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Comida

El té alucinógeno de Colombia me enseñó mucho sobre mí misma

En el templo, los chamanes gnósticos habían cubierto las paredes con brillantes pósters de la deidad hindú Krishna, pinturas de Jesucristo y caricaturas de estatuas pre-Incas. Tomé un sorbo de té yagé —ayahuasca— y todo comenzó a vibrar.

En el interior del templo, hecho con tablas de madera, los chamanes gnósticos tenían todas las superficies cubiertas: pósters brillantes de la deidad hindú Krishna compartían espacio con pinturas de Jesucristo y con dibujos de estatuas caricaturescas de la civilización pre-Inca. Una vela, en el centro de la habitación, estaba colocada sobre la alfombra al lado de un altar improvisado y una cruz hecha de palos. «Esto es lo que la Navidad verdaderamente significa», Manque Runa (nombre espiritual) comenzó a decirme. «Sin ropas nuevas ni reggaeton, pero si conectándonos con la Madre Tierra y con Dios».

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Al decir eso, sumergió una copa de madera dentro de una olla de té alucinógeno de yagé y me lo pasó.

Manque Runa pasó tres años estudiando la preparación de este té, una mezcla de la planta del mismo nombre y otras de la variedad psychotría, que se encuentran en el Amazonas. Estas plantas contienen el compuesto psicotrópico NN-Dimethyltryptamine (DMT), que puede generar la percepción de sonidos e imágenes inexistentes en el cerebro. Muchos consideran estas alucinaciones como manifestaciones de vidas pasadas, verdades etéreas, o voces de seres supremos. El yagé activa el DMT de las plantas mientras éstas entran a nuestro cuerpo, pero nuestras entrañas están hechas para identificar estas sustancias como tóxicas y para deshacerse de ellas. Para las comunidades indígenas del Amazonas, las plantas son medicina para el cuerpo y para el espíritu. Para los chamanes gnósticos, quienes se llaman a sí mismos Arrayanes en honor a una especie de árbol local, el yagé —conocido como ayahuasca en el sur de la región de Putamayo— también es una especie de eucaristía: lo consumen para conectarse física y espiritualmente con las deidaes que cuelgan de sus paredes.

«Las plantas son la base de todo para nosotros», me dijo Manque Runa.

Al igual que la mayoría de los 40 —más o menos—Arrayanes que viven en esa zona, Manque Runa no creció en una comunidad indígena, creció en un hogar católico y encontró al chamanismo gnóstico en un esfuerzo por superar las adicciones y encontrar un significado más profundo de la vida. Esta vocación espiritual se estableció 25 años por un grupo de hombres de Caldas, una comunidad ubicada en la región de café más importante de Colombia. Los fundadores están casados con una creencia de cristiandad gnóstica, que incluye el culto a las plantas indígenas, algunas filosofías védicas de la India y la vida comunal. Pasaron mucho tiempo conviviendo con las comunidades indígenas en la Amazona Colombiana antes de desperdigar sus enseñanzas en Inglaterra, en Chile, en Ecuador y en Bolivia.

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Plantaciones de lechuga.

Pasé mis primeros días con los Arrayanes plantando lechuga y preparando camas de jardín. Me dieron un paseo para ver sus plantas sagradas provenientes de todo el mundo, recolectamos y comimos tubérculos que había visto antes en Colombia pero que no sabía que se podían comer. Las plantas estaban en todos lados, escondidas detrás de otras plantas, creciendo dentro de las llantas y naciendo al costado de los caminos. Los Arrayanes cosechan cerca del 70 por ciento de lo que consumen, y venden germen de soya para pagar el resto. Aunque están intentando cosechar las plantas necesarias para hacer yagé, sólo han logrado con éxito cultivar unas cuantas psychotría, así que reciben sus plantas para yagé de una comunidad indígena en el Putumayo. El yagé en sí necesita un clima muy tropical y las granjas de los Arrayanes están en un rango montañoso subtropical.

Por las mañanas ayudaba a hacer pan y aprendí cómo hacer leche de soya durante larguísimas conversaciones sobre espiritualidad y una gran cantidad de teorías conspirativas que involucran al gobierno de los Estados Unidos y a los alienígenas. Me recordaron muchas veces que si estaba en mi período no podía participar en la ceremonia del yagé. Durante este tiempo, las mujeres van a una casa separada donde hacen manualidades o pintan porque, como me dijeron varios hombres, «los cuerpos de las mujeres están pasando por una purificación y es un tiempo con una energía muy distinta». Cantaron Hare Krishna Hare Rama mientras trabajaban durante el día y me recomendaron libros de Samael Aun Weor (nombre espiritual), el fundador de la cristiandad gnóstica en Colombia. Samael es también el «ávatar de Acuario», es decir el líder de nuestra actual edad astrológica.

