Viví la final de OT en un cine con 800 personas
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Operación Triunfo

Viví la final de OT en un cine con 800 personas

Gritos, nervios y palomitas: así fue la final de OT en el cine.

El 5 de febrero de 2018 será recordado por tres cosas: la investidura de Amaia como regente de la cultura popular española, que TVE ha vuelo a ser vista por menores de 65 años y que es la primera vez que se abre un cine para ver La 1 desde tiempos del Nodo.

Aterricé en el cine Yelmo Comèdia de Barcelona a eso de las 21:20 donde había quedado con mi compañero de redacción Pol. Pensé: “Llega media horita antes que habrá cola, aunque con el día de lluvia quizás no vendrá mucha gente”. ¡QUIZÁS! Ingenuo de mí, la fila de OTeuers daba la vuelta a la esquina y se estiraba y estiraba varias decenas de metros.

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Más cola que en la Fiesta del Cine

“¿Quién queréis que gane?”, les pregunté a un grupo de chicas abrigadas hasta los topes. Una de ellas, a modo de premonición me dijo: "Amaia, aunque nos gustaría que Miriam entrara en el pódium de finalistas". A priori, todos los que íbamos a ocupar las 839 butacas de la sala de este emblemático cine del centro de Barcelona veíamos un resultado más o menos claro: Amaia, Aitana y Alfred. El trío ganador.

María, Gina, Paula y Marta haciendo cola

Mientras hablaba con otros chicos y chicas sobre cómo gracias a OT han vuelto a ver la La 1, entramos en el hall del cine. Una inmensa hilera de personas esperaba que los empleados desbordados les dieran el “Menú OT” de palomitas y refresco que venía con la entrada de 4,50 €. A la izquierda del tumulto, las puertas de la gran sala. Pol y yo fuimos a coger sitio.

Una sala con anfiteatro llenándose para ver el fenómeno de masas de adolescentes mientras el presentador de los informativos de TVE explicaba la caída de la bolsa de Wall Street. Surrealista, pensarás, pero los fenómenos pseudoparanormales acababan de comenzar.

Nuestras vecinas venían muy preparadas

Tomamos asiento y un olor conocido me transportó hasta un McDonald’s como si una de esas promos rancias de OT hubiera traspasado la pantalla. A mi izquierda, tres chicas me dieron una lección de preparación mientras devoraban sus Big Macs con Cárdenas de fondo. “El peor programa del mundo”, nos avisó una de ellas.

En fin, que tras un buen rato criticando al presentador de Hora Punta y analizar con algo de desconcierto nuestro cometido, fui a por mi menú. A los pocos segundos, un alarido nos avisó de que la gala había comenzado. De los treinta que estábamos en la fila solo sobrevivimos cinco.

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El "Menú OT" consistía en unas palomitas con bebida

“¡Raphael, Raphael!”, gritaba el auditorio. A ver, que esto estaba arrancando y ya me encontraba desubicado. La media de edad era de unos 18 o 20 años y estaban gritando en un cine el nombre de la estrella mediática con la que mi abuelita, enfundada en su cuerpo joven, fantaseaba con el tipo que nació el 5 de mayo de 1943. Esta edición de OT es un cúmulo de ¿maravillosos? despropósitos.

Vuelvo a mi sitio y Alfred está listo para su actuación. Paso por delante de la pantalla y en la sala no cabía ni Juan Camús. Como siempre.

Nuestras vecinas "peleándose" para votar a su ganadora

El caso es que los cinco finalistas cantaron después de repasar sus mejores momentos y toda esa parafernalia que seguramente te sabes de memoria. Unas cápsulas de vídeo que suscitaron por adelantado la nostalgia porque ya echabas de menos los martes de ojeras, tirar la caña por el chat del 24 horas, las chapas que pegabas a tus amigos o compañeros de trabajo intentando convencer de quién era mejor y por qué. Entretanto, Alfred y Ana Guerra actuaron y fueron aplaudidos, sin más.

El cine estaba atento a las palabras de Aitana. Intentaba explicar las sensaciones que la invadían y no sabía explicar por qué estaba rara. “¡Por Cepeda!”, sugirió una voz femenina sentada por las primeras filas. Las risas del auditorio lo corroboraron.

La gente solo lo dio todo durante la actuación de Amaia, que levantó a medio cine de sus butacas

Sia aterrizó y Aitana brilló cantando “Chandelier”. Luego Amaia terminó de proclamarse ganadora con “Miedo” haciendo que gran parte de los asistentes se auparan para aplaudir. La interpretación, de menos a más, terminó con un juego de silencios y chorros de voz que, aunque no quisieras, te erizaba la piel.

