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Música

Miley Cyrus y su Bangerz Tour: cuando el sexo ya no vende

Sus vídeos tienen millones de visitas. Entonces ¿por qué no agota las entradas para los conciertos?

La semana pasada se celebró en el O2 Arena un concierto de lo más extravagante y clasificado X, de esos que no se prodigan en un sitio de esas características. Mientras en el exterior varias pantallas de vídeo anunciaban futuras actuaciones a cargo de Il Divo y Barry Manilow, dentro de la carpa, un perro de más de 15 metros de altura disparaba rayos láser con los ojos, una cama gigante regurgitaba bailarines con prendas muy breves y una enana con conos en las tetas se retorcía por el escenario para luego marcarse con el resto del cuerpo de baile una rutina muy a lo Glee y perfectamente sincronizada. El creador de Ren y Stimpy, John Kricfalusi contribuyó con una serie de animaciones en las que aparecían extremidades con forma fálica y escenas de bestialismo. No faltó la recreación de un viaje alucinógeno con muñecos que recordaban a los de Jim Henson. Se animaba a los asistentes a enrollarse apasionadamente con el vecino mientras se inmortalizaba el momento con una indiscreta cámara móvil.

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La descripción podría perfectamente hacer referencia a un parque temático ideado por Irvine Welsh o ser una retrospectiva sobre arte erótico contemporáneo. Pero se trata ni más ni menos que del Bangerz Tour, la nueva locura de Miley Cyrus.

El espectáculo comienza con la artista dándose placer sobre un coche. Tras varios movimientos pélvicos salvajes al ritmo de “mind your business, stay in your lane bitch, I'm a southern belle, I get crazier than hell”, Cyrus sobrevuela el O2 Arena a lomos de un perrito caliente gigante. En uno de los intermedios, aparece amordazada, con cinta adhesiva en el pecho y flores saliéndole del ano.

Los espectáculos de Cyrus suelen tacharse de superficiales y provocativos, y probablemente sus extravagancias se limiten a alguna gala de premios o una actuación en televisión. Pero el despliegue de dos horas de duración dedicado a sus incondicionales deja claras las intenciones de la artista, algo más ambiciosas: crear un mundo en el que conviven el escándalo mediático, la psicodelia, los peluches de tamaño real, el arte gonzo, la sexualidad rotunda y el asombro infantil. La parte artística del espectáculo, de la que es responsable Kricfalusi, y los disfraces, elaborados por Roberto Cavalli, desempeñan un papel central en esta extravagancia. El cinismo no es el objetivo, sino un enemigo que hay que vencer con la emoción de ver a osos de peluche gigantes follándose.

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Los momentos de tregua de este peep show con aires de Disney se amenizan con las lindezas que suelta Miley por su boquita. La chica gusta de hacer apología de la hierba y a menudo pide a su entregado público que le lance un poco al escenario; arremete contra los antibióticos, que considera inútiles, y llama perras a las enfermeras que se los administraron. Disfruta explicando a los fans de la primera fila sus preferencias en el porno. Si bien las joyas verbales de Cyrus puede parecer, una vez más, un intento desesperado por llamar la atención, probablemente se deba más a su incapacidad de controlar su discurso. A lo largo de su adolescencia, ha actuado para miles de fans, soportado horarios de grabación leoninos y ha tenido que estar siempre dispuesta a exponerse a paparazzi y entrevistas. En definitiva, Cyrus ha tenido que forjarse una personalidad en la que la inseguridad o los nervios no tienen cabida. Los efectos secundarios: para ella no existe la barrera que delimita lo que piensa y lo que dice. Esto queda patente en una entrevista que concedió hace cinco años para el programa de Jonathon Ross. Su boca es una válvula de descarga de la presión que se acumula en su cerebro.

El abismo que media entre las pretensiones del espectáculo —de ser una exploración artística de la música, el erotismo y una difusa corriente de pensamiento para un público maduro y receptivo— y la realidad del mismo —un concierto pop al que asisten principalmente adolescentes confusos con sus escandalizados progenitores— no hace sino enfatizar la naturaleza surrealista de esta pantomima. Lo único más entretenido del Bangerz Tour son las expresiones atónitas de los padres que acompañan a sus hijos al concierto.

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“Nos enseñan que las cosas son blancas o negras, sobre todo en las pequeñas ciudades. Me apetece mucho llevar esta gira a sitios en los que este tipo de arte no sería bienvenido, en los que no se enseña a los niños este tipo de arte”, declaró Cyrus meses atrás. Uno se pregunta si los padres que llevaron a sus hijos al concierto salieron con la impresión de haber recibido una lección de arte.

