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Mis cuatro días de locura con el Ejército Libre de Siria

Evitar a los escuadrones de la muerte shabiha y otros métodos para intentar no morir.

Las palabras "tras líneas enemigas" tienen algo que las hace sonar geniales y glamorosas. Quizá sea por la película del mismo nombre en la que, desafiando todas las posibilidades, Owen Wilson salva el día y se queda con la chica, todo con mucho estilo, pero te puedo asegurar que eso no podría estar más alejado de la realidad.

Me di cuenta de ello después de pasar cuatro días con los rebeldes sirios en la provincia de Idlib, en el norte del país; huyendo de los temidos escuadrones de la muerte de la milicia Shabiha, corriendo de la lluvia de balas que caía desde los techos, arrastrándome para rodear al enemigo, durmiendo en una cueva y, por último, de rodillas con un arma apuntada a mi cabeza.

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El fotógrafo Rick Findler y yo fuimos enviados a investigar la situación del Ejército Libre de Siria en el norte, y a catalogar las atrocidades que se sufren en la ciudad asediada de Idlib, a donde ningún periodista occidental había ido en tres semanas incluyendo el día de nuestra partida. Ambos habíamos cubierto conflictos en Medio Oriente con anterioridad, así que nos sentíamos preparados; partimos con nuestro espíritu aventurero de siempre.

Pronto nos dimos cuenta que esta era una situación muy diferente, y mientras nos escondíamos detrás de unos arbustos a la media noche en la frontera siria, a unos seis metro de los Shabiha, quienes habían sido alertados sobre nuestra llegada, y con el eco de las explosiones en todo el valle, consideré la opción de dar la vuelta y regresar. Dos horas más tarde habían dejado de buscarnos, pero poco tiempo después tres semidesnudos, con AK-47s y pantalones rojos y apretados, aparecieron de la nada y nos ordenaron que nos quitáramos la ropa.

“Qué chingados quiere decir”, le susurré a Rick, quien me respondió con una mirada en blanco. Se sintió como algo surreal.

Sin embargo, al teniente del ELS con el que estábamos esto le pareció bastante normal, así que nos desvestimos y seguimos a los hombres desnudos a Siria. Acto seguido, estamos sumergidos en agua helada hasta el cuello; nuestra ropa, cámaras y chalecos antibalas sobre nuestras cabezas, mientras vadeamos un río.

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Del otro lado, sin tiempo para pensar, nos vestimos y corremos un par de kilómetros entre campos de olivos; subimos a la parte de atrás de un auto que nos espera y arrancamos a 140 km/h. Fue increíblemente tenso, y mientras nos movíamos de casa de seguridad a casa de seguridad, de auto a auto, mientras nos escondíamos en camionetas debajo de cobertores y las motocicletas rodeados de rebeldes armados, entendimos que nos habíamos adentrado en territorio enemigo y no había marcha atrás.

Hay grandes partes en la región norte de Siria que están bajo posible control de los rebeldes. El ejército no las recorre con frecuencia, ya que a los hombres de Assad no les gusta dejar la seguridad de sus vehículos armados. Esto implica que los rebeldes han logrado colocar retenes que les permiten monitorear el movimiento de la gente en la región y, aún más importante, viajar con cierto grado de libertad. Pero las cosas salen mal todo el tiempo, y muchas veces los autos salen y no vuelven a regresar, después de ser atacados aleatoriamente. El gran temor, sin embargo, siguen siendo los Shabiha; pandillas de matones que apoyan a Assad y que aparecen de la nada con la intención de abrirte la cabeza.

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La mayoría provienen de las secta alauita de Bashar al-Assad, y saben que están luchando por sus vidas. Si Assad fracasa, entonces ellos también, y tras décadas de posiciones en el poder en Siria, harán todo lo posible por mantener su status quo. Por ende, son los matones del régimen, las pandillas hacen sus recorridos en autos normales armados hasta los dientes y pueden abrir fuego en cualquier momento. El ELS juega constantemente al gato y al ratón con ellos; los distraen por un camino, a veces con dinamita casera, para poder movilizarse por otro. A veces, cuando no tienen otra opción, el ELS los confronta e intenta capturar a alguno con vida para sacarle información.

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Esa primera noche los evitamos, pero sólo por poco, y sólo porque los rebeldes conocen el terreno y pueden atravesar los campos de olivos. En ese sentido, el Ejército Libre de Siria es un verdadero grupo insurgente que sabe como perderse en el campo, y si tuvieran más armas, podrían hacer mucho más daño.