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Todos habían actuado y había que eliminar a dos. Ah, no, espera: quedaba Miriam. Nadie le prestó atención y, me imagino, que por eso utilizó una técnica disuasoria para aturdir a los indecisos y recaudar votos. Una especie de técnica secreta del KGB que encontró en un cuaderno arcaico con tapa roja dentro de una caja roída cerrada a cal y canto en alguna cala pedregosa de Pontedeume, su pueblo coruñés natal. Cada vez que la cámara la enfocaba inhalaba como 3 litros y medio de oxígeno y hablaba sin parar.

Lo sentimos, Alfred

Obtuvo su recompensa, ya que cuando descartaron el quinto y cuarto puesto saltó la única sorpresa de la velada: Alfred —y su cara de confusión— fuera del podio. A todo esto, en algún momento, salió Pablo Alborán, aunque solo recuerdo el perfume de la poesía que invadió el cine. Desde que lo presentaron hasta que actuó, la peña de la sala se levantó corriendo para descargar la micción en el baño. Bonita metáfora.

No podíamos imaginar que nadie la interrumpiera (a Miriam) o que no pudiéramos hacer zapping para cambiar de canal. El ictus era inminente

En la gala, volvieron a abrir las votaciones y las tres finalistas —#+Mujeres— hablaron antes de volver a actuar. ¿Hablaron? Claro que no. Miriam de nuevo a lo suyo, pero esta vez el tren estaba descarrilándose. Tras 45 minutos —o al menos eso me pareció a mí— agradeciendo a sus padres su educación, un murmullo de turbación, un alarido de demencia, un virus de enajenación se propagó por la sala. No podíamos imaginar que nadie la interrumpiera o que no pudiéramos hacer zapping para cambiar de canal. El ictus era inminente.

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Por suerte, y tras recitar de carrerilla su discurso equivalente a los 24 tomos de la enciclopedia Larousse, se calló y volvió la música al programa. El ambiente estaba enrarecido y la gala estaba reinada por el desconcierto. Un desconcierto que arregló momentáneamente Aitana con “Bang, Bang” y que justificaba el cometido del programa tras ver la tremenda evolución de los chicos.

Nuestras vecinas disfrutando del "discursillo" de Miriam

Quedaban los minutos finales y Roberto Leal le dio el micro a Cepeda. El naufragio que salvó Aitana lo iba a estropear la tecnología. Unas psicofonías electrónicas chirriaron los oídos del auditorio. Una mesa de mezclas estalló y dejó al bueno de Bisbal sin poder actuar. Daba un poco igual porque lo que quería la peña era saber quién diantres iba a ganar el concurso. Paradójicamente, las pop stars españolas servían para reponer fuerzas. Mero trámite.

Roberto Leal llevo a “los finalistas” al escenario. Una voz de un par de filas detrás mío corrigió al presentador: “LAS FINALISTAS”

Roberto llevó a “los finalistas” al escenario. Una voz que provenía de un par de filas detrás mío corrigió al presentador: “LAS FINALISTAS”. Nerviosismo, improvisación y desasosiego. Los 16 en el escenario, Rosa López, Bisbal, que comenzó a cantar a capella alejándose el micro —¿cuánto tiempo lleva este tipo cantando? — y el GRAN sobre. Salieron los porcentajes y Miriam quedaba eliminada. Lo asumió desde el primer segundo hasta que salió su nombre como la tercera finalista. Todos los presentes los sabíamos.

Murmullos y algún grito reprochado conformaban el denso ambiente lleno de fanáticos. Ojos como platos sin parpadear, manos húmedas y traqueteos de rodilla. Rosa y Roberto jugando con millones de espectadores para ponerse de acuerdo mientras las pausas eternas ponían en vilo nuestro sistema cardíaco. Varias personas se llevan las manos a la cabeza.

Puños en alto para imitar el final de 'Camina'

“La ganadora de OT 2017 es —literalmente se paró el país en este momento televisivo— ¡AMAIA!”. El éxtasis y el jolgorio reinó la sala principal de los cines Comèdia. Abrazos, chillidos, saltos y alegrías. Aunque los fans de Aitana eran muchos, me imagino que también se alegraron del mismo modo que la catalana se lo hizo saber a Amaia cuando la abrazó en el escenario.

Mi primera vez en el cine para ver TVE junto a mi compañero Pol fue inolvidable. No era fan incondicional de OT al entrar en la sala, pero en tan solo 4 horas inhalé y experimenté todas y cada una de las emociones que han ensalzado esta edición de Operación Triunfo a lo más alto de la cultura popular española reciente. El 5 de febrero de 2018 será recordado por el día que, aunque alguna vez renegaré de ello, me convertí en OTeuer. No hay vuelta de hoja.