Mal de San Vito
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Baile de San Vito: ¿el primer rave de la historia?

La incógnita de por qué cientos de personas se pusieron a bailar histéricamente durante días en 1518 en Estrasburgo jamás se ha resuelto.

Desde la distancia, Estrasburgo tiene fama de ciudad aburrida, encorbatada. Un lugar al que acuden personas enfadadas de toda Europa para manifestarse frente al Parlamento Europeo, que tiene allí su sede.

Pero nada más lejos de la realidad. Estrasburgo es una ciudad de gente belicosa (las dos Guerras Mundiales pegaron muy fuerte en esas tierras), de comida pesada, vinos refinados y cervezas contundentes que se sirven en salones de casitas de cuento. Es una ciudad animada y divertida, famosa por su street art y donde se puede encontrar la Cripta del futuro, un búnker de cemento sellado en 1995 y que se abrirá el 23 de septiembre de 3790. En su interior hay cartas de estrasburgueses, cerveza, pretzels, vino, un ordenador, libros, un balón del Racing Club de Estrasburgo y algo de comida envasada al vacío.

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Como veis, la ciudad confía en que tiene mucho futuro. Será porque tiene mucho pasado y algunos hitos importantes en su historia. Mi favorito sin duda ocurrió en 1518: aquel año la ciudad fue escenario de uno de los episodios más extraños e inquietantes de la historia médica mundial. Un hecho que podríamos calificar como la primera rave de la historia, aunque con matices. Veamos qué pasó.

Cuentan las crónicas de la época que todo empezó el 14 de julio. Una mujer llamada Troffea se puso a bailar sin control en una calle de la ciudad. No había ninguna razón para que bailase. No había música ni nada parecido, simplemente bailaba. El marido de Troffea no sabía qué estaba pasando y le pidió a su mujer que por favor parase. Pero ella siguió, no podía detenerse. Le dolía todo, estaba cansadísima, pero no podía parar. Anocheció y Troffea siguió y siguió y siguió bailando hasta que cayó al suelo agotada ya de madrugada.

Al día siguiente se levantó dolorida, pero inmediatamente se puso de nuevo a bailar. Para entonces, la noticia había corrido por toda la ciudad y una multitud de curiosos se había congregado frente a la casa de Troffea para asistir al extraño e inquietante espectáculo.

Cuando parecía que el asombro no podía ser mayor, apareció un nuevo caso y luego otro y otro y luego otro más. Siete días después del primer baile descontrolado de Troffea, treinta y cuatro personas presentaban el mismo impulso incontenible por bailar. Bailaban sin control, encomendándose a Dios por su desgracia, llorando; con los pies sangrando, parecía que solo la muerte podría pararlos. Un mes después, el problema se había disparado y los bailarines ya sumaban cuatrocientos.

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Si un hecho así supondría en la actualidad una auténtica convulsión social, imaginad en una sociedad renacentista. El poder de la Iglesia era casi hegemónico y su diagnóstico fue claro: una maldición había caído sobre la ciudad y el causante de la misma, aseguró el clero, era San Vito, cuya festividad se celebra en el mes de junio.

El Gobierno de la ciudad, en lugar de optar por misas y actos de ofrenda colectivos al santo, que también, optó por hacer caso a la ciencia. Y aunque esto a priori podría parecer una buena idea, la mala noticia es que a la ciencia de la época le faltaban todavía muchos años de investigación y su solución fue todavía más disparatada que la de los curas.

En aquellos tiempos los médicos desconocían la existencia de los virus, las bacterias y del funcionamiento de la mayoría de órganos del cuerpo. Para ellos, la causa de  casi todas las enfermedades era un desequilibrio entre los humores del cuerpo. Así que, en este caso, dictaminaron que lo que ocurría era probablemente un sobrecalentamiento de la sangre.

El remedio habitual para eso eran las sangrías, pero quizá ante la gravedad de lo que estaba ocurriendo, los doctores recomendaron una solución mucho más disparatada. Siguiendo la máxima de Homer Simpson de que “para combatir un plan absurdo se necesita otro plan más absurdo todavía”, los médicos aseguraron que para curarse, los “poseídos” deberían continuar bailando hasta que el mal se agotara por sí mismo. Para ello, obligaron a los carpinteros y a los curtidores a convertir sus salas gremiales en pistas de baile y se alzaron plataformas en el mercado de caballos y en el de granos para que el público pudiera ver mejor a los danzantes. También se contrató a algunos músicos para animar la cosa, y a otras personas sanas que también bailaban animando la fiesta.

