Un inicio poco prometedor, aunque no se puede culpar de ello al pueblo bielorruso. No están acostumbrados a recibir turistas y, claramente, tienen dificultades para proporcionar las infraestructuras necesarias para atenderles. De hecho, el 12 de febrero empezaron por primera vez a admitir turistas sin visado de 80 nacionalidades.Lo cierto es que tenía muchas ganas de visitar el país. Tras meses viajando por Europa, y a punto de agotarse mi visado Schengen, Bielorrusia se perfilaba como un mundo totalmente distinto al resto de Europa. A menudo llamada la "última dictadura de Europa", Bielorrusia es un estado de la antigua unión de repúblicas soviéticas encajado entre Rusia y Polonia.A menudo llamada la "última dictadura de Europa", Bielorrusia es un estado de la antigua unión de repúblicas soviéticas encajado entre Rusia y Polonia
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Como les ocurre a otros dictadores, el autócrata de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, no es muy amigo del turismo masivo. Pero como ocurre con la mayoría de economías, al dictador sí le hace más gracia la inyección de dinero extranjero que supone el sector turístico. De ahí que haya decidido permitir el acceso a extranjeros sin visado, aunque con ciertas limitaciones.Tras abandonar el aeropuerto, encontramos pocos indicios que lleven a pensar que estamos en un país donde se encarcela a los disidentes, se disuelven por la fuerza las protestas pacíficas y se censura a la prensa, y sin embargo aquí ocurren las tres cosas.No hay retratos de Lukashenko por las paredes. En la autopista se ven más carteles anunciando casinos que mensajes de llamada al orden público. Es más: hay más soldados por las calles de Roma o París que en Minsk, y los pocos que vimos iban desarmados, habían acabado su turno y pasaban el rato cerca del Museo de Arte Nacional.
Como les ocurre a otros dictadores, el autócrata de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, no es muy amigo del turismo masivo. Pero como ocurre con la mayoría de economías, al dictador sí le hace más gracia la inyección de dinero extranjero que supone el sector turístico
Enormes plazas cubiertas de mármol salpican el centro de la ciudad, y en la plaza de Lenin se alza una estatua del propio Vladimir Ilyich guiando al pueblo hacia la revolución
Viajando por los diversos estados exsoviéticos, uno encuentra opiniones muy distintas respecto la disolución del antaño poderoso imperio soviético. Algunos lo echan de menos (Rusia), otros tienen sentimientos encontrados (Moldavia, Kazajstán) y por último, los hay que están encantados de que haya desaparecido (Estonia, Letonia, Lituania).En Bielorrusia, en cambio, es como si todavía siguiera vigente. La bandera es distinta, pero gran parte de lo demás parece no haber cambiado. La policía secreta, por ejemplo, cuya oficina central se encuentra en praspiekt Niezalienznasci, cerca de casa de Svetlana, sigue llamándose KGB. Los muros de la estación de metro de Oktyabrskaya están decorados con mosaicos que exaltan el socialismo.La policía secreta sigue llamándose KGB
A ambos lados del escenario del Minsk Boshoi, donde vi una apasionada actuación del ballet Giselle de Adolphe Adam por el equivalente a 10 euros, había martillos y hoces con filigranas de oro. Los funcionarios públicos siguen llevando uniformes verdes, incluidas esas enormes gorras de plato que suelen llevar los generales rusos en las películas de la Guerra Fría. Y yo que siempre había pensado que era una exageración, un artificio de Hollywood. Pues no.Sin embargo, nada de esto ha impedido que McDonald's, H&M, Coca-Cola y demás hayan abierto establecimientos por toda la ciudad, aunque su presencia pasa casi desapercibida tras la imponente realidad socialista.Allí dónde haya exaltación de la Unión Soviética, hay nostalgia de la Segunda Guerra Mundial o la "Gran Guerra Patria", como también la conocen aquí. A excepción de Polonia, ningún otro país fue tan salvajemente arrasado durante la guerra como los soviéticos, y Bielorrusia, por su ubicación en el extremo occidental, se llevó la peor parte. El país perdió un tercio de la población, entre ellos 800.000 judíos. Maly Trostenets, a 12 kilómetros al este de Minsk, fue el cuarto peor campo de concentración nazi, después de Auschwitz, Majdanek y Treblinka.Nada de esto ha impedido que McDonald's, H&M, Coca-Cola y demás hayan abierto establecimientos por toda la ciudad, aunque su presencia pasa casi desapercibida
Pero no nos engañemos por todo lo anterior: la gente de Minsk también sabe pasárselo bien. La OMS ha calificado Bielorrusia como el país en el que más alcohol se bebe del mundo, con una tasa de 17,5 litros de alcohol puro por habitante y año. Por todas partes encuentras vodka y brandy, y los bares están abarrotados de gente bebiendo cerveza y vino. Curiosamente, no se ven muchos borrachos tirados por las calles. Aquí la gente controla incluso con un pedal.Paseando por la plaza de la Victoria, encontramos un desfile de soldados en formación alrededor de la columna de 38 metros coronada por una estrella roja
En la parte de abajo había esculturas de animales de estética steampunk creadas con engranajes oxidados y un montón de chavales admirándolas. Fuera tocaban varias bandas de rockabilly con un público entregado formado por familias enteras.Al otro lado del río, pasada la estación de tren de Oktyabrskaya, justo detrás de la plaza Lenin, se encuentra el Doodah King, un bar que Google Maps prometía que no nos defraudaría. El local tenía la dosis apropiada de humo y mal olor, y pese a que en la lista de bebidas aparecían varios cócteles ingleses y había carteles haciendo bromas sobre el servicio —"¡Cerveza caliente! ¡Comida asquerosa! ¡Mal servicio!"—, el bar era estrictamente bielorruso y ruso, como el resto del país.La OMS ha calificado Bielorrusia como el país en el que más alcohol se bebe del mundo, con una tasa de 17,5 litros de alcohol puro por habitante y año