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Feminismo

En defensa de los señoros

Nos ha pasado con 'señoro' lo mismo que con 'cuñao': lo hemos vaciado de significado a base de llamárselo a cualquiera.
arturo perez reverte
Arturo Pérez-Reverte. Juan Medina/Reuters

Hace unos días Jimena, buena amiga y mejor locutora en El Podcast de VICE, me dijo que el feminismo contemporáneo le recordaba a veces al juego de peste-vacunada. Para los que no crecieron en los 90, el juego consiste en lo siguiente: tú andas tranquilamente en tu mundo de humano de siete u ocho años, debatiéndote entre si es mejor Pokémon o Digimon en los ratos muertos —la cola del comedor, la entrada al gimnasio en Educación Física, la espera hasta que el profe llega a clase— y de repente a algún lumbreras se le ocurre iniciar el peste-vacunada. El juego en cuestión, iniciado normalmente sin consenso, sin preguntarle al resto si les apetece jugar, consiste en tocar el brazo de los que no digan inmediatamente "peste vacunada" para contagiarlos de un un virus imaginario. Así de fácil, así de sencillo. La única patria que merece la pena es la infancia.

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El caso es que me decía Jimena que el feminismo pop le recuerda un poco al peste-vacunada: si has tenido la suerte o la desgracia de ser persona en la contemporaneidad occidental, especialmente si eres mujer, te ves en ocasiones en la obligación de seguir el juego aunque no te apetezca. Aunque a veces te parezca hasta ridículo, como cuando a alguien se le ocurre decir que un dibujo en el que aparece un desnudo femenino es "rancio, casposo y sexista" pero tienes que callarte no vaya a ser que te tachen de cortarrollos en el caso del juego o de machista, patriarcal y, si me apuras, fascista en el de la vida.


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A veces nos pasa que vamos como locos agitando los brazos, tocando a todo el mundo que no se haya vacunado contra la peste del machismo, contra todo aquel que no asuma a pies juntillas las reglas de un juego que a veces se parece un poco a una obra de Ionesco.

Como cuando aplaudimos que un juzgado condene al autor de un poema machista escrito en tono satírico a pagarle 70 000 euros a Irene Montero en un tuit y en el siguiente nos llevamos las manos a la cabeza porque condenen a la Revista Mongolia a untar de pasta a Ortega Cano por razones similares o subimos una foto limpiándonos los mocos con una rojigualda porque #FREEDANIMATEO.

A veces nos pasa que se nos olvida todo lo que nos jugamos y vamos señalando alegremente con el dedo a los no vacunados —señoros— y a los vacunados —aliados—. A veces nos ocurre incluso que nos equivocamos repartiendo cartillas de vacunación, que pensamos que alguien que nunca podría tener la peste porque es un faro guía en la dinámica del peste-vacunada va de pronto y despide a una mujer embarazada. El juego es lo que tiene.

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A veces se nos olvida valorar o contemplar que corremos el peligro de vaciar de sentido una ideología a golpe de camisetas de marca en las que se lee FEMINIST bien grande, de retuits a Ana Patri Botín cuando habla de su compromiso con el feminismo o de llamar a cualquiera que no piense como nosotros, o que piense como nosotros pero con matices, eso de señoro.

En uno de sus vídeos de El Tornillo, la periodista Irantzu Varela define el término de la siguiente manera: "Señoro es una palabra que no está en la RAE porque creo que se la inventó una amiga mía, yo se la oí y me la he quedado. ¿Y qué son los señoros? Los señoros son gente que está a gusto, que está cómoda, que está bien en el sistema heteropatriarcal. Que pone en duda todas las manifestaciones de la violencia machista con un argumento estupendo: que ellos no la notan. ¿La brecha salarial? Un invento. ¿La violencia contra las mujeres? Victimismo. ¿La imposición del trabajo doméstico? Os quejáis por todo".

Que los señoros existen es una realidad empírica. Que hemos vaciado de significado el término a base de usarlo como herramienta para acabar discusiones o invalidar argumentos y opiniones de aquellos que percibimos como adversarios, también. Porque nuestro señoro es el equivalente a su feminazi a efectos prácticos: aunque evidentemente el machismo y el feminismo no son lo mismo, el empleo de ambos palabros constituye una falacia ad hominem de las que estudiábamos en primero de bachillerato. Ambos son recursos fáciles para acabar con disputas y discusiones que a veces son tediosas, claro que lo son. Pero quizá la solución ni es ni pasa por ponerse una foto de perfil que reza "Cállate, pavo" o deslegitimar cada cosa que salga por la boca o la pluma de Pérez Reverte o de Soto Ivars.

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Porque si todo son señoros, nada son señoros —¿son lo mismo Ivars, Bertín y Santi Abascal?— de la misma manera que si todo es feminismo —Ana Patri, Ciudadanos y su defensa de la gestación subrogada, la pataleta de Serena— el feminismo no es nada. Quizá el activismo de keyboard tenga parte de culpa, porque en 280 caracteres tampoco se puede hacer mucha virguería argumental y, de hecho, dudo que alguien le gritara a la cara a otro alguien "señoro" por la calle.

Quizá parte del problema sean las redes, sí, quizá parte del problema sea que un "cállate, pavo" en la foto de perfil viste mucho, y que un "señoro" o un "STOP machirulos" dan muchos retuits en según qué circunstancias.

Pero llamar señoro a cualquiera que ande un poco confundido con total flexibilidad es a lo digital lo que pillarse unas Nike 97 a lo analógico. Ambas surgen en la mayoría de ocasiones de la irreflexión, son casi automáticas, están condicionadas por la masa y su fin último es molar. El objetivo final de llamar señoro a otro, más que defender una idea, más que luchar por un sistema a todas luces dañino, injusto y destructivo, es el de construir una identidad. El de gritar a los cuatro vientos en forma de ceros y unos lo que uno es y lo que no es respecto al otro. Es preferir posicionarnos como feministas a costa de todo y todo el rato en lugar de cuidarnos de que nuestro feminismo no acabe siendo la S del PSOE: un significante sin significado. Es jugar, en fin, al peste-vacunada.

Sigue a Ana Iris en @anairissimon.

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