Por qué la soledad afecta a tantos jóvenes
Illustration: Glenn August

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Salud

Por qué la soledad afecta a tantos jóvenes

George Monbiot cree que el neoliberalismo ha creado la soledad, y es difícil no estar de acuerdo.

(Ilustración: Glenn August)

En 2010, la Fundación para la Salud Mental del Reino Unido encontró que la soledad era una preocupación mayor para las personas de 18 a 34 años que para los mayores de 55. El año pasado, un censo de VICELAND UK reveló que el mayor miedo para el 42% de los encuestados era terminar solos. Esta información fue sorprendente.

Tendemos a pensar que solo quedaremos en las garras de la soledad en nuestra vejez. Cuando los amigos o las parejas mueren, las tareas quedan listas a las 8:45 de la mañana y el día se mide no por conversaciones sino por pausas comerciales en televisión. El tiempo pierde su firmeza. Esa es la parte de envejecer que más nos asusta.

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Cuando eres pequeño, la soledad es un concepto abstracto. Y a los cerebros jóvenes se les dificulta el pensamiento abstracto. Recuerdo haber estado sentada en la parte de atrás del Volvo de mi papá, cantando "Eleanor Rigby" al unísono del casete de Revolver, esa meditación extraña y fúnebre sobre el aislamiento humano. La canción por la cual me pusieron mi nombre.

"Todos los hombres solitarios / ¿a dónde pertenecen?" ("All the lonely people / Where do they all belong?") 

¿Acaso sabía de qué estaba hablando McCartney? Por supuesto que no. A los seis años, mi concepto de la soledad se reducía a la frase "Nadie quiere jugar conmigo".

Sin embargo, poco a poco he venido a comprender la topografía de la soledad. Lo grande que se siente una cama doble cuando la has compartido con alguien durante cinco años y el amor no ha sido suficiente. Lo que significa estar alejando el desasosiego cuando te vas a vivir solo por primera vez. Lo maravillosa que se siente una conversación con un vendedor ambulante cuando decidiste cambiar las ruidosas oficinas por el trabajo en casa. Conozco esa nauseabunda vergüenza que subyace a las palabras "estoy solo". Porque, técnicamente, cuando eres "joven" (aunque a los 30 no te parezca), mientras la energía todavía se siente a tu alrededor, no se supone que debas sentirte solo, ¿o sí?

La sensación de soledad entre los ancianos está mitigándose paulatinamente con iniciativas como las caridades en el Reino Unido que vinculan viejos en todo el mundo. ¿Pero qué pasa con el resto de nosotros? ¿Qué no hemos visto o de qué no hemos hablado? Para examinar la soledad en este grupo de edades —el mío— necesitamos ver un panorama más amplio. Mirar a nuestro alrededor.

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"La soledad como epidemia está vinculada inextricablemente al estado de una sociedad en un momento determinado", dice la doctora Jay Watts, una psicóloga clínica que escribe regularmente para la prensa inglesa. "La agenda neoliberal —común a todos los gobiernos desde Thatcher— ha propagado el individualismo a través de ataques sobre cualquiera que se tome en serio relaciones ligeras". Estas relaciones ligeras (el médico que nos conoce desde hace años, el profesor que se ha tomado el tiempo de conocernos como individuos), dice ella, "son sacrificadas al dios de la eficiencia y el rendimiento".

El énfasis en la importancia del "yo" está en la raíz de mucha de nuestra angustia.

La importancia que se le da a la autonomía en nuestra sociedad es inmensa. "En todas partes nos dicen que vamos a prosperar a través de un interés propio competitivo y un individualismo extremo", argumentó George Monbiot el año pasado. Él cree que el neoliberalismo ha creado la soledad, y es difícil no estar de acuerdo.

