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Cultură

Me llamo Megan y soy alcohólica

Traté de dejar el alcohol hace un año, pero no lo logré.

Imagen vía el usuario de Flickr James Cridland

Eran las 15:00 horas de un día cualquiera entre semana y estaba acostada en posición fetal en mi cama. El aire acondicionado estaba encendido en el salón. Escuchaba su sonido pero no sentía que refrescara el ambiente. Le acababa de decir a mi novio de entonces que ya no me interesaba mucho eso de "vivir".

"Te quiero mucho", dijo después de una letanía de preguntas (lo peor de decirle a alguien que ya no quieres vivir es la serie de preguntas que generas). "Bebo tanto porque soy una cobarde", respondí inmediatamente para eludir la intensidad de su sentimiento y desvié la mirada para no ver la preocupación en su rostro.

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Y así siguió —durante días, semanas, meses—. Creí que el alcohol era la solución a mi lista infinita de problemas, pero en realidad sólo los empeoraba. Seguí bebiendo hasta quedar inconsciente prácticamente todas las noches, pero me decía a mí misma que estaba bien porque tenía una excusa. Muchas, de hecho. El alcohol era lo único que calmaba mi ansiedad. Estaba resentida por la ausencia de mis padres, a todos mis amigos les iba mucho mejor que a mí en el trabajo, etcétera, etcétera.

El licor había perdido su efecto hipnótico desde hacía mucho —ya ni lo sentía—. Lo hacía por costumbre. No disfruto de la mayoría de las cosas, pero tengo que hacerlas igualmente. ¿Me gusta limpiar el baño cada cuatro meses? No. ¿Lo hago? Sí. ¿Disfruto de las charlas superficiales en las fiestas? No. ¿Lo hago? Sí (es necesario para hacer contactos). ¿Disfruto bebiendo? No. ¿Lo hago? Sí.

Ni siquiera fingía que bebía como una persona normal y civilizada, porque sabía que no era así. Lo más cercano a un comportamiento civilizado era cuando servía mi veneno en la copa. Y al decir copa me refiero a un vaso de chupito que llenaba una y otra vez durante toda la noche sin llevar la cuenta de cuánto había consumido y sin que me importara. Seguía y seguía hasta que la tibieza de la noche me envolvía. Me despertaba y contaba los minutos hasta que sentía que era aceptable volver a empezar el ciclo.

Solía planear mis días en torno al alcohol y buscaba un lugar si sabía que me iba a poner hasta las trancas. De hecho, no importaba dónde fuera, siempre me ponía hasta las trancas. Si ya estaba oscuro, sabía que faltaba poco para ponerme hasta las trancas. Si faltaba poco para oscurecer, estaba a punto de que faltara poco para ponerme hasta las trancas. Y aun así, pensaba que no estaba tan mal porque no bebía por las mañanas. Ahora que lo pienso, no tengo ni idea de por qué no bebía por las mañanas. En realidad no hacía nada productivo durante el día, solo pasaba el rato acostada esperando a que anocheciera para poder ponerme a beber otra vez.

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Imagen vía el usuario de Flickr Jon Jordan

Traté de dejar el alcohol hace un año, pero no lo logré. Incluso escribí un artículo trillado y presuntuoso sobre aquello. Recibí muchos comentarios por ese artículo y los respondí todos. A veces la gente me deseaba suerte, y yo les daba las gracias y les deseaba lo mejor. A veces eran ellos los que necesitaban suerte, amor o apoyo y era justo lo que yo les daba. Muchas veces estaba bebiendo mientras escribía las respuestas: era un fraude. ¿Con qué fin revelaba mi "verdad", con sus pelos y sus asquerosas señales, si estaba mintiendo? Eso me hizo sentir todavía más sola.

¿Por qué esta vez es diferente a la última vez que "dejé el alcohol"? Pues porque ahora estoy investigando qué fue lo que me empujó a beber en un primer momento y trato de resolver esos problemas en vez de simplemente ignorar el alcohol, que fue lo que hice la otra vez. Si no sabes por qué bebes, odiarás haber dejado de beber y querrás volver a hacerlo otra vez.

Fracasé porque en realidad ni lo intenté, porque no creía que mereciera ser libre de mi adicción.