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En la víspera de la Navidad nos sentamos en el templo y nos pasamos un porro que venía de una jarra etiquetada

Santa Flauta

. Me preguntaron qué pensaba de Dios. Empecé con el cuento de que no era para nada religiosa, que nunca necesité de una figura divina para darle un sentido a mi vida y que no creía estar en un camino preordenado. Les dije que estoy aquí, ahora, con energía propia como todos los demás, y que estoy contenta de pasar el resto de mi vida haciéndome preguntas que tal vez nunca tengan respuesta.

Algunos movimientos de cabeza afirmativos siguieron. El silencio después.

«Alejandra», Manque Runa me dijo con el tono suave característico del grupo y el contacto visual penetrante. «Tienes que creer». Luego todos tomaron un instrumento de una pila en la esquina y cantaron Hare Krishna Hare Rama.

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Al día siguiente era Navidad. Mientras lavábamos los platos del desayuno, Paula (nombre espiritual desconocido) me confrontó con una mirada fija. «¿Sabes, Alejandra?, hay un mundo dentro de ti y es el mundo más importante que hay que explorar». Me dio un machete y nos fuimos a cortar hierbas para poder conectarnos con la Madre Tierra antes de la ceremonia. «Reza, Alejandra. Medita», insistió.

Por la noche nos juntamos en el templo. Las mujeres nos colocamos de un lado de la habitación y los hombres del otro. Estábamos todos vestidos con túnicas blancas, los hombres llevaban unos pantalones flojos y las mujeres largas faldas. Practi (nombre espiritual) llevaba un collar de dientes de jaguar y Puncha (nombre espiritual) tenía un tocado de plumas. Nos sentamos enfrentados en los almohadones y una cortina se había bajado para cubrir el área donde Manque Runa preparaba el té.

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Todo a mi alrededor vibraba. Una voz distintivamente femenina (no era la mía) se presentó a sí misma como la planta y me dijo que era una amiga.

Me tome el líquido tibio en cuatro tragos grandes. Era marrón y tenía el sabor de un café ácido. Me volví a sentar en el suelo mientras todos sacaban abanicos de hojas de Huayra seca y las batían sobre sus cabezas como panderetas. Cantaban en idiomas indiscernibles. Lo único que entendía era «

Kriiiissshhhnaaaaa»

y «

yaaaaagéééé».

Luego silencio. Después de 40 minutos me fui corriendo del templo con mis medias puestas, muchas náuseas y una intensa necesidad de vomitar. Cuando terminé de hacerlo, todo a mi alrededor vibraba. Dentro del templo, miré al techo, a los hombres del otro lado de la habitación y a la vela, que desprendía prismas de luces de colores en todas direcciones. Una voz distintivamente femenina (no era la mía) se presentó a sí misma como la planta y me dijo que era una amiga.

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Mientras escribo esto, me doy cuenta lo ridículo que debe sonar, pero fue una experiencia alegre. Manque Runa preguntó si alguien quería más. Pensando en que la planta y yo éramos aliadas, fui y me tomé otra taza de té. Fue una equivocación. Esta vez me tiré abrazada a mi misma en posición fetal, temblando un poco. Mi estómago estaba listo para deshacerse de sus últimos contenidos y me fui corriendo de regreso al templo, tambaleándome con mis piernas débiles e intentando balancearme con mis brazos temblorosos. Un coro de zumbidos hacía ecos en el fondo y yo me junté a ellos, deshaciéndome de más líquidos de los que creía tener en mi interior. Me envolví con mantas y cerré los ojos. Dormí y desperté varias veces mientras tocaban las flautas de madera y cantaban

Hare Krishna Hare Rama

hasta temprano en la mañana.

En el desayuno hablamos sobre nuestras experiencias. Algunos habían visto Mapuches —indígenas del sur de Chile— con nosotros en la habitación. Otros habían visto la habitación expandiéndose a nuestro alrededor, convirtiéndose en una jungla. «Fue muy bueno que bebieras té dos veces, Alejandra», Manque Rune dijo. «Vomitaste mucho, eso es muy bueno». Me sentía más tranquila de lo que me había sentido en mucho tiempo. Les conté sobre la voz de la planta que escuché en mi cabeza y no me miraron como si estuviera loca. Volvimos a trabajar en la granja donde todo continuaba a crecer y hacerse más colorido y salvaje como los chamanes.

«El crecimiento que tenemos todos los días aquí es tremendo", me dijo Manque Runa. «Es de otro nivel de vida».