FYI.

This story is over 5 years old.

liga mx

Azul deslavado

A pesar de sus individualidades, el equipo de Tomás Boy no halla cohesión ni juego de conjunto.
Foto: The Stadium Guide/Flickr

El Cruz Azul de Tomás Boy está alcanzando dimensiones esperpénticas. El conjunto cementero luce como una constelación cuando desde la bocina se recita su once inicial, pero apenas rueda la pelota deriva en un burdo conglomerado que se mueve con la soltura de once niños bailando 'Payaso de Rodeo' en festival de fin de año. Víctor Vázquez, desterrado a la banda izquierda, acude desesperado al centro ávido de asociarse; Boy no recuerda que este hombre es uno de los selectos pertenecientes a la sociedad de los poetas muertos salidos de La Masía. Allí se acaricia la pelota; se comparte y se le trata con cariño. Juego asociativo, cabecita arriba. A un toque, y si son dos será eliminando al rival. El '7' no puede jugar pegado a la banda.

Publicidad

Existe una extraña tendencia en la escuadra celeste por acelerar la jugada: son contadas las ocasiones en que no recibe la pelota algún interior —entiéndase: Leao, Ariel Rojas o Víctor Vázquez en alguna de sus desesperadas caídas al círculo central— y por mero instinto le pone la pelota al espacio a Jorge Benitez. Guerrón, desde la otra parcela del campo, sonríe socarronamente al ver que quienes hoy se equivocan son otros. Todo se torcerá más, por cierto, cuando Julián Velázquez piense que ponerle el codo en la nuca al delantero rival no puede derivar en segunda amonestación.

Por otra parte, sería sumamente osado arribar al tercer párrafo del texto sin mencionar a quien se paseó por la grama del Estadio Azul destilando calidad y regalándonos un futbol exquisito. Carente de filigranas y gambetas, puntualizaremos, porque el futbol exquisito es también aquel que se presenta brutalmente efectivo. Dayro Moreno, por enésima vez en su travesía fronteriza, hizo lo que quiso. Tal cual. Pululó entre líneas —Silva nunca reculó y Roco jamás dio el obligatorio paso al frente— y descosió al equipo local. El colombiano es capaz de acelerar en una décima de segundo: recibe en tres cuartos y un parpadeo después está cargando el botín. Así cayó el segundo tanto del partido, después de que Avilés Hurtado abriese la lata con una pirueta fantástica.

Cruz Azul intentó volver al partido mediante las transiciones de un Joffre Guerrón que chocaba con todo rival que le salía al paso. Boy trató de resolver el crucigrama dando minutos a Joao Rojas, Víctor Zúñiga y Christian Giménez —con este último lo hizo a regañadientes; a veces hay que ceder a lo que pide la audiencia con tal de que no encuentren más motivos para quemarte en leña verde—. Ninguno ofreció soluciones. La Máquina ya transitaba por el campo con diez pasajeros y le lanzaba a Benítez toda esperanza desviada.

Miguel Herrera cerró el partido volviéndose loco y pidiendo calma. Como dice Valdano, el futbol se alimenta de paradojas: el Piojo evocó aquellas celebraciones que le llevaron hasta la Selección Nacional segundos antes de pedir frialdad señalándose la sien, como diciendo «no seamos tontos». Sentido del humor tiene, vamos. Ingresó a Paul Arriola por Gabriel Hauche y con semejante doble lateral evitó cualquier intento que Joao Rojas, único jugador local desequilibrante, pudiese imaginar.

Culminó el partido con la afición abucheando a todos por igual; cuando la situación es tan comprometida es debido ser claros, no vaya a creer alguno que se salva del desastre. Sin embargo, habría que otorgarle cierto mérito a un Jesús Corona que brindó a los suyos respiración artificial durante varios minutos. Detuvo embates de Dayro, Caraglio, Malcorra y compañía hasta que no se pudo hacer mucho más.

Tres puntos para los fronterizos y nueva tarde negra para los cementerios. En La Noria tendrán que ir añadiendo una nueva tablita a las de revisión frecuente: la porcentual.