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Comida

Todas las formas en que la comida arruinó nuestras relaciones

Le pedimos a nuestro staff que compartiera todas las veces que los alimentos se interpusieron entre ellos y una pareja potencial o actual.
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El amor duele.

La gente dice que el amor tiene que ver con ceder. Aceptar. Aprender a valorar y aceptar (o limitarse a tolerar) todas las peculiaridades, comportamientos, neurosis y actitudes inesperadas de tu prometido. Y eso incluye toda la mierda que comen. O toda la comida increíble que nunca probarán. Estamos hablando de los delincuentes culinarios y mojigatos de alimentos, y se esconden entre nosotros, solo asomándose cuando te tropiezas en una especie de cita íntima.

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Algunas cosas son perdonables: su indiferencia hacia el sushi, tal vez, o que eviten infundadamente el gluten. Pero hay otras cosas que realmente pueden molestarte cuando estás sentado en la mesa con alguien varias veces a la semana: una aversión inexplicable sobre cualquier cosa verde, una dieta compuesta en su totalidad de chili en lata, o tal vez un odio contra la pizza.

Le pedimos a nuestro staff que compartiera todas las veces que los alimentos se interpusieron entre ellos y una pareja potencial (o actual). A veces, la atracción se impuso incluso cuando las preferencias alimentarias divergieron. Otras veces, estas diferencias fueron dealbreakers. Te cortaron, comensal raro.

Perdón a cualquiera de nuestros exes que pudiera estar leyendo esto. Ahora saben por qué simplemente no funcionó. O tal vez sintieron lo mismo por nosotros.

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Foto vía Flickr Foto por brett jordan

Helen Hollyman, Editora en Jefe

La relación parecía maravillosa, hasta que se derrumbó por una variedad de razones. Pero el momento en que me di cuenta de que éste no era el tipo para mí fue cuando caminamos por su tienda de la esquina local, su lugar favorito para la cena. "A veces entro, agarro una papa, y la meto en el microondas para la cena. A veces le añado mantequilla o cátsup si quiero algo de variedad. Y si todavía tengo hambre después de eso, me como unas galletas saladas", explicó.

Afortunadamente, nunca trató de prepararme una cena romántica en casa. Me da alivio sobre todo que, al final, no pegó pollo o queso podrido detrás del horno. He oído algunas historias de horror de amantes desdeñados que han hecho eso como venganza en los aparatos de cocina de su ex, algo que hará que tu casa apeste a amor echado a perder en los años venideros.

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Photo via Flickr user Michael Bentley

Foto vía Flickr Michael Bentley

Felicia Alberding, Editora, MUNCHIES Holanda

Básicamente, dejo de salir con un chico en cuanto me doy cuenta que no le importa la comida, o no le gusta el queso, por ejemplo. Pero con mi primer novio real, nunca, nunca fue realmente divertido cenar. Cuando le preparaba una cena muy agradable y estábamos a punto de comer, nunca quería compartir una botella de vino… prefería leche. Me parecía que eso arruinaba el momento. También una vez fuimos de vacaciones a una isla española, y nunca quiso tomar una copa de vino, solo Coca-Cola. Finalmente, el vino no fue la verdadera razón de nuestra ruptura (gracias a Dios), pero eso del vino se convirtió en un símbolo de nosotros disfrutando de la vida de diferentes maneras.

Photo via Flickr user Chris Chen

Foto via Flickr usuario Chris Chen

Sydney Kramer, Editora de Redes Sociales

Cuando empecé a salir con mi marido, él no comía nada más aventurero que pizza de pepperoni. Recuerdo que intenté hacerlo ir por comida china y no le gustó. El sushi fue un gran paso para nosotros. Finalmente, sin embargo, cambió. Más recientemente, mientras estábamos en Japón, comió shirako, también conocido como sacos de esperma de bacalao, y en realidad lo disfrutó. ¿Ves? El amor realmente conquista todo.

Photo via Flickr user ernie .ca

Foto via Flickr usuario ernie .ca

Margot Castaneda, Editora, MUNCHIES Español

Hace algunos años, cuando era una joven cocinera, tuve un novio que también era cocinero. Huíamos de los compromisos sociales con tal de ir a probar un nuevo restaurante, ordenar champaña con cara de "Claro que puedo apreciarla… y pagarla", y comer todo lo que nunca antes habíamos comido. Estuve tanto tiempo con él que creí que un buen novio traía incluída la particular característica de ser el perfecto acompañante para comer. Pero no.

