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Cultură

Así es ser crítico de televisión

"Consumo una media de ocho horas de televisión al día. Unas tres horas por la noche, otras tres a primera hora de la mañana y otras dos repartidas a lo largo del día"

Fotografía del Instagram del autor

Los responsables de VICE me preguntaron hace unos días cómo es un día de trabajo cualquiera en mi vida. Y me invitaron a satisfacer su curiosidad con un artículo en el que hablara de ello, en el que contara cómo es un día normal para un crítico de televisión. Entendí entonces, y sigo entendiendo, que existe curiosidad por su parte y doy por hecho que también por parte de otra gente, por saber cómo funciona y se gestiona una rutina que consiste, grosso modo, en ver la televisión unas cuantas horas al día. He querido responder al desafío que me planteaban por una razón: me parecía interesante naturalizar, desmitificar –si es que en algún momento existe mitificación alrededor, que no lo sé– y quitarle cualquier atisbo de glamur o misticismo a un trabajo que, como cualquier otro, tiene sus altos y bajos, sus claros y oscuros, sus partidas y contrapartidas. Durante muchos años se han ido repitiendo sistemáticamente dos perfiles de comentarios acerca de lo que hago: por un lado, de tono más condescendiente, como si te perdonaran la vida, los que aluden negativamente al hecho de tener que ver según qué cosas. Algunos incluso despectivos, como si tuviera que avergonzarme por ver y hablar de algunos programas. A todos ellos les doy las gracias por manifestar tanta preocupación por mi persona y mi honor, pero les insisto una y otra vez que estoy bien, que a mí me encanta la televisión, que me encanta dedicarle tantas horas de mi vida y, sobre todo, que me encanta que se haya convertido en un oficio. En el otro extremo están los que expresan su fascinación: "¡Qué suerte que te paguen por ver la tele!", dicen. Tienen razón, porque es una suerte que me paguen por hacer algo que me gusta. Pero se olvidan que, como todo en la vida, no es oro todo lo que reluce y hay momentos de tu rutina de trabajo que se convierten en eso, precisamente, en rutina. Incluso a un futbolista, con sueldo millonario y todas las facilidades a su disposición, hay días en que le apetece menos salir al campo y le cuesta algo más encontrar la motivación. El crítico de televisión no es de piedra, y hay noches en las que ver a niños repelentes cantando durante cuatro horas no parece el plan soñado.

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Históricamente el crítico de televisión se ha ocupado de esta tarea porque nadie más quería hacerla. Generalizo, pero creo que pilláis la idea. Lo que es cierto es que hace unos cuantos años se intentaba buscar un perfil muy claro de crítico: alguien a quien no le gustara la televisión. Si en otras disciplinas del mundo del arte y del entretenimiento se ha dado siempre por hecho que al informador y crítico le gusta y siente cierta pasión por la materia de la que está hablando, en la televisión, en cambio, se ha dado por asumido todo lo contrario: concebida como el diablo y el enemigo desde sectores del periodismo llamémosle serio –yo prefiero llamarlo carca–, la televisión siempre fue un medio fácil y barato de atizar. Con esta perspectiva, qué mejor que encargarle el trabajo sucio a escribas poco amigos de la pequeña pantalla, más interesados en analizar el formato desde axiomas políticos y trampas morales e intelectuales que desde puntos de vista formales y lúdicos, que dejarlo en manos de apasionados del tema. Afortunadamente, esta visión, muy propia de inicios de los 90, ha ido evolucionando con el paso de los años, se ha ido quitando de encima clichés y topicazos y en muchos medios se ha perdido el miedo a hablar bien y con interés del medio.

El columnista de periódicos se centra en un solo tema para escribir su columna del día. Eso le permite concentrarse en un único programa para desarrollar la tesis pertinente. Por ejemplo: si se estrena el mismo día "Los Nuestros" y "El Ministerio del Tiempo", el crítico elegirá para su columna del miércoles –escrita el martes– una de las dos series, la que más le interese. Y con calma podrá recuperar al día siguiente la otra para publicar la respectiva reseña si así lo considera oportuno. En mi caso el mecanismo es algo distinto, básicamente porque el hecho de participar en una sección diaria sobre televisión en la propia televisión –y hablo concretamente del programa de 8TV " Arucitys", que recomiendo encarecidamente, por supuesto– te obliga a tener un abanico mucho más amplio de temas, programas e ideas para cada día. Conviene haber visto todo aquello que consideras relevante e interesante para poder comentarlo al día siguiente, pero también para elegir tú mismo aquellos fragmentos, escenas y momentos clave que sirvan para acompañar tu argumentación. Pero todo ello en un contexto de absoluta libertad para elegir qué ves y qué quieres comentar, en ningún momento existe una idea de obligatoriedad aplicada a programas o cadenas.

