Son las tres de la tarde de un miércoles y estoy tumbado en un mar de colchonetas azules con la cabeza entre las piernas de una mujer. Durante los últimos veinte minutos me han tratado como a un muñeco de trapo; me han pegado, vapuleado y torturado mientras mis extremidades sucumbían a una serie de agarres de sumisión.
Esta vez acabo con la cabeza entre sus muslos tras una llave conocida como la tijera, y segundos más tarde me pongo como un tomate por octava y última vez. Me rindo.
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Bienvenidos al mundo del session wrestling, en el que los hombres pagan para que las mujeres luchen con ellos. También conocido como wrestling BDSM, es un fetiche con muchísimo éxito que en España cada vez tiene más adeptos, aunque es Reino Unido el que se está posicionando como líder mundial en esta disciplina. The Submission Room está a la cabeza de las agencias que organiza sesiones mixtas y presume de contar con un impresionante equipo de 20 luchadoras, entre las que se encuentran una mujer con un nombre brillante, Amethyst Hammerfist (Amatista Puñomartillo), una pelirroja que echa fuego por los ojos, Inferno (Infierno) y Pussy Willow (Sauce Ceniciento), con unas piernas como boas constrictor que aún puedo sentir alrededor del cuello.
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Estas luchadoras suelen cobrar 150 euros por una hora de combate privado en un cuadrilátero también privado, aunque a mí me dieron para el pelo for free. El ganador ( spoiler: casi siempre es la mujer) es quien consigue el mayor número de rendiciones, en las que el oponente golpea el tatami pidiendo clemencia, o de caídas, en la que los hombros del oponente tienen que estar tocando el suelo durante tres segundos.
Además de las sesiones privadas, The Submission Room organiza tres exhibiciones al año. La del mes pasado tuvo lugar en un almacén de Seven Sisters. Tras pagar mi entrada de 50 euros, me siento con otros 20 o 30 hombres entre el público. Cuando empieza la acción, la primera de una serie de combates semicompetitivos entre mujeres, un zumbido de entusiasmo inunda la sala. Cada vez que una de las luchadoras empieza a dominar, alguien de la fila de detrás de mí hace un sonido de perro dormido, un gruñido susurrado, casi melancólico.
Se echan a reír cuando el pecho derecho de Inferno casi se sale del sujetador (“¿Hola?”, dice con una sonrisa). Durante el descanso, el hombre de mediana edad que tengo al lado saca un ejemplar del Sunday Times Magazine. Hablan entre ellos de las vacaciones y de fútbol. Cuando una de las luchadoras pide agua, un tipo joven y fornido que está al fondo de la sala le ofrece una botella. La grabación de los combates de hoy se venderá en páginas dedicadas a este fetiche, como Clips4Sale. Los vídeos de 30 minutos cuestan 14 euros cada uno.
La fundadora de Submission Room, Pippa the Ripper (Pippa la Destripadora) empezó en el mundo del session wrestling a través de un anuncio de un periódico local cuando era estudiante y necesitaba dinero. “Vi el anuncio y pensé que sería divertido. Tenía curiosidad por lo desconocido”, cuenta. Diez años más tarde sigue practicándolo, aunque se centra más en el aspecto administrativo desde que abrió Submission Room hace cuatro años.
Explica que la mayoría de las chicas de su equipo combinan su trabajo de luchadoras con otra profesión. Muchas son entrenadoras personales, modelos alternativas o de fetiche o dominatrices profesionales. Como este mundillo atrae a gente de diversos ámbitos, el proceso de selección se basa en el boca a boca. “Es muy raro. Si alguien dice que se dedica a esto, la gente se interesa. Por eso acuden a mí las chicas”, aclara.
A diferencia del wrestling profesional al estilo de WWE, en el session wrestling no hay kayfabe (un término que se utiliza en el wrestling profesional para describir un evento que está ensayado, pero que se presenta como auténtico para poder desarrollar una historia). Cuando un hombre se rinde, no existe la cuarta pared, lo hace porque le duele. Pussy Willow consiguió que me rindiera en quince segundos. Si un combate de la WWE acabara tan pronto, nadie pagaría para verlo.
En eso se diferencian las luchadoras de session wrestling de las de la WWE. Es más íntimo, más personal… y más doloroso. Tal y como me dijo una de las luchadoras de Submission Room, algunos clientes pagan para que los asfixien. No para que finjan que los asfixian, sino para hacerlo de verdad. Hasta que pierden el conocimiento.
Mientras Pippa me habla del mundillo, comienza el evento principal: las sesiones mixtas. Ya se han ido dos terceras partes del público, supongo que porque ya han quedado satisfechos con tres horas de acción femenina. Los hombres que se han quedado empiezan a desaparecer uno a uno entre las entrañas de cemento del almacén para aparecer en el cuadrilátero y acabar cayendo al tatami ante la luchadora de piernas veloces que ellos elijan. Cuesta 10 euros por cinco minutos y 20 por cada diez, y allí los billetes vuelan.
Como persona ajena a este mundo, su carácter juguetón me parece lo más interesante. Los hombres tienen el pelo alborotado; se pinchan y se hacen cosquillas. Cuando uno de los fornidos habituales paga por una doble sesión, su piel irradia felicidad. “¿Es la hora de los mimos?”, pregunta.
