo conducir, pero no haber tenido un hijo. Necesitaba saber qué tenía para aferrarme a ello, supongo que para tener algo tangible. La verdad es que me ayudó. Esos libros de psicología fueron mi salvación.

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Además tenías toda tu vida escrita en diarios, ¿no?
Sí. Tenía 20 años de mi vida en diarios. Como adolescente, pensé: Qué triste. No puedo creer que sea una adulta que aún escribe diarios . Pero estaba muy feliz de que existieran, ya que me permitían pelar poco a poco las capas de la complicada vida adulta.

¿Cómo fue para ti leer sobre tu propia vida sin recordar que la habías vivido?
Fue como leer la vida de alguien más, la historia de alguien más, ya que no tenía ningún apego emocional a aquellos recuerdos documentados en los diarios. No era mi vida. Yo no la había vivido. Fueron demasiadas emociones. Me di cuenta de que cuanto más leía, más me involucraba en la vida de esta mujer y más me unía a ella. Me volví mas comprensiva. Cuando tienes 15 años, no sabes cómo serás a los 32, y luego te despiertas 17 años después y piensas: Espera, nada es como yo me lo imaginaba. Yo era una madre soltera que vivía en una diminuta casa de protección oficial con un gato y un coche destartalado. Estaba en paro, estudiaba Psicología y recibía una ayuda del gobierno. ¿Cómo había terminado así? Estaba tan decepcionada y asqueada de mi vida adulta que no quería formar parte de ella hasta que empecé a leer los diarios. Con ellos empecé a entender qué había pasado en esos 17 años y cuando llegué al último sentí compasión por mí misma.

¿Eso cambió la forma en la que viviste tu vida adulta en adelante?
Por supuesto. Al leer esos diarios supe que había tenido problemas de drogadicción, que había luchado contra el trauma y la huella de los abusos sexuales, que me habían diagnosticado bipolaridad por error, que consumí demasiado LSD en mi adolescencia, que mi relación con mi madre había muerto porque ella era alcohólica… Había tanto allí que me hizo entender que no todo era blanco y negro como pensaba desde mi perspectiva adolescente. Los adolescentes suelen pensar que todo es blanco o negro; los adultos saben que la vida es mucho más compleja. Darme cuenta de esto por mí misma no solo me permitió perdonarme, sino que también fue el catalizador de enormes cambios en mi vida. Me sometí a un programa de 12 pasos, me deshice de amistades y relaciones dañinas, empecé a hacer ejercicio, dejé de fumar y empecé a escribir. Al fin entendí cómo es vivir una vida sin hacerme siempre la víctima. Sentí que tenía una segunda oportunidad.

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¿Tuviste que verte desde los ojos de una chica de 15 años para hacer este cambio?
A los 15 tenía muchos sueños sobre mi futuro. Vi gran potencial en mí misma para lograr lo que me propusiera. Quería ser periodista, viajar por todo el mundo y sabía que quería hacer algo artístico. Esos sueños terminaron en un solo año, entre los 15 y los 16, cuando mi vida familiar se hizo pedazos. En ese entonces tuve mi primer intento de sobredosis. La relación con mi madre se estaba desmoronando y pensé que mi vida no valía nada. Pensé que si no podía hacer lo que creía que merecía, entonces nada tenía sentido. Así que me pondría hasta arriba de droga y viviría una vida miserable. No creía en mí misma.

Luego tuve a Leo y le prometí que cuando naciera haría todo lo que pudiera para sanar cualquier daño o herida que tuviera dentro de mí. Mis veinte años fueron una especie de viaje para tratar de curar las heridas del pasado, pero estaba demasiado atrapada en el pasado y en los daños y traumas que había sufrido. Nunca creí que podría superarlos por completo. Había veces en las que creía estar bien y luego pasaba algo que me llevaba de nuevo a ese horrible lugar y lo único que me ayudaba a lidiar con ello eran las drogas. No fue hasta que tuve amnesia que pensé: No, ya no lo haremos, y regresé a donde todo empezó.

¿Entonces el hecho de que despertaras creyendo que tenías 15 es importante, ya que fue entonces cuando empezaron tus problemas?
Es difícil de explicarlo en una entrevista (¡por eso escribí el libro!) porque es muy complejo y tiene muchas capas. Cuando conté mi historia por primera vez y la gente me preguntaba que por qué 15, yo solo decía: "Regresé a una época en la que me sentía segura". Pero en cuanto empecé el libro, comencé a pelar las capas e hice lo mismo que mi yo adolescente hizo. Me deconstruí a mí misma. A los quince perdí la confianza en mí; fue cuando creí que no merecía tener una buena vida. Creía que no importaba. No había razón para creer que podía lograr mis sueños porque pensé que siempre estaría a merced de otros o que la gente me haría daño y me haría sentirme mal. Entonces dejé de confiar en mí misma.

