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Cultură

Pasé un verano entero trabajando con Sandro Rey en la tele

Yo era la chica que decía "Y buenas noches" después de que él dijera "Bendiciones".

Mi sueño siempre ha sido poderme dedicar a lo que realmente me gusta. En esto poco me diferencio del resto de mortales. Lástima que uno tiene que trabajar de lo que venga para llegar a fin de mes y si tienes suerte dedicar tus horas extra a luchar para hacer tus sueños realidad.

De niña me imaginaba siendo April O'Neil, la amiga de las Tortugas Ninja, en una de sus aventuras por el sumidero. De pelirroja no tengo ni un pelo y la mierda de vida que llevo se asemeja mucho al ambiente de las cloacas. Mi nivel de frikismo de entonces era tal que a los 4 años los reyes magos me trajeron una radio fucsia de Fisher Price. Lo sé. Una monada.

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Lo que nadie le previno a esta niñita con cara de pan era que para ser lo que uno quiere a veces tienes que pasarte al lado oscuro de la fuerza.

Era verano de 2014 cuando me propusieron ir a un casting para ser presentadora de la sexta. Acababa de graduarme de mi segunda carrera y ya había hecho mis pinitos en alguna radio de por ahí. Me sentía como Julia Roberts en Pretty Woman salvo que mi Richard Gere aún no había llegado.

Vale. Sigo, que ya sé que mi vida os importa una mierda y lo que queréis saber es como es Sandro Rey en persona. Ya llegaremos. De momento me encontraba enfundada en mi putivestido negro y me disponía a ir andando hasta el polígono donde se hacia la prueba. La cola era larga de la hostia.

Se que se ve mal, pero creedme, la de la derecha soy yo. Fotografía cortesía de la autora

Entre pibones con toneladas de gloss y litros de perfume había gente extremadamente extraña. Un personaje barbilampiño cimbreaba una zanahoria mientras balbuceaba palabras que ni él entendía. Otro jugueteaba con unas ruinas antiguas y alardeaba de saber leer el poso de las hojas de marihuana. Madre mía. Dónde me había metido. Una cougar con las tetas a punto de reventar me preguntó con un acento portugués que si aquello era el casting. Por un instante estuve a punto de poner en marcha mi movimiento antigravedad a lo Michael Jackson para retroceder hacia la puerta por donde había entrado.

Pero justo en el momento oportuno escuché mi nombre en boca de una señora bajita con pelo multicolor que se asomaba por una de las cortinas de lo que intuí que era el camerino. Allí me esperaba una médium empachada de Prozac que juró haber conocido todos mis antepasados en otra vida. Ella sería mi pareja de baile. La tenía que presentar como Frufrú, la mejor médium del mundo. Di una vuelta de 360 grados para comprobar si había en la sala alguna cámara oculta o algo. Pero no.

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Y así sin más nos dispusimos a interpretar un extravagante show espíritu-festivo que contagiaba destellos de falso ascetismo. Como una alma sin pena y con el rimmel corrido por el calor llegué a casa sin constancia alguna que el casting me había ido mejor de lo que me esperaba, ya que al cabo de dos horas recibí una llamada que me cambió la vida y me la marcó para siempre.

El día siguiente fue un poco paranormal, por decirlo de alguna manera. Yo nunca he creído ni en las brujas, ni en los espíritus, ni en las buenas y malas energías. Pero no sé porqué desde entonces he empezado a hacerlo. He intentado buscar alguna lógica a lo que pasó entonces pero no tiene ninguna.

Yo era la chica que decía "Y buenas noches" después de que él dijera "Bendiciones".

Mi nula experiencia en tele hizo que me presentara blanca como el papel de liar. Sin mis pinturas de guerra más bien parecía un zombi translúcido con ganas de vomitar. En vista que no había ni maquilladoras, ni personal de vestuario ni nada, me convertí en una mendiga en busca de corrector y algo de base para tapar los brillos de los focos. Fue entonces cuando me encontré una señora que me sonaba de algo sin saber bien de qué. Se estaba haciendo la ralla de los ojos y me invitó a unirme pasándome un lápiz minúsculo y despuntado.