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El espectáculo debía de ser tan insoportable que la histeria fue todavía mayor, y contribuyó a afianzar la creencia de que todo era un castigo divino: que San Vito estaba furioso y quería guerra. Fue en este momento cuando los bailarines frenéticos llegaron a su máximo de cuatrocientos, con unas quince muertes diarias debido a la locura y el agotamiento.

Tras los nefastos resultados de las medidas adoptadas, las autoridades procedieron de manera absolutamente contraria: prohibieron la música y el baile público, derribaron las tarimas y decretaron que todos los afectados fuesen enviados a la vecina localidad de Saverne, donde había un santuario consagrado a San Vito. Allí, se les colocó bajo la imagen del santo, se les pusieron cruces en las manos y zapatos rojos que fueron rociados con agua bendita y ungidos con óleos benditos.

Por raro que nos pueda parecer, al menos según las crónicas del momento, el ritual tuvo su efecto y la epidemia remitió. Otra teoría plantea la posibilidad de que los enfermos fuesen pasados a cuchillo. ¿Qué pasó realmente? Probablemente nunca lo sabremos, como tampoco la causa que lo inició todo.

Existen diversas teorías que tratan de dar una explicación a estos hechos que, por otra parte, no fueron aislados. Aunque el caso de Estrasburgo fue sin duda el más espectacular, fenómenos similares se habían producido desde el siglo XIV y se siguieron produciendo hasta el siglo XVII en diversas zonas de Centroeuropa.

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En la época, aparte de la explicación religiosa, pocos se aventuraron a dar una causa lógica a la extraña epidemia de baile. El diagnóstico más conocido fue el de Paracelso, el célebre médico y alquimista medieval, que consiguió quedar como un absoluto machista al declarar que el origen de la enfermedad de Troffea fue llamar la atención de su marido para así conseguir de este todo lo que quisiera bajo amenaza de nuevos y desagradables ataques de baile frenético. Al ver los buenos resultados que le había dado a Troffea, otras mujeres decidieron seguir su ejemplo, impulsadas por pensamientos “libres, lascivos e impertinentes”. De ahí el nombre que le dio a la enfermedad: chorea lasciva. Podríamos estar de acuerdo en que chorea lasciva es un gran nombre para un grupo, pero hasta ahí llegaría nuestro respeto por la teoría de Paracelso.

En tiempos más modernos las explicaciones son un poco más plausibles, pero ninguna acaba de resolver del todo el misterio. Entre las más populares y la que aproxima estos hechos a las raves actuales es que la epidemia podría haber sido causada por la ingesta de cornezuelo, un hongo que crecía en el centeno cuando se producían inundaciones en los campos de este cereal y que produce fuertes alucinaciones similares a las del LSD.

Otros dicen que fueron episodios de tifus, encefalitis o epilepsia masivos, o que eran miembros de extrañas sectas paganas que posteriormente se disolvieron. También que las durísimas condiciones de vida de una época llena de enfermedades, malas cosechas, inestabilidad política y mortalidad infantil habían producido episodios de estrés colectivo que derivaron en estos bailes masivos descontrolados, una especie de histeria colectiva.

En tiempos más modernos se han producido episodios que se parecen bastante a lo que que se cuenta de Estrasburgo y que podrían corroborar esta última hipótesis. El más conocido de ellos fue la epidemia de risa que ocurrió en 1962 en una aldea de Kashasha, en Tanzania. Un día, tres niñas comenzaron a reír en la escuela sin causa justificada y pronto 95 de las 159 alumnas de la escuela no podían parar de reír. El problema fue tan grave que el centro cerró sus puertas y esta extraña moda se extendió a otras escuelas de la zona. A veces, en vez de reír, lloraban. La risa causaba dolor, desmayos, problemas respiratorios, erupciones cutáneas, ataques de llanto y gritos histéricos sin sentido. Tras dieciocho meses, desapareció. Este fenómeno se explicó entonces por la presión a la que se sometía a las estudiantes en estas escuelas, que les provocaba un estrés extremo y compartido.

Mientras escribía este artículo, me he estado preguntando sin parar qué es lo que sentirán los individuos afectados por estas manifestaciones colectivas. Cómo se sentirán al perder de alguna forma su personalidad y unirse a una masa desquiciada. Cómo será antes de que todo empiece y cómo se sentirán después. Luego, al convencerme de que probablemente la teoría más acertada del origen de estos hechos sea la de la histeria colectiva, he pensado que si todo empieza con plagas, presión, estrés y problemas políticos, y viendo cómo está marchando 2020,  lo mejor que podría hacer es ir buscando unos zapatos de baile.