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Consumo una media de ocho horas de televisión al día. La cifra baila según la época y la jornada –el viernes noche y el sábado intento desintoxicarme; pero eso implica que el domingo tenga más programas acumulados–, pero por ahí van los tiros. Unas tres horas por la noche, otras tres a primera hora de la mañana –básicamente para recuperar las cosas que quedaron pendientes de la noche anterior; si fuera ave nocturna serían seis horas seguidas hasta bien entrada la madrugada–­­ y otras dos repartidas a lo largo del día. No son ocho horas de zapeo –zapeo entendido como un tránsito sin rumbo ni objetivos como el del experimento que llevamos a cabo en esta misma casa hace unos días–, sino ocho horas de consumo ordenado: programa a programa, de inicio a fin, visionado de forma independiente. Solo zapeo cuando no tengo la obligación de ver cosas por trabajo.

Gracias a plataformas como Movistar TV o iPlus en la actualidad es mucho más cómodo y seguro dedicarse a esto: mientras ves un programa o serie en directo, puedes grabar otros tres o cuatro que se están emitiendo simultáneamente y recuperarlos cuando quieras. Todo bajo control. Antes, sin embargo, el proceso era mucho más complejo: necesitabas, como mínimo, un doble DVD grabador o, si ya nos remontamos al pleistoceno, dos vídeos conectados a la misma o distintas teles. Detallo un ejemplo para ilustrar la dinámica. Lunes, 9 de marzo. Lo que llamamos una noche fuerte. Sobre las 21 h. empieza la jornada laboral. La jornada laboral del martes, se entiende. Repaso de forma aleatoria los informativos de Telecinco, La1 y Antena 3, no tanto en busca de la noticia como en busca de la no noticia, de los excesos sensacionalistas, de la manipulación periodística o de las salidas de tono. Hay momentos en que tienes complejo de rastreator, porque más que ver lo que haces es buscar, rastrear momentos. También es inevitable tener la sensación de servicio público, no por ti sino por lo que te dice el público. A fin de cuentas, y como me han repetido muchas veces algunos telespectadores, ahorrarle según qué tragos al televidente puede convertirse en una ayuda impagable: por qué alguien debería consumir tres horas y media de Gran Hermano si al día siguiente tendrá resumido en 8 o 9 vídeos lo mejor y peor de la gala. Pero es una idea que no me acaba de convencer. Me gusta más la idea, algo utópica, de que mi trabajo pueda servir para incentivar el consumo televisivo, para despertar la curiosidad del espectador sobre programas que no ha seguido o no conocía o series de las que tenía una idea preconcebida equivocada, para reparar en hechos, trampas o situaciones internas del medio en las que quizás no había reparado.

A las 22 h empieza un nuevo capítulo de "El Ministerio del Tiempo", magnífico producto de ficción nacional a cargo de La1. Lo veo in situ y decido grabar "Casados a Primera Vista", el retorno al formato reality de Antena 3, el segundo de los tres episodios que componen la miniserie de Telecinco "Los Nuestros" y una nueva entrega del espléndido programa "El Foraster", emblema de la cadena autonómica catalana TV3. Aun así, al finalizar la serie de La1 consigo pillar los minutos finales de "El Foraster" y el último tramo del reality de bodas exprés de Atresmedia. Son minutos que araño a la segunda parte de mi jornada, ya por la mañana. Media vida de un crítico de televisión transcurre en el sofá: en mi caso, me fui del sofá a la cama al finalizar "Casados a Primera Vista", a eso de las 0.30 h. del lunes, y, sobre las 7.30 h. del martes, hago el camino inverso, de la cama al sofá, para completar la faena. Remato los dos programas que tenía a medio ver, engullo "Los Nuestros" y, a modo de guinda rutinaria, hago un visionado en diagonal de "Sálvame Diario". Con la experiencia y el tiempo acumulado tu olfato está perfectamente entrenado para saber cuándo y dónde pasan cosas destacables en "Sálvame" y cuándo no. A las 10.30 h. ya tengo todo lo que necesito; redacto mi pequeño guión de ideas, argumentaciones y análisis y lo envío al programa para que los magos de edición y contenidos del equipo preparen la selección de vídeos y montajes.