Como mis amigos se creyeron mi explicación de por qué volví a beber –ansiedad–, se me hizo fácil volver al alcohol sin analizar por qué lo hacía. De todas formas, no quería ser la primera de mi grupo de amigos en admitir la derrota. Lo malo era que yo tenía un problema que ellos, como bebedores sociales, no conocían.

Cuando estaba sobria, me centraba en los desaires que me habían hecho (a pesar de que la mayoría de ellos nunca sucedieron). Me pasaba el tiempo repasando y proyectando mis propias inseguridades. Revivía la historia trágica de mi vida una y otra vez de la forma más cruel y despiadada posible.

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Mis actos alejaron a mi novio. Al final me dejó porque se hartó de mis estupideces, y con toda la razón. Le hice sufrir mucho, tenía más paciencia que un santo. Si hubiera seguido conmigo, me habría creído a pies juntillas que era la segunda venida de Cristo, pero no lo hizo. ¿Por qué habría de hacerlo? Yo no quería que lo hiciera. Estaba segura de que ya no tenía salvación. Me acostaba en el sillón, miraba a la nada, lloraba y reflexionaba sobre mi propia existencia mientras trataba de controlar los temblores de mis manos sin ver resultados.

Todas las noches quedaba inconsciente y todas las mañanas despertaba mareada. Ya ni siquiera leía los mensajes que había enviado horas antes porque me daba miedo. Debería ser ilegal llevar el móvil encima cuando estás borracho.

Imagen vía el usuario de Flickr James Cridland

Si alguna vez daban las 02:00 de la mañana y yo seguía consciente, me entraba un miedo increíble. ¿Cómo iba a comprar más? Las tiendas estaban a punto de cerrar y estaba demasiado ebria para conducir. Me sentía verdaderamente impotente porque creía no iba a poder soportar 30 minutos de consciencia sin beber más, aun cuando ya había bebido tanto que había perdido la cuenta. Mi enfermedad me tenía esclavizada.

Y no era sólo por la borrachera, era todos los días. Una borrachera tiene fin, pero si es algo que pasa todos los días, entonces es otra cosa. Llega un punto en que solo te quedan dos opciones: dejar de beber o morir.

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¿Por qué dejé de beber? No tengo ni idea. Una noche, poco antes de quedar inconsciente, se me pasó por la cabeza: "Tal vez ya no necesito vivir así". Qué locura, ¿verdad?

Debo admitir que no podría haberlo hecho sola. Tuve que hablar con personas que habían vivido lo mismo que yo y que lo habían superado. No había pedido ayuda porque mi estúpido orgullo me lo impedía. Deshacerme de ese orgullo y darme cuenta de que no tenía todo bajo control fue difícil pero necesario. Para dejar de beber es necesario destruir la psique y el ego, que eran muy fuertes en mí.

En un momento de desesperación etílica, le envié un mensaje a un amigo sobrio que decía "la vida es insoportable" y después me desmayé. Desperté a la mañana siguiente como un zombi, leí su respuesta y supe que había llegado el momento.

Este amigo me llevó a una reunión de borrachos como yo que habían dejado ese hábito. Escuché el discurso de un hombre. Explicó que no abusaron de él cuando era niño, que su vida no era trágica y que no era más que un hombre deprimido de clase media. Creía que la única forma de hacer tolerable su vida era bebiendo. Era como si estuviera hablando de mí.

La gente a mi alrededor actuaba con normalidad y parecía normal. Eran como yo. De hecho, tenían mejor aspecto que yo. Iban bien vestidos, limpios y se veía que no tenían problemas de dinero. Y todos confesaron que se sentían indefensos ante el alcohol.

Al estar rodeada de gente que tenía más o menos los mismos problemas que yo, de pronto sentí que no estaba sola, todo lo contrario a como me sentía durante los meses y años previos a ese momento. Bebía porque me sentía sola, incluso cuando estaba acompañada. Total y terriblemente sola en un Universo sin Dios. Aún no sé si Dios existe, pero al menos sé que no estoy sola, y solo por eso ya no quiero morir. Para mí, esta idea es tan extraña como lo es querer morir para la persona media, pero al menos, por primera vez en mucho tiempo, sé que es un sentimiento sincero.

Si tienes problemas de alcoholismo, por favor, visita la web de Alcohólicos Anónimos para más información sobre cómo recibir ayuda.

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