La generación Y está atrapada en contratos de arrendamiento frágiles, muchas veces con extraños. Es un ciclo horrible. "Los millennials están obligados a mudarse constantemente bajo la tiranía de propietarios que no están interesados en reconocer que establecer vínculos con nuestra comunidad local fomenta las relaciones sociales del día a día, las cuales marcan una gran diferencia en nuestro sentido de pertenencia y, en consecuencia, en nuestro sentimiento de soledad", dice Watts. No ganamos lo suficiente como para comprar una casa o tener hijos y, si no estamos desempleados, estamos en un mercado laboral que actúa en nuestra contra y nos paga muchísimo menos que a nuestros antecesores. ¿El resultado? Un estado de adolescencia permanente, que muchas veces se mantiene hasta bien entrados los 30. Algunos se ven forzados a mudarse de vuelta donde sus papás. La sociedad nos obliga a perseguir la autosuficiencia, pero esa misma sociedad en la que hemos evolucionado nos frena. Nos aleja a los unos de los otros. Hemos olvidado cómo hacer amigos, pero ya hay aplicaciones para eso. Si necesitamos arruncharnos, podemos pagarle a un extraño para hacerlo.

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El dinero es una de las grandes barreras. A menos de que tengas un trabajo bien pagado, hayas heredado una fortuna familiar o tengas una pareja rica, puede ser una existencia liminal. Es fácil ver por dónde se cuela la soledad. Y si llegan los hijos, la vara es aún más alta. Los foros de Mumsnet y los cientos de grupos en Facebook que usan las madres jóvenes revelan esa soledad que ha invadido el mundo. Las imágenes consumistas que nos bombardean dicen que tener un bebé significa comprar juguetes caros, hacer soniditos y ser suave. Pero casi siempre la realidad es desordenada, frustrante e increíblemente solitaria: una vida en la sala de la casa con un pequeño ser humano en el centro de ella para quien buscas lo mejor. Todavía más si eres un padre soltero o si vives de subsidios del bienestar social, sin un peso debajo del colchón.

El énfasis en la importancia del "yo" está en la raíz de mucha de nuestra angustia. Las investigaciones han mostrado que la soledad nos hiere a un nivel celular. Muchos modelos de psicología están de acuerdo en que nacimos con una predisposición biológica para formar lazos sociales. El contacto social puede reducir el dolor físico, así como el dolor social sirve también como una función evolutiva que nos hace buscar conexiones. La supervivencia entre los mamíferos depende de tener vínculos robustos con la manada. Estar en el borde, aislado, hace que el animal sea una presa más apetecida por el depredador.

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Aunque va en contra de cómo estamos configurados como especie, parece haberse vuelto vergonzoso admitir que a uno no le gusta estar solo. Pero si nos adherimos a la creencia de Sartre de que la soledad es una parte fundamental de la condición humana (inserte emoji de carita llorando aquí) entonces, Dios mío: ¿por qué no diluir ese dolor con alguien? ¿Acaso al estar tan obsesionados con el individualismo ignoramos un aspecto clave de lo que significa ser humanos?

El sociólogo Robert S. Weiss identificó seis necesidades sociales que contribuyen a los sentimientos de soledad cuando estas no se cumplen: apego o cariño, integración social, alimentación, reafirmación personal, sentimiento de una alianza confiable y orientación frente a situaciones estresantes. Weiss fue influenciado por la teoría del apego y el trabajo clave del psicólogo John Bowlby a finales de los años cincuenta. Bowlby creía que el apego caracteriza la experiencia humana "desde la cuna hasta la tumba". Los apegos que tenemos cuando niños configuran, luego, los que tenemos —o no— como adultos. Si no estamos compartiendo las dificultades de la vida, la soledad es inevitable. Hemos construido torres de estigmas alrededor de este reconocimiento.

Ese estigma sobre la soledad es duro. Aunque no es un problema mental en sí mismo, sabemos que la depresión y la ansiedad incrementan nuestras posibilidades de sentirnos solos, lo cual puede tener, de regreso, un impacto negativo en nuestra salud mental. Sabemos que el daño autoinfligido es la mayor causa de muerte de las personas en sus veintitantos en el Reino Unido, y que la soledad juega un papel significativo en que una persona use su cuerpo para comunicar un dolor emocional. El estigma previene a las personas de hablar de sus preocupaciones mentales, a veces con consecuencias funestas.

