Sigue a VICE Sports en Facebook para descubrir qué hay más allá del juego:Imagínate esta escena: Andrés Iniesta, Luka Modrić y David Silva esperan sentados en una clase bien equipada de una universidad de prestigio. Todos están bien sentados, formales, callados. Apenas se miran entre sí, porque están muy ocupados revisando los apuntes.Entra el profesor, deja sus libros sobre el escritorio y escribe su nombre en la pizarra: "Sr. Hermenegildo Vendemótez, clase de gestión de medios". Si quieren el diploma que acreditará su sapiencia a la hora de tratar con los siempre escurridizos periodistas, deberán acabar este curso con éxito.
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"Bien", dice el profesor. "Hoy hablaremos sobre lo que hay que decir a la prensa cuando se mete un gol"."Profesor, la verdad es que yo no marco casi nunca", dice Iniesta, incómodo. Modrić, que tiene algo más de experiencia con el gol —pero tampoco mucha—, levanta la mano: "Bueno, yo normalmente digo que siempre es bueno marcar, pero que lo importante es ayudar al equipo a ganar los tres puntos".El profesor mira al centrocampista croata con cara de aprobación."Muy bien, Luka. Ahora me gustaría preguntarle a Silva: dinos, David… ¿qué pasa si tu equipo no gana el partido a pesar de que tú marcaras?"."Er… bueno, supongo que diría que hay que seguir trabajando y que el míster seguro que encuentra la solución al problema, ¿no?", responde Silva tímidamente.Más fútbol: Raves, techno y drogas y la historia de mi equipo de fútbol amateur
Ahora imagínate esta escena: en lugar de Iniesta, Modrić y Silva, están Iván Campo, Roy Keane y Paolo di Canio esperando en el aula. Entra el profesor, pero cuando pasa por el pupitre de Roy, éste se enciende: "Espera, espera… ¡a ti te conozco, cabrón! ¡Jugué contra ti en el Trofeo Primavera del año pasado!", dice mientras se levanta y empieza a apuntar al pobre maestro con un dedo acusador.Mientras tanto, Di Canio se estresa solo en la silla. El italiano se pone a espiar desde una ventana, detrás de la cual puede que haya —o no— una reunión de fans de la SS Lazio. Paolo abre la ventana, hace un enfático saludo fascista al aire y se encara con el bravucón de Keane.
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Iván Campo les observa con los pies sobre la mesa, limpiándose los dientes con un palillo. En ese momento, por el pasillo pasa Fernando Hierro, trajeado de los pies a la cabeza. El malacitano oye el follón, se acerca al aula y mira dentro por el cristal de la puerta; ve lo que ocurre, sonríe y se marcha. "Yo ya he dejado atrás esa época", piensa.…y por todo esto que os he contado extraño ese no sé qué del fútbol de los 90.
Dejadme explicar. No soy tonto: no hay mucho que admirar de un futbolista cuyo principal objetivo es arrancar la pierna al rival mientras un árbitro de espalda acalambrada y bigote hace el gesto de 'sigan jugando'. Como deporte, eso no tiene nada que atractivo. Pero… ¿acaso hoy en día es mejor?El fútbol se neutraliza a sí mismo. Evidentemente, el fútbol de la Liga y de la Champions League es maravilloso, seguramente el mejor del mundo: pero me pone un poco enfermo el extremo al que llegamos, cuando a todas horas oyes "¡es falta!" cuando es evidente que no lo fue.Me parece que los 90 fueron aquel corto y acogedor período donde se modificaron las reglas para proteger lo más atrayente de este deporte —pero en el cual también se permitía cierta dureza. La justa. Los tipos con carácter sentían que encajaban a la perfección y se comportaban de acuerdo con este conocimiento.Todos somos testigos, por ejemplo, de la tendencia de los clubes a desligarse rápidamente de Mario Balotelli porque, sin importar lo que pueda aportar al equipo, definitivamente representa un "peligro". Los entrenadores solo quieren futbolistas disciplinados que rinden en cualquier circunstancia: las legiones de fans de Malasia solo quieren ver a jugadores con la imagen corporativa adecuada. De cualquier forma, me vale.
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Slim Shady lo cambió todo
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Hoy en día, en cambio… el tono lo es todo. A menos que seas un Gerard Piqué y fuera del campo estés más por los piques que otra cosa —y perdón por el terrible juego de palabras—, lo cierto es que Twitter, Facebook e Instagram terminan siendo más un escaparate de imagen de marca que otra cosa. Damas y caballeros: el siglo 21 es un puto circo del postureo.Echo de menos The Eminem Show.¿Por favor, podría levantarse el verdadero Paolo Di Canio? Sí, todos le conoceremos como un cerdo fascista, y en ningún caso digo que debamos hacer lo contrario. Sin embargo, Di Canio también fue algo más: fue un jugador con destellos de genialidad, y también un entrenador incoherente que sin embargo ofreció su sueldo al club para ayudar a sufragar los salarios de los futbolistas.Muy especialmente, además, Di Canio fue el jugador que paró un partido de fútbol para que las asistencias pudieran atender a un portero cuando podría haber marcado un gol.
Una mano para la historia: Di Canio atrapa el balón
Dos cosas quiero decir. La primera es que una acción como la de Di Canio ya no sucedería hoy en día, dada la cantidad de faltas que se simulan —hasta el punto que, si recordáis, hace pocos años se decidió que solo el árbitro podría parar los partidos porque los ataques de lipotimia (y las pausas derivadas) eran demasiado frecuentes.La segunda es que la única conclusión válida a la que puede llegarse sobre Paolo Di Canio es que representa muchas cosas. Lo más espantoso de la actual percepción popular es el deseo de decir "tal persona es esto y lo otro y ya está". Mirad Twitter, mirad el caso de Guillermo Zapata. En las redes sociales a veces actuamos como si solo hubiera blanco y negro.La Humanidad está tomando un rumbo extraño.Echo de menos la voz descarnada de Eminem. Echo de menos las gamas de gris en los debates.Y qué narices, también echo de menos las hostias que daba Roy Keane.Sigue al autor en Twitter: @tobyspringings