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Marca España

Erasmus españoles nos cuentan sus fiestas más locas

Solo nosotros nos despertamos en otro país después de fiesta o acabamos saltando por la borda de un barco.
Montaje vía Wikimedia/Pixabay

Estaremos todos de acuerdo en que el programa Erasmus es una gran oportunidad. Aprender idiomas, enfrentarte a ti mismo para madurar, conocer nuevas culturas y puntos de vista que te cuestionen tu status quo, crecer… ¡Y un carajo! Lo primero que se te viene a la cabeza del Erasmus no es si la fachada sur de la catedral de la ciudad pertenece al gótico o neogótico, o si al fin vas a gozar con la lectura existencialista de Jean-Paul Sartre.

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Porque con veinte años, lo primero que buscas por internet es si el pack de 6 birras en el súper de tu nueva ciudad está más caro que en el Alcampo o si las discotecas cierran más tarde de las 3 de la mañana. No sé cómo lo hacemos. Será cultural o habremos desarrollado el gen de la farándula, qué sé yo, pero el caso es que allí donde vamos, siempre termina de la misma manera. No hace falta que os explique cuál, ¿verdad?

Me puse en contacto con excompañeros de facultad, amigos de amigos y algún que otro desconocido para que me contasen sus andaduras en el Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios —que es lo que en inglés significa el acrónimo ERASMUS.

Abróchense los cinturones de seguridad que despegamos hacia varios países donde hemos dejado nuestra particular impronta made in Spain.

El vigilante encerrado

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Vivía en una residencia de estudiantes en la que había mucha demanda por parte de los erasmus porque costaba 23 € al mes. Las reglas de la residencia eran que, si la liabas bastante, (algo muy malo tenías que hacer), te ponían una advertencia, y con tres te echaban.

Ese día, volví de un bar con unos amigos y me disponía a cambiarme para salir a una discoteca. Cuando cruzamos la entrada, nos dimos cuenta de que el vigilante de seguridad se había quedado dormido en su oficina con la llave puesta en la cerradura. Nos caía muy mal.

Normalmente soy buena persona, pero tengo que reconocer que el alcohol me juega malas pasadas. Resulta que decidí cerrar la puerta con llave con el vigilante dentro. Me vestí, me fui a la disco y terminé acostándome tan tranquilo (obviamente, no estaba en el estado para acordarme de que todavía tenía la llave).

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Al día siguiente me despertaron a portazos en mi habitación. Me levanté con una resaca increíble y sin acordarme de nada de lo que había pasado la noche anterior, abrí la puerta encontrándome a la directora de la residencia, a la responsable del Erasmus y a un policía. Me empezaron a gritar hablándome sobre una llave, el vigilante, su oficina. Las cámaras lo grabaron todo y yo no me enteraba de nada. Y así pasé mi tercer día de Erasmus.

Jan, 29 años, hizo el Erasmus en Timisoara, Rumanía.

La delgada línea chipriota

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Era 31 de octubre —día de Halloween en prácticamente todo el resto de Europa y de Todos los Santos en España— y estaba en mi Erasmus, por lo que decidimos cortar camisetas y mancharlas con sangre en un improvisado disfraz de zombi. Terminamos y fuimos al garito que frecuentábamos y en el que por 15€ tenías barra libre. Después de unas cuantas copas, unos Jägerbombs y un after, no podía acabar bien.

Al "rato", el sol me despertó. Me encontraba sentado en una silla de la terraza de un kebab. No me acordaba de nada de la noche anterior. Como me moría de hambre, me levanté a pedir un durum con mis pintas de muerto viviente desaliñado. El señor lo corta, le pone los condimentos y lo enrolla con el papel de aluminio. Pedí la cuenta y me respondió que eran 4 liras. Metí la mano en los bolsillos y, como era lógico, solo habían euros. ¡Estaba al otro lado de la frontera!

Oteé el edificio del casino y calculé que me encontraba a 4 kilómetros de la frontera y a 16 de mi casa

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Por si no lo sabéis, en la parte norte de la isla se encuentra la República Turca del Norte de Chipre, un pseudopaís que no tiene el reconocimiento de ninguna organización mundial y que separa Nicosia con un muro al más puro estilo Guerra Fría. Para entrar necesitas un permiso especial, pero es más o menos una zona ilegal custodiada por el ejército en la que pocos pueden entrar y salir sin más. Y como la parte turca de Chipre es reconocida por Turquía, tienen la moneda del país, y no euros.

Aún sin percatarme de lo grave que era la situación, mantuve la calma y terminé de desayunar. Lo primero es lo primero. Oteé el edificio del casino y calculé que me encontraba a 4 kilómetros de la frontera y a 16 de mi casa.

Los guardias me dijeron que no me dejaban pasar porque la visa estaba rota y mi visita no constaba en el registro

Miré mi cartera y vi mi visado roto. Seguramente me colé en el país impulsado por algún "no hay huevos", me vine arriba y partí el documento. Vete a saber. El caso es que comencé a cagarme las patas abajo.

"He pasado la noche en el casino", me excusé en la frontera. Los guardias me dijeron que no me dejaban pasar porque la visa estaba rota y mi visita no constaba en el registro de la noche anterior. Me había colado en el país y unos tipos con metralletas no paraban de gritarme.

Al final me dejaron pasar porque era europeo, pero os juro que no he pasado tanto miedo en mi vida. Joder, me salté un control fronterizo del ejército con la borrachera. Vaya noche de Erasmus.