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Me he encontrado con tipos que no pueden comerse una hamburguesa completa sin sentir que están pecando. Ay, hueva. Me han tocado avaros que planean la primera cita en un restaurante malo solo porque es barato, o que no quieren pedir entrada o vino porque sienten que acabarán en bancarrota, o ¡peor aún! que no dejan propina. Alguien tan limitado en la mesa es también limitado en… otros aspectos. Adiós. Las personas que no disfrutan comer simplemente no me encantan.

Una vez terminé comiendo tacos, después de una muy exitosa primera cita, con un chico guapísimo que me vio con cara de asco cuando le pedí al taquero uno de lengua de res. Obviamente no hubo segunda cita, ¿qué esperaba? Hace poco salí con uno que parecía perfecto, pero me hacía sentir como una mala persona porque, "beber una copa de vino en la cena es alcoholismo". Lástima, era (casi) un buen tipo.

Photo via Flickr user Stockypics

Noor Spanjer, Correctora, MUNCHIES Holanda

Tenía 15 años y mi primer novio, que tenía 17 años en ese momento, provenía de un fondo totalmente diferente al mío. Sus padres tenían una alfombra suave de color rosa en la sala, su madre le hacía sándwiches tostados de queso cada fin de semana y lavaba la ropa de todos, y su padre ni siquiera había intentado cocinar una comida adecuada. Su hermana mayor tenía una habitación de color rosa llena de carteles de Puerquito, estatuas y animales de peluche, y a pesar de que había terminado sus años de preparatoria y era una joven inteligente, no parecía tener ningún plan de mudarse a vivir sola.

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Un fin de semana, su padre y su hermana estaban lejos, y nos despertamos y quiso hacer de desayunar. Pedí una taza de té. El hervidor de agua estaba junto a la estufa eléctrica, y en vez de poner la olla llena de agua en su base, la puso en uno de los quemadores eléctricos en la estufa, y la prendió. Yo estaba en la sala y en cuanto olí el plástico fundido de la cocina, supe que él y yo no estábamos destinados para estar juntos. ¿Un hombre que no puede preparar una taza de té? La culpa es suya, y de sus padres.

Photo via Flickr user Nadir Hashmi

Foto via Flickr usuario Nadir Hashmi

Javier Cabral, Redactor Mi vida romántica no ha sido tanto una búsqueda de encontrar a esa persona especial, sino de encontrar a esa persona especial que pueda soportar mi obsesión posiblemente enfermiza con la comida y bebida. Puedo recordar algunas citas que terminaron abruptamente debido a que no habían entendido la brillantez de los pakora correctamente fritos hechos 100 por ciento con harina de garbanzo, o porque un muslo vegetariano no les parecía divertido en lo más mínimo.

Además, descubrí, de forma cruel, que no es tan fácil como salir con un chef… a menos que no te importe convertirte en un alcohólico, y que inevitablemente te engañen con uno de sus compañeros de trabajo .

Sin embargo, estoy feliz de anunciar que encontré a mi alma gemela el año 2011, a quien no le importa ir a cuatro supermercados en una noche solo para comprar nuestras provisiones semanales. Te quiero, bae.

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Photo via Flickr user Sylvia Wrigley

Foto via Flickr usuario Sylvia Wrigley

Matt Zuras, Editor Senior

Gracias a una primera cita ligeramente desastrosa, mi relación de ocho años con mi pareja actual por poco no se concreta. En retrospectiva, yo fui un idiota y él estaba siendo dulce: Él había planeado la cena y una película, pero la película terminó siendo espantosa y quedamos atrapados en una de esas tormentas neoyorkinas infernales que voltean el paraguas que compraste con prisa con la fuerza de un IED. También planeamos ver una serie de esculturas (de Santa Claus con un juguete sexual, moldeado en chocolate, por supuesto), pero la galería había cerrado temprano.

