Parientes culturales: Eminem y los chicos malos del fútbol
Illustration by Dan Evans

FYI.

This story is over 5 years old.

chicos malos

Parientes culturales: Eminem y los chicos malos del fútbol

Para mí, Eminem y el fútbol de los noventa siguen representando un oasis de autenticidad en un mundo inundado por el maniqueísmo y el postureo que imponen las redes sociales.

Sigue a VICE Sports en Facebook para descubrir qué hay más allá del juego:

Imagínate esta escena: Andrés Iniesta, Luka Modrić y David Silva esperan sentados en una clase bien equipada de una universidad de prestigio. Todos están bien sentados, formales, callados. Apenas se miran entre sí, porque están muy ocupados revisando los apuntes.

Entra el profesor, deja sus libros sobre el escritorio y escribe su nombre en la pizarra: "Sr. Hermenegildo Vendemótez, clase de gestión de medios". Si quieren el diploma que acreditará su sapiencia a la hora de tratar con los siempre escurridizos periodistas, deberán acabar este curso con éxito.

Publicidad

Más fútbol: Raves, techno y drogas y la historia de mi equipo de fútbol amateur

"Bien", dice el profesor. "Hoy hablaremos sobre lo que hay que decir a la prensa cuando se mete un gol".

"Profesor, la verdad es que yo no marco casi nunca", dice Iniesta, incómodo. Modrić, que tiene algo más de experiencia con el gol —pero tampoco mucha—, levanta la mano: "Bueno, yo normalmente digo que siempre es bueno marcar, pero que lo importante es ayudar al equipo a ganar los tres puntos".

El profesor mira al centrocampista croata con cara de aprobación.

"Muy bien, Luka. Ahora me gustaría preguntarle a Silva: dinos, David… ¿qué pasa si tu equipo no gana el partido a pesar de que tú marcaras?".

"Er… bueno, supongo que diría que hay que seguir trabajando y que el míster seguro que encuentra la solución al problema, ¿no?", responde Silva tímidamente.

"Ayyyy, que ya me he vuelto a olvidar de pasar los apuntes a limpio en boli rojo y azul…". Foto de Juan Medina, Reuters.

Ahora imagínate esta escena: en lugar de Iniesta, Modrić y Silva, están Iván Campo, Roy Keane y Paolo di Canio esperando en el aula. Entra el profesor, pero cuando pasa por el pupitre de Roy, éste se enciende: "Espera, espera… ¡a ti te conozco, cabrón! ¡Jugué contra ti en el Trofeo Primavera del año pasado!", dice mientras se levanta y empieza a apuntar al pobre maestro con un dedo acusador.

Mientras tanto, Di Canio se estresa solo en la silla. El italiano se pone a espiar desde una ventana, detrás de la cual puede que haya —o no— una reunión de fans de la SS Lazio. Paolo abre la ventana, hace un enfático saludo fascista al aire y se encara con el bravucón de Keane.

Publicidad

Iván Campo les observa con los pies sobre la mesa, limpiándose los dientes con un palillo. En ese momento, por el pasillo pasa Fernando Hierro, trajeado de los pies a la cabeza. El malacitano oye el follón, se acerca al aula y mira dentro por el cristal de la puerta; ve lo que ocurre, sonríe y se marcha. "Yo ya he dejado atrás esa época", piensa.

…y por todo esto que os he contado extraño ese no sé qué del fútbol de los 90.

"A ver, peña, no me estreséis que estoy haciendo digestión de fabada y no me conviene correr demasiado, ¿vale?". Imagen vía Reuters.

Dejadme explicar. No soy tonto: no hay mucho que admirar de un futbolista cuyo principal objetivo es arrancar la pierna al rival mientras un árbitro de espalda acalambrada y bigote hace el gesto de 'sigan jugando'. Como deporte, eso no tiene nada que atractivo. Pero… ¿acaso hoy en día es mejor?

El fútbol se neutraliza a sí mismo. Evidentemente, el fútbol de la Liga y de la Champions League es maravilloso, seguramente el mejor del mundo: pero me pone un poco enfermo el extremo al que llegamos, cuando a todas horas oyes "¡es falta!" cuando es evidente que no lo fue.