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Paco, 26 años, hizo el Erasmus en Nicosia, Chipre.

Vomitona y sexo en el Oktoberfest

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Foto por Reuters

Había jarras de cerveza de 1 litro a mansalva. Pesaban tanto que al día siguiente me dolían a saco los brazos como si hubiera ido al gym. La macroborrachera que se monta ahí es brutal. No he visto tanta gente borracha a plena luz del día en mi vida. Alrededor de las 18:00 todo el mundo ya está KO y se creó una moqueta de cuerpos grandotes alemanes sobre el césped.

Bueno al grano: yo llevaba tal turca encima y desorientación por tajarla de día, que le di las buenas noches a mi novio por Whatsapp a media tarde. De verdad que yo estaba convencida de que hacía bien, de que ya era de noche o algo. Muy chungo. Él me contestó un "creo que se ha enviado un mensaje más tarde o algo" y yo ratifiqué su despiste como si tal cosa.

Acabé vomitando y poniendo los cuernos a mi pareja con el chico con el que actualmente estoy saliendo. En ese orden.

Silvia, 22 años. Hizo el Erasmus en Karlsruhe , Alemania.

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Las "discotecas" improvisadas en Ámsterdam. Foto vía el usuario de Flickr kerryinlondonkerryinlondon

Queensday, el bizcocho de maría y el barco

No me juzguéis. Durante mis seis meses de Erasmus en Ámsterdam no salí mucho de fiesta, aunque esta historia haga pensar en lo contrario. Todo esto ocurrió en el Queensday, la fiesta nacional de los Países Bajos donde toda la ciudad se tiñe de naranja. Nosotros fuimos al pequeño coffee shop que frecuentábamos para fumar tranquilamente una ele a caraperro.

Vinieron otros amigos, hablaron con el regente y pillaron un bizcocho entero de marihuana. Si ya iba morado, esas porciones esponjosas llenas de THC hicieron que todo se fuera de madre. Además, como me entró la hambruna de los porros, me comí tres trozos. Sentencia de muerte.

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Al poco rato el pequeño garito estaba repleto. Era un lugar de culto para los erasmus ansiosos de maría de buena calidad y a un precio razonable, aunque la cosa no iba a terminar ahí. Uno de mis colegas llamó a otro amigo que trabajaba en el alquiler de barcos para continuar la fiesta sobre los canales de la capital holandesa.

Fuimos dos calles más para arriba y nos subimos como cuarenta descerebrados en un barco, no sin antes comprar toda la cerveza que nos podíamos permitir en un súper.

Poco a poco comencé a fliparlo por los efectos del bizcocho y el meneo del bote. Me entró la paranoia de que me observaban y me estaban siguiendo. Daba vueltas en círculos entre la gente sospechando, como Di Caprio en Shutter Island.

De repente todo se detuvo. Inspiré y exhalé con una respiración desaforada mientras todo lo que veía giraba como un caleidoscopio. Me acerqué a uno de los bordes para echarlo todo con la mala suerte de resbalarme con un escaloncito bañado en cerveza. Intenté agarrarme a lo que pude, pero mi precisión brillaba por su ausencia.

Acabé sumergido en uno de los canales putrefactos de Ámsterdam mientras me vomitaba delante de mis compañeros de universidad que conocía desde hacía menos de un mes. Lamentable.

Sergi, 24 años. Hizo su Erasmus en Ámsterdam, Países Bajos.

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Una de las mayores fiestas de Portugal. Foto vía el usuario de Flickr Renata F. Oliveira

Cabalgata y putivuelta

Mis amigos portugueses llevaban días hablándome de la que se liaba en el Cortejo Queima das Fitas de Coimbra. Y con razón. En esta pequeña ciudad con varias universidades se monta un cristo espectacular. Cada facultad hace una carroza como puede y miles de personas salen a la calle a bañarse en cerveza. Literalmente. En vez de caramelos, se tiran litros y litros de espumosa rubia.

Llegó el día y fuimos para allí en bus desde Braga, que era donde residía en mi Erasmus. El caso es que fue pisar tierra y caer chuzos de punta. No podía llover más. Como ya iba borracha, me dio bastante igual. Bueno, a mí y a las 10.000 personas que estábamos allí. Las carrozas seguían a lo suyo y el público no paraba de vociferar.

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Bebí durante todo el día pero aun así tenía frío. Estaba empapada y necesitaba moverme para entrar en calor. Laura, mi amiga, me sugirió que hiciéramos una putivuelta, un concepto sacado de Super Shore y que básicamente designa ese paseo calenturiento donde a todo aquel que te parece atractivo le ensartas con la lengua. Y así fue.

Comenzamos a bailar al son de la comparsa mientras caminábamos entre la multitud. "Mira qué guapo", le dije a mi amiga. Me acerqué y le solté la lengua. El tipo me correspondió y nos dimos un soberano morreo. Cuando me cogió por la cintura le aparté, sonreí y me fui a por mi próxima cata de labios.

Madre mía. No sé con cuantas personas me pude dar el lote, pero creo que fueron más de diez. Mira, eso que me llevo de mi Erasmus. Ah, por cierto. El mejor beso me lo di con una chica morena de ojos claros. Con ella hubiera repetido.

Sonia, 23 años. Hizo el Erasmus en Braga, Portugal.

Sigue al autor en Instagram: @jllorca