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Es fácil culpar a las redes sociales por esta epidemia de soledad en los jóvenes. Podemos crearnos a nosotros mismos una y otra vez, como hologramas que no reflejan la verdadera realidad de nuestra soledad. La generación Y ha crecido con Internet como parte de la vida cotidiana, pero todavía no sabemos lo suficiente de cómo afecta nuestra salud mental. Los datos todavía no están ahí. La revolución digital ha significado que una persona solitaria se puede conectar con otra en un cierto grado de anonimato. Para quienes sufren de problemas de salud mental, puede ser el primer paso para buscar ayuda.

Las redes sociales, argumenta Watts, también han hecho que "la gente encuentre cada vez más y más difícil tolerar el compromiso y la frustración de las relaciones diarias a largo plazo, lo cual puede dejarnos a la deriva de la estabilidad que nos dan los lazos sociales". Este desplazamiento, dice, se exagera cuando cambiamos los patrones de nuestras citas: Tinder. "La facilidad de deslizar el dedo a la izquierda y la idea de que no debemos comprometernos, hace que esas relaciones sean cada vez más endebles". Claro que lo hace. ¿Cuándo se volvió raro admitir que queremos a alguien a nuestro lado?

No tener pareja a veces significa escuchar esos sermones de cómo "debemos aprender a estar por nuestra cuenta", más aún si la relación terminó en un pasado reciente. Buscar compañía cuando deberíamos "estar preocupándonos por nosotros mismos" está mal visto. Los solteros que conozco no están disfrutando esta tiranía de lo que "deberías hacer". Una de mis amigas me dijo que se ejercita en exceso para quedar tan cansada que se le olvida que está sola. Me identifico.

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"Cuando todos cohabitamos pero no estamos implicados románticamente, es posible que nos sintamos profundamente solos, aunque nuestra casa esté llena de gente y salgamos todo el tiempo", dice Rachel, de 28 años, quien trabaja como publicista en Londres (identificada como una de las ciudades más solitarias del Reino Unido). "Acostarte con gente que no amas te puede hacer sentir solo", continúa Rachel. "Las aplicaciones para citas son deprimentes. Admitir que te sientes sola siendo una mujer soltera es especialmente nocivo. Nadie quiere parecer una vieja empleada desesperada y con verrugas, así que pretendemos no estar solas".

Pretendemos.

El estigma de la soledad es tan fuerte que nos mentimos los unos a los otros. Pero como aprendí hace poco, decir "estoy solo" tiene un efecto dominó. Otros comienzan a decirlo también. El éxito de un programa como Fleabag es sin duda su exploración de la soledad y rabia de un mujer soltera. Legitimó las emociones que los espectadores de Fleabag sentían detrás de las pantallas de sus laptops. "Odio estar sola", dice Rachel, con la advertencia de que no use su nombre real.

Entonces, ¿qué hacemos? Monbiot dice que para atacar la soledad necesitamos "revaluar completamente nuestra visión de mundo". Tan fácil, pues. Pero tiene razón cuando dice que, de todas las fantasías que tienen los seres humanos, "la idea de que podemos vivir solos es quizá la más absurda y, quizá, la más peligrosa".

Nuestra visión de mundo no va a cambiar de la noche a la mañana. Probablemente no en nuestra generación. Así que debemos pensar a pequeña escala, en el día a día. Verbalizar nuestra propia soledad, ser conscientes de la situación de los otros y cómo se cultiva la soledad. Superar nuestra incomodidad y llamar a quienes sabemos que querrían saber de nosotros. En la raíz de nuestra soledad está los que Watts llama "el impulso fundamental perdido"; esto es, pertenecer a una comunidad que nos pone atención y se preocupa por nosotros. Eso es lo que debemos recordar.

@eleanormorgan