Me parece que los 90 fueron aquel corto y acogedor período donde se modificaron las reglas para proteger lo más atrayente de este deporte —pero en el cual también se permitía cierta dureza. La justa. Los tipos con carácter sentían que encajaban a la perfección y se comportaban de acuerdo con este conocimiento.

Todos somos testigos, por ejemplo, de la tendencia de los clubes a desligarse rápidamente de Mario Balotelli porque, sin importar lo que pueda aportar al equipo, definitivamente representa un "peligro". Los entrenadores solo quieren futbolistas disciplinados que rinden en cualquier circunstancia: las legiones de fans de Malasia solo quieren ver a jugadores con la imagen corporativa adecuada. De cualquier forma, me vale.

Publicidad

Slim Shady lo cambió todo

Yo tenía 12 años cuando Eminem apareció por primera vez en la MTV. Estaba acostumbrado a canciones tontas —Bad Touch, de Bloodhound Gang, y Chocolate Salty Balls, de Chef, eran hits en esa época— y al ver que el amigo Marshall era un rapero blanco… no sé, algo me decía que era un idiota. Al final, sin embargo, se convirtió en la única superestrella de mi vida, el único ídolo que sentí que la cultura popular había producido. Me han gustado muchos otros músicos, pero siempre creí que estaban hechos a la medida de los demás.

Eminem era diferente a todo lo demás. Cuando empezó a sonar, los Top-10 de la radio y la tele estaban petados de canciones de Britney Spears, los Backstreet Boys y Ricky Martin. Con Guilty Conscience de Eminem, todo cambió: la cosa no iba de lo que llegábamos a amarnos o de la fiesta que hacíamos en verano, sino sobre tipos como Eddie, que quería robar una tienda, o como Grady, que quería asesinar a su esposa y a su amante.

De pronto, la voz vengativa, problemática y afilada del rapero llenó mi mundo. No sabía si las letras me gustaban o si me superaban por todas partes: a los 12 años, mi brújula moral estaba algo ausente.

Esa era la gracia de los futbolistas de antes, también. A Roy Keane se la pelaba lo que pensaras de él, como a Paolo di Canio, o a Iván Campo, o incluso a Fernando Hierro. Ellos nos dieron razones para respetar su compromiso por lo que hacían… y no puede decirse que no lo dieran todo siempre.

Publicidad

Hoy en día, en cambio… el tono lo es todo. A menos que seas un Gerard Piqué y fuera del campo estés más por los piques que otra cosa —y perdón por el terrible juego de palabras—, lo cierto es que Twitter, Facebook e Instagram terminan siendo más un escaparate de imagen de marca que otra cosa. Damas y caballeros: el siglo 21 es un puto circo del postureo.

Echo de menos The Eminem Show.

Una mano para la historia: Di Canio atrapa el balón

¿Por favor, podría levantarse el verdadero Paolo Di Canio? Sí, todos le conoceremos como un cerdo fascista, y en ningún caso digo que debamos hacer lo contrario. Sin embargo, Di Canio también fue algo más: fue un jugador con destellos de genialidad, y también un entrenador incoherente que sin embargo ofreció su sueldo al club para ayudar a sufragar los salarios de los futbolistas.

Muy especialmente, además, Di Canio fue el jugador que paró un partido de fútbol para que las asistencias pudieran atender a un portero cuando podría haber marcado un gol.

Dos cosas quiero decir. La primera es que una acción como la de Di Canio ya no sucedería hoy en día, dada la cantidad de faltas que se simulan —hasta el punto que, si recordáis, hace pocos años se decidió que solo el árbitro podría parar los partidos porque los ataques de lipotimia (y las pausas derivadas) eran demasiado frecuentes.

La segunda es que la única conclusión válida a la que puede llegarse sobre Paolo Di Canio es que representa muchas cosas. Lo más espantoso de la actual percepción popular es el deseo de decir "tal persona es esto y lo otro y ya está". Mirad Twitter, mirad el caso de Guillermo Zapata. En las redes sociales a veces actuamos como si solo hubiera blanco y negro.

La Humanidad está tomando un rumbo extraño.

Echo de menos la voz descarnada de Eminem. Echo de menos las gamas de gris en los debates.

Y qué narices, también echo de menos las hostias que daba Roy Keane.

Sigue al autor en Twitter: @tobyspringings