Eran las 5am cuando llegamos a nuestra primera escala, una cueva en las montañas que el ELS utiliza como centro de operaciones. Al entrar, nos recibió una nube de humo de narguile, y ahí, en un círculo, había una docena de hombres barbones y armados bailando, aplaudiendo y cantando como si se tratara del mejor club de la región. Había algunos sillones destartalados en una esquina, lanzamisiles y granadas tirados por todos lados, y un pequeño televisor que mostraba la serie de atrocidades que habían sido cometidas ese día. Al entrar, nos convertimos en la nueva atracción.

Después de terminar los abrazos, besos y presentaciones, nos fuimos a dormir, acurrucados en el piso y con unas mantas encima, entre todos estos hombres. O más bien, intentamos dormir, ya que las cacofonía de ronquidos parecía el estallido de una ametralladora de alto calibre.

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Al siguiente día, nos movimos por la región, con el mismo cuidado que la noche anterior. Entramos a los pueblos que habían sido atacados, y, arrastrándonos hasta los emplazamientos del gobierno, vimos como intentaban esconder sus tanques debajo de lonas. Como parte del cese al fuego de la ONU, los tanques y los vehículos armados deben salir de los pueblos, pero esto no ha sucedido, y estos siguen estando por todos lados.

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Viajamos a pueblos que habían sido bombardeados. No sólo por tanques o morteros, pero en algunas casos, con dinámita, helicópteros, tanques y bulldozers; todo al mismo tiempo. Las familias desahuciadas vivían en tiendas junto a los restos de sus hogares, y conocimos a varios granjeros mayores, niños y mujeres que habían sido atacados sin piedad. Es algo indiscriminado, y si hay un señal de que un régimen no cuidad de su gente, es esta. A donde sea que íbamos nos quedamos sólo diez minutos, tal es el miedo a los espías de Assad. Entendimos por qué al día siguiente.

Sabíamos que la mayoría de los ataques ocurrían los viernes después de las oraciones, así que nos disfrazamos lo mejor que pudimos y nos involucramos en una de las protestas. Rick es conocido por su mechón de pelo rojo, y como parte de las preparaciones intentó pintarlo café. Por desgracia, lo único que logró pintar fue su blanca piel. Lo envolvimos en una bufanda e intentamos olvidarnos de ello.

Doscientos hombres y niños gritaban cantos antiAssad, los tambores resonaban y el pueblo levantaba sus armas, y agitaba sus banderas. De repente, una lluvia de balas cayó desde los techos, el grupo se disolvió y llegó el caos. Los soldados del ELS corrieron contra las balas, disparando de regreso, y nosotros corrimos detrás de ellos. Mientras ambos bandos intercambiaban balas, terminamos atrapados en una balacera muy desequilibrada.

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Como sucede con todos estos enfrentamientos, la estrategia del ELS es disparar un poco y retroceder; no pueden hacer mucho contra las armas del ejército.

Habíamos regresado a nuestro escondite cuando un grupo de hombres agitados llegó corriendo. El ejército sabía que había periodistas occidentales en el país y que los habíamos filmado disparando contra las protestas. Habían salido de la base y venían a capturarnos.

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Una pelea estalló entre los hombres en la cueva. Algunos querían que nos fuéramos y dijeron que sólo empeorábamos las cosas. Otros insistieron que nos quedáramos para seguir viendo lo que estaba ocurriendo. No hay nada peor que escuchar que el ejército salió de su base y viene por ti, excepto, quizá, escuchar esto mientras un grupo de hombres armados y encabronados gritan en árabe mientras te señalan, y no tienes a donde huir. Fue en ese momento cuando Rick y yo decidimos que ya no queríamos seguir, pero eso ya no era una opción.

Confiando en la seguridad de la cueva, nos quedamos ahí hasta el siguiente día, aunque ninguno pudo dormir. Nuestro único consuelo era que estábamos en la cima de las colinas y que los rebeldes habían rodeado el área para advertirnos en caso de que alguien se acercara. Después de decidir que nos quedaramos, nos rodearon y nos abrazaron, prometiendo que morirían antes que dejar que nos lastimaran. "Ahora somos hermanos", dijeron todos, y lo creí. Ahora podrá sonar irreal, pero en la cueva, supe que lucharían hasta la muerte para protegernos, y creo que nunca en mi vida me había sentido tan conmovido.