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Cuando sufrí amnesia no recordaba nada de esto; lo recordé todo cuando leí los diarios. Cuando llegué al que escribí entre los 15 y 16 supe lo que había pasado y me di cuenta de que todo había empezado por mí.

Mientras todo pasaba vivías con tu hijo de diez años, a quien no recordabas haber tenido. ¿Cómo se lo tomó?
Él estaba en la escuela durante las primeras horas de mi amnesia, así que Katie y mi hermana me prepararon: "Tienes un hijo, su nombre es Leo. Tiene diez años, le gusta ir en monopatín y es muy buen niño". Así que cuando fui por él a la escuela, mi hermana estaba conmigo. En el coche hablamos de qué hacer y yo dije: "No, no se lo digas" , porque, yo seguía convencida de que me iría a dormir y despertaría de nuevo en 1992. Entonces le dije: "No se lo digas, lo vamos a asustar".

Al verlo salir de la escuela —aún lo recuerdo—, no puedo describir cómo me sentí. Fue un shock saber que tenía un hijo —¡nunca quise tener hijos cuando era joven!—, pero también me sentí muy feliz de ver una versión de mí en miniatura, pues él se parece mucho a mi hermana y a mí, y tenía una enorme sonrisa. Estaba sorprendida de cómo hablaba. Me sentía abrumada de haber conocido una versión mía de diez años y un metro de alto. Parecía muy tranquilo. Quise chocar los cinco con él porque vi que mi hermana había hecho lo mismo conmigo y él me miró extrañado, me puso la mochila en la mano y se alejó. Yo pensé: Creo que las madres no chocan las manos con sus hijos. Tuve que seguir a mi hermana, ya que no sabía cómo reaccionar frente a él y tampoco quería que se enterara de que me sentía como si tuviera 15 años.

¿En algún momento se lo dijiste? Por lo que cuentas, podría haberse dado cuenta de que había algo raro.
Unos meses después de la amnesia hablamos de esto y le pregunté: "¿Sospechabas algo?" Él me dijo: "Sabía que había algo y no sabía por qué me preguntabas a qué hora me debía dormir, aunque pensé que estabas de broma".

Sé que es difícil de creer y algunos me han dicho: "Mi hijo lo habría sabido". Y claro que lo sabía de algún modo, porque soy su madre y él es mi hijo. Me conoce. Además, no puedo enfatizar cuánto me ayudaron Katie y Simone. Básicamente ellas se convirtieron en madres y cuidaron de mi yo de 15 años y del Leo de 10 años, al que veía más como un hermanito. Él me introdujo en las maravillas del siglo veintiuno: la Xbox, la Playstation, Google y YouTube. Las únicas veces en las que no sentía miedo era cuando estaba con él.

Debe de haber sido divertido trascender la relación madre-hijo y llevarte así con él.
Lo fue, pero solo pude hacerlo gracias a mi hermana y a Katie. Ellas me dieron el tiempo y el espacio para encontrarme a mí misma entre la amnesia. Les dediqué el libro a ellos: A Simone, Katie y Leo. No podía haber superado esto sin ninguno de ellos.

Han pasado varios años desde eso. ¿Cómo estás ahora?
Mental, emocional y físicamente estoy muy bien. Leo ya tiene 17 años. Aún sigue haciendo skate y trabaja en marketing digital. Mi hermana vive en Dubai y somos muy buenas amigas. La amnesia no solo fue un catalizador para cambiar mi vida, sino que también lo fue para cambiar las de mi hermana y mi madre. Mi madre lleva seis años sobria y ahora nos sentimos muy cercanas. [Cuando me dio amnesia] no la había visto en cuatro años y ahora somos muy amigas. Ha habido muchos cambios positivos en mi vida. Claro que la vida no es perfecta. Aún tengo mi periodo, aún como mucho chocolate, aún tomo una copita de más y aún soy humana. Pero ahora todo es diferente.

Cuando despierto trato de centrarme en lo que es importante en la vida. Aunque sea solo una cosa y una vez al día, trato de hacer cosas que me hagan sentir bien. Necesité la amnesia para darme cuenta de que no tenía que sentirme mal por ello. Ahora esto es el fundamento sobre el que construyo mi vida.