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Cultură

Mendigando likes: lo que nos dice la ola de pánico del nuevo algoritmo de Instagram

Es hora de despedirse del orden cronológico y adaptarse al nuevo feed ordenado según las preferencias de los usuarios.

Imagen vía Instagram

La noticia ha cruzado el entramado de egos de Instagram como una angina de pecho salvaje. Para algunos, el calambrazo ha sido colosal. Desde que la red social anunció que tenía intención de siluetear su timeline con un nuevo algoritmo, se ha producido un seísmo de pánico que ha aireado las vergüenzas de la psicología de muchos adictos. La idea es sustituir el timeline cronológico (y democrático, dicen algunos ilusos) por un timeline con filtros, inspirado en las preferencias y likes. Algo así como un escaparate codificado desde dentro, con trampa, sin aparente libertad de movimientos para el usuario que prefiere bucear sin hoja de ruta. En teoría, la relevancia e impacto serían los factores determinante, de modo que, sobre el papel, muchas cuentas "pequeñas" terminarían siendo barridas bajo la alfombra por el dichoso algoritmo.

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Aunque Instagram asegura que no ha aplicado todavía este cambio de paradigma, ni tiene previsto hacerlo en fechas venideras (yo soy de los que piensan que hasta ahora estaba utilizando un algoritmo encubierto, pero bueno), la histeria injustificada de blogueros, it girls, influencers, foodies y otros yonquis del YO ha sido sumamente reveladora, pues ha mostrado el bochornoso grado de dependencia que genera este álbum de fotos irreal entre muchos de sus monstruos. Instagram les ha proporcionado un escaparate gratuito de reafirmación personal y libre narcisismo ¡¿y ahora los manda a jugar a Segunda División?! Nanai: con lo que cuesta ganarlos en la actualidad, los 15 minutos de gloria a los que aludía Andy Warhol no se quitan así como así.

Con la consolidación de la cultura millennial, el egocentrismo ha dejado der ser un indicio de inseguridad, debilidad y patetismo, para convertirse en un concepto positivo, normalizado. Es algo mucho más complejo que el tópico de la "marca personal". Tanto es así, que si no te pueden ver en el timeline de Instagram dejas de existir. Te disuelves en la mediocridad. No es que dejes de ser importante, que también, sencillamente dejas de ser. Y la angustia del vacío, después de todo lo que habías construido para crear tu personaje ficticio en dicha plataforma, te lleva a pedir likes como si fueran limosna, a la desesperada, sin el menor atisbo de vergüenza torera. De bloguero a pedigüeño en un tris. Hacía tiempo que no se veía a tanta gente cool perdiendo la compostura, mostrando su verdadera cara.

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La avalancha de cuentas personales pidiendo que actives sus notificaciones, por miedo a ser ninguneadas por Mr. Algoritmo, resulta entre fascinante y desalentadora. Cuando parecía que la bajeza humana no podía cavar más hondo en el mundo de las redes, hemos alcanzado un nuevo grado de profundidad: la pérdida total de la dignidad para no renunciar a ese gramo diario de protagonismo. Así pues, el anuncio del nuevo algoritmo, aunque inocuo de momento, ha tenido un efecto desenmascarador fulminante. Las súplicas bochornosas de activación de notificaciones han señalado claramente a los que tienen un problema serio de ego y exhibicionismo, a los que han dejado de entender Instagram como una gran broma y se lo toman como una cuestión de vida o muerte. Evidentemente, los desesperados, los sablistas de likes, serán los primeros a los que dejaré de seguir. Y algo me dice que no seré el único.

We're listening and we assure you nothing is changing with your feed right now. We promise to let you know when changes roll out broadly.

— Instagram (@instagram)28 de marzo de 2016

Asimismo, la polémica ha puesto de manifiesto otro síntoma preocupante. La asunción de que mi vida anónima interesa a los demás. Resulta fácil entender la pataleta antialgoritmo en casos de empresas pequeñas o artistas menores que tienen en Instagram una gran herramienta para darse a conocer; perfiles que podrían quedar marginados por la navaja de Ockham del nuevo paradigma. Pero, ¿cómo se explica el alud de usuarios privados y anónimos que, convencidos de que su vida de mierda es de vital importancia para el resto de la humanidad, te recuerdan que necesitas sus notificaciones como el aire que respiras? Son muestras preocupantes de una interpretación de la realidad cada vez más distorsionada por el engañoso prisma instagrammer. Bajo las quejas y peticiones de firmas no está la noble lucha por la libre circulación de información: lo que realmente se pide es la libre circulación de egos.

Por otra parte, tampoco le veo tintes apocalípticos a la propuesta de Zuckerberg. Aunque el timeline teledirigido apesta a monetización de la app y publicidad encubierta –no olvidemos que Instagram es una empresa privada, que no pagamos por formar parte de ella y puede hacer lo que le plazca cuando le plazca con su negocio-, estoy convencido de que tendría un lado positivo: sería un inestimable servicio de purificación que nos desinfectaría la pantalla de fotos absurdas de rodillas femeninas en la playa, escorzos en ascensores, selfies gratuitas, Throwback Thursdays y posturitas en el gimnasio. Nos colaría publicidad, por supuesto, pero lo considero un precio justo si elimina toda la paja inservible que tenemos que tragarnos también a la fuerza cada vez que recorremos el timeline. La conclusión de todo este circo de egos mal digeridos, es que Instagram se está convirtiendo en el siniestro barómetro de la era millennial. Y está mostrando signos preocupantes de adicción. Cuando te proporcionan una droga tan potente como el ego y luego te muestran lo que realmente vale, CERO, puedes convertirte en el peor de los rastreros. Bienvenidos a la era de la mendicidad instagrammer.