Tanto las luchadoras como las víctimas se ríen como niños felices y sudados. “Me da subidón”, confiesa Pippa. “Al fin y al cabo, el wrestling es un juego de lucha, algo que hacíamos de pequeños y es muy divertido. Me gustar usar mi fuerza, mis habilidades y mi cuerpo para dominar a los hombres en el wrestling”.
La estadounidense Kelli Provocateur (Kelli Provocadora) es actriz de cine para adultos, modelo y culturista y dominatriz profesional. Lleva luchando con hombres doce años y fue un cliente sumiso quien la introdujo en el session wrestling. La autoproclamada “diosa de los músculos de ébano” ha hecho giras por Australia, el Medio Este y Asia. Me cuenta que el deseo de ser dominado por una mujer extremadamente poderosa es un concepto muy extendido a nivel mundial.
“Se trata de notar el poder de las mujeres”, dice. “Cada vez que los derribo, quieren sentir cómo me laten los tríceps y los bíceps. Hay tíos que me dicen: ‘Quiero que me des una paliza’”. No es de extrañar que Provocateur sea todo un éxito entre los hombres que adoran los músculos.
De vuelta en Submission Room, charlo con Pussy Willow, luchadora y dominatriz profesional (y a finales de esa misma semana, la vencedora 8 a 0 en nuestro combate de session wrestling). Lleva practicando wrestling durante un año y está hecha para él: es grande, alta, fuerte y le encanta pelear.
“¿Intimido?”, pregunta con sorna. “Espero que en plan bien, que no te dé miedo. En plan ‘ven que te doy un puñetazo…’”.
Pussy Willow empezó en el session wrestling hace un año, cuando volvió al Reino Unido tras un periodo como dominatriz profesional en el extranjero. Lo que empezó como una forma de engordar el currículum se ha convertido en su pasión.
Quiere que el panorama en Londres se parezca un poco más a la WWE, que cuente historias y que haya “enemistades”; en los espectáculos de la tarde siempre está picando a las demás luchadoras como un niño que intenta hacer que un perro muerda. Al final surte efecto y deleitan al público con un combate improvisado en el que Pussy Willow derriba a su presa en el tatami. Por algo se la conoce en el cuadrilátero como Trash Talking Queen (La reina del vacile).
Debajo del personaje altivo y ocurrente de Pussy Willow hay una profunda comprensión del fetiche, tanto de los hombres que pagan para entregarse como de las mujeres que salen a luchar. Su interés por el wrestling se remonta a cuando empezó a practicarlo con los amigos de su hermano siendo una niña.
“Todo era juego, sudor e intimidad, pero también había un componente sexual”, dice. Recuerdo que me llamaban rarita porque quería seguir jugando a eso cuando ya tenía 12 años. En cuanto pasas a ser adolescente, tienes que comportarte como una adulta y los adultos no juegan. El wrestling es una buena vía de escape para eso. Es una invitación para jugar en un espacio muy controlado”.
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En el circuito de session wrestling de Londres, a Pussy Willow se la conoce principalmente por ser una luchadora de fantasía, una que se ríe de ti mientras te asfixia con las tetas (lo descubrí por las malas, no es tan guay como parece), una que se viste de Supergirl y te aplasta con sus muslos kryptonianos.
Esta fantasía es una de las tres que hay en el session wrestling. También tenemos la competitiva, en la que los hombres intentan ganar de verdad y ambos luchadores usan agarres de sumisión válidos, y la semicompetitiva, en la que también hay muchos agarres, pero es más desenfadada.
En el extremo más competitivo del espectro tenemos a Wrestler Mike. Empezó su periplo en el wrestling mixto cuando veía la serie Dinastía de niño, por la que desarrolló “un interés por el catfight wrestling”. A raíz de eso descubrió los vídeos de estas peleas entre mujeres en internet y luego empezó a sentirse atraído por los vídeos de wrestling técnico y a adorar a Lita, luchadora de la WWE.
“No cabe duda de que el wrestling mixto es mi fetiche. Que una luchadora guapa me domine y me gane en diversión de la buena”, asegura. “Tengo una parte competitiva que se decepciona cuando me vencen, ya que yo siempre intento ganar. Pero no me quita el sueño y la dulce y estimulante sensación del tatami, incluso en esas ocasiones en las que muerdo el polvo, merece la pena”.
Sunny Megatron es educadora sexual y presentadora del programa Sex with Sunny Megatron. Afirma que sentir atracción por el session wrestling es algo “muy personal”, pero que hay un par de cosas que son aplicables en general: a la mayoría de los participantes les gusta el contacto físico intenso, el subidón de adrenalina y el dolor.
“El session wrestling es una mezcla entre el wrestling, el sexo y el BDSM, además de que los participantes pueden ser quien ellos quieran”, dice. “Piensa a la época del instituto, cuando una cita con alguien que te gustaba de repente se convertía en un espectáculo de wrestling en el salón. Es en parte una lucha de poder, en parte un juego con elementos eróticos propios del sexo. Es un poco como el kinky grappling”.
Esto parece ser el atractivo del wrestling: poder volver a la infancia, perdernos en una maraña de extremidades sudadas, axilas apestosas e insultos tontos. Es juego en su máxima expresión. Una forma de huir de la madurez. Y de vez en cuando, ¿quién no quiere hacer eso?
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