Así que terminamos en un restaurante cubano de medio pelo. Húmedo e irritable, ordené ropa vieja; él pidió un Cubano. Entonces, sin preguntar, nos ordenó una jarra de sangría. Ahora, nunca he conocido una sangría que me haya gustado, aunque bebo casi cualquier cosa que contenga incluso una soupçon de alcohol. Pero por cortesía y un fuerte deseo de lubricar este encuentro cada vez más incómodo con algo de licor, le di unos sorbos a la bazofia demasiado dulce, con los trozos de fruta golpeando mis labios, y procedí a no ponerme lo suficientemente borracho para disfrutar de mi comida.

Cuando nos fuimos, tomamos el metro hasta casa juntos, pero nos separamos en nuestras respectivas paradas. Sin beso, sin abrazo. Y pensé que nunca volvería a verlo.

Pero se adhirió a mi cerebro de alguna manera, y le envié un mensaje después de un par de días para ver si quería otra cita. Un año más tarde, nos mudamos juntos.

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Fue en esos primeros días que sus aversiones a ciertos alimentos, mucho más fuertes que las mías con la sangría, comenzarona surgir. No tiene alergias a los alimentos, pero no tocaría pescado o cualquier fruta que no sea un plátano o una pera. No albaricoques, naranjas, ciruelas, ni mandarinas. No quería comer cebollas, setas, o pimientos. No le gustaban un montón de especias y rechazaba el cordero. Las menudencias nunca fueron objeto de debate.

Él sólo quería hamburguesas. Amaba las hamburguesas. Todavía ama las hamburguesas.

La verdad, trató de ampliar su paladar. Lo reté en nuestra segunda cita, como una especie de venganza por la lluviosa primera, a comer chapulines que habían sido introducidos de contrabando desde Oaxaca. Se comió algunos, decidido, supongo, a conquistarme. (Funcionó). En los años siguientes, ha cedido a morder mariscos ocasionalmente y ha comido de mala gana un montón de partes de animales deliciosas cuando yo se lo pedía: caras de cerdos y sus patas; mollejas e hígados y lenguas; telarañas de tripas; sesos; ubre de oveja, cocida a fuego lento y asada e inmersa en sal y comino.

Y sin embargo, incluso hoy en día, no se come una naranja.

Parafraseando las grandes mentes de ambos HG Wells y Maroon 5, el amor se trata de ceder.

Photo via Flickr user Frank Farm

Foto via Flickr usuario Frank Farm

Hilary Pollack, Editora Asociada

Fui vegetariana por diez años, así que probablemente fui considerada meticulosa en muchas de mis anteriores relaciones románticas, con excepción de las pocas con otros vegetarianos. Pero, honestamente, siempre he sido una comensal bastante flexible. A veces puedo comer Taco Bell y Pizza de un dólar, pero también respeto a las verduras y disfruto de los manteles blancos.

Una primera cita hace unos años se fue en picada cuando el chico con el que estaba saliendo (quien pensé que era el chico equivalente a la tarjeta Amex Black a la distancia por un tiempo antes de interactuar) me informó que su comida favorita era el "spaghetti con unos pedazos de salchicha" a veces con cátsup o mayonesa. También hacía DMT en su sótano y compartía habitación con un compañero de cuarto a los 26 años, pero este platillo deprimente tipo Gummo que tanto amaba era de alguna manera más ofensivo para mí que todo eso.

Además, durante cuatro años, estuve intermitentemente con un chico que le tiene un temor morboso a la mantequilla. Provenía de su experiencia trabajando como vendedor por teléfono en su adolescencia, donde uno de sus compañeros de trabajo ponía en el microndas de la oficina pescado con mantequilla todos los días. Había desarrollada una fobia honesta a muchos productos lácteos, incluyendo crema agria, queso crema, mayonesa, aderezo ranchero, y casi cualquier otra cosa blanca y cremosa. Comía bagels secos con solo huevo y tocino, y le suplicaba desesperadamente a los meseros que mantuvieran la mantequilla fuera de su plato como una gimnasta bulímica de prepa. No podía pasar por alto esto. Uno nunca debe ser sometido al olor a pescado al microondas, pero ¿qué clase de monstruo no le pone queso crema a su bagel?

También dejaba malas propinas. Ésta fue la mayor señal de alerta, aparte del hecho de que negó categóricamente la posible existencia de extraterrestres. A veces me esperaraba hasta que iba al baño al final de la comida, y luego tachaba la propina que había dejado y añadía un poco de dinero. ¡De nada, por el karma!