Más allá de satisfacciones personales, una de las bendiciones de mi trabajo es que me libera de todo compromiso social. Tengo excusa para escaquearme de casi todo. Y lo mejor es que aquí la excusa es real, tiene base sólida e incontestable. Probablemente para un depredador de la noche esta mecánica de trabajo sería una pesadilla; para mí, en cambio, está hecha a medida, es simplemente ideal. El autoimpuesto toque de queda de las 21 h. tiene una coartada inmejorable: libertad total para soltar los tanques y patrullar las calles.

¿Dramas? Algunos hay, tanto en el apartado logístico como en el personal. Del primer apartado el más común tiene que ver con los cortes de luz. No solo porque te quedas sin tele, sino también sin Internet. Dos catástrofes al precio de una. Si se va la luz a las diez de la noche notarás cómo un rastro de sudor frío empieza a recorrer tu frente. Maneras de sortear los contratiempos eléctricos: la más efectiva, llamar a tu santo padre, que dispone de equipo electrónico actualizado, para que empiece a grabar todo lo que pueda, y en función de la duración del corte de luz decidir si visionas todo el material a primera hora de la mañana o si coges un taxi y te vas a la que fue tu casa durante años para salvar la noche. La más arriesgada, confiar en el buen hacer de los webmasters de las principales cadenas. En 2015 es una opción realmente fiable, pero en 2011 no tenías ninguna garantía de que las cadenas fueran a colgar el nuevo episodio de "El Internado" o la gala completa de "Gran Hermano" pocos minutos después de su emisión. Si no lo hacían estabas muerto. Por no hablar de los errores de programación en el DVD o el vídeo: tu creías que estabas programando la grabación de una gala de "Operación Triunfo" y en realidad habías puesto a grabar la película de Antena 3. Cuando te dabas cuenta, ya de madrugada o, peor aún, a primera hora del día siguiente, era demasiado tarde.

En el apartado personal, otros tantos: por ejemplo, el tiempo que seguramente dedicaría a ver series norteamericanas de calidad se reduce considerablemente, lo que obliga a ser selectivo en los visionados y dejar para el verano lo que no has podido ver durante la temporada. Este delay en el seguimiento de muchas series extranjeras evidentemente te deja fuera de conversaciones seriéfilas y te mete de lleno en uno de los grandes casos de exclusión social del siglo XXI, el de los diálogos y charlas entre gente que está al día de las series americanas y gente que no. Otro problema: tu familia y círculo cercano muchas veces olvida que lo que para ellos es entretenimiento, como asistir desde casa a la penúltima lapidación pública de algún famoso en "Sálvame Deluxe", para ti también es trabajo, y que hay días en que en plena comida familiar volver a revivir alguno de los programas de la semana no es la mejor de las opciones. Otro: la compatibilidad de intereses. Soy un fanático de la televisión. Pero también soy un obseso del deporte, y hay ocasiones en que compatibilizar el seguimiento de un partido de fútbol o de basket, habitualmente los dos deportes que pueden solaparse con mi jornada nocturna, con la programación televisiva te obliga a desdoblarte. ¿Sacrificas el partido para mantener tu rutina o sacrificas unas horas de sueño para llegar a todo? Acostumbra a ganar siempre la segunda opción. Otro: pasas media vida en el sofá, así que es buena idea contrarrestar esas horas de sedentarismo extremo con algo de ejercicio si no quieres acabar con lumbalgia crónica a temprana edad, aunque diría que ya es demasiado tarde. Y otro: no ha de ser fácil ser la pareja de alguien que se dedica a esto. Aunque a ti te parezca mentira, hay mucha gente ahí fuera a la que la programación televisiva le importa menos que cero, gente que prefiere dedicar la franja horaria del prime time televisivo a ver el último episodio de "Fargo" o leerse la autobiografía de André Agassi que a seguir las aventuras en pijama de Belén Esteban. Monumento para ellas/ellos. Quién sabe si quizás por todo esto Dios o el ente superior que sea ha inventado el ordenador portátil, la fibra óptica y los auriculares aislantes, remedio milagroso para facilitar convivencias y sobrellevar contrariedades laborales.