Si a Miley le gusta creer que se encuentra en una galería de arte de Brooklyn en lugar de en un concierto, no soy quién para negárselo. Lo que no puede fingir es que las ventas de entradas vayan bien. Hubo muchos vacíos en el único concierto que celebró en Londres. Las cosas no han mejorado en el resto de ciudades europeas, a la vista de la cantidad de entradas todavía disponibles para las próximas actuaciones. En EUA la venta de entradas también se ha visto resentida, sobre todo después de que se viera a Cyrus fumar maría por televisión. En la redacción de Forbes dudan no creen que haya agotado las entradas “ni en la mitad de sus conciertos”. Las webs secundarias de venta de entradas anunciaban tiques por la mitad de su valor nominal en un intento para recuperar su dinero.

La desgracia se extiende a la venta de discos, también bastante exigua. A pesar de ser considerada “la persona del año” y haber sido el centro de la atención de medios musicales, informativos y de entretenimiento, sin olvidar que tiene dos de los vídeos musicales más vistos de todos los tiempos, el nuevo álbum de Cyrus no alcanzó cotas muy elevadas en algunos países como el Reino Unido. En el resto del mundo, logró posicionarse entre los 20 mejores del 2013, una marca nada desdeñable para una artista de su talla.

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¿Qué ha sucedido? Entender los fracasos en las ventas de Miley requiere un esfuerzo por deshacernos de todos nuestros prejuicios sobre ella.

La opinión más generalizada es que Miley Cyrus, al igual que tantas otras estrellas del pop en los últimos 30 años, utiliza el sexo como pretexto para vender su música. Es una especie de Madonna, pero más embrutecida, con menos conciencia de sí misma y que hace peor música. Nada nuevo. “Wrecking Ball” es una balada bien ejecutada pero intrascendente, cuyo vídeo ha sido el noveno más visto en la historia de YouTube porque en él aparece una Miley con las nalgas al aire balanceándose en una metáfora de la construcción (y la destrucción). Miley capta la atención del público porque expone el cuerpo a su escrutinio.

No cabe duda de que se llevó importantes sumas con todas las reproducciones del vídeo. Solo en YouTube, “Wrecking Ball” y “We Can´t Stop” han sido reproducidos más de mil millones de veces. La mayoría coinciden en que ambos vídeos le habrán reportado unos 10 millones de dólares. No está nada mal, pero hay que tener en cuenta el enorme coste de sus conciertos, la prensa y otros gastos generales, y que debe obtener un margen para ventas y futuras giras. Ahí se complica el asunto.

La vieja cantinela de que el sexo vende tenía sentido cuando literalmente era necesario desembolsar dinero para disfrutar de la propuesta de un artista. Uno no podía leer Sex de Madonna sin haberlo comprado antes, ni ver Garganta profunda sin pagar la entrada del cine. Cierto es que los videoclips siempre han sido gratuitos en su punto de acceso, pero antes funcionaban más como anuncios para publicitar un producto; hoy en día, podemos ver “Wrecking Ball” las veces que queramos y no mostrar el menor interés por el álbum de Miley Cyrus.

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Obviamente, no vamos a ver a Miley declarándose públicamente en quiebra uno de estos días. Su último álbum y su gira correspondiente habrán supuesto un respiro financiero de millones de dólares. Pero en el mundo del pop todo es relativo, y lo que está claro es que las cifras de ventas no se corresponden con el alcance de su fama y la popularidad de sus actuaciones.

El periódico británico The Guardian publicó un artículo sobre los fans de Miley que han crecido con ella y actualmente, a sus veintitantos, siguen disfrutando con su música. Estos fans pertenecen, no obstante, a una minoría.

Por primera vez, pues, vemos derrumbarse los cimientos de la máxima “el sexo vende”. El sexo genera tráfico, clics, controversia, miradas, pero también tiene un lado sucio, la gente no lo quiere en sus casas. Prefieren echarle un vistazo rápido y fingir que jamás lo han visto. Resulta difícil hacer apología del valor artístico o físico de la obscenidad, razón por la que la industria del porno ha luchado más encarnizadamente que cualquier otra contra la piratería y por la que Miley lucha por mantener la cabeza a flote, compitiendo con otras estrellas del pop más aptas para todos los públicos. La industria de la música confía cada vez más en el poder adquisitivo de niños y madres que compran discos de One Direction y Bublé.

No deja de resultar triste, porque el mundo entero debería conocer el Bangerz Tour. Irónicamente, es uno de los pocos ejemplos de cultura de masas en que se justifica el uso de imaginería sexual de forma gratuita. Su intención no era que la gente se quedara pegada al asiento, pero nadie podía predecir que acabara afectando negativamente a la venta de entradas. Desgraciadamente, parece que la única forma de asegurarse de que la gente vea y aprecie su mayor creación es ofreciendo gratis la grabación de su concierto.

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