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Al siguiente día, descubrimos que aún no era seguro salir. Los caminos de vuelta a Turquía habían sido bloqueados y el ejército nos seguía buscando. Ya que el plan original era ir al centro de Idlib, el ELS decidió que sería más seguro adentrarnos en el país. Quizá no era el mejor plan, pero creímos que sería suficiente para confundir a las tropas de Assad.

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Después de otro agitado viaje en la caja de una camioneta, llegamos a las afueras de la ciudad. Aquí esperamos durante varias horas, mientras los helicópteros sobrevolaban el lugar y los rebeldes intentaban encontrar una forma de entrar.

Habían bombardeado la ciudad toda la noche, y nos dijeron que había muchos heridos. Esto era lo que habíamos ido a reportar, pero con la situación como estaba y la creciente probabilidad de ser capturados, decidimos que era hora de partir.

Las historias desde la ciudad contaban de un bombardeo y uso de tanques indiscriminado. De tortura, y celdas de 4.5 por 6 metros con 60 personas adentro, desde jóvenes hasta personas mayores. De improvisar hospitales, tratar a los heridos en salas, porque los hospitales del gobierno simplemente dejaban que los civiles murieran, y los doctores que ayudan a los rebeldes son ejecutados. También nos dijeron que el sitio había recortdado los suministros de medicina y comida y que no se le permitía a nadie salir.

Por esta razón, se decidió que una ruta por el norte sería la forma más segura. Tras dar vuelta en uno de los caminos entre las colinas, nos topamos con un retén. Nos frenamos en seco, pero antes de poder meter reversa, un grupo de hombre vestidos de negro se acerco gritando con sus armas en alto. El ELS del primer auto bajaron sus armas y salieron de su vehículo. Nosotros hicimos lo mismo, y repentinamente se escucharon balazos sobre nuestras cabezas. Derrotados, nos arrodillamos, convencidos de que había llegado el final.

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En todos mis años de trabajo nunca me había sentido convencido de que iba a morir, y me gustaría poder explicar cómo se siente. Pero lo que pasó por mi cabeza no fueron recuerdos de casa, no lloré ni entré en pánico, porque simplemente no podía. En lugar de eso me invadió un vacío, y un golpeteo en mi cabeza y en mi corazón. Junto a mi, Rick estaba jadeando, y nuestro contacto levantaba sus manos al aire y las agitaba para un hombre armado a nuestra derecha que nos podíamos ver. Hasta el día de hoy, todavía no estamos seguros de los que hacía.

Los del ELS les gritaban de regreso, intentando zafarnos del problema e, increíblemente, resultó que se trataba de otro grupo del ELS; no eran el enemigo. Resultó que los Shabiha estaban kilometro y medio detrás de nosotros, y estos hombres estaban esperando para atacarlos. Simplemente habíamos quedado atrapados entre dos ejércitos.

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Aturdidos, regresamos al auto y nos dirigimos hacia las montañas. Todavía temblando, nos bajamos y caminamos los últimos kilómetros hasta la frontera. No hubo un sólo segundo en el que no estuviera al límite, un segundo en el que pudiera entender lo que estaba occurriendo hasta que llegamos a la frontera y cruzamos del otro lado.

Justo cuando creímos que estábamos a salvo, se reanudaron los disparos; los turcos abrían fuego con sus escopeta. Los perdigones se impactaron contra los edificios a nuestro alrededor y salimos disparados. Rick y yo perdimos a los otros dos y nos quedamos abrazados bajo las escaleras de un cobertizo. Sudábamos bajo nuestros chalecos, y recuerdo haber atrapado una gota mientras caía.

Estábamos ahí agachados, escuchando mientras nos buscaban. Los escuchamos cargando sus armas, acercándose. Cuando por fin tuvimos un minuto, huímos saltando sobre paredes y casas (Rick derribó una), hasta entrar a Turquía. Cuando llegamos a un lugar seguro, encedimos nuestros teléfonos y descubrimos que los otros habían sido capturados, así que nos entregamos. De no haberlo hecho, nuestro contacto, un hombre sirio, habría sido enviado a los campos de refugiados. Así que lo defendimos.

Pasamos la noche en prisión y nos deportaron de inmediato; pero esto fue algo completamente secundario a lo que había ocurrido en los últimos cuatro días, y a la desesperación de millones de sirios que no pueden huir, como hicimos nosotros.

Ve a la página de Rick aquí.