Cuando se giró vislumbré que de señora tenía poco. Me hallaba ante el mismísimo Sandro Rey en persona, el único, el original, el tan aplaudido por unos como criticado por otros. Para mi sorpresa, me acogió como si fuese un cachorrito abandonado alegando que yo tenía un don. El don del Alba, como la terrible serie que produjeron a medias Disney y Mediaset. Nunca he sabido muy bien que quería decir con ello. Patricia Montero, la protagonista, y una servidora nos parecemos solo en el agujero que tenemos en el culo, pero en aquella época cualquier ayuda altruista que con buenas palabras sirviera para calmar los nervios era bienvenida.

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Y así fue como acabé desvirgándome en la tele con Sandro Rey. Cuando empezó la cuenta atrás para entrar estaba temblando no, lo siguiente. Los papeles donde tenía anotados cuatro apuntes de qué decir quedaron mojados por el sudor de mis manos. Aún guardo en la memoria mis primeras palabras. "Muy buenas noches, amigos amigas. Me presento. Mi nombre es Alba Carreres y durante éste verano os acompañaré junto a grandes profesionales que os ayudarán a descubrir lo que necesitáis para tener un futuro mejor. Si quieres saber sobre el amor, la amistad, la salud o tu negocio. Si tienes problemas que no te dejan dormir, no dudes en contactar con nosotros al teléfono que aparece en pantalla: 806 46 49 49.

Amiga, recuerda que si tienes un problema íntimo y no quieres que salga en televisión, nuestros compañeros de producción te pueden pasar directamente al gabinete privado donde te puedes extender tanto como quieras para completar el ritual. Es muy importante no colgar el teléfono.

La espera merece la pena. Hoy en nuestro gabinete privado tenemos a nuestra maestra Yolanda, que a través de sus cánticos corta tu negatividad y potencia tu salud, tu creatividad y tu amor. Y aquí en el plató contamos con el mejor clarividente de toda España. Ya le conocéis y pocas presentaciones le hacen falta. Él es Sandro Rey. Empezamos con una ronda de llamadas directas. Llamas y hablas con él, así de fácil".

Fotografía cortesía de la autora

Lo peor ya había pasado y lo que venía a continuación era pan comido. Tres horas más de charla, contactando con ancianas viudas que se sentían solas, y con divorciados que buscaban el amor en un prostíbulo. Sandro me lo puso muy fácil. Me pasó buenas vibraciones y me auguró un futuro profesional lleno de prosperidad. O eso dijo él.

Como no había pausas de publicidad, mi relación con él se limitaba a la horita antes de entrar en el directo. Siempre hablaba de su hija, de sus proyectos de show en discotecas y de las putadas que algunos le hacían robándole la identidad. En dos días se duplicaron mis amigos en Facebook y todos ellos querían que les respondiera a la misma pregunta: ¡Qué! ¿Cómo es Sandro? ¿Es realmente así? ¿Se lo cree? A lo que me preparé una respuesta automática a esta cuestión: No solo se lo cree sino que también es verdad que ayuda a la gente que se lo cree.

Recuerdo que durante la primaria, el placebo había curado mi dolor de barriga crónico. Si bien es verdad que el tiempo de espera del teléfono rojo del plató era interminable, tengo que decir a su favor que era también el empujoncito que les hacía falta a algunos para no acabar en el alcohol o las pastillas. Hay gente que va al psiquiatra y otros llaman a los brujos. Daño no le hacen a nadie.

Lejos de justificar los trucos de magia absurdos que una vez y otra se repiten en programas de zapping la labor era ir más allá. Lanzar un mensaje positivo para que los que lo necesitaban no sufrieran. Quizás los que antes de leer éste artículo veíais a los brujos como simples estafadores ahora lo podéis ver desde su punto de vista. Yo